¿En qué momento se jodió el Perú?, o algunos porqués de la degradación de la Medicina en España…

La estatalización de los medios de producción característica del sistema soviético produjo una serie de acontecimientos, cuanto menos, llamativos por lo esperpéntico. La ausencia de propiedad privada motivó que los directores de las empresas se aplicaran a superar las metas establecidas por el plan estatal correspondiente, sin prestar atención a los costos, la demanda o la calidad del producto, obviando cualquier mínima aproximación a rentabilizar el esfuerzo productivo. Así, se daba la paradójica circunstancia de que, en una empresa dedicada a la fabricación de tornillos, si el plan fijaba la necesidad de producir una cantidad determinada de unidades, los esfuerzos se dedicaban a fabricar el mayor número posible de tornillos así fueran todos pequeños. Pero si el plan, o uno posterior, fijaba el objetivo en conseguir una cantidad de toneladas de producto determinada, la fabricación se orientaba entonces a los tornillos grandes, que permitían alcanzar antes el objetivo marcado, dejando de producir unidades pequeñas.  Este sistema, que despreciaba sistemáticamente la calidad del trabajo, originaba problemas crónicos, derivados de la falta de determinados productos o de repuestos o de fallos constantes por su baja calidad [Sweezy, P. M. y C. Bettelheim (1972): Lettres sur quelques problèmes actuels du socialisme, Paris, Maspero]

“¿En qué momento se jodió el Perú?”, la pregunta que Mario Vargas Llosa puso en boca de su alter ego ficticio en la célebre frase inicial de Conversación en la Catedral (1969) se aplica por igual a la situación de la Medicina en la España actual. Nada ha hecho más daño a los médicos y la Medicina en España y, por extensión, a toda la atención sanitaria que la perversa asunción de que la única manera digna de ser médico en nuestro país lo es en el (asfixiante) círculo de la llamada sanidad pública. Ser conscientes de la pertinaz estatalización de la atención sanitaria, de la (obsesiva) funcionarialización de la práctica médica, que llevan a identificar de manera aberrante Sanidad Pública con Medicina, del maniqueismo espurio que busca enfrentar la práctica pública y privada de la Medicina o de la interesada identificación de la formación M.I.R. como cantera para suplir exclusivamente las deficiencias del sistema nacional de salud, pueden ayudar a empezar a entender en qué momento se jodió la Medicina en nuestro país.

Convertir una profesión liberal por naturaleza en un acto burocrático y funcionarial está en la raíz de nuestros problemas. En nuestro actual sistema pareciera que lo más importante es el “qué” se haga, despreciando el “quién” y “cómo” se haga, lo que nos ha llevado, en gran medida, a la podredumbre en que nos movemos. Pretender que todos somos iguales, que todos realizamos nuestro trabajo igual, que todos, por tanto, merecemos el mismo trato, es despreciar el esfuerzo, el trabajo, el estudio y la calidad del servicio que se presta. Es, en definitiva, fabricar tornillos de acuerdo con las decisiones – en demasiadas ocasiones, caprichosas y difíciles de entender – de los dirigentes de turno (político). Prestarse a tal componenda, como se hace, y en muchas ocasiones entusiásticamente, por parte de colectivos, organizaciones y sindicatos médicos, y por bastantes compañeros a título individual, refleja la degradación que nos atenaza. ¿La consecuencia?, fácil de identificar: pérdida de la ilusión, huida masiva de médicos, abandono de la atención en España…, en definitiva, pérdida de calidad para todos. Pero, quizás, esto es lo que buscan los adalides de la perversa identificación de Medicina con este modelo de sanidad pública…

¿Soluciones?, las hay. Pero hace falta valentía y decisión, primero para asumir una autocrítica imprescindible y, a partir de ahí, para alzarse y comenzar a torcer el curso de la historia: laboralización, meritocracia, profesionalización, remuneración variable de acuerdo con la valía individua, liberalización de la demanda y la atención, libre elección…

¿Estamos dispuestos a hacerlo?, ¿ya?…

«Si no lo hacemos nosotros, ¿quién? Si no es ahora, ¿cuándo?»

John F. Kennedy, político y diplomático estadounidense (1917-1963)

Másteres y CV: a propósito de un caso y revisión de la literatura…

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En las últimas semanas, y gracias a la vergonzosa y vergonzante actitud de la presidenta de la Comunidad de Madrid, se ha destapado la gran afición de nuestros políticos, ¿sólo de ellos?, por apropiarse de títulos que ni han conseguido ni, muy probablemente, merecen. Cristina Cifuentes ha decidido acabar con su actividad pública mediante una golfada, una más de los que se arrogan representarnos, que la obliga sin excusa alguna a marcharse a su casa. Por mentir, pero también por el desmedido afán de adornarse sin esfuerzo tan común en la clase política española. Y a raíz de eso, y mientras esperamos que la señora Cifuentes abandone de una vez su cargo, han comenzado a florecer, más bien a desaparecer y ser borrados, títulos varios en curricula de toda el amplio colorín de la estulticia política española. Licenciaturas, grados, posgrados, másteres y cursillos varios han ido desvaneciéndose, callada pero velozmente, de los falsos historiales de los que presumían esta recua de mediocres que nos ha tocado en desgracia mantener.

Si al menos el asunto de Cristina Cifuentes sirviera para limpiar la mugre que se enseñorea en la Universidad española, esa Universidad que concede títulos a asesinos convictos sin reparo alguno, esa Universidad que concede becas a amiguetes y conmilitones sin exigencia alguna y tan sólo a cambio de garantizarse un cargo futuro en cualquier institución del Estado (pagado, por supuesto, por todos los contribuyentes), esa Universidad donde afloran las taras más incapacitantes que la endogamia cuasi perpetua mantenida durante décadas hace florecer Pero, desgraciadamente, la golfada del máster presidencial ni siquiera servirá para acabar con éstos desmanes. Ya se encargarán todos los responsables, ya se están encargando, de proteger como sea sus privilegios y chanchullos, negando cualquier atisbo de reconocimiento de la corrupción que impera en muchos estratos de la Universidad española.

Pero, y dado que nuestra escoria política no es sino un reflejo de la sociedad actual, este tipo de despreciables maniobras no es potestad exclusiva de ella. En todos los ámbitos sucede y, también, en la profesión médica. Sin embargo, una vez más la ausencia total y absoluta del más mínimo atisbo de autocrítica caracteriza actuaciones casi tan despreciables como las protagonizadas en estas últimas semanas por políticos de todo color, con la presidenta de la Comunidad de Madrid a la cabeza de la infamia. Eso sí, los médicos, al igual que la inmensa mayoría de la población española se han permitido pontificar acerca de la pureza e indudable calidad de la educación y formación continuada que debe exigirse a cualquier individuo y más especialmente a todo trabajador de la Administración pública. Exigencia no exenta de una, en muchas ocasiones, vergonzosa hipocresía. ¿Cuántos cursos y másteres de diferentes universidades españolas no son sino una herramienta recaudatoria sin que exista una necesidad real que demande su existencia, y sin que aporten valor científico alguno? Pero raro es la Sociedad científica que, hoy día, no avala u organiza estos cursos y másteres. ¿Cuántos curricula se han “construido” gracias, por ejemplo, a la “asistencia” a cursos de formación de distinto pelaje, en los que la exigencia no ya de aprovechamiento sino, incluso, de asistencia era, por decirlos de manera suave, más que dudosa? Pero luego todos esos cursos puntúan en las distintas OPEs que se convocan… ¿Cuántos curricula se sostienen sobre publicaciones en las que el beneficiado no sólo no ha participado activamente, como debiera ser obligatorio, sino que en muchas ocasiones ni ha leído el manuscrito (ni antes ni después de su publicación)? Pero esas publicaciones “regaladas” por el verdadero autor, bien por interés propio u obligadas por el estricto respeto a una jerarquía basada en gerontocracia antes que, en verdadera meritocracia, cuentan y son la base, en demasiadas ocasiones, para alcanzar esa Jefatura de Sección o Servicio tan ansiada. Una práctica, las autorías regaladas, que cada vez es más despreciada y condenada por la comunidad científica. ¿Cuántos CV se adornan con la participación en ensayos clínicos, dirección de cursos o de másteres, ¡precisamente!, o con la dirección, en ocasiones impuesta, de tesis doctorales muchas de las cuales no llegan a ver la luz? Pero todo suma, y décima a décima, punto a punto, se labra el porvenir, junto con el inevitable hecho biológico de acumular meses en un sillón sin que exista manera de evaluar la calidad de éstos, valorándose exclusivamente la cantidad.

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Cristina Cifuentes tiene que irse. Sin duda. Por mentir. Por falsear su CV. Por apropiarse de méritos que no merece. Pero convendría también que muchos que ahora se ensañan por un máster que revisaran sus propios curricula. Por ver si alcanzan el nivel de pureza y exigencia que dicen defender….

«Solo hay una forma de saber si un hombre es honesto: preguntárselo. Si responde que sí, ya sabemos que es un corrupto»

Groucho Marx, actor, humorista y escritor estadounidense (1895-1977)

Yo también me independizo…

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Tiempos convulsos. Tiempos de ruptura. Tiempos de independencia. Yo también me quiero independizar:

  • De dirigentes que buscan disimular sus miserias y podredumbres azuzando la comisión de  delitos que permitan esconder el hedor de su propio y despreciable  comportamiento, y que durante décadas ha estado engañando a los que ahora tan fácilmente manipulan. Ésos que confunden derechos con lo que no es más que egoísmo y defensa a ultranza de oscuros privilegios e intereses.
  • De los que han contribuido durante años a esta desgracia, por dejación o por abuso de sus funciones, buscando tan solo un espurio beneficio personal.  
  • De los que han renunciado a defender la convivencia y legalidad que garantice una sociedad de hombres libres e iguales.
  • De gobernantes timoratos y felones, que pretenden disfrazar su mediocridad tras una apariencia de calma inane que tan sólo refleja su cobardía y falta de aptitud para cumplir sus obligaciones. O, quizás peor, que mezquinamente deciden no atender sus compromisos porque sólo buscan la manera de perpetuarse en el cargo sin que el sufrimiento de sus conciudadanos les altere mínimamente el gesto.
  • De un Jefe del Estado apocado que, hieráticamente, se esconde en su castillo refugiándose en una apariencia de respeto escrupuloso que no traduce más que el profundo desprecio que siente hacia aquellos a los que dice enorgullecerse de representar. (Adendum: unos horas después de publicarse esta entrada, el Jefe del Estado ha comparecido ante los españoles para reiterar su compromiso firme en defensa de la ley y la convivencia pacífica. Justo es reconocerlo)
  • De los que se han dejado engañar y sojuzgar por políticos sin escrúpulos, sin ser conscientes de ello o, más triste aún, siéndolo, al tiempo que se enorgullecían de no pertenecer al bando de los marginados que no se dejaban aborregar. Aquellos que se han acostumbrado a vivir en el fango existente, sucios pero calientes y protegidos, humillados pero alimentados, sin que tengan ya intención, ¡ni ocurrencia siquiera!, de sacudirse la mugre que los envuelve y volver a ser hombres libres, con voz y pensamiento propio.
  • De todos esos medios de comunicación de masas vendidos al poder de turno por mor de las subvenciones que les garantizan el pan de cada día, y que manipulan y tergiversan la realidad con el único objetivo de agradar a quienes les  mantienen caliente el pesebre. A todos aquellos a los cuales la verdad les resulta un concepto difícil de aceptar cuando no se pliega las directrices de sus mantenedores. A esos que prefieren falsear la realidad y señalar a los diferentes con tal de recibir las dádivas del poder.
  • De todos los abominables seres que manipulan a diario la inocencia y libertad de los niños para inculcarles sus ideas de odio, que no son más que reflejos de sus taras e incapacidades, de su estulticia intelectual, de su fracaso como personas libres.
  • De todos aquellos que se posicionan, por cobardía o comodidad, en una lamentable equidistancia. De todos los que piensan que acción y reacción siempre se equiparan, sin considerar por un instante aspectos tan nimios, para ellos, como la legalidad o el respeto a las normas de convivencia que permiten vivir en sociedad.
  • De los que durante años han cerrado los ojos y los oídos a todo aquello que no era del agrado del poder dominante, que han callado ante la comisión de tropelías de creciente intensidad buscando siempre una justificación para las mismas que hiciera recaer la culpa, si la hubiera, siempre del lado más oprimido, y cuyo argumentario en cualquier discusión se simplifica unánimemente en el “tu no lo entiendes”.
  • De los que haciendo gala de una infatuada superioridad moral se permiten denunciar, ahora, un sufrimiento que han negado a todos aquellos sometidos durante décadas a los caprichos y veleidades de sus adláteres.
  • De los apóstoles del diálogo y de las buenas palabras, que sólo admiten un monólogo unidireccional y cuando se ciñe a su particular microvisión de la realidad.  
  • De esos mequetrefes que sólo ven en la desgracia, propia y ajena, la oportunidad para medrar en la pocilga que se ha convertido la política española.
  • De los mentecatos cerriles que protestan frente a la defensa de la ley para evitar significarse y destacar dentro de su  rebaño, pero que sin duda clamarán hasta desgañitarse por la ayuda de los mismos a quienes tanto desprecian cuando sean su propiedad, sus allegados o su propia persona los violentados y agredidos.

En definitiva, me declaro harto y me independizo de todos los miserables que que se empeñan en dividirnos, que utilizan cualquier sutil diferencia para separar y destruir antes que para crecer y construir, que pretenden trazar fronteras y divisiones tan solo para justificar su existencia.

A todos ellos, adiós.

Porque no podrán callar al rayo de esperanza…

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Una vez más la prepotencia de nuestra escoria política demuestra su talante atacando a todo aquel que osa enfrentar la realidad a su rampante mediocridad. Pero esta vez lo hace, además, embistiendo contra una amiga y compañera que ha cometido, ¡qué tremenda afrenta!, el atrevimiento de denunciar una situación injusta. Virginia Ruíz (@roentgen66), oncóloga radioterápica en el Hospital Universitario de Burgos, osó denunciar en su blog Un Rayo De Esperanza (muy recomendable) la lamentable situación de la radioterapia en la provincia de Burgos, sus desmesuradas, y en continuo crecimiento, listas de espera, la escasez de sus recursos, tanto humanos como materiales, y todos los problemas a los que se enfrenta cada día. Y como está situación repercute en los propios pacientes, condenados por mor de la incapacidad e ignorancia de sus dirigentes a sufrir las consecuencias de tan nefasta planificación. Y la respuesta de los responsables no ha sido pedir perdón, reconocer sus errores y manifestar su propósito de enmienda y su voluntad de arreglar lo antes posible este desaguisado. No, antes bien, han optado por la vía fácil, la vía amedrantadora, la vía de silenciar al denunciante, la vía del expediente del miedo

Y por ahí si que no, por ahí no paso. No es momento de discutir acerca de modos de hacer en oncología, de esquemas para la optimización o de organización de los recursos. No cuando algo mucho más sencillo, a la vez que mucho más determinante, está en juego. No cuando una amiga y compañera es inmisericordemente atacada por decir la verdad. He discutido y debatido, y quiero y espero seguir haciéndolo, con Virginia sobre infinidad de aspectos de nuestra radioterapia. En algunos nos pondremos de acuerdo y en otros discreparemos, pero lo que personalmente no pienso tolerar es este ataque gratuito, este intento de acallar la verdad, esta intención de la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Castilla y León, encarnada en la dirección y gerencia del Hospital, de silenciar a quien les incomoda, a quien les enfrenta a su incompetencia durante años para reconocer una realidad y adoptar las medidas para encauzarla.

Vaya desde ésta mi particular realidad, desde El Lanzallamas, todo mi apoyo a Virginia, y por extensión a todos los compañeros y amigos del Servicio de Oncología Radioterápica del Hospital Universitario de Burgos, en su pelea por defender lo que consideran justo. Y desde aquí hago también mía su denuncia y exigencia de soluciones. No para nosotros, sino para todos esos pacientes los que intentamos ayudar y que no se merecen el trato que reciben de quienes se supone son sus públicos servidores. Y que mejor noche que esta, la Noche de San Juan, para empezar a quemar tanta mediocridad…

«La verdad adelgaza y no quiebra, y siempre anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua»

Miguel de Cervantes, escritor español (1547-1616)

Sanidad: Sostenibilidad, Eventualidad, Precariedad

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La reciente publicación en elconfidencial.com de un artículo que analiza la lamentable, por precaria, y vergonzosa situación por la que transitan muchos médicos españoles no hace sino poner, una vez más, de manifiesto una de las realidades de la Sanidad española.  Encadenar contratos eventuales, a tiempo completo o parcial, durante meses e incluso años no es nada nuevo. Simplemente, es lo que sucede en la Sanidad española desde hace más de 20 años. Sin que tampoco haya recibido nunca excesiva atención, dicho sea de paso. La Sanidad española, ese sistema envidia de tantos, espejo en el que nos han dicho se miran los países más avanzados, modelo de sostenibilidad a imitar para otros, se sostiene precisamente gracias a esto. Sí, la Sanidad española es sostenible fundamentalmente porque desprecia a muchos de sus trabajadores. Los médicos conocemos bien esta situación y sabemos que, después de una licenciatura, un examen para obtener una plaza para formarnos como especialistas y 4 ó 5 años de trabajo como médicos residentes, lo que habitualmente toca es aspirar, en el mejor de los casos, a un contrato eventual, de días o pocos meses, con la esperanza, muchas veces ciega, de que sea renovado con posterioridad. Y podemos considerarnos afortunados aquellos cuya eventualidad se cronifica y tenemos la inmensa fortuna de que la misma sea renovada y prolongada en el tiempo a lo largo de los años.

Pero, ¿cuáles son las razones que nos han conducido a esta esperpéntica situación? Muchas, sin duda. La estulticia y lenidad de la Administración, que permite la perpetuación de semejante anormalidad, que incumple una y otra vez la legislación que exige cumplir a otras empresas en el ámbito privado acerca de la concatenación de contratos eventuales para el desempeño de la misma función; la negativa contumaz de todos los responsables, con independencia de su banderín político de enganche, para convocar de manera periódica las oposiciones que permitan, como mal menor, paliar la discriminación que ella misma fomenta y perpetúa; la insistencia en mantener (¿y quizás fomentar?) la mediocridad de un sistema basado en el “patrón antigüedad” despreciando la meritocracia y el esfuerzo mientras se reconoce, e incluso premia poniéndolo como ejemplo, el mero transcurrir de los años ocupando un puesto en el mismo sin exigir la más mínima responsabilidad a cambio; el empeño de un sistema en que excelentes médicos, con brillante porvenir, se vean obligados a emigrar a otros países por la obsesión en mantener sus caducas estructuras …; todos ellos, y muchos más, son motivos ciertos y reales que nos han conducido a este deterioro.

Pero sería falso e hipócrita rechazar de plano una más que necesaria autocrítica. Muchas veces hemos sido los propios médicos los que hemos favorecido un sistema tan perverso. La eventualidad perpetua no es nada nuevo, viene de antiguo. La situación de doble discriminación de los médicos eventuales se ha visto como algo normal y habitual dentro del sistema. La retribución del médico eventual es cerca de un tercio inferior a la de sus compañeros, pese a asumir como mínimo la misma carga de trabajo, por aquello de no tener derecho a percibir complemento por antigüedad ni por carrera profesional. Pero esto no es lo más importante. Aunque la principal discriminación reside en la negación que se hace a excelentes profesionales para poder avanzar y crecer profesionalmente, negándoles el derecho a asumir ningún puesto de responsabilidad, ninguna jefatura clínica o de Servicio, por el simple hecho de “no disponer de plaza en propiedad”. Y esto ha sido aceptado por muchos sin prestarle más atención que una mera solidaridad de pasillo o cafetería. “Que injusto es lo vuestro” o “esto no deberíamos consentirlo” han sido, en demasiadas ocasiones, lo único que los eventuales obteníamos de otros médicos. Ahora simplemente han sido sustituidas por un tuit o un retuit, o por un «me gusta» o una carita enfadada, que viene a ser lo mismo. Pero poco más allá de eso… Por no hablar de la utilización torticera de los médicos eventuales que eran, en muchas ocasiones, los encargados de cubrir casi en exclusiva (siempre hay excepciones) los turnos de tarde o aquellos puestos que muchos propietarios consideraban inadecuados en función de su posición de poseedores de plaza en propiedad. Y esto, con sus matices al alza o a la baja, ha sido así en muchas ocasiones. Llegando incluso a volver la cabeza ante situaciones de médicos con contratos, durante años, al 75% de la retribución pero al 100% del trabajo en algunos de nuestros 17 paisitos. Y durante años se ha mantenido, y se mantiene esta situación. Y cuando algunos hemos reclamado la laboralización y profesionalización como pilares fundamentales para la regeneración del Sistema, cuando hemos apostado por sustituir antigüedad por meritocracia como patrón de evaluación y progresión laboral, hemos sido despreciados por haber osado siquiera atentar contra lo que parecen los principios inamovibles que muchos desean mantener. Así, informes y proyectos que intentaban revertir esta situación (Abril, SEDISA, AES,…), con sus claros y sombras, han sido sistemáticamente rechazados y acusados en la inmensa mayoría de ocasiones de ser malvados intentos de “privatizar la Sanidad de todos”.

Y con esta cerrazón mental seguimos, y mientras no seamos capaces los médicos de asumir que necesitamos imperiosamente cambiar el modelo, noticias como la publicada por elconfidencial.com seguirán apareciendo periódicamente pero, lo que es peor, seguirán siendo una realidad constante y continua aunque no aparezcan en los papeles.

Pero, mientras se pueda seguir vendiendo el sistema como sostenible, ¿a quién le importa?…

«La mejor estructura no garantizará los resultados ni el rendimiento. Pero la estructura equivocada es una garantía de fracaso»

Peter F. Drucker, abogado y tratadista austriaco (1909-2005)

Sanidad Pública: cuando la solución no es sólo cambiar de entrenador…

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¿Qué tienen en común la Sanidad Pública y el fútbol? Más de lo que, en principio, podría parecer…

Hace apenas un mes que terminó una temporada y en menos de dos semanas comienza ya la próxima. O al menos, comienza el habitual baile veraniego de nombres y hombres que van o vienen. Y muchos equipos estrenan nuevo entrenador pensando que así enjugarán los mediocres resultados obtenidos en la última campaña. Porque cuando el equipo no funciona, y cuando el máximo responsable siente en su cogote el aliento sediento de cambios de la masa social, la primera medida es, casi siempre, fulminar al entrenador en curso y sustituirlo por otro, a poder ser con más renombre. Pero, desgraciadamente, esto no es en muchos casos la solución. Ni la garantía para que el equipo mejore su actitud, compromiso y resultados. Cualquier buen conocedor del fútbol sabe que, en demasiadas ocasiones, el problema del equipo no radica, al menos exclusivamente, en la figura del entrenador. Otros factores pueden, y suelen, ser tan culpables en la zozobra de un equipo como su más visible responsable. En ocasiones, existe una plantilla descompensada, agotada, hastiada y minada por diferencias internas que, a poco que se indague, están en la raíz del problema. Las luchas de egos, con los veteranos que ya están en la fase final de su carrera oponiéndose, con uñas y dientes, a esos jóvenes que con mayor ansia, ganas, empuje, ambición y, en muchas ocasiones, también talento, les disputan un trono que creían suyo por mandato cuasi-divino. Con frecuencia, es necesario forzar la salida de aquellos que un día fueron los estandartes del equipo pero que, por muchas y variadas circunstancias más allá del mero paso del tiempo, han dejado de ser un referente aunque no quieran ser conscientes de ello. Algo que se conoce como “hacer una buena limpia en el vestuario” en el ambiente futbolístico. Un buen entrenador sabe de tácticas, motivación, técnicas, entrenamientos,…, pero también debe saber cuando ha llegado el momento de relegar a los que un día lideraron el equipo pero hoy son ya una rémora y un obstáculo para la superación.

Todo aficionado conoce ejemplos donde entrenadores valientes que dieron paso a jóvenes promesas, procedentes muchas veces de la propia cantera del equipo, y que en muy poco tiempo consiguieron dar un vuelco espectacular a lo que era una peligrosa deriva mediocre y conformista. Nadie olvida casos como los de Alfredo Di Stéfano primero, y Leo Beenhakker posteriormente, que tuvieron el valor de apostar por unos talentosos jóvenes, que conformarían la archiconocida “Quinta del Buitre”, y que arrinconando a ilustres veteranos darían paso a una de las épocas más gloriosas del Club.

Y del mismo modo, nadie olvida como veteranos con mucho nombre, pero ya sin hambre ni ambición ni condiciones, lastraron grandes equipos por su tozudez en mantenerse a toda costa y por la falta de valor de sus responsables para tomar la necesaria medida de un cambio. Y como además, esta misma cerrazón ante el cambio natural y necesario provocó que jugadores de enormes posibilidades, talento y proyección tuvieran que emigrar a otros equipos, incluso a otras ligas, para poder labrarse un nombre, demostrar su categoría y que otros disfrutaran de su esfuerzo, su juego y sus triunfos. (Y con el consecuente, postrero e hipócrita lamento de aquellos que los dejaron marchar por no atreverse a afrontar una limpia en el vestuario). Por supuesto, contar con jugadores veteranos y con experiencia en un equipo puede ser bueno, incluso recomendable, siempre que sumen y no resten, que entiendan su papel dentro del grupo y que no se refugien en un nada deseable “síndrome del príncipe destronado”. El problema es que, en demasiadas ocasiones, los jugadores de los que hay que prescindir, si se quiere salvar al equipo, son los capitanes. Los capitanes, los que debieran ser ejemplo de sacrificio y compromiso, con su trabajo y presencia constante, suelen ser los más veteranos pero también los que mejores relaciones guardan con la presidencia, con la prensa, con el entorno en definitiva, que los mantiene al frente del equipo a pesar de su ineptitud. Pocos tienen, llegado el momento, la capacidad de hacer una serena autocrítica y reconocer cuando ha llegado el momento de echarse a un lado, de bajarse del carro, de dejar paso a otros que vienen empujando fuerte y que, si no lo son ya, muy pronto incluso los superarán. Sólo los más grandes, los auténticos líderes han sido capaces de ello: Di Stefano, Butragueño, Zidane, Puyol, Raúl,…, supieron irse con humildad y sin ruido cuando fueron conscientes de que había llegado su momento, y antes que correr el riesgo de lastrar al equipo decidieron apartarse acompañados por el reconocimiento y aplauso unánime, Pero, desgraciadamente, hay pocos líderes así…

El miedo a apostar por un cambio de modelo, al mismo tiempo que el reparo a destronar a las “vacas sagradas” de un vestuario, a esos capitanes que se creen imbuidos de un conocimiento que los debe hacer imprescindibles, conduce indefectiblemente al fracaso. En muchas ocasiones hay que tener la valentía de apostar, para la capitanía de un equipo, no por el más veterano o el que más cobre, sino por aquellos que, con independencia de su edad o experiencia, mejor sepan conjuntar al equipo, “hacer grupo”, de sumar y no dividir, de crecer con los compañeros y no a costa de los compañeros, en definitiva, más Auctorictas y menos Potestas. De lo contrario, por mucho entrenador que se cambie, por mucha figura que asuma el mando, por mucho cocimiento que atesore el encargado de dirigir al grupo, por muchos laureles que coronen sus éxitos, tan solo conseguirá, en el mejor de los casos y como decía el gran Marx, “ir de victoria en victoria hasta la derrota final”

Y hasta ahora, en la Sanidad Pública, los diferentes Presidentes se han limitado a cambiar una y otra vez de entrenadores. ¿Se atreverán a limpiar el vestuario…?

“Mejorar es cambiar; así que para ser perfecto hay que haber cambiado a menudo“
Winston Churchill, político, estadista y Premio Nobel de Literatura británico (1874-1965)

A veces es mejor callar y parecer tonto,…

mas vale callar

…que abrir la boca y confirmarlo! Desgraciadamente la estulticia, diríase que congénita, de nuestros políticos les impide ser conscientes de ello. Cualquiera que haya leído la entrevista que este pasado fin de semana concedía el autoproclamado adalid de la regeneración y pureza democráticas Pablo Iglesias al diario El Mundo ha podido darse cuenta. Cuesta creer que alguien que se declara ferviente seguidor de Marx olvide tan fácilmente esta máxima. Claro que, a lo mejor, el Marx que él admira es el otro, más aburrido y de plúmbeo discurso y sin el ingenio y la rapidez mental del gran Groucho. Pero, para gustos, los colores…

La mayoría de respuestas del personaje a las preguntas del periodista, así como los mensajes que pretende incluir en ellas y que sin duda serán aceptadas como dogmas por parte de sus fieles seguidores, seguro que son fácilmente desmontables por cualquiera con un mínimo de conocimiento, criterio o, simplemente, de sentido común. Allá cada cual con lo que quiera creer. Pero lo que chirría escandalosamente en su impostado discurso, y a lo que soy especialmente sensible como ya he expresado en anteriores entradas en este blog (aquí y aquí), es la perpetua tergiversación que hace sobre el expolio sistemático e inmisericorde al que fueron sometidas las Cajas de Ahorro por parte de políticos y sindicalistas de la peor ralea. Su idílica aspiración de crear una “banca pública” sólo demuestra su ignorancia en este tema, y levanta sospechas acerca de su conocimiento real, más allá de lo escuchado en el bar de su facultad, de cualquier otro asunto. Lamentablemente, esto es un hecho bastante frecuente en toda la escoria política que se mueve en su mismo ámbito ideológico (también en el de los contrarios), pero lo mínimo que se debiera exigir a quien se presenta como el salvador de la patria, el San Jorge que ha de derrotar al malvado dragón de la casta, es un mínimo, si no de inteligencia, si de capacidad de estudio. Y más aún, a alguien que proviene de la Universidad, templo del saber, el estudio y la inteligencia. Por desgracia, Iglesias no hace sino reiterar los clichés de otros, de todo color, que vinieron antes que él: opinar sin conocer, sin saber, sin estudiar, repitiendo tan solo lo que han escuchado en cualquier foro o leído en cualquier panfleto acorde con su pensamiento único. Cuando el periodista lo enfrenta, ante su insistencia en defender una “banca pública”, ante la tesitura de reconocer que eso mismo es lo que se hizo, con el triste y desgraciado final que todos conocemos, con las Cajas de Ahorro, Iglesias demuestra, ¿una vez más?, su absoluto desconocimiento del tema y deja trascender lo que es aún más peligroso, su absoluta incapacidad para analizar sin sectarismos y desde la perspectiva de la razón desapasionada cualquier tema. En el caso concreto de las Cajas de Ahorro, Pablo Iglesias insiste en hacernos creer que la culpa de todos los males que han sufrido estas entidades es consecuencia  “de su bancarización» (sic). En Román paladino, que los males de las Cajas vienen de su intento de convertirse en bancos. Una vez más, tomando el rábano por las hojas, confundiendo fin con causa o, más sencillamente, el culo con las témporas. Lo que Pablo Iglesias desconoce, o no quiere conocer, es que el problema de las Cajas de Ahorro se inicia en 1985 con la nefasta LORCA promovida por el Gobierno de Felipe González y que abrió la puerta de par en par a permitir un absoluto control político de entidades hasta entonces magníficamente dirigidas por profesionales independientes sin atisbo alguno de “banca pública” que tanto gusta al líder morado. Pero además, y aunque pueda ser una tesis difundida por las variopintas televisiones que apoyan de manera más o menos explicita su devenir, para la cabeza pensante (¿?) de Podemos, el problema de las Cajas de Ahorro parece limitarse a Caja Madrid. Y, para ser más concretos, a la gestión de sus 2 últimos presidentes antes de su “bancarización”, Blesa y Rato. Una vez más, nuestros políticos dan sobrada muestra de su analfabetismo. Ni Caja Madrid fue la única entidad que sufrió el despiadado acoso de la jauría política y sindical, ni es el caso que mayor agujero, proporcionalmente, ha dejado. Pero claro, pretender que Pablo Iglesias conozca como quedó Caixa Catalunya tras la gestión del inefable Narcis Serra quizá sea demasiado pedir. Más aún cuando, probablemente, su única opción de “tocar poder”, que es lo que parece buscar y desear a toda costa, pase por eventuales alianzas con el partido que da sustento al señor Serra. Y, claro está, nadie muerde la mano que ha de darle de comer…

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En definitiva, podrán cambiar los nombres, podrán cambiar los decorados, podrán cambiar las actitudes y las poses, pero lo que nunca parece cambiar es el concepto que la escoria política que sufrimos en España tiene de todos nosotros, y el convencimiento de que somos borregos capaces de aceptar, balando, cualquier ocurrencia por absurda que sea, que cualquier argumento que se enuncie con voz aterciopelada y seductora, va a ser acatado, ¡e incluso, aclamado!, por la ciudadanía que paga sus desvaríos. Y así nos va…

«Nunca te expreses más claramente de lo que eres capaz de pensar»

Niels Henrik David Bohr, físico danés, Premio Nobel de Fisíca en 1922 (1885-1962)

El (pen)último insulto del Sistema a los médicos eventuales…

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Quizás porque hay sobreabundancia de noticias en los últimos días sobre golfadas y sinvergonzonerías varias – Rato, López Aguilar, Chaves, Griñán, Maduro,… –; quizás porque las aventuras de nuestra escoria política embarcada en una nueva carrera para alcanzar plaza con derecho al trinque, incluyendo los estrambotes que “prefieren ver la película antes que leer el libro”, acaparan toda la atención; quizás porque las distintas mareas, marejadas y mares gruesas están ahora en otros afanes; o quizás porque, simplemente, no le importa a casi nadie salvo a los insultados, se está sometiendo en estos días a una (otra más) despreciable humillación a muchos médicos de la Sanidad Pública madrileña. A muchos, pero no a todos. Tan solo a los eventuales, el escalón más bajo de la casta médica. Y quizás también por ello esté pasando esta noticia más desapercibida.

En las últimas semanas ha comenzado el proceso, aunque sería más adecuado llamarlo “la gracia”, de asignación de interinidades cual dádiva generosa con la que se pretende, ¡oh, albricias!, colmar las aspiraciones de un grupo de médicos cada vez más numeroso. Y qué duda cabe que es lo que cualquier eventual sueña: un nuevo contrato que, aunque mantiene y perpetúa en el tiempo la vergonzosa situación de discriminación laboral y económica que viene sufriendo, le ahorra el terrible trámite de tener que firmar cada 3 ó 6 meses la prórroga de su suculento contrato eventual. Y ante esta indudable ventaja, ¿quién se atrevería a pedir más? Porque un interino, curiosamente a semejanza de un eventual, no tiene derecho a cobrar trienios ni complemento de Carrera Profesional, ni por supuesto tiene derecho a ninguna promoción dentro del sistema, no puede optar a ninguna plaza mejor, no puede optar a ningún traslado ni comisión de servicios y no puede ni soñar con promocionar a Jefe de Sección o de Servicio. Pero eso sí, ¡es interino!

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¿Realmente esto importa a alguien más aparte de a los propios afectados? La impresión general es que, salvo contadas excepciones, no. Más allá de la “solidaridad de pasillo o de cafetería” poco se han involucrado muchos de los “propietarios” en la discriminación de los “eventuales”. No sólo en Madrid, en ninguna parte de España. Antes bien, parecería que muchos se han beneficiado, directa o indirectamente, de esta situación, ahorrándose posibles conflictos en temas sensibles como turnicidad, promoción interna, etc.

Lo peor no es el hecho, despreciable por sí mismo y que descalifica a todos los que lo intentan presentar como una solución, de que pasar de eventual a interino no aporte absolutamente nada (salvo el ahorro en tinta de bolígrafo, claro) al médico madrileño sino que, además, los criterios para hacerlo desprenden un terrible hedor a manipulación interesada, a pactos inconfesables, a contentar (o a enfadar) a todos por igual, a cualquier cosa menos a utilidad alguna. Después de un proceso que se ha alargado más de 8 meses, después de obligar a los médicos eventuales a presentar, debidamente compulsada, documentación una y cien veces presentadas ante las mismas instituciones, después de elaborar un baremo bajo la excusa de la más estricta igualdad de oportunidades y fomento de la meritocracia,…, después de todo eso y más, han llegado la vergüenza y el oprobio. No podemos decir que sea una sorpresa, más bien era esperable, incluso seguro, que aparecerían. Tan solo es la enésima demostración de un sistema mediocre que hace gala de su absoluto desprecio por la meritocracia.

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El “reparto” ha estado envuelto, desde el mismo momento en que se anunció, de un halo de oscurantismo. Nadie sabe cuantos médicos eventuales pasarán a ser interinos, ni donde, ni por qué unos si y otros no. Parecería lógico pensar, a la vista de los requisitos, que la asignación de interinidades seguiría un criterio basado en los méritos de cada aspirante: a mayor puntuación, mayores posibilidades. Pero no, no ha sido así. Existe una desinformación total acerca de los criterios empleados y de quien o quienes han participado en la elaboración de esos criterios y han decidido qué médicos eventuales eran destinatarios de la gracia de una interinidad. Y así, se están produciendo situaciones tales como que médicos con mayores méritos acreditados son discriminados en beneficio de otros con menos méritos por un oscuro reparto de cuotas inter- e intrahospitalarias. ¿Para qué, entonces , todo el sainete de presentar en plazo certificados y méritos? ¿Para asistir a un reparto previamente pactado? ¿Por qué no se procede a una asignación discrecional desde el primer momento ahorrando tiempo y esfuerzo a todos los médicos eventuales que creyeron de buena fe en el proceso? ¿Y que capacidad de recurso les queda a estos médicos eventuales que están viendo como sus años de trabajo y esfuerzo y los méritos generados, muchas veces a costa de su tiempo libre, no significan nada porque alguien ha decidió que, pese a contar con más méritos, no tiene derecho a esa interinidad que, sin embargo, beneficiará a alguien con menor puntuación por las oscuras cuotas de reparto?

Y lo más triste es que, aún, hay convencidos de que esta mofa es un avance, una suerte de unción para el que la recibe, una dádiva que no se puede siquiera rechazar. Y reparten felicitaciones por ello sin alterar el semblante. Muchos de los que se oponen, de toda forma posible, a apostar por un cambio que nuestra Sanidad Pública pide a gritos (cada vez más desesperados), a reclamar la laboralización para acabar con toda esta farsa y por un auténtico reconocimiento de la meritocracia como base sobre la que sustentar el sistema.

Este sistema público, espejo en el que debemos mirarnos, sistema que hay que defender frente a cualquier cambio percibido siempre como agresión y que se empeña en perpetuar el sistema de castas discriminatorias. Este modelo de virtudes frente al cual todos los demás palidecen, ejemplo de organización que protege los derechos de sus profesionales frente a la perfidia de otras, ha cometido, de nuevo, otra felonía contra el eslabón más débil de la cadena.

Su (pen)último insulto al médico eventual…

«¡Atreveos! El progreso solamente se logra así»

Victor Hugo, escritor francés (1802-1885)

Colapso en Urgencias: la lucha contra la mediocridad…

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El blog de @BeatrizSatu Blogueando que Son Dos Días publica hoy una magnífica entrada sobre la situación de los médicos que desarrollan su labor en los Servicios de Urgencia hospitalarios, y como las condiciones a las que están sometidos, zarandeados y maltratados desde todos lados, ponen en cuestión las convicciones  más fuertes de aquellos que han elegido ese camino. Es realmente desazonador leer como profesionales que han dedicado su esfuerzo, estudio y saber a la atención de las Urgencias y Emergencias sienten la tentación, y lo descrito en el blog no es una excepción, de dejarlo todo y abandonar ante la imposibilidad de llevar a cabo su trabajo con dignidad. Quienes vivimos de cerca el mundo de la Urgencia hospitalaria sabemos muy bien a que se refiere…

Más allá de la situación individual de cada uno de los médicos que trabajan en la Urgencia de cualquier hospital, y más allá de las puntuales situaciones estacionales y epidemiológicas que aumenten o disminuyan la presión asistencial a la que están continuamente sometidos todos estos profesionales, la actual situación de colapso en la mayoría de Servicios de Urgencia hospitalarios debería motivar alguna reflexión. Esta misma semana, se ha conocido el informe de la Defensora del Pueblo sobre la realidad de los servicios de urgencias y el impacto de su funcionamiento sobre los ciudadanos. El estudio, que analiza la situación de la Urgencia hospitalaria en España, considera necesario que se introduzcan cambios en la organización y gestión de los servicios para resolver los problemas de presión asistencial y de saturación. Además, reclaman que se cree una especialidad médica de urgencias y emergencias y recuerdan que la insuficiente dotación de plantillas titulares en muchos centros provoca que los médicos internos residentes asuman un grado excesivo de responsabilidad. Desgraciadamente, este informe tan solo refleja la situación en este momento concreto sin ahondar, ni mínimamente, en las causas que han conducido al actual deterioro. La situación del Urgencia hospitalaria tan solo es el reflejo del fracaso de un sistema construido sobre la mediocridad, que es seña en nuestra maltrecha Sanidad Pública:

  • Mediocridad  de los encargados de su gestión y organización, quienes son incapaces de adelantarse a los conocidos, y hasta cierto punto previsibles, aumentos puntuales en la demanda, y van siempre a rebufo de los acontecimientos, cuando no son claramente sobrepasados por ellos.
  • Mediocridad de sus directivos que, haciendo gala de su condición, han despreciado a profesionales con conocimientos y méritos acreditados para rodearse de una absoluta falta de talento que ni les hiciera sombra ni pusiera en evidencia su completa prescindibilidad.
  • Mediocridad en la gestión de la Atención Primaria, fracasando en el intento de hacerla centro del Sistema Nacional de Salud apelando al manido y maniqueo concepto de “acabar con el hospitalocentrismo del sistema y colocar al paciente en su centro”, y ni desplazamiento ni colocación del paciente ni capacidad de asumir estos retos. Haber logrado convertir la Urgencia en una suerte de consulta rápida y completa de salud no es, precisamente, acabar con el “hospitalocentrismo” sino, más bien, todo lo contrario…
  • Mediocridad de todos los que, pese a comprobar cada día que pasa el caos en que han sumido a las Urgencias, son incapaces de cualquier autocrítica y, mucho menos, de asumir su responsabilidad.
  • Mediocridad de aquellos que han convertido la atención en Urgencias, por comodidad o egoísmo, en un sustitutivo de su médico de cabera, de todos aquellos que regulan el horario de su asistencia a los servicios de Urgencia en función de acontecimientos deportivos o culturales…
  • Mediocridad de los (ir)responsables políticos, de todo color, que son capaces de sostener medidas sensatas de control como el copago cuando redactan documentos y que, sin embargo, lo niegan públicamente por un bastardo cálculo político. Ejemplos como el del diputado Freire y sus 166 propuestas de regeneración de la Sanidad Pública con AES o del renombrado ex-consejero Bengoa y “su” Informe Abril son claros ejemplos de la hipocresía imperante.
  • Mediocridad de todas aquellas sociedades científicas (SEMFyC, SEMI, SEMERGEN, SEMICYUC,…) que, guiándose sólo por su particular interés, se han opuesto siempre a la creación de una verdadera especialidad de Medicina de Urgencias y Emergencias, y prefieren la actual situación de caos y descontrol antes que ceder un ápice de lo que suponen “su capacidad de influencia”.

Pero muy por encima de todos ellos están las heroínas, y los héroes, como los descritos por @BeatrizSatu, que cada día dan lo mejor de sí mismas, inasequibles al desaliento y a la tentación constante de dar un portazo a toda esta mediocridad. Están todos esos médicos, a los que debemos agradecimiento eterno, que se resisten a dejarse vencer por esta recua de interesados y que, aunque juran cada vez que abandonan la Urgencia que no van a volver, al día siguiente están de nuevo dispuestos a recomenzar y dar lo mejor de sí mismos por algo en lo que, a diferencia de otros, verdaderamente creen.

«Conoces lo que tu vocación pesa en ti. Y si la traicionas, es a ti a quien desfiguras; pero sabes que tu verdad se hará lentamente, porque es nacimiento de árbol y no hallazgo de una fórmula»

Antoine De Saint Exupery, escritor y aviador francés (1900-1944)

 

Gestión Pública: ¿el comunismo del siglo XXI…?

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En los albores del siglo XX, el comunismo era la ideología nueva, fresca, rompedora, que prometía solucionar, de una vez y para siempre, todos los agravios pasados, presentes y futuros que se cometieran sobre el pueblo. Las ideas que Karl Marx y Friedrich Engels habían expresado a mediados del siglo XIX en su célebre Manifiesto del Partido Comunista atrajeron innumerables seguidores. Tantos que hasta alguien tan alejado de los postulados marxistas como Winston Churchill sostenía que “…quien no era comunista a los 20 años no tenía corazón…” (aunque después la continuaba con “…pero quien es comunista después de los 40 es que no tiene cerebro…”). En una época de gran inestabilidad geográfica y política, repleta de revueltas que permitían asistir al nacimiento de nuevos estados (y a la refundación de muchos de los viejos), estas ideas prendieron con exagerada virulencia. En numerosos países se implantaron, a lo largo de los dos primeros tercios del siglo XX, distintos regímenes que, al menos en origen, presumían de una base comunista. Ejemplos como los de la Unión Soviética y sus satélites o Albania en Europa; China, Vietnam, Camboya o Corea del Norte en Asia; Cuba, Nicaragua o, más recientemente, Venezuela en Hispanoamérica; Angola, Mozambique, Etiopía o Benín en África, representan la materialización en el poder de todas las variopintas ideologías que se cobijan bajo el paraguas del comunismo. No es necesario recordar como terminaron muchos de ellos después, eso sí, de dejar un reguero de muerte y devastación a su espalda.

Y aún así, el comunismo continúa siendo una bandera que muchos defienden y que, de tanto en tanto, se enarbola como modelo utópico de sociedad ideal a la que todos debemos aspirar. Y cuando sus enfebrecidos defensores son puestos ante la realidad de la historia, de las secuelas dejadas por aquellos a los que idolatran, de la pobreza y miseria que subyacen parapetadas tras la barrera defensora de la “lucha de clases”, la respuesta es, tozudamente, la misma: “…es una buena ideología pero que se ha aplicado mal…”. Se ha aplicado mal en todas partes donde lo ha hecho, en muy distintos países, de muy distintas culturas, con muy distintos líderes y en muy distintas condiciones sociales y políticas. Y, pese a ello, “se ha aplicado mal”… Ni autocrítica, ni reconocer los daños causados, ni renunciar a su imposición. Sólo, “se ha aplicado mal”, lo que implica una obstinada intención de seguir reclamándolo por todos los medios, en la obcecada esperanza de que alguna vez llegue alguien que «lo aplique bien»

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Pues algo similar a lo sufrido con el comunismo sucede, en los albores del siglo XXI, con la no menos sacrosanta Gestión Pública. Una gestión pública que, al menos en España, allá donde se ha aplicado se ha caracterizado por su devastadora ineficiencia, por su esclerosante burocratización, por su indomeñable corrupción. La gestión pública (política) de la banca, de los Medios de Comunicación, de la Universidad o de la Sanidad son buena muestra de la ineficacia de un sistema podrido y agotado, y de la necesidad imperiosa de cambiarlo. Pero, aún con todos estos ejemplos, y los que día si y día también conocemos, todavía hay muchos que siguen no sólo defendiendo sino también exigiendo su aplicación en todos los ámbitos. Continuamente asistimos a las autodenominadas “mareas”, de todos los colores, que claman por mantener a toda costa una estructura obsoleta y carcomida desde dentro. Y no son pocas las voces que, ante las evidencias de ineficiencia que justifican de sobra un cambio necesario, persisten en repetir la manida cantinela de que “es un sistema ideal de gestión pero es que se ha aplicado mal…”. La misma tozudez y cerrazón que caracterizaba a los nostálgicos del comunismo es ahora patrimonio de estos defensores de la Gestión Pública. Siguen reclamando la pervivencia de un sistema donde la autocrítica, la asunción de responsabilidades o la valoración de los méritos individuales brilla por su ausencia. Un sistema tremendamente politizado, donde priman intereses pseudoideologizados sobre el trabajo bien hecho, donde nadie es responsable de su deterioro, tan solo lo es un ente abstracto conocido como “Administración” pero del que ninguno de los reclamantes forma jamás parte, donde la mediocridad, el nepotismo y las corruptelas varias se enseñorean,en mayor o menor medida,en todos los ámbitos donde la Gestión Pública es ley. La respuesta es, siempre, la misma: “…el concepto es bueno, sólo se ha aplicado mal…”

Se ha aplicado mal en las Cajas de Ahorro, esquilmadas por las gestión pública de dirigentes colocados allí por su ideología como único mérito; se ha aplicado mal en la Universidad pública, mangoneada en lugar de dirigida por fanáticos ideologizados que ven en las aulas, antes que la cuna del saber y la evolución, un caldo de cultivo idóneo para alimentar sus propios delirios y ambiciones, y donde cualquiera que no comulgue con la ideología reinante tiene comprometido su desarrollo profesional, por brillante que sea su trabajo; se ha aplicado mal en las Televisiones y demás Medios de Comunicación públicos, donde la información está siempre tamizada por el sesgo ideológico del que manda; se ha aplicado mal en la Sanidad Pública, donde priman los “derechos adquiridos” de una casta privilegiada sobre el esfuerzo y méritos de los comunes, donde las “bolsas de ineficiencia” afloran a poco que uno rasque levemente la superficie, donde cualquier autocrítica de sus responsables es una mera entelequia… Se ha aplicado mal…

Y, por último, además de la repetida justificación sobre los errores en su aplicación y desarrollo, comunismo y gestión pública comparten más aspectos rechazables. Ambas, comunismo y la gestión pública (política) en España, tienen en común su gusto por anular el esfuerzo individual para anteponer los intereses de una casta, muchas veces mediocre, a los méritos de quienes no pertenecen a la misma y, sobre todo, su inmensa capacidad de conducir a la desmotivación y al abandono, antes o después, a cualquiera que no comulgue con la doctrina imperante.

En definitiva, y salvando todas las diferencias existentes entre comunismo y Gestión Pública en un país democrático, lo cierto es que ambas comparten la obstinación en su propia mediocridad, la autocomplacencia sin asomo de autocrítica ni asunción de responsabilidades y una preocupante cortedad de miras que le impulsa a seguir reclamando su imposición cueste lo que cueste y caiga quien caiga. ¿No sería más honrado reconocer que, al menos para España, no es el mejor sistema de gestión?

“Un burócrata es el más despreciable de los hombres, aunque es necesario tal como los buitres son necesarios, pero muy extrañamente alguien admira a los buitres, a los cuales los burócratas se parecen tanto. Todavía tengo que conocer a un burócrata que no sea reparón, lerdo, insensato, burlón o estúpido, un opresor o un ladrón, un portador de un poco de autoridad de la que se vanagloria como un niño se vanagloria de poseer un perro fiero. ¿Quién puede fiarse de criaturas así?”
Marco Tulio Cicerón, Senador y Cónsul romano (106-43 A.C.)