Las alpargatas del médico

 

“No descansaré hasta conseguir que el médico lleve alpargatas”. Esta frase, pronunciada por Alfonso Guerra en un mitin de campaña en Jerez de la Frontera en 1982, es una realidad desde hace bastante tiempo. Los múltiples y variopintos gobiernos que se han sucedido en España desde entonces – todos, sin excepción – lo han logrado con su maltrato contumaz al médico. Y la consecuencia directa de ello ha sido igualar a todos los médicos. Por abajo, por las alpargatas…

Pero, sin duda alguna, las peores alpargatas de los médicos, las más dañinas, las que están destrozando la práctica de la Medicina en España, son las alpargatas mentales que muchos, incluso con indisimulado orgullo, portan. Y sin sombra alguna de autocrítica.  A día de hoy, la que otrora fuera una profesión liberal, sólo condicionada y sujeta por el buen hacer y conocimiento de su arte por parte de quién la practicaba y que era por ello reconocido se ha convertido en un empleo funcionarial, burocratizado, esclerotizado, triste, en dónde todo lo que se aparte de la corriente dominante es visto como una deslealtad insoportable. A criterio de muchos de sus integrantes, la única manera digna y respetable de ejercer la Medicina en nuestra país es dentro del llamado sistema público, y cualquiera que se salga de la norma es rápidamente acusado de buscar únicamente un lucro personal (económico) por encima de cualquier otra consideración y, por tanto, tachado de indigno y despreciable. La superioridad moral de sus alpargatas mentales no admite discusión…

Aunque para alpargatas mentales que atan e impiden cualquier atisbo de autocrítica, nada más representativo que la situación actual de la Atención Primaria en nuestro país. Resulta cuanto menos sorprendente la encendida y arrebatada defensa de la Medicina Familiar y Comunitaria (MFyC), a la que se intenta presentar como centro y epítome de la Medicina, por parte de muchos de los médicos que tradicionalmente la han despreciado. Médicos que, como reflejan año tras año las prioridades durante la elección de plaza para el M.I.R., han ninguneado la opción de MFyC reservándola mayoritariamente– siempre hay excepciones – para las últimas adjudicaciones, elección tras elección, año tras año. ¿Cuántos de esos no consideraron siquiera la opción de elegir esa MFyC que hoy defienden con abnegada unción?, ¿cuántos, antes bien, no tuvieron inconveniente en trasladarse lejos de su lugar de residencia para formarse en otra especialidad antes que en MFyC?, ¿cuántos decidieron repetir suerte en el examen de la siguiente convocatoria antes que escoger “una especialidad de 3 años”?, ¿cuántos realizaron una formación en MFyC para volver a presentarse al examen y elegir otra especialidad?, ¿y a la inversa?…Y, de nuevo, las alpargatas mentales nublan la autocrítica para reconocer el trato displicente que muchos médicos hospitalarios – incluso de los que ahora se sitúan en la vanguardia de la protesta –  han tenido con los médicos de la Atención Primaria, privándolos de recursos y capacidad de decisión, considerándolos en demasiadas ocasiones como meros emisores de “sus” recetas, ignorando que su amplio conocimiento del paciente y sus circunstancias puede ser de enorme ayuda…

Otrosí de la numantina resistencia a reconocer que los medios de los que disponemos son finitos, y la demanda de atención médica tiende cada vez más al infinito. Y que por muchos recursos que se movilicen, humanos y materiales, sin una adecuada educación sanitaria que incluso pase por la adopción de medidas impopulares aunque necesarias, no habrá nunca solución. Pero las alpargatas (mentales) que muchos calzan no parecen adecuadas para recorrer ese camino…

Finalmente, las alpargatas mentales que constriñen el pensamiento y raciocinio de las Sociedades científicas representantes de esos médicos de Atención Primaria, ahora tan en el centro del debate, que privan terca y porfiadamente a muchos otros compañeros de la opción de avanzar y mejorar negándose a aceptar la creación de una especialidad de Urgencias por mor de oscuros y bastardos intereses (aquí).

No ha hecho falta mucho esfuerzo para que los médicos nos hayamos calzado esas alpargatas que no hacen sino limitar y empobrecer la práctica de la Medicina. Algún día habrá que preguntarse quién, cómo, cuándo y por qué aceptamos éstas alpargatas. Pero ahora es tiempo de despojarse de ellas y asumir que el calzado de cada cual sólo debe estar condicionado por su valía, sus méritos y su capacidad, y no por imposiciones espurias de los que se consideran a sí mismos guardianes de las más exquisitas y puras esencias.

O lo hacemos ya, o acabaremos todos caminando descalzos…

«La prueba de una inteligencia de primera categoría es la capacidad de mantener dos ideas opuestas en la mente al mismo tiempo, y todavía conservar la capacidad de funcionar»

Francis Scott Fitzgerald, escritor y novelista estadounidense (1896-1940)

INDEPENDENCIA: la revolución pendiente de la radioterapia en España…

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Que la radioterapia es una de las herramientas más eficaces frente al cáncer (la segunda en importancia tras la cirugía) es algo conocido desde hace más de 120 años. Que, además es, probablemente, la que mejor balance coste-beneficio presenta, también. Que, por si fuera poco, la radioterapia tiene cada vez un papel más importante en el tratamiento de numerosas enfermedades no tumorales (artrosis, arritmias cardiacas, patología funcional del sistema nervioso, etc.) es una realidad innegable.

Y aún así, la visibilidad de la Oncología Radioterápica es, con mucho, de las menores dentro de la amplia panoplia de especialidades médicas y quirúrgicas. Hace unos pocos días se desarrollo en Twitter, y a raíz de una interesante entrada de recomendable lectura de nuestra compañera la Dra. Virginia Ruíz (@roentgen66) en su blog (“Invisible”) una enriquecedora discusión acerca de los posibles motivos que justificarían tan escaso conocimiento del papel de la radioterapia no sólo en la población general sino también dentro del propio ámbito médico (hilo aquí).

Entre los argumentos discutidos –  especialidad “pequeña en número de especialistas” en comparación a otras, presencia en un número limitado de centros, ausencia (o muy escasa) representación en los cursos de pregrado de Medicina, complejos y prejuicios atávicos frente al empleo de radiación ionizante,… – destaca sobre todos ellos uno, la casi absoluta y total dependencia que los oncólogos radioterápicos tenemos de “las máquinas” de tratamiento. La reciente donación de la Fundación Amancio Ortega ha venido a paliar un gravísimo problema de disponibilidad de unidades de tratamiento modernas y avanzadas en nuestro país, cuestión que gobiernos centrales y regionales de todo colorín han venido evitando afrontar de manera sensata desde hace mucho tiempo. Y, colateralmente, ha servido para poner en el centro de la noticia la importancia de la  radioterapia como tratamiento frente al cáncer dándola a conocer a gran parte de la población que lo ignoraba. Sin embargo, al tiempo que contribuir al avance en la visibilización ante la sociedad de la radioterapia como uno de los tratamientos más eficaces frente al cáncer, ha contribuido a invisibilizar, aún más si cabe, el papel del oncólogo radioterápico. Pero antes de lamentarse por ello e intentar buscar responsables externos, quizás convendría hacer un poco de autocrítica.

