Sanidad: Sostenibilidad, Eventualidad, Precariedad

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La reciente publicación en elconfidencial.com de un artículo que analiza la lamentable, por precaria, y vergonzosa situación por la que transitan muchos médicos españoles no hace sino poner, una vez más, de manifiesto una de las realidades de la Sanidad española.  Encadenar contratos eventuales, a tiempo completo o parcial, durante meses e incluso años no es nada nuevo. Simplemente, es lo que sucede en la Sanidad española desde hace más de 20 años. Sin que tampoco haya recibido nunca excesiva atención, dicho sea de paso. La Sanidad española, ese sistema envidia de tantos, espejo en el que nos han dicho se miran los países más avanzados, modelo de sostenibilidad a imitar para otros, se sostiene precisamente gracias a esto. Sí, la Sanidad española es sostenible fundamentalmente porque desprecia a muchos de sus trabajadores. Los médicos conocemos bien esta situación y sabemos que, después de una licenciatura, un examen para obtener una plaza para formarnos como especialistas y 4 ó 5 años de trabajo como médicos residentes, lo que habitualmente toca es aspirar, en el mejor de los casos, a un contrato eventual, de días o pocos meses, con la esperanza, muchas veces ciega, de que sea renovado con posterioridad. Y podemos considerarnos afortunados aquellos cuya eventualidad se cronifica y tenemos la inmensa fortuna de que la misma sea renovada y prolongada en el tiempo a lo largo de los años.

Pero, ¿cuáles son las razones que nos han conducido a esta esperpéntica situación? Muchas, sin duda. La estulticia y lenidad de la Administración, que permite la perpetuación de semejante anormalidad, que incumple una y otra vez la legislación que exige cumplir a otras empresas en el ámbito privado acerca de la concatenación de contratos eventuales para el desempeño de la misma función; la negativa contumaz de todos los responsables, con independencia de su banderín político de enganche, para convocar de manera periódica las oposiciones que permitan, como mal menor, paliar la discriminación que ella misma fomenta y perpetúa; la insistencia en mantener (¿y quizás fomentar?) la mediocridad de un sistema basado en el “patrón antigüedad” despreciando la meritocracia y el esfuerzo mientras se reconoce, e incluso premia poniéndolo como ejemplo, el mero transcurrir de los años ocupando un puesto en el mismo sin exigir la más mínima responsabilidad a cambio; el empeño de un sistema en que excelentes médicos, con brillante porvenir, se vean obligados a emigrar a otros países por la obsesión en mantener sus caducas estructuras …; todos ellos, y muchos más, son motivos ciertos y reales que nos han conducido a este deterioro.

Pero sería falso e hipócrita rechazar de plano una más que necesaria autocrítica. Muchas veces hemos sido los propios médicos los que hemos favorecido un sistema tan perverso. La eventualidad perpetua no es nada nuevo, viene de antiguo. La situación de doble discriminación de los médicos eventuales se ha visto como algo normal y habitual dentro del sistema. La retribución del médico eventual es cerca de un tercio inferior a la de sus compañeros, pese a asumir como mínimo la misma carga de trabajo, por aquello de no tener derecho a percibir complemento por antigüedad ni por carrera profesional. Pero esto no es lo más importante. Aunque la principal discriminación reside en la negación que se hace a excelentes profesionales para poder avanzar y crecer profesionalmente, negándoles el derecho a asumir ningún puesto de responsabilidad, ninguna jefatura clínica o de Servicio, por el simple hecho de “no disponer de plaza en propiedad”. Y esto ha sido aceptado por muchos sin prestarle más atención que una mera solidaridad de pasillo o cafetería. “Que injusto es lo vuestro” o “esto no deberíamos consentirlo” han sido, en demasiadas ocasiones, lo único que los eventuales obteníamos de otros médicos. Ahora simplemente han sido sustituidas por un tuit o un retuit, o por un «me gusta» o una carita enfadada, que viene a ser lo mismo. Pero poco más allá de eso… Por no hablar de la utilización torticera de los médicos eventuales que eran, en muchas ocasiones, los encargados de cubrir casi en exclusiva (siempre hay excepciones) los turnos de tarde o aquellos puestos que muchos propietarios consideraban inadecuados en función de su posición de poseedores de plaza en propiedad. Y esto, con sus matices al alza o a la baja, ha sido así en muchas ocasiones. Llegando incluso a volver la cabeza ante situaciones de médicos con contratos, durante años, al 75% de la retribución pero al 100% del trabajo en algunos de nuestros 17 paisitos. Y durante años se ha mantenido, y se mantiene esta situación. Y cuando algunos hemos reclamado la laboralización y profesionalización como pilares fundamentales para la regeneración del Sistema, cuando hemos apostado por sustituir antigüedad por meritocracia como patrón de evaluación y progresión laboral, hemos sido despreciados por haber osado siquiera atentar contra lo que parecen los principios inamovibles que muchos desean mantener. Así, informes y proyectos que intentaban revertir esta situación (Abril, SEDISA, AES,…), con sus claros y sombras, han sido sistemáticamente rechazados y acusados en la inmensa mayoría de ocasiones de ser malvados intentos de “privatizar la Sanidad de todos”.

Y con esta cerrazón mental seguimos, y mientras no seamos capaces los médicos de asumir que necesitamos imperiosamente cambiar el modelo, noticias como la publicada por elconfidencial.com seguirán apareciendo periódicamente pero, lo que es peor, seguirán siendo una realidad constante y continua aunque no aparezcan en los papeles.

Pero, mientras se pueda seguir vendiendo el sistema como sostenible, ¿a quién le importa?…

«La mejor estructura no garantizará los resultados ni el rendimiento. Pero la estructura equivocada es una garantía de fracaso»

Peter F. Drucker, abogado y tratadista austriaco (1909-2005)

Colapso en Urgencias: la lucha contra la mediocridad…

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El blog de @BeatrizSatu Blogueando que Son Dos Días publica hoy una magnífica entrada sobre la situación de los médicos que desarrollan su labor en los Servicios de Urgencia hospitalarios, y como las condiciones a las que están sometidos, zarandeados y maltratados desde todos lados, ponen en cuestión las convicciones  más fuertes de aquellos que han elegido ese camino. Es realmente desazonador leer como profesionales que han dedicado su esfuerzo, estudio y saber a la atención de las Urgencias y Emergencias sienten la tentación, y lo descrito en el blog no es una excepción, de dejarlo todo y abandonar ante la imposibilidad de llevar a cabo su trabajo con dignidad. Quienes vivimos de cerca el mundo de la Urgencia hospitalaria sabemos muy bien a que se refiere…

Más allá de la situación individual de cada uno de los médicos que trabajan en la Urgencia de cualquier hospital, y más allá de las puntuales situaciones estacionales y epidemiológicas que aumenten o disminuyan la presión asistencial a la que están continuamente sometidos todos estos profesionales, la actual situación de colapso en la mayoría de Servicios de Urgencia hospitalarios debería motivar alguna reflexión. Esta misma semana, se ha conocido el informe de la Defensora del Pueblo sobre la realidad de los servicios de urgencias y el impacto de su funcionamiento sobre los ciudadanos. El estudio, que analiza la situación de la Urgencia hospitalaria en España, considera necesario que se introduzcan cambios en la organización y gestión de los servicios para resolver los problemas de presión asistencial y de saturación. Además, reclaman que se cree una especialidad médica de urgencias y emergencias y recuerdan que la insuficiente dotación de plantillas titulares en muchos centros provoca que los médicos internos residentes asuman un grado excesivo de responsabilidad. Desgraciadamente, este informe tan solo refleja la situación en este momento concreto sin ahondar, ni mínimamente, en las causas que han conducido al actual deterioro. La situación del Urgencia hospitalaria tan solo es el reflejo del fracaso de un sistema construido sobre la mediocridad, que es seña en nuestra maltrecha Sanidad Pública:

  • Mediocridad  de los encargados de su gestión y organización, quienes son incapaces de adelantarse a los conocidos, y hasta cierto punto previsibles, aumentos puntuales en la demanda, y van siempre a rebufo de los acontecimientos, cuando no son claramente sobrepasados por ellos.
  • Mediocridad de sus directivos que, haciendo gala de su condición, han despreciado a profesionales con conocimientos y méritos acreditados para rodearse de una absoluta falta de talento que ni les hiciera sombra ni pusiera en evidencia su completa prescindibilidad.
  • Mediocridad en la gestión de la Atención Primaria, fracasando en el intento de hacerla centro del Sistema Nacional de Salud apelando al manido y maniqueo concepto de “acabar con el hospitalocentrismo del sistema y colocar al paciente en su centro”, y ni desplazamiento ni colocación del paciente ni capacidad de asumir estos retos. Haber logrado convertir la Urgencia en una suerte de consulta rápida y completa de salud no es, precisamente, acabar con el “hospitalocentrismo” sino, más bien, todo lo contrario…
  • Mediocridad de todos los que, pese a comprobar cada día que pasa el caos en que han sumido a las Urgencias, son incapaces de cualquier autocrítica y, mucho menos, de asumir su responsabilidad.
  • Mediocridad de aquellos que han convertido la atención en Urgencias, por comodidad o egoísmo, en un sustitutivo de su médico de cabera, de todos aquellos que regulan el horario de su asistencia a los servicios de Urgencia en función de acontecimientos deportivos o culturales…
  • Mediocridad de los (ir)responsables políticos, de todo color, que son capaces de sostener medidas sensatas de control como el copago cuando redactan documentos y que, sin embargo, lo niegan públicamente por un bastardo cálculo político. Ejemplos como el del diputado Freire y sus 166 propuestas de regeneración de la Sanidad Pública con AES o del renombrado ex-consejero Bengoa y “su” Informe Abril son claros ejemplos de la hipocresía imperante.
  • Mediocridad de todas aquellas sociedades científicas (SEMFyC, SEMI, SEMERGEN, SEMICYUC,…) que, guiándose sólo por su particular interés, se han opuesto siempre a la creación de una verdadera especialidad de Medicina de Urgencias y Emergencias, y prefieren la actual situación de caos y descontrol antes que ceder un ápice de lo que suponen “su capacidad de influencia”.

Pero muy por encima de todos ellos están las heroínas, y los héroes, como los descritos por @BeatrizSatu, que cada día dan lo mejor de sí mismas, inasequibles al desaliento y a la tentación constante de dar un portazo a toda esta mediocridad. Están todos esos médicos, a los que debemos agradecimiento eterno, que se resisten a dejarse vencer por esta recua de interesados y que, aunque juran cada vez que abandonan la Urgencia que no van a volver, al día siguiente están de nuevo dispuestos a recomenzar y dar lo mejor de sí mismos por algo en lo que, a diferencia de otros, verdaderamente creen.

«Conoces lo que tu vocación pesa en ti. Y si la traicionas, es a ti a quien desfiguras; pero sabes que tu verdad se hará lentamente, porque es nacimiento de árbol y no hallazgo de una fórmula»

Antoine De Saint Exupery, escritor y aviador francés (1900-1944)

 

Gestión Pública: ¿el comunismo del siglo XXI…?

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En los albores del siglo XX, el comunismo era la ideología nueva, fresca, rompedora, que prometía solucionar, de una vez y para siempre, todos los agravios pasados, presentes y futuros que se cometieran sobre el pueblo. Las ideas que Karl Marx y Friedrich Engels habían expresado a mediados del siglo XIX en su célebre Manifiesto del Partido Comunista atrajeron innumerables seguidores. Tantos que hasta alguien tan alejado de los postulados marxistas como Winston Churchill sostenía que “…quien no era comunista a los 20 años no tenía corazón…” (aunque después la continuaba con “…pero quien es comunista después de los 40 es que no tiene cerebro…”). En una época de gran inestabilidad geográfica y política, repleta de revueltas que permitían asistir al nacimiento de nuevos estados (y a la refundación de muchos de los viejos), estas ideas prendieron con exagerada virulencia. En numerosos países se implantaron, a lo largo de los dos primeros tercios del siglo XX, distintos regímenes que, al menos en origen, presumían de una base comunista. Ejemplos como los de la Unión Soviética y sus satélites o Albania en Europa; China, Vietnam, Camboya o Corea del Norte en Asia; Cuba, Nicaragua o, más recientemente, Venezuela en Hispanoamérica; Angola, Mozambique, Etiopía o Benín en África, representan la materialización en el poder de todas las variopintas ideologías que se cobijan bajo el paraguas del comunismo. No es necesario recordar como terminaron muchos de ellos después, eso sí, de dejar un reguero de muerte y devastación a su espalda.

Y aún así, el comunismo continúa siendo una bandera que muchos defienden y que, de tanto en tanto, se enarbola como modelo utópico de sociedad ideal a la que todos debemos aspirar. Y cuando sus enfebrecidos defensores son puestos ante la realidad de la historia, de las secuelas dejadas por aquellos a los que idolatran, de la pobreza y miseria que subyacen parapetadas tras la barrera defensora de la “lucha de clases”, la respuesta es, tozudamente, la misma: “…es una buena ideología pero que se ha aplicado mal…”. Se ha aplicado mal en todas partes donde lo ha hecho, en muy distintos países, de muy distintas culturas, con muy distintos líderes y en muy distintas condiciones sociales y políticas. Y, pese a ello, “se ha aplicado mal”… Ni autocrítica, ni reconocer los daños causados, ni renunciar a su imposición. Sólo, “se ha aplicado mal”, lo que implica una obstinada intención de seguir reclamándolo por todos los medios, en la obcecada esperanza de que alguna vez llegue alguien que «lo aplique bien»

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Pues algo similar a lo sufrido con el comunismo sucede, en los albores del siglo XXI, con la no menos sacrosanta Gestión Pública. Una gestión pública que, al menos en España, allá donde se ha aplicado se ha caracterizado por su devastadora ineficiencia, por su esclerosante burocratización, por su indomeñable corrupción. La gestión pública (política) de la banca, de los Medios de Comunicación, de la Universidad o de la Sanidad son buena muestra de la ineficacia de un sistema podrido y agotado, y de la necesidad imperiosa de cambiarlo. Pero, aún con todos estos ejemplos, y los que día si y día también conocemos, todavía hay muchos que siguen no sólo defendiendo sino también exigiendo su aplicación en todos los ámbitos. Continuamente asistimos a las autodenominadas “mareas”, de todos los colores, que claman por mantener a toda costa una estructura obsoleta y carcomida desde dentro. Y no son pocas las voces que, ante las evidencias de ineficiencia que justifican de sobra un cambio necesario, persisten en repetir la manida cantinela de que “es un sistema ideal de gestión pero es que se ha aplicado mal…”. La misma tozudez y cerrazón que caracterizaba a los nostálgicos del comunismo es ahora patrimonio de estos defensores de la Gestión Pública. Siguen reclamando la pervivencia de un sistema donde la autocrítica, la asunción de responsabilidades o la valoración de los méritos individuales brilla por su ausencia. Un sistema tremendamente politizado, donde priman intereses pseudoideologizados sobre el trabajo bien hecho, donde nadie es responsable de su deterioro, tan solo lo es un ente abstracto conocido como “Administración” pero del que ninguno de los reclamantes forma jamás parte, donde la mediocridad, el nepotismo y las corruptelas varias se enseñorean,en mayor o menor medida,en todos los ámbitos donde la Gestión Pública es ley. La respuesta es, siempre, la misma: “…el concepto es bueno, sólo se ha aplicado mal…”

Se ha aplicado mal en las Cajas de Ahorro, esquilmadas por las gestión pública de dirigentes colocados allí por su ideología como único mérito; se ha aplicado mal en la Universidad pública, mangoneada en lugar de dirigida por fanáticos ideologizados que ven en las aulas, antes que la cuna del saber y la evolución, un caldo de cultivo idóneo para alimentar sus propios delirios y ambiciones, y donde cualquiera que no comulgue con la ideología reinante tiene comprometido su desarrollo profesional, por brillante que sea su trabajo; se ha aplicado mal en las Televisiones y demás Medios de Comunicación públicos, donde la información está siempre tamizada por el sesgo ideológico del que manda; se ha aplicado mal en la Sanidad Pública, donde priman los “derechos adquiridos” de una casta privilegiada sobre el esfuerzo y méritos de los comunes, donde las “bolsas de ineficiencia” afloran a poco que uno rasque levemente la superficie, donde cualquier autocrítica de sus responsables es una mera entelequia… Se ha aplicado mal…

Y, por último, además de la repetida justificación sobre los errores en su aplicación y desarrollo, comunismo y gestión pública comparten más aspectos rechazables. Ambas, comunismo y la gestión pública (política) en España, tienen en común su gusto por anular el esfuerzo individual para anteponer los intereses de una casta, muchas veces mediocre, a los méritos de quienes no pertenecen a la misma y, sobre todo, su inmensa capacidad de conducir a la desmotivación y al abandono, antes o después, a cualquiera que no comulgue con la doctrina imperante.

En definitiva, y salvando todas las diferencias existentes entre comunismo y Gestión Pública en un país democrático, lo cierto es que ambas comparten la obstinación en su propia mediocridad, la autocomplacencia sin asomo de autocrítica ni asunción de responsabilidades y una preocupante cortedad de miras que le impulsa a seguir reclamando su imposición cueste lo que cueste y caiga quien caiga. ¿No sería más honrado reconocer que, al menos para España, no es el mejor sistema de gestión?

“Un burócrata es el más despreciable de los hombres, aunque es necesario tal como los buitres son necesarios, pero muy extrañamente alguien admira a los buitres, a los cuales los burócratas se parecen tanto. Todavía tengo que conocer a un burócrata que no sea reparón, lerdo, insensato, burlón o estúpido, un opresor o un ladrón, un portador de un poco de autoridad de la que se vanagloria como un niño se vanagloria de poseer un perro fiero. ¿Quién puede fiarse de criaturas así?”
Marco Tulio Cicerón, Senador y Cónsul romano (106-43 A.C.)

El Lanzallamas: fogonazos y desvaríos en 2014…

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Cuando termina un año, siempre surge la pulsión de hacer un resumen del mismo desde cualquier punto de vista. Y el mundo de las redes sociales no es ajeno a ello. En los últimos días, es constante el bombardeo al que somete Facebook con los variopintos resúmenes del año de sus usuarios, y siempre bajo el epígrafe de «Este año ha sido fabuloso. Gracias por haber formado parte de él». Pero no, no todo es tan almibarado como lo representa Facebook, también el año ha sido pródigo en fracasos y decepciones ganadas, otra vez, por las oscuras fuerzas de la mediocridad imperante. Aunque, en medio de todo ello hay, al menos, un resquicio para la denuncia, para levantar el velo, para gritar a quien quiera oírlo que el Emperador está desnudo…

Y de eso va el resumen de El Lanzallamas

Sanidad Pública: los horrores (y errores) de una demencial forma de gestión:

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Este 2014 ha sido un año perdido para la Sanidad Pública (¡y van ya…!). Las esperanzas de cambio, de regeneración, de encontrar una salida de sacudirnos, de una vez y para siempre, la mediocridad que atenaza al sistema han quedado, otra vez, insatisfechas. Y eso que el año comenzó con buenas perspectivas: por fin, un conjunto de aparentes expertos interesados en la Sanidad Pública y englobados en la llamada Asociación de Economía de la Salud (AES), propuso un extenso documento con 164 medidas que, aunque pudieran ser discutibles, suponían un intento sensato y desprovisto (aparentemente) de contaminación ideológica de aportar diagnóstico y soluciones para nuestra Sanidad Pública. En la misma línea surgieron también las Tertulias Sanitarias, gracias al empuje e ilusión de Asun (@asunrosado) y Mónica (@Monicamox1). Todo parecía encaminarse, por fin, a iniciar un nuevo tiempo, un periodo de cambio y renovación que permitiera sacudirnos la mediocridad que, en muchas ocasiones, lastra nuestra Sanidad Pública. Sin embargo, muy poco, o prácticamente nada, se movió. Los buenos presagios de cambios se tornaron, más pronto que tarde, en la misma manida reafirmación de los tópicos que nos condujeron a donde estamos. Se continuó defendiendo una equidad del sistema tan abstracta como inexistente, negando la necesidad de una verdadera profesionalización de la gestión que impida que los más capacitados sean pasto de un sistema esclerosado y caduco. Y, por supuesto, sin asomo de la más mínima autocrítica ni de asunción alguna de responsabilidades. Con gran decepción comprobamos que muchos alabados paladines de la Sanidad Pública defendían con su firma en un papel lo que luego no se atrevían a mantener en su discurso (¿verdad, Freire?, ¿verdad, Bengoa?), cual sepulcros blanqueados. Nuestros dirigentes, incluso los más próximos, han seguido en muchos casos inamovibles en la defensa de su autoridad (que no en el de su respeto), prestándose a participar, una vez más sin oposición alguna, de los arteros manejos del Gobierno de la CAM del sin par Ignacio González, demostrando tanto su sumisión, como que no habían aprendido nada de la experiencia pasada.  Mientras, la precariedad laboral en la Sanidad Pública no deja de crecer, con cada vez mayor número de médicos con contratos eventuales. Y como curiosidad, en una reciente encuesta realizada por la OMC,  la segunda preocupación de los médicos eventuales, a corta distancia del comprensible interés en alcanzar una estabilidad laboral, es la falta de motivación y reconocimiento de las diferencias profesionales. Significativo…

Un ejemplo del divorcio existente entre la gestión pública de la Sanidad y la práctica clínica diaria ha sido la actitud ante los casos de infección por virus Ébola atendidos en nuestro país. Frente a la posición de los profesionales, que afrontaron la situación con los lógicos temores ante algo hasta el momento desconocido, pero resueltos a solucionarlo y anteponiendo la salud de sus pacientes sobre todo lo demás, contrasta la actitud de diferentes estamentos que, más que pensar, embisten tal y como como decía Machado, desde el ex-consejero de Sanidad (Dr. Rodríguez), pasando por políticos y opinadores varios, que lo han utilizado (todos) de manera nauseabunda y con despreciables intenciones hasta, desgraciadamente, una de las afectadas que, tras lograr superar la infección, ha declarado sin pudor alguno que, de haberlo sabido, habría antepuesto la salud de su perro a la atención a los enfermos… Y eso que de ejemplos de tergiversación de la realidad y manipulación de la sociedad ya tuvimos en Gamonal nuestra ración…

Claro que, muchas veces, el enemigo habita dentro del propio sistema, con sus descabelladas teorías conspiranoicas… Y cuando alguien osa poner estas incoherencias sobre la mesa, en seguida surgen las voces que, más alto aún, sostienen que “los trapos sucios se deben lavar en casa, y no a la vista de cualquiera”, sin darse cuenta de que, por mucho que algunos se nieguen a verlo, el Rey de la Sanidad Pública sigue estando desnudo. Y en lugar de apostar por una renovación amplia, por la llegada de aire fresco, por dar a quien tiene que liderar la sanidad del mañana, y del hoy, las capacidades para ello y allanarle, en la medida de lo posible, su llegada, se ha optado por defender con uñas y dientes la posición alcanzada. De acuerdo que las formas han sido despreciables (reflejo tan solo de la escoria política que nos gobierna), pero denunciar la aplicación de la ley que es igual para todos los trabajadores que establece la edad de jubilación obligatoria a los 65 años como un ataque a las esencias más sagradas del establishment médico en la Sanidad Pública es, como poco, un tanto exagerado. En una sociedad en la que hasta el Jefe del Estado entiende que llega un momento en el que hay que dar un paso a un lado y dejar que otros más preparados y con nuevas ideas y bríos tomen el relevo, la casta gerontocrática sanitaria se revuelve como gato panza arriba. Y es que, muchas veces, no sólo hay que cambiar la macrogestión para que cualquier cambio sea eficaz, sino que también es preciso renovar la microgestión para que los cambios tengan eficacia.

Desgraciadamente, y como hemos podido comprobar con espanto, el fracaso de la gestión pública no es privativa de la Sanidad, y otras entidades también gestionadas por el dictado político de turno, como las Cajas de Ahorro, se han visto arrastradas en la mediocridad e ineficacia que acompaña habitualmente en España a cualquier asunto en que nuestros corruptos políticos ponen sus manos. Es desalentador observar como entidades centenarias, como los Montes de Piedad, que han resistido el paso de gobiernos y regímenes de todo tipo y hasta guerras son devastadas y aniquiladas por la manera  de entender y practicar la gestión pública imperante en nuestro país. Y más insensatos seremos los médicos si no aprendemos hacia donde nos encaminamos defendiendo la gestión pública española…

Oncología y Radioterapia: luces (y alguna sombra) de 2014…:

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A principios de cada año se celebra el Día Mundial contra el Cáncer, momento que suele aprovecharse para recordar la importancia de mantener unos hábitos saludables para la prevención pero también, de los avances experimentados en las diferentes terapéuticas involucradas en el tratamiento del cáncer y que, aunque a más de uno le sorprenda, van más allá del empleo de fármacos frente a los tumores. No está de más, aprovechando esta efemérides, acabar con falsos mitos y recordar el papel preponderante que en el tratamiento del cáncer – de todos los cánceres – tienen, por este orden, la cirugía y la radioterapia a la hora de aumentar las opciones de curación de los pacientes. Y como la investigación básica en radioterapia en nuestro país, sin necesidad de grandes infraestructuras ni apoyo de grandes grupos financiadores privados, ha sido capaz en este 2014 de lograr importantes avances en la mejora de le eficacia de los tratamientos contra el cáncer.  Además, en esta época de crisis que atravesamos, el debate acerca de la relación coste-beneficio de muchos tratamientos está en auge. Ahora que se discute acerca de la financiación a cargo de los sistemas de salud de medicaciones de enorme costo, pero de indudable eficacia, como son los nuevos antivirales frente al virus de la hepatitis C, no sería descabellado plantear un análisis serio, sensato y alejado de todo apasionamiento partidista acerca de la eficacia real de algunos tratamientos oncológicos y el coste que los mismos suponen, aunque haya quien siga pensando que tan solo es dinero público y, total, “el dinero público no es de nadie”. Y, en esta misma línea de análisis coste-beneficio, ASTRO volvió a publicar este año 5 nuevas recomendaciones para un empleo más racional de la radioterapia frente al cáncer.

Pero, más allá de las miserias diarias que generan nuestros gestores y dirigentes,  El Lanzallamas se ha centrado este año en recordar, para algunos, o dar a conocer, para otros, que es la oncología radioterápica, de donde viene o a que y quienes debemos el conocimiento que hoy tenemos. Así, desde los primeros tiempos que sucedieron al descubrimiento de la radiactividad, y de todas las expectativas e ilusiones que se generaron y que convirtieron aquel periodo de entreguerras en una auténtica “Fiesta del Radium”, hasta los duros  momentos en los que, gracias al sacrificio de numerosas jóvenes, “Las Chicas del Radium”, conocimos los terribles efectos que el uso indiscriminado y sin control de la radiactividad podía desencadenar. Pero también, como la el espíritu innovador de muchos investigadores llevaron a convertir el descubrimiento del Radium, estableciendo la curieterapia (o braquiterapia, según gustos),  en una de las armas fundamentales en la lucha contra el cáncer, y de cómo la evolución en la curación de alguno de los tumores más frecuentes, como el cáncer de mama, va pareja e íntimamente unida a los avances de la radioterapia en los últimos 100 años, sin poder entenderse una sin la otra. Y del mismo modo en que se ha recordado el pasado, se ha apuntado el futuro de la radioterapia, y la esperanza que abre al tratamiento de enfermedades, actualmente incurables, como la temida Enfermedad de Alzheimer.  Además, y siguiendo con el intento de ahondar en la Historia de la radioterapia a la vez que en el papel de la radioterapia a lo largo de la Historia y en revelar algunos aspectos poco conocidos, se planteó la estrecha relación existente entre los efectos salutíferos de los balnearios y manantiales curativos, tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo, y una forma de primitiva radioterapia, que nos entronca directamente con el concepto de hormesis por radiación ya comentado en otras entradas de este blog.

Por otro lado, en el debe de la Oncología Radioterápica quedarán las dificultades, cada vez mayores, para intentar ofrecer una formación continuada de calidad. Pero ese es un pedrusco con demasiadas aristas…

Pero lo más importante del año viene a continuación…:

A pesar de todo, al final, lo único que realmente merece la pena recordar en un futuro de este año de El Lanzallamas serán tres hechos que han llenado, personal y profesionalmente, todos los aspectos. En primer lugar,  comprobar que, afortunadamente, siguen existiendo médicos que, tras una vida profesional plena dedicada a la Sanidad Pública en todos sus facetas (asistencial, docente e investigadora) saben darse cuenta de cuando llega el momento de dejar a los que vienen detrás asumir la responsabilidad que ya les toca, y tienen la enorme dignidad de, sin alharacas ni victimismos fingidos, dar un paso a un lado con la absoluta certeza de que han contribuido de manera decisiva a su formación y que su legado de sabiduría y profesionalidad continuará. Y yo he tenido la inmensa fortuna de conocer, al menos, a uno… Por otra parte, la enorme satisfacción que produce completar el desarrollo de una idea profesional de 3 oncólogos que, con más ilusión que medios, lograron ver realizado, desde su concepción inicial y pasando por todas las etapas de su avance y perfeccionamiento (y superando las dificultades e imprevistos que iban surgiendo), el fruto de todo el esfuerzo de tanta gente plasmado en nuestra aplicación iOncoR, la primera app móvil por y para oncólogos radioterápicos en español, y verla disponible para cualquiera tanto iTunes como en Google Play. ¡Ha merecido la pena! Y, por último, un año en el que afrontar un cambio de proyecto  con un objetivo claro: recuperar la ilusión y continuar avanzando y aprendiendo cada día. Probablemente, lo más sencillo de decir aunque lo más complicado de hacer. Pero también, lo más gratificante…

Gracias a todos los que movidos por la curiosidad, por el interés o por los avatares y circunstancias de la red, han visitado este 2014 El Lanzallamas. «Gracias» a los que con vuestro comportamiento dais pie a muchas de las entradas: vuestra mediocridad es nuestra inspiración… Pero sobre todo, gracias a todos los que haréis, con vuestro ejemplo y apoyo fiel, que El Lanzallamas siga ardiendo en 2015. ¡Vosotros sabéis quienes sois!

La responsabilidad ante el fracaso en la Gestión Pública: una necesidad para todos…

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En esta semana se han producido dos hechos que, no por menos esperados y esperables, resultan sorprendentes en la realidad social española. El pasado martes día 23 de septiembre de 2014 se produjo la dimisión de Alberto Ruiz Gallardón, hasta ese momento Ministro de Justicia del Gobierno de España. Y en la mañana del día 25 de septiembre de 2014, la dimisión de Leopoldo González-Echenique, presidente de RTVE. A estas dos se puede sumar la dimisión acaecida hace ya algunos meses de Javier Fernández Lasquetty, Consejero de Sanidad del Gobierno de la CAM. Lo que tienen en común estas tres dimisiones es que son fruto del fracaso en la gestión encomendada a cada uno de ellos, tanto en la gestión de la Justicia, como de la Sanidad Pública madrileña o de la televisión de todos. Algo que, en principio, parecería lógico e incluso deseable, como es la asunción de responsabilidades derivadas del cargo desempeñado se convierte, por su rareza, en una situación insólita en la gestión pública en España.

Si hay algo que, desgraciadamente, caracteriza la gestión pública en España es su absoluta, o casi absoluta, falta de autocrítica. Nunca pudo imaginar Napoleón Bonaparte que su sentencia tras la Paz de Tilsit, “…la victoria tiene cien padres pero la derrota es huérfana…” se aplicaría de manera tan ajustada a la gestión pública española. Y la Sanidad Pública es, demasiadas veces, un excelente ejemplo de la mediocridad que rodea la gestión pública en España. Ante cualquier éxito, por mínimo que sea, son legión los que se apuntan al mismo. Pero cuando la realidad del fracaso aparece ante el gestor, pocos son los que tienen la valentía de reconocerlo, asumir la responsabilidad del mismo y presentar su renuncia al quedar demostrada su ineptitud para el cargo. Antes bien, si algo caracteriza la gestión pública es que siempre existe un estamento superior al que hacer responsable, