“CASTIGO A LOS BUENOS
Al borde de un camino que conducía a la aldea había una imagen de madera, colocada en un pequeño templo. Un caminante que se vio detenido por un foso lleno de agua, tomó la estatua del dios, la tendió de lado a lado y atravesó el foso sin mojarse. Un momento después pasó otro hombre por ahí y tuvo piedad del dios; lo levantó y volvió a colocarlo sobre su pedestal. Pero la estatua le reprochó el no haberle ofrendado incienso y en castigo le envió un violento dolor de cabeza.
El juez de los infiernos y los demonios que estaban en ese templo le preguntaron respetuosamente:
– Señor, el hombre que lo pisoteó para atravesar el foso no recibió castigo y en cambio al que lo levantó usted le proporcionó un fuerte dolor de cabeza. ¿Por qué?
– ¡Ah! Que no saben ustedes – contestó la divinidad –, ¡que hay castigo sólo para los buenos!”
Elogio de la risa, Zhao Nanxing (1550 – 1627)
Esta fábula, escrita hace más de 4 siglos, refleja como pocas una de las grandes lacras de nuestra sociedad actual. En una sociedad en la que la mediocridad rampa y se enseñorea y la envidia es la virtud nacional, no es nada raro darse cuenta, en algún momento, de que cuanto mejor intención pones en hacer bien las cosas, más críticas te llegan y menos apoyo recibes. O como dijo el gran Billy Wilder, “…ninguna buena acción queda sin castigo…”
Desgraciadamente en España, y en casi todos los ámbitos, se desprecia la meritocracia y se prefiere, por lo general, igualar a todos por abajo. Se acepta mejor pertenecer a una masa aborregada e inane que poseer la iniciativa necesaria para el desarrollo de las ideas, con independencia de que se logre o no el éxito buscado. Así, es habitual la crítica, a veces despiadada, ante cualquier atisbo de desarrollo, en lugar de despreciar a los que ni siquiera tienen el pensamiento de desarrollarse. Hay que anular al que destaca, pero no mediante la superación de sus méritos, sino por eliminación de su desempeño. Y así nos va en este país nuestro.
Afortunadamente, aún hay gente que prefiere aguantar los palos que le puedan caer por hacer las cosas bien, por intentar crecer y mejorar. Gente que está dispuesta a pelear, donde y con quien haga falta, por una idea, un proyecto o una ilusión, sin importar el resultado final sino tan solo por estar convencidos de que lo que hacen tiene sentido. Y mientras haya gente así los mediocres continuarán existiendo, por supuesto que sí, pero no lograran imponer su vacuidad.
«La envidia es el homenaje que la mediocridad le rinde al talento»
H. Jackson Brown, Jr
No cabe duda de que las actitudes se contagian (unas más que otras) y que la mediocridad es altamente contagiosa. Pero a veces no se trata de mediocridad propiamente dicha, sino de la utilización del talento para trabajar lo menos posible. Me parece que es una condición endémica en nuestro país que, lamentablemente, hoy por hoy encuentra en el sector público unas condiciones óptimas de propagación.
¿Pero cómo sanear la sanidad cuando los superiores o las personas encargadas de la gestión y de la distribución y supervisión del trabajo son los primeros en tolerar estas situaciones?. En estos casos poco puede hacer un «soldado raso» salvo que esté dispuesto a llegar al enfrentamiento directo, lo cual puede llegar a hacer el ambiente de trabajo totalmente irrespirable.
Totalmente de acuerdo. ¿Qué podemos hacer?.Poco pero, por lo menos, no callarnos y asumir sin más que las cosas deben ser así. No caer en la masa aborregada y seguir defendiendo, como podamos y donde podamos, el cambio que necesita este sistema. y cuantos más seamos y más lo reclamemos, más opciones tendremos algún día de verlo
Hay que permanecer de pié y seguir luchando. Nos lo recuerda Teodoro Roosvelt en un electrizante «speech» realizado en La Sorbona a inicios del siglo pasado:
“No es el crítico quien cuenta; no es aquél que muestra como el fuerte se tambaleó o donde el bienhechor pudo haberlo hecho mejor. El crédito le pertenece al hombre que está en la arena
; cuyo rostro esta pringado de polvo, sudor y sangre; que lucha valientemente; que yerra y
queda corto una y otra vez; que conoce los grandes entusiasmos, las grandes devociones, y gasta su vida por una causa justa; aquél que, en la cúspide, conoce el triunfo de los grandes logros, y que en el peor de los casos, si es que falla, por lo menos falla atreviéndose a mucho, para que su lugar nunca esté entre aquellas frías y tímidas almas que no conocen ni la victoria ni la derrota”.
Ojalá se cumpliese… Conozco a unos cuantos que deberían no sólo leérselo y aprendérselo, sino grabárselo a fuego a ver si les entra y empiezan a cambiar…