En casi 125 años de historia, la Oncología Radioterápica española ha sido incapaz de hacerse visible en gran medida porque ha sido incapaz de independizarse de “sus máquinas”. Incapaz de trascender la importancia que la tecnología pudiera tener, que sin duda tiene, y hacerse valer por lo que realmente somos, oncólogos, médicos especialistas en el diagnóstico, tratamiento y cuidado de los pacientes con cáncer (sin merma de las otras posibles utilidades de la radioterapia). Dependencia que nos ha condenado a ser el médico de la máquina, a que importe más “lo grande y potente” que sea la máquina en sí antes que la habilidad y pericia del profesional en su empleo. Tan sencillo de entender, como de resumir, en lo que va de “me ha operado el Dr. Xxxx…” a “me he tratado con el CyberKnife/Tomoterapia/Protones…”

Y si nosotros mismos no somos capaces de lograr la independencia de esa “tiranía tecnológica” no esperemos que sea la sociedad quien nos la otorgue ni, por supuesto, los responsables sanitarios quienes nos la reconozcan. Resulta desalentador comprobar cómo desde las gerencias, pero también desde jefaturas de Servicios, se da la mayor importancia a la máquina recién adquirida, vanagloriándose ambos de las particularidades técnicas de la misma, de su energía, de su precisión, de sus distintos complementos…, antes que preocuparse por la habilidad, pericia y conocimiento de los profesionales que la deben utilizar a diario. La tecnología sin conocimiento no sirve absolutamente de nada. Antes bien, será probablemente más dañina que beneficiosa. Pero ninguno de estos henchidos y fatuos ¿responsables? se preocupa de invertir en mejores profesionales, de anteponer el fichaje de oncólogos con conocimiento y habilidad al del último avance tecnológico. Pareciera que, en su deformada opinión, cualquiera es capaz de utilizar los modernos aceleradores, que éstos, por sí mismos, son capaces de conseguir los más óptimos resultados (siempre que el médico no incordie demasiado, deben pensar), que las horas dedicadas al estudio e investigación, el esfuerzo y la dedicación de los profesionales es una minucia – irrelevante e incluso prescindible en muchos casos – frente a la potente tecnología que tan subyugados los tiene. O, quizás, simplemente temen más al intelecto humano que a cualquier inteligencia artificial. ¡Cuánto debemos aprender los oncólogos radioterápicos de otros profesionales, como por ejemplo los radiólogos, que han sido capaces de independizarse de la tecnología y hacerse valer por sí mismos y por el conocimiento que aportan! Como dejó dicho Christian Lange, “la tecnología es un siervo útil, pero un amo peligroso”, y algunos de nuestros responsables (siempre demasiados) han claudicado ante ella.

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Ha llegado ya el momento, al menos así los pensamos muchos oncólogos radioterápicos, de poner pie en pared y decir ¡basta!, de sacudirnos la dependencia (tiránica en ocasiones) de unas máquinas concebidas como herramienta pero que nunca deben ser núcleo del sistema, de considerar el estudio y conocimiento siempre por encima del refinamiento tecnológico. Al igual que no cura el bisturí – ya sea manual, eléctrico o el más moderno y robótico Da Vinci –  sino quién lo empuña (con todo el estudio, conocimiento, experiencia y habilidad que acarrea), tampoco curan los fotones, protones, electrones o neutrones, sino quiénes los saben emplear maximizando su eficacia gracias a su estudio, esfuerzo y dedicación.

Pero también tenemos que lograr una INDEPENDENCIA que nos conduzca a abandonar, de una vez y para siempre, prejuicios y complejos tóxicos. Superar clichés e ideas preconcebidas sobre “sopletes” y demás estultas ocurrencias o, en palabras de  la también oncóloga @raquel_ciervide en el mismo hilo «dejar de hacer monográficos de toxicidad y comenzar a defender lo que hacemos, curar, conservar, aliviar, no mutilar,…. y ser docentes, desde la consulta hasta todos los foros posibles». En definitiva, sacudirnos toda esa gruesa capa que tradicionalmente nos acompaña e iniciar una revolución que trascienda lo tecnológico. De nada sirve disponer de la radioterapia del siglo XXI para continuar haciendo tratamientos del siglo XX. Y eso está en nuestro debe. Nada podremos reclamar si no somos capaces de avanzar y seguimos considerando que “lo he hecho siempre así y me va bien” es un concepto aceptable. Y, de nuevo, estudio, esfuerzo e investigación deben de ser los pilares sobre los que sustentar la independencia.

Ahora es el momento de reclamar INDEPENDENCIA. Una independencia que se sustente en conocimiento y habilidad, en estudio y formación, en investigación y avance constante. Porque la Oncología Radioterápica es mucho más que mera tecnología. Porque antes que minusvalorarlo, el capital humano es el activo más importante de los Servicios, siempre por encima de cualquier máquina. Porque tal como estamos acostumbrados a vencer obstáculos externos seguro que también podremos derrotar las trabas internas que aquellos que permanecen anclados en su pasado interpondrán. Pero esta INDEPENDENCIA no se regala, éste exigir la prevalencia del conocimiento sobre la tecnología no será gratuito, habrá que conquistarla.

Y en nuestras manos está lograrlo…

«La tecnología no es nada. Lo importante es que tengas fe en la gente, que sean básicamente buenas e inteligentes, y si les das herramientas, harán cosas maravillosas con ellas»

Steven Paul Jobs (1955- 2011) inventor y empresario estadounidense

¿Por qué es invisible la Oncología Radioterápica en #MIR2019?

 

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La elección, o mejor dicho la no elección aún, de plazas de Oncología Radioterápica en la convocatoria MIR de 2019 cuando ya han ejercido este derecho más de 3000 médicos aspirantes ha vuelto a destapar (si es que alguna vez estuvieron tapadas) las vergüenzas de nuestra especialidad. Y con ello han aflorado, otra vez, todas las variopintas excusas para justificarlo. Pero lo cierto es que con 3000 plazas ya asignadas tan sólo 7 especialidades médicas¿las 7 de la ignominia? – permanecían con todas las plazas ofertadas disponibles. Y una de ellas, Oncología Radioterápica.  Triste, pero real. 

Numerosos oncólogos radioterápicos han intentado explicar en las últimas horas y a través de las redes sociales esta realidad aunque desgraciadamente, y como sucede en muchas ocasiones, cada cual ha intentado arrimar el ascua a su sardina. Por un lado, están quienes justifican la ausencia de interés en la falta de presencia de la especialidad en los cursos de pregrado olvidando que, en los últimos años, es cada vez mayor la presencia de la Oncología Radioterápica  en la docencia universitaria de Medicina y que, pese a ello, sigue sin despertar el tan deseado interés. Y tampoco debieran olvidar que especialidades más solicitadas como Cirugía Plástica, Anestesiología o Medicina Intensiva no tienen una presencia superior a la de Oncología Radioterápica en las aulas de pregrado. En otro lado se sitúan quienes se escudan en las malas perspectivas de trabajo a la finalización del periodo de formación y en las miserables condiciones de los contratos – habitualmente eventuales – ofertados, obviando que la indigencia contractual no es patrimonio exclusivo de la Oncología Radioterápica sino que es bastante habitual en otras muchas especialidades. Aún más, la reciente inyección monetaria generosamente donada por Amancio Ortega, y que va a suponer una profunda renovación de equipos en toda España, con la adquisición de la más moderna y avanzada tecnología, debiera ser acicate para despertar interés entre los médicos aspirantes a especialistas. Y, de momento, tampoco es así. Excusas y más excusas, cuando lo que realmente se echa a faltar es una profunda y serena autocrítica.

¿Por qué Oncología Radioterápica no resulta atractiva a los recién egresados de las Facultades de Medicina de toda España?  Parece imprescindible buscar dentro de nosotros las razones de esta displicencia y desapego para con nuestra especialidad. Una especialidad que, no se olvide, será necesaria en más del 70% de los pacientes con cáncer en algún momento durante el devenir de su enfermedad y que es, tras la cirugía, la segunda estrategia terapéutica más eficaz frente el cáncer, además de ser la menos gravosa para el erario público.

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No obstante, debiéramos reconocer que la mala prensa asociada en (demasiadas) ocasiones con la radioterapia procede de nuestras propias sentinas:

  • En primer lugar, el empeño en “maquinizar” la especialidad, en primar la calidad y cantidad de aceleradores sobre la habilidad y conocimiento de quienes indican su empleo es un factor determinante. Lo que va de “me operó el Dr. X” a “me traté con protones”, por poner un ejemplo. No parece que seamos capaces, salvo excepciones,  de desligarnos de la máquina, de presentarnos como especialistas en oncología que emplean tanto medios físicos como químicos para el tratamiento del cáncer, con independencia de la marca o modelo del acelerador. Y así nos va.
  • En segundo lugar, el continuo e inexplicable empeño de muchos en “vender” toxicidad, en poner el foco sobre aspectos negativos del tratamiento, en mostrarnos timoratos por posibles efectos secundarios antes que aparecer orgullosos de los enormes logros obtenidos, contribuye a ofrecer una imagen tremendamente distorsionada de lo qué es y para qué debe emplearse la radioterapia. Nos han convertido en una especialidad acomplejada, en una especialidad en la que cualquier avance médico o tecnológico es presentado en demasiadas ocasiones por responsables de los Servicios como “una manera de disminuir la toxicidad en los tejidos sanos” antes que en un aumento de la curación. Y, sin embargo, la percepción casi generalizada en la población general, y de otros muchos médicos y pacientes en particular, de que la radioterapia pese a su utilidad estará casi inevitablemente asociada con un elevado riesgo de toxicidad secundaria contrasta con la casi absoluta ignorancia acerca de, éstos sí  realmente preocupantes, los inocultables efectos indeseables de la inmunoterapia, última estrella (¿o burbuja?) que surca el rutilante firmamento oncológico. Seguramente pocos conocen, porque poca publicidad se le ha dado, que el empleo de inmunoterapia acelera el crecimiento del cáncer (hiperprogresión) en un 9%-29% de los pacientes, llevando a una rápida, y en ocasiones fatal, evolución y desenlace. 
  • Finalmente, aunque la existencia de prejuicios y falsas concepciones con respecto a la Oncología Radioterápica no es exclusivo de nuestro país puesto que también sucede en otros lugares, nuestra responsabilidad como oncólogos no debe esconderse tras esta supuesta globalización. Si la Oncología Radioterápica es poco visible aún, gran parte de la responsabilidad es nuestra y de quienes dirigen nuestra Sociedad científica (SEOR) y su política de comunicación, desgraciadamente muy mejorable. Baste como ejemplo conocer que el reciente congreso de la European Society for Radiotherapy (ESTRO) ha contado con una nutrida participación española, tanto en el apartado de ponencias como en comunicaciones de resultados, sin que haya merecido una sola mención por parte de SEOR a través de sus canales y redes de comunicación. Si ni siquiera somos capaces de explicar lo que hacemos y difundir nuestros resultados, ¿cómo pretendemos que se conozca de nuestro trabajo?    

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En definitiva, la Oncología Radioterápica es una especialidad médico-quirúrgica que aprovecha las ventajas en eficacia, eficiencia y efectividad de una herramienta como la radioterapia que es fundamental e imprescindible para el tratamiento moderno del cáncer, y de otras enfermedades no tumorales, y cuyas perspectivas futuras no dejan de crecer, lo que la hace enormemente atractiva para cualquier médico que desee especializarse frente al cáncer. Pero esto sólo será posible si reconocemos y abandonamos actitudes y posturas derrotistas, de secular tradición entre nuestras huestes, y apostamos sin complejos por demostrar y visibilizar sus resultados y beneficios.

En nuestras manos está

«Lo peor no es cometer un error, sino tratar de justificarlo, en vez de aprovecharlo como aviso providencial de nuestra ligereza o ignorancia»

Santiago Ramón y Cajal, médico español (1852-1934).

Oncología Radioterápica en España: motivos para el cambio, motivos para creer…

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Hace pocos meses planteaba en una entrada en este blog si el año 2018 sería, por fin, el año de la radioterapia en España. La generosa aportación de Amancio Ortega para la renovación de los equipos de tratamiento, que venía a paliar la sin par desatención que las distintas administraciones que (mal)gobiernan nuestro ricos y variopintos paisitos tradicionalmente dispensan a la Oncología Radioterápica debería servir como acicate y punto de inflexión para su definitivo despegue. Pasan los meses y, desgraciadamente y salvo contadas excepciones, no está siendo así. No al menos con la rapidez y contundencia que muchos desearíamos. Se adquieren equipos, en ocasiones con criterios peculiares, y siempre enfangados por la asfixiante burocracia hispana que convierte cualquier atisbo de avance en una carrera de obstáculos trufada de obstáculos. Discusiones acerca del lugar de instalación, creencia administrativa de que los equipos funcionan “per se”, sin tener en cuenta las necesidades de personal que conllevan, falta de planificación y adecuación a las necesidades reales existentes,…

Con todo, la renovación de equipos es necesaria, pero la renovación de conceptos e ideas lo es mucho más. Y ahí si tenemos la oportunidad, y la obligación, de actuar e incidir con toda nuestra fuerza.

Esta semana, y a raíz de la publicación de un artículo que analiza la disminución de los ensayos de radioterapia y que aboga por apostar por el debate y la colaboración entre oncólogos, agencias de financiación, líderes de la industria y otras partes interesadas, distintos oncólogos radioterápicos españoles, de diferente procedencia y posición – @LuisAlberto3P, @AmadeoWals, @roentgen66, @CVictoria, @mtmurillo1, @FuenteApolo, @davidbermudezi, @JoaquinJCabrera, @Monthy_A,… – han planteado un sensata reflexión sobre los males que aquejan a la radioterapia española, curiosamente en una de esas redes sociales en las que la actividad de la propia sociedad científica brilla en demasiadas ocasiones por su ausencia (baste recordar el último congreso de la sociedad europea ESTRO hace pocas semanas…). Aquí se han planteado, de manera racional y descarnada, con un innegable espíritu de autocrítica pero sin tapujos y siempre con el trasfondo implícito de mejora y avance, algunos de los “pecados” que lastran a la Oncología Radioterápica española:

  1. No comunicamos con la sociedad (asociaciones y autoridades).
  2. Descuidados la docencia universitaria.
  3. Aparcamos la investigación.
  4. Hemos mantenido guerras absurdas basadas en complejos de inferioridad.
  5. Trabajamos en grupos y no en equipos.
  6. Hemos creído que decir «yo soy oncólogo radioterápico» era suficiente para tener el respeto de otros profesionales
  7. Nos hemos «embobado» con la alta tecnología y hemos descuidado la clínica, favoreciendo la percepción de que somos técnicos, no oncólogos.
  8. Hemos descuidado la parte farmacológica de la especialidad, en especial la concomitancia, favoreciendo que la hagan otros.
  9. Hemos «vendido» (y continuamos) toxicidad en vez de curación. Cada nueva adquisición «reducirá la toxicidad».
  10. No somos capaces de publicar nuestros resultados.
  11. Estamos instalados cómodamente en nuestros «búnkeres» y muchos compañeros del propio hospital nos desconocen por no salir de ahí.
  12. Educación para la Salud: Dar a conocer la radiooncologia en colegios, centros de salud, charlas divulgativas, universidad.
  13. Hemos «renunciado» (al menos la jerarquía dirigente) a las Redes Sociales y su poder.
  14. Muchos ha preferido el «estar» al «ser»…
  15. Hay que fomentar el bien común frente al individual. Unidos somos más fuertes.
  16. Ausencia de liderazgo
  17.  …

Son sólo algunos, pero suficientes para que sirvan de aviso y acicate para avanzar. Al fin y a la postre, el reconocimiento de un error ya lleva implícita la mitad de su solución. Son motivos para creer. Para creer que un cambio es posible.

Y nuestra Sociedad debe ponerse a la vanguardia, sacudirse los complejos y liberarse de ataduras, abandonar justificaciones paranormales y liderar el cambio y avance que la Oncología necesita en España.

«Lo peor no es cometer un error, sino tratar de justificarlo, en vez de aprovecharlo como aviso providencial de nuestra ligereza o ignorancia»

Santiago Ramón y Cajal, médico español, Premio Nobel de Medicina y Fisiología (1852-1934)

Másteres y CV: a propósito de un caso y revisión de la literatura…

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En las últimas semanas, y gracias a la vergonzosa y vergonzante actitud de la presidenta de la Comunidad de Madrid, se ha destapado la gran afición de nuestros políticos, ¿sólo de ellos?, por apropiarse de títulos que ni han conseguido ni, muy probablemente, merecen. Cristina Cifuentes ha decidido acabar con su actividad pública mediante una golfada, una más de los que se arrogan representarnos, que la obliga sin excusa alguna a marcharse a su casa. Por mentir, pero también por el desmedido afán de adornarse sin esfuerzo tan común en la clase política española. Y a raíz de eso, y mientras esperamos que la señora Cifuentes abandone de una vez su cargo, han comenzado a florecer, más bien a desaparecer y ser borrados, títulos varios en curricula de toda el amplio colorín de la estulticia política española. Licenciaturas, grados, posgrados, másteres y cursillos varios han ido desvaneciéndose, callada pero velozmente, de los falsos historiales de los que presumían esta recua de mediocres que nos ha tocado en desgracia mantener.

Si al menos el asunto de Cristina Cifuentes sirviera para limpiar la mugre que se enseñorea en la Universidad española, esa Universidad que concede títulos a asesinos convictos sin reparo alguno, esa Universidad que concede becas a amiguetes y conmilitones sin exigencia alguna y tan sólo a cambio de garantizarse un cargo futuro en cualquier institución del Estado (pagado, por supuesto, por todos los contribuyentes), esa Universidad donde afloran las taras más incapacitantes que la endogamia cuasi perpetua mantenida durante décadas hace florecer Pero, desgraciadamente, la golfada del máster presidencial ni siquiera servirá para acabar con éstos desmanes. Ya se encargarán todos los responsables, ya se están encargando, de proteger como sea sus privilegios y chanchullos, negando cualquier atisbo de reconocimiento de la corrupción que impera en muchos estratos de la Universidad española.

Pero, y dado que nuestra escoria política no es sino un reflejo de la sociedad actual, este tipo de despreciables maniobras no es potestad exclusiva de ella. En todos los ámbitos sucede y, también, en la profesión médica. Sin embargo, una vez más la ausencia total y absoluta del más mínimo atisbo de autocrítica caracteriza actuaciones casi tan despreciables como las protagonizadas en estas últimas semanas por políticos de todo color, con la presidenta de la Comunidad de Madrid a la cabeza de la infamia. Eso sí, los médicos, al igual que la inmensa mayoría de la población española se han permitido pontificar acerca de la pureza e indudable calidad de la educación y formación continuada que debe exigirse a cualquier individuo y más especialmente a todo trabajador de la Administración pública. Exigencia no exenta de una, en muchas ocasiones, vergonzosa hipocresía. ¿Cuántos cursos y másteres de diferentes universidades españolas no son sino una herramienta recaudatoria sin que exista una necesidad real que demande su existencia, y sin que aporten valor científico alguno? Pero raro es la Sociedad científica que, hoy día, no avala u organiza estos cursos y másteres. ¿Cuántos curricula se han “construido” gracias, por ejemplo, a la “asistencia” a cursos de formación de distinto pelaje, en los que la exigencia no ya de aprovechamiento sino, incluso, de asistencia era, por decirlos de manera suave, más que dudosa? Pero luego todos esos cursos puntúan en las distintas OPEs que se convocan… ¿Cuántos curricula se sostienen sobre publicaciones en las que el beneficiado no sólo no ha participado activamente, como debiera ser obligatorio, sino que en muchas ocasiones ni ha leído el manuscrito (ni antes ni después de su publicación)? Pero esas publicaciones “regaladas” por el verdadero autor, bien por interés propio u obligadas por el estricto respeto a una jerarquía basada en gerontocracia antes que, en verdadera meritocracia, cuentan y son la base, en demasiadas ocasiones, para alcanzar esa Jefatura de Sección o Servicio tan ansiada. Una práctica, las autorías regaladas, que cada vez es más despreciada y condenada por la comunidad científica. ¿Cuántos CV se adornan con la participación en ensayos clínicos, dirección de cursos o de másteres, ¡precisamente!, o con la dirección, en ocasiones impuesta, de tesis doctorales muchas de las cuales no llegan a ver la luz? Pero todo suma, y décima a décima, punto a punto, se labra el porvenir, junto con el inevitable hecho biológico de acumular meses en un sillón sin que exista manera de evaluar la calidad de éstos, valorándose exclusivamente la cantidad.

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Cristina Cifuentes tiene que irse. Sin duda. Por mentir. Por falsear su CV. Por apropiarse de méritos que no merece. Pero convendría también que muchos que ahora se ensañan por un máster que revisaran sus propios curricula. Por ver si alcanzan el nivel de pureza y exigencia que dicen defender….

«Solo hay una forma de saber si un hombre es honesto: preguntárselo. Si responde que sí, ya sabemos que es un corrupto»

Groucho Marx, actor, humorista y escritor estadounidense (1895-1977)

¿Será 2018, por fin, el año de la Radioterapia en España?…

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La celebración el 4 de febrero del Día Mundial del Cáncer es una buena ocasión para conocer o recordar qué es la Oncología Radioterápica y qué papel tiene en el tratamiento del cáncer 

La Oncología Radioterápica es la disciplina médica que emplea la radiación ionizante (radioterapia) para tratar pacientes con cáncer y a menudo en combinación con cirugía y/o tratamientos farmacológicos. La radioterapia es un modalidad terapéutica prescrita por oncólogos altamente capacitados y representa un excelente ejemplo de colaboración interdisciplinar  entre médicos, radiofísicos, técnicos especialistas en radioterapia (TER) y enfermería. La radioterapia es, tras la cirugía, el tratamiento más eficaz para curar el cáncer. Así ha sido desde sus primeros pasos en las postrimerías del XIX y los albores del XX hasta la actualidad. Y su eficacia, lejos de menguar continúa aumentando.

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El principal objetivo de la radioterapia es alcanzar la curación del cáncer, ya sea de manera exclusiva o en combinación con otro tratamientos, pero también tiene un papel determinante en la paliación para mejorar los síntomas y la calidad de vida en pacientes con cánceres avanzados e incurables. Pero no sólo es útil la radioterapia en el tratamiento del cáncer sino que también, cada vez más, es empleada con notable eficacia en el tratamiento de enfermedades consideradas benignas pero que acarrean un quebranto evidente para la salud y calidad de vida de quiénes las padecen: neuralgias, trastornos funcionales del sistema nervioso (temblor, epilepsia,…), artrosis degenerativa e, incluso, trastornos cardiacos como arritmias intratables.  Además, la radioterapia es la gran «conservadora de órganos», ya que permite eliminar tumores en estadios avanzados pero minimizando el efecto sobre los tejidos sanos circundantes , lo que permite conservar, en muchos casos, el órgano afectado y su funcionalidad, como sucede en los cánceres de mama, esófago, recto, cabeza y cuello, vejiga, sarcomas de tejidos blandos, etc.

La radioterapia participa de manera directa y fundamental, junto a otros tratamientos, en la curación de más del 50%  de los casos de cáncer y es responsable exclusiva de la misma en más de un 15%. En Europa, la radioterapia es un tratamiento de primera elección para alrededor de 8 de cada 10 pacientes con tumores de mama, recto, endometrio, cuello uterino o cabeza y cuello y para cerca de 7 de cada 10 tumores de pulmón o esófago, por reflejar algunos datos recientes. 

En el año 2012 se diagnosticaron 3,45 millones de nuevos casos de cáncer en Europa y se estima que entre un 47% y un 53% de ellos precisarán radioterapia en una ocasión en algún momento de su enfermedad. Desgraciadamente, una cuarta parte de los pacientes no podrán acceder a ella.

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En esta línea, y de acuerdo a los datos recientemente publicados por la Sociedad Española de Oncología Radioterápica (SEOR), en nuestro país se diagnosticaron 215.534 nuevos casos de cáncer en 2012 y estas cifras se estima que crecerán hasta los 246.713 en 2020, y el 50,5% de los casos van a necesitar radioterapia al menos en una ocasión. No obstante, por la disponibilidad de recursos en España, se estima que sólo un 70-75% de los pacientes que necesitan radioterapia tienen acceso a ella. 

La radioterapia representa uno de los mejores ejemplos de la “medicina de precisión”, término que de acuerdo a la definición del National Cancer Institute (NCI) “es una forma de medicina que utiliza información específica del tumor de un paciente para ayudar a diagnosticar y planificar el tratamiento”. Los avances experimentados en el campo de la radiobiología en las últimas décadas, que permiten comprender más y mejor como funciona la radioterapia y como adaptar la misma a as particularidades de cada tumor en cada paciente, modificando tipos de radioterapia, dosis, fraccionamientos o la combinación de radioterapia y diferentes fármacos buscando potenciar sinergias, así como los enormes avances tecnológicos incorporados que permiten la administración de tratamientos con exquisita precisión y exactitud, colocan a la moderna oncología radioterápica en la vanguardia frente al cáncer.

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Sin embargo, y pese a toda la evidencia que sustenta el papel fundamental que la radioterapia tiene en aumentar la curación el cáncer, continúa siendo la Cenicienta de la oncología. En Europa, y también en España. De manera global, se estima que la radioterapia representa un escaso 5-10% de la factura total del tratamiento del cáncer. El cáncer le costó a la Unión Europea 126.000 millones de Euros en 2009. De este montante total, un 40% (51.000 millones €) corresponden directamente a las prestaciones siendo el resto los costes indirectos asociados a la pérdida de productividad por incapacidad, jubilación anticipada o muerte prematura, a la pérdida de días de trabajo de los pacientes y/ acompañantes y a los gastos indirectos derivados de todo ello. En concreto, en el caso de España el coste total del tratamiento el cáncer en su conjunto en el año 2009 ascendió a 9016 millones € (lo que representa un 0,9% del P.I.B.) de los que 4114 millones € corresponden a la factura de la atención sanitaria, representando el 37% de esta cantidad exclusivamente el coste de los fármacos antineoplásicos (quimioterapia, hormonoterapia, inmunoterapia). Llamativo frente al 5-10% del gasto atribuible a la radioterapia…

Desgraciadamente, nuestros gestores han concebido siempre la oncología radioterápica como una modalidad muy costosa, debido a los gastos iniciales de los equipos de tratamiento, a la inversión necesaria en las edificaciones específicas que los albergan y al personal altamente especializado para su manejo. Y pese a que los equipos se emplearán para el tratamiento de muchos pacientes y de que, generalmente, sus costes se deprecian durante un período de 10 años o más, la inversión en nuestro país en radioterapia ha sido, salvo excepciones, mínima. Ha tenido que ser gracias a una donación altruista de la Fundación Amancio Ortega de 320 millones € como la radioterapia en España ha podido iniciar la renovación y actualización tecnológica que venía demandando desde hace décadas. Con este dinero – 320 millones € frente a los más de 1600 millones € anuales gastados en fármacos antineoplásicos – se atenderán las necesidades de la radioterapia de 16 paisítos españoles (Galicia ya recibió previamente su inversión) para los próximos, al menos, 10 años. Por fin se podrá acceder a las avances tecnológicos precisos para ofrecer una radioterapia de calidad acorde con los retos que plantea el tratamiento del cáncer en muchos lugares donde, hasta ahora, no dejaba de ser una quimera. Sin embargo, conviene tener siempre presente que las máquinas son eso, máquinas tan solo. Y que ninguna máquina, per se, es capaz de nada si no hay detrás una decisión y genio que las impulse y que obtenga de ellas cuanto pueden ofrecernos.

Hay que renovar los equipos, sí, pero también es imprescindible, quizás más aún que la renovación tecnológica, la renovación de las mentalidades y actitudes. Es necesario una serena autocrítica entre los oncólogos radioterápicos asumiendo qué se ha hecho mal antes, y por qué razones, y entendiendo que deben de ser los más válidos y preparados, con independencia de su edad o posición actual, los que guíen y dirijan el desarrollo de la oncología radioterapia moderna, apostando de una vez por todas por fomentar una verdadera meritocracia frente a antiguos clichés basados en burocracia y gerontocracia. La práctica clínica de la oncología radioterápica ha cambiado y evolucionado enormemente en los últimos años. Va siendo ya hora de abandonar esquemas e ideas pasados y de actualizar los tratamientos, abandonar esquemas obsoletos de tratamiento que “condenaban” a los pacientes a semanas y semanas de acudir diariamente a recibir tratamiento; de apostar definitivamente por esquemas hipofraccionados y acortados, tan o más eficaces que los considerados “convencionales” pero que acortan – al menos – a la mitad la duración del tratamiento (al tiempo que disminuyen los costes…); de emplear técnicas de SBRT de alta precisión y administradas en muy pocas sesiones; de estudiar e investigar las potencialidades de la radioinmunoterapia combinado radioterapia de alta precisión y eficacia con fármacos inmunomoduladores que permiten optimizar su eficacia…; en definitiva, de pasar de la radioterapia del siglo XX a la del siglo XXI. Pero sobre todo, es imprescindible que la distribución de los nuevos equipos se haga de manera sensata y estudiada, atendiendo antes a las necesidades reales de lo población a atender que a deseos y veleidades particulares, racionalizando la tecnología para permitir una optimización de los tratamientos antes que deslizarse por la pendiente de la mera acaparación de recursos…

Tal vez, decisiones valientes y atrevidas como vincular la jefatura de Servicios y Departamentos a la eficacia y rentabilidad de los equipos recientemente renovados contribuiría también a modernizar y actualizar la práctica de la Oncología Radioterápica en España.  Quizás así evitaríamos el riesgo de infrautilizar toda esta tecnología y que termine, como desgraciadamente ya ocurrió en otras ocasiones, criando polvo, real o metafóricamente, abandonada en un rincón.

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El año 2011 fue considerado “el año de la Radioterapia” en el Reino Unido. Los británicos entendieron que, por sus importancia y trascendencia para el tratamiento del cáncer, la radioterapia merecía y necesitaba un impulso y actualización. Una renovación, en equipos y actitudes, y una re-visualización que le permitiera mostrarse como realmente es, abandonando antiguas y trasnochadas ideas preconcebidas.

Y lo lograron.

¿Seremos capaces nosotros de aprovechar esta oportunidad y que 2018 sea el año de la Radioterapia en España?

«Si le llega a uno la oportunidad de su vida y no esta preparado para aprovecharla, la ocasión de su vida sólo le servirá para hacer el ridículo»

Pablo Ruiz Picasso, pintor español (1881-1973)

Radioterapia y Listas de Espera… Quid est solutio?

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La realidad de la radioterapia en España dista, con excepciones, de ser tan bonancible como muchos de sus responsables políticos quieren hacer ver. La existencia de listas de espera para la radioterapia es un problema desgraciadamente real. Muchas veces latentes, enmascaradas en la maraña de acontecimientos que rodean al paciente con cáncer, disimuladas tras el resto de pruebas y tratamientos, su existencia en muchas zonas de España es tristemente real. Y pese a no ser un asunto que cope habitualmente las primeras líneas en lo referente al cáncer y su manejo, en ocasiones, como este pasado verano, irrumpe con fuerza sorprendiendo, aparentemente, a muchos de sus verdaderos responsables. La denuncia efectuada por Virginia Ruíz en su blog  un rayo de esperanza acerca de la situación casi desesperada del Servicio de Oncología Radioterápica del Hospital Universitario de Burgos provocó una catarata de reacciones, a favor y en contra, destacando la airada respuesta de la gerencia del HUBU, con amenazas más o menos encubiertas de expediente que, afortunadamente, no se concretaron. Sin embargo, no lograron ocultar la realidad de un problema que amenaza a, conviene tenerlo presente, una de las principales y más efectivas (la segunda, tras la cirugía) armas contra el cáncer. Por otro lado, las constantes averías en los aceleradores lineales que han sufrido este verano los pacientes con cáncer de Aragón no han hecho sino trabar y enlentecer los tratamientos con la consiguiente deterioro en la calidad de vida de los pacientes

¿Quién o quiénes son los responsables de haber llegado a esta situación?, ¿existe un único responsable o es, más bien, consecuencia de la acumulación (¡tan hispana!) de improvisaciones mantenidas en el tiempo? Más probablemente, esto último… 

A nadie se le escapa la enorme responsabilidad de la Administración en este problema, ni nadie duda de que es la principal causante del deterioro que sufrimos. Esta Administración que padecemos y, lo que es peor, llevamos décadas padeciendo, es la primera encargada de la Sanidad Pública pero da la impresión de estar atenazada por lacras que no parecen tener arreglo: la atomización y dispersión de recursos en un sistema de 17 paisitos, con 17 Consejerías y sus laberínticas y fosilizadas organizaciones, que dificultan enormemente la resolución de cualquier problema; la abundancia de servicios y unidades infradotadas, tanto de equipamiento tecnológico como, más importante, de personal; la obsolescencia de los equipos y su falta de renovación, lo que merma su capacidad repercutiendo directamente en la atención de los pacientes; el  desconocimiento de las necesidades reales de recursos y dotación para dar resolución a la demanda presente y, por ende, mucho menos a la futura a corto plazo; la desesperante lentitud de respuesta de los gestores públicos, envueltos por la monstruosidad burocrática característica de nuestro país, que impide una y otra vez actuar de manera racional y sensata ante las necesidades… Y la solución no puede pasar exclusivamente por altruistas donaciones para paliar nuestras carencias.

Pero también es necesario, una vez más, ejercer la autocrítica. Reconocer en qué estamos fallando, qué podríamos estar haciendo – además de exigirle a las administraciones que cumplan con su cometido – para, si no arreglar, si contribuir a la solución. Porque hay cosas que los Oncólogos podemos hacer…

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Apostar decididamente por la recentralización de servicios y recursos humanos y tecnológicos es una de ellas. Así, por ejemplo, España es de los pocos países occidentales que carece de un solo CENTRO ONCOLÓGICO MONOGRÁFICO dedicado a la atención, investigación y avance frente al cáncer. Hospitales oncológicos del prestigio del IPO portugués, del Royal Marsden o el Christie Hospital británicos, del Gustave Roussy francés o del NKI holandés, por citar sólo unos pocos, son objeto de envidia y deseo por muchos oncólogos españoles. Centros donde no sólo se concentran el saber y la pericia de muchos profesionales de distintas ramas dirigidos a una lucha común contra el cáncer, sino que también permiten reunir y optimizar los recursos tecnológicos, aumentar la disponibilidad de unidades de tratamiento y minimizar problemas como averías o revisiones en radioterapia. Y, como la evidencia se encarga de recordar, los resultados oncológicos están en directa relación con la experiencia acumulada en el tratamiento. Y sin embargo, en España se prefiere la atomización de los recursos, los centros con una o dos unidades, habitualmente sobreexplotados y expuestos permanentemente a que cualquier acontecimiento puntual de al traste con la planificación y genere problemas como los acontecidos este verano. Y no contentos con ello, seguimos apostando por la dispersión, reclamando sin cesar el establecimiento de unidades de radioterapia en cualquier isla o capital de provincia antes que pensar en como centralizar atención y tratamientos y racionalizar gastos y recursos. Y es que la solución no puede pasar nunca por dividir sino, más bien, por unir. Algo que quizá sea una utopía en un país donde muchos dirigentes prefieren ser antes cabeza de ratón que cola de león. Y quizás ahí radique uno de los problemas… Es cierto que la centralización de la atención oncológica plantearía otros problemas, logísticos y de desplazamiento, pero sin duda más sencillos de solucionar (y, probablemente, más baratos) que la proliferación de listas de espera y de interrupciones no programadas de tratamiento por averías y revisiones que alargan innecesariamente la duración de los tratamientos, con el consiguiente impacto en pacientes y profesionales.

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Aún más, los avances en el conocimiento de la radiobiologia y de la respuesta de los tumores a la irradiación, junto con el enorme desarrollado tecnológico que facilita una extraordinaria precisión y fiabilidad en la administración de los tratamientos, permiten optimizar la Radioterapia hasta extremos impensables hace años. Una apuesta decidida por el HIPOFRACCIONAMIENTO como estándar de tratamiento es imprescindible. A día de hoy la evidencia ya existente, y la que continuamente vamos conociendo, permite que la duración total de los tratamientos se pueda reducir de manera segura a la mitad manteniendo, cuando no mejorando, su eficacia. Algo tan sencillo como apostar por esquemas de tratamiento acelerados para la radioterapia del cáncer de mama (pasando de 6 a 3 semanas), de próstata (pasando de 8-9 a 4-5 semanas) y en los tratamientos paliativos (pasando de 2 semanas a 1-3 sesiones), permite reducir la duración del tratamiento a la mitad en un conjunto de enfermedades que representan cerca del 50% de la carga asistencial diaria de cualquier Servicio de Oncología Radioterápica. Una reducción a la mitad de la duración de los tratamientos más frecuentes facilitaría tanto aumentar el número de pacientes que pueden ser tratados en el mismo espacio de tiempo, como una disminución de la sobrecarga en las unidades de tratamiento que contribuya a agilizar su respuesta ante imprevistos y, posiblemente, prolongar su vida útil. Aún más, una reducción significativa en la duración de los tratamientos supondrá también una disminución notable en los gastos derivados del traslado de pacientes y familiares durante los mismos. Quizás debiéramos aprender lo que es ya una realidad en otros países de nuestro entorno, que hubieron de enfrentarse hace décadas a problemas como los que ahora nos atenazan, y que nos permitirían aliviar la situación actual. Quizás ya es hora de renunciar al «siempre se ha hecho así…»

Medidas como éstas no serán la solución única y definitiva, pero sin duda ayudarían a corregir la situación actual y sólo hay que tener la voluntad de llevarlas adelante. Mientras no seamos capaces de afrontar (estos y otros) cambios necesarios continuaremos reclamando tan solo a la Administración  y fiando la solución exclusivamente a donaciones altruistas…

«Es preciso saber lo que se quiere. Hay que tener el valor de decirlo y, cuando se dice, es menester tener el coraje de hacerlo»

Georges Clemenceau, médico y estadista francés (1841-1929)

Sanidad: Sostenibilidad, Eventualidad, Precariedad

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La reciente publicación en elconfidencial.com de un artículo que analiza la lamentable, por precaria, y vergonzosa situación por la que transitan muchos médicos españoles no hace sino poner, una vez más, de manifiesto una de las realidades de la Sanidad española.  Encadenar contratos eventuales, a tiempo completo o parcial, durante meses e incluso años no es nada nuevo. Simplemente, es lo que sucede en la Sanidad española desde hace más de 20 años. Sin que tampoco haya recibido nunca excesiva atención, dicho sea de paso. La Sanidad española, ese sistema envidia de tantos, espejo en el que nos han dicho se miran los países más avanzados, modelo de sostenibilidad a imitar para otros, se sostiene precisamente gracias a esto. Sí, la Sanidad española es sostenible fundamentalmente porque desprecia a muchos de sus trabajadores. Los médicos conocemos bien esta situación y sabemos que, después de una licenciatura, un examen para obtener una plaza para formarnos como especialistas y 4 ó 5 años de trabajo como médicos residentes, lo que habitualmente toca es aspirar, en el mejor de los casos, a un contrato eventual, de días o pocos meses, con la esperanza, muchas veces ciega, de que sea renovado con posterioridad. Y podemos considerarnos afortunados aquellos cuya eventualidad se cronifica y tenemos la inmensa fortuna de que la misma sea renovada y prolongada en el tiempo a lo largo de los años.

Pero, ¿cuáles son las razones que nos han conducido a esta esperpéntica situación? Muchas, sin duda. La estulticia y lenidad de la Administración, que permite la perpetuación de semejante anormalidad, que incumple una y otra vez la legislación que exige cumplir a otras empresas en el ámbito privado acerca de la concatenación de contratos eventuales para el desempeño de la misma función; la negativa contumaz de todos los responsables, con independencia de su banderín político de enganche, para convocar de manera periódica las oposiciones que permitan, como mal menor, paliar la discriminación que ella misma fomenta y perpetúa; la insistencia en mantener (¿y quizás fomentar?) la mediocridad de un sistema basado en el “patrón antigüedad” despreciando la meritocracia y el esfuerzo mientras se reconoce, e incluso premia poniéndolo como ejemplo, el mero transcurrir de los años ocupando un puesto en el mismo sin exigir la más mínima responsabilidad a cambio; el empeño de un sistema en que excelentes médicos, con brillante porvenir, se vean obligados a emigrar a otros países por la obsesión en mantener sus caducas estructuras …; todos ellos, y muchos más, son motivos ciertos y reales que nos han conducido a este deterioro.

Pero sería falso e hipócrita rechazar de plano una más que necesaria autocrítica. Muchas veces hemos sido los propios médicos los que hemos favorecido un sistema tan perverso. La eventualidad perpetua no es nada nuevo, viene de antiguo. La situación de doble discriminación de los médicos eventuales se ha visto como algo normal y habitual dentro del sistema. La retribución del médico eventual es cerca de un tercio inferior a la de sus compañeros, pese a asumir como mínimo la misma carga de trabajo, por aquello de no tener derecho a percibir complemento por antigüedad ni por carrera profesional. Pero esto no es lo más importante. Aunque la principal discriminación reside en la negación que se hace a excelentes profesionales para poder avanzar y crecer profesionalmente, negándoles el derecho a asumir ningún puesto de responsabilidad, ninguna jefatura clínica o de Servicio, por el simple hecho de “no disponer de plaza en propiedad”. Y esto ha sido aceptado por muchos sin prestarle más atención que una mera solidaridad de pasillo o cafetería. “Que injusto es lo vuestro” o “esto no deberíamos consentirlo” han sido, en demasiadas ocasiones, lo único que los eventuales obteníamos de otros médicos. Ahora simplemente han sido sustituidas por un tuit o un retuit, o por un «me gusta» o una carita enfadada, que viene a ser lo mismo. Pero poco más allá de eso… Por no hablar de la utilización torticera de los médicos eventuales que eran, en muchas ocasiones, los encargados de cubrir casi en exclusiva (siempre hay excepciones) los turnos de tarde o aquellos puestos que muchos propietarios consideraban inadecuados en función de su posición de poseedores de plaza en propiedad. Y esto, con sus matices al alza o a la baja, ha sido así en muchas ocasiones. Llegando incluso a volver la cabeza ante situaciones de médicos con contratos, durante años, al 75% de la retribución pero al 100% del trabajo en algunos de nuestros 17 paisitos. Y durante años se ha mantenido, y se mantiene esta situación. Y cuando algunos hemos reclamado la laboralización y profesionalización como pilares fundamentales para la regeneración del Sistema, cuando hemos apostado por sustituir antigüedad por meritocracia como patrón de evaluación y progresión laboral, hemos sido despreciados por haber osado siquiera atentar contra lo que parecen los principios inamovibles que muchos desean mantener. Así, informes y proyectos que intentaban revertir esta situación (Abril, SEDISA, AES,…), con sus claros y sombras, han sido sistemáticamente rechazados y acusados en la inmensa mayoría de ocasiones de ser malvados intentos de “privatizar la Sanidad de todos”.

Y con esta cerrazón mental seguimos, y mientras no seamos capaces los médicos de asumir que necesitamos imperiosamente cambiar el modelo, noticias como la publicada por elconfidencial.com seguirán apareciendo periódicamente pero, lo que es peor, seguirán siendo una realidad constante y continua aunque no aparezcan en los papeles.

Pero, mientras se pueda seguir vendiendo el sistema como sostenible, ¿a quién le importa?…

«La mejor estructura no garantizará los resultados ni el rendimiento. Pero la estructura equivocada es una garantía de fracaso»

Peter F. Drucker, abogado y tratadista austriaco (1909-2005)

Elecciones (y decepciones) generales en España #2015…

 

imgresCon esto de la “Fiesta de la Democracia” sucede, al menos en España, lo mismo que con esas auto-impuestas fiestas de fin de año, a las que se va muchas veces por un absurdo sentimiento de obligación sin tener, realmente, ni gana ni necesidad de ir y que derivan en una sensación de aburrimiento y pérdida de tiempo enorme o, en el peor de los casos, acaban con una resaca brutal de la que se tarda en recuperar. Y eso que, como con todas las resacas, lo mejor es eliminar cuanto antes, y por el medio que sea, el agente ocasionante de la misma. Al menos, eso es lo único que permite la vuelta a un cierto estado de estabilidad…

La resaca de la última Fiesta de la Democracia que la escoria política que puebla nuestro rico y variopinto país nos ha “obligado” a celebrar promete ser de las que se recuerdan tiempo después con asco y desprecio. Después de meses, incluso años, de permanente campaña electoral, de continúas revelaciones a cual más sórdida y pútrida, de sacar a la luz la nauseabunda capa que cubre gran parte de la política española, lo único que ha quedado claro, meridianamente claro, es que a más del 70% de los votantes, y es de suponer que al 27% que no votó otro tanto, les importa poco o nada la corrupción de muchos partidos políticos. Ni los escándalos sobre el cobro de comisiones, ni la falsificación de cuentas, ni los pagos en dinero negro, ni las desviaciones familiares de dinero a montañosos paraísos fiscales, ni la utilización torticera de la justicia para bastardos intereses personales, ni la manipulación de fondos públicos destinados a los parados, ni las oscuras y tenebrosas fuentes de financiación de algunos partidos políticos han sido capaces de modificar la inercia de un voto demasiadas veces cautivo. Ni el conocimiento, con nombres y apellidos, de quienes se han lucrado mediante sobres, de quienes han recibido dinero de tiranías despreciables o de quienes se han aprovechado impunemente del dinero público concedido en forma de becas, han torcido el obtuso pensamiento de la mayoría de votantes españoles. ¡Y eso que en esta ocasión había una amplio abanico de posibilidades reales donde elegir, más allá de los habituales exotismos existentes en estos festejos!

Lo único cierto es que a 3 de cada 4 electores, todo esto les importa un rábano. Peor aún, todos ellos encuentran justificación para defender a los “suyos” al tiempo que critican ferozmente a los “otros” como si les fuera la vida en ello. Más aún, se escandalizarán ahora de que mucha gente haya votado a “a los otros” pese al hedor corrupto que desprenden sin pararse siquiera a considerar que igual o peor hedor desprenden “los suyos”, y lo harán en la mejor tradición española de total ausencia de autocrítica y nula capacidad de asumir responsabilidades

Sin embargo, esto es sólo una parte de la realidad. Lo verdaderamente triste es que nuestros políticos, nuestra escoria, no son sino un reflejo, más o menos distorsionado, de la sociedad. Estos chorizos y mangantes que pueblan la política en España ya llegan, en muchos casos, bien enseñados. Nos podemos quejar de nuestros políticos, de sus actitudes, de sus turbios manejos, pero ¿cómo hacerlo en un país donde mucha población prefiere, cuando no exige, pagar o cobrar “sin factura” a fin de ahorrarse el IVA?, ¿cómo hacerlo en un país donde se acepta que empleados públicos incumplan de manera sistemática su jornada laboral o que, directamente, hagan abstención de la misma muchos días?, ¿cómo hacerlo en un país donde la mediocridad brilla y el aprovechamiento, en beneficio propio, del trabajo y esfuerzo ajenos parece norma?, ¿cómo hacerlo en un país donde gran parte de la población entiende como una obligación que el estado se haga cargo de cualquier fracaso empresarial – lease sellos, inversiones varias, gestiones de cartera, renovables,…- porque, al fin y a la postre, “el dinero público no es de nadie”?, ¿cómo hacerlo en un país donde se exige que el estado proporcione de todo, a todos y todo gratis despreciando, cuando no castigando, el esfuerzo e iniciativa individual?, ¿cómo hacerlo en un país donde la meritocracia es sistematicamente apartada frente al amiguísimo y pago de favores prestados?…

Así es España, y los políticos tan sólo repiten actitudes y comportamientos instalados tan profundamente que son ya parte de las señas de identidad nacionales. Al final, lo peor que nos deja esta enésima “Fiesta de la Democracia” no es el carajal en que se ha convertido la formación de un gobierno estable en España, que no hay nada que sea imposible cuando existen voluntad y ganas de hacerlo bien, sino la resaca de la constatación de que vivimos en un país donde la corrupción carece de importancia para la mayoría de sus votantes.

Eso si, mientras sea la de “los míos”…

«La honradez absoluta no existe en mayor cantidad que la salud perfecta. Hay un fondo de bestia humana en todos nosotros, al igual que hay un fondo de enfermedad»

Émile Zola, novelista francés (1840-1902)

Radioterapia y Cáncer: mucho más que complicaciones…

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AUTOCRÍTICA…

Desde El Lanzallamas se ha reclamado autocrítica en muchas ocasiones: autocrítica en la Sanidad Pública, autocrítica en los dirigentes, autocrítica en los gestores públicos y hasta autocrítica en los propios médicos. Autocrítica como un pilar indispensable sobre el que sostener cualquier avance que se pretenda firme y duradero. Y ahora ha llegado también el momento en que los oncólogos que nos dedicamos a la radioterapia hagamos autocrítica. Una autocrítica profunda pero serena, una autocrítica que nos ayude a ser mejores médicos y que nos permita, de una vez por todas, comenzar a sacudirnos complejos lastres que arrastramos, al menos en España, desde hace ya mucho tiempo.

En una anterior entrada en El Lanzallamas, “Mitos y Realidades en el Tratamiento del Cáncer”, se intentó desmontar, a la luz de la evidencia científica, conceptos y creencias erróneas acerca del tratamiento del cáncer, así como desvelar los fundamentos que hacen a la radioterapia, desde sus inicios a finales del siglo XIX, uno de los más eficaces, junto con la cirugía, tratamientos del cáncer. Pese al tiempo pasado desde sus primeras utilizaciones, y pese al tiempo, dinero y esfuerzo invertidos en el desarrollo de nuevas terapéuticas, la radioterapia continúa siendo, a día de hoy, un tratamiento que precisarán cerca del 70 % de los pacientes diagnosticados de cáncer y responsable, por si misma, de la curación del 16 % de ellos. Cifra que aumenta hasta cerca del 85-90% cuando se suma a la obtenida por la cirugía o por la combinación de ambas. (Para simple comparación, la quimioterapia convencional sería responsable por si misma de la curación del 2% de pacientes…) Y todo ello, ademas, con una enorme ventaja en términos de coste-beneficio, ya que supone apenas el 5 % del gasto total anual para el tratamiento del cáncer. Pese a esta aplastante evidencia, la radioterapia continua siendo percibida más como una amenaza para los pacientes que como una esperanza de curación. ¿Y por qué esta creencia? Una vez más, la respuesta debemos buscarla fuera. La sociedad británica, siempre muchos años por delante nuestro, ya fue consciente de la importancia de la radioterapia. En una encuesta realizada a más de 2.000 personas observaron hasta qué punto el público desconocía los beneficios que la radioterapia pueden ofrecer a los pacientes con cáncer. Mientras que el 47 % de los encuestados consideraba que fármacos como Herceptin eran modernos, sólo el 9 % apreciaba que la radioterapia es también un tratamiento moderno y de vanguardia. Del mismo modo, el 40% se imaginaba la radioterapia como aterradora en comparación con sólo el 16 % que dijo lo mismo para los medicamentos dirigido contra el cáncer. La conclusión de los oncólogos clínicos británicos fue clara y contundente. Existía la necesidad de revertir esa imagen mediante información veraz y probada acerca de los beneficios indudables de la radioterapia para la curación del cáncer, declarando el 2011 como el “Año de la Radioterapia” y emprendiendo una activa campaña de difusión e información dirigida a desmontar todos los mitos y falsos temores que rodean la utilización de la radiación ionizante para el tratamiento del cáncer. Autocrítica como punto de partida.

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Sin embargo, en España seguimos aún anclados en una “era de tinieblas” en todo lo que respecta a la radioterapia. De repetirse en nuestro país una encuesta similar hay pocas dudas de que el resultados sería aún más desolador y, lo que es peor, incluso entre los propios médicos que tratan el cáncer. Y los principales responsables somos nosotros mismos, los oncólogos radioterápicos, pero a diferencia de nuestros homólogos británicos no hemos sido, aún, capaces de ese necesario ejercicio de autocrítica sobre el que empezar a desmontar las falsas creencias sobre la radioterapia. Desgraciadamente, aún hoy se continúa haciendo más hincapié en unos posibles efectos secundarios, que pueden o no aparecer, antes que en unos más que demostrados beneficios. Y para muestra: este pasado fin de semana se han celebrado en Santa Cruz de Tenerife unas Jornadas sobre Cáncer de Mama organizadas por la Unidad de Ginecología Oncológica y Patología Mamaria del Grupo Hospiten. Personalmente, no dudo del éxito que habrán tenido estas Jornadas, principalmente porque conozco a muchos de los ponentes y con alguno de ellos he compartido muy estrechamente muchas horas de discusión, debate y quirófano sobre pacientes con cáncer y es mucho lo que he podido aprender de ellos. Pero no deja de ser llamativo que en unas Jornadas multidisciplinares, con participación de especialistas diferentes implicados en el diagnóstico y tratamiento del cáncer de mama, un tercio de las ponencias sobre radioterapia estuviera dedicado a “Complicaciones de la Radioterapia” (¿?). Sorprendentemente, no se hacía referencia en todas las Jornadas a “complicaciones” de ninguna otra de las terapéuticas implicadas en el tratamiento del cáncer de mama.

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Y este hecho no es una excepción. Antes bien, es la norma habitual en cualquier reunión científica donde se hable de radioterapia. Pero aún más preocupante es que también es habitual, cuando no el centro del debate, en muchas de las reuniones y jornadas organizadas por los propios oncológos radioterápicos. Cuesta imaginar, por improbable, que cualquier reunión centrada en la cirugía o en la quimioterapia de cualquier tumor dedique una parte sustancial, o la práctica totalidad de la misma, a debatir acerca de las posibles complicaciones de estos tratamientos antes que a presentar resultados sobre eficacia y debatir como mejorar las tasas de curación. Y cualquiera que se dedique al tratamiento del cáncer, y más concretamente del cáncer de mama, conoce las secuelas (neurológicas, cardíacas, osteoarticulares…) que acarrean los tratamientos sistémicos aplicados, y como condicionan la calidad de vida futura de las pacientes.

Pero la obsesión en resaltar la toxicidad no sólo aparece en Cursos, Reuniones o Jornadas de diversa índole en las que haya participación de la Oncología Radioterápica, sino también ante la adquisición de nuevos y más modernas unidades de tratamiento. En lugar de resaltar que gracias a los avances tecnológicos se puede delimitar con mucha más precisión el tumor así como las áreas sospechosas de albergar células tumorales, y que gracias a la extraordinaria precisión alcanzada es posible administrar una dosis de radioterapia muy superior a la que se administraba en el pasado, aumentando así las posibilidades de controlar localmente el tumor y, por ende, de aumentar la supervivencia prolongada de los pacientes, se prefiere por parte de los responsables poner el foco en la teórica “disminución de la toxicidad” que garantizaría este nueva tecnología. Dos maneras distintas de ver la radioterapia…

Los oncólogos radioterápicos debemos ser conscientes de estos hechos, y darnos cuenta de que la imagen que nosotros mismos ofrecemos a la sociedad, por acción u omisión, en cierta forma, desalentadora: si, creemos que la radioterapia puede ser útil en muchos casos, pero que seguro es un tratamiento agresivo y asociado a una toxicidad importante y prácticamente inevitable. Y esta es, demasiadas veces, la percepción que nuestros pacientes tienen del tratamiento. Aquí debe de comenzar la autocrítica, en reconocer que no hemos sabido explicar los beneficios de la radioterapia, no porque no existan, sino porque en muchas ocasiones a cualquier beneficio se lo confrontaba (¡por nuestra propia parte!) la aparición de posibles complicaciones. Y aunque es cierto que ningún tratamiento, absolutamente ninguno, es totalmente inocuo (ni siquiera una “simple” aspirina lo es…), la visión que se ha ofrecido de la radioterapia ha sido muchas veces exagerada y alejada por completo de la realidad. Y conviene no olvidar que el peor efecto secundario de un tratamiento es, muchas veces, no curar al paciente.

Autocrítica, ¡por supuesto!, pero para avanzar. Disponemos de una de las terapias más formidables contra el cáncer, sólo tenemos que aprovecharla para beneficio de nuestros pacientes y hacerla brillar como debe, sacudiéndonos todos los complejos que nos/la rodean. Somos muchos los oncólogos radioterápicos que creemos en la necesidad de transmitir una información, ante todo y sobre todo y utilizando todos los canales posibles, veraz y clara sobre la radioterapia, poniendo la luz donde debe estar, en la curación de nuestros pacientes y en la mejora que observamos en ellos de manera constante con la radioterapia.

Ha llegado el momento de pasar de las palabras a los hechos…

«La gota horada la piedra, no por su fuerza sino por su constancia»
Publio Ovidio Nason, poeta romano (43 a.C. – 17 d.C.)

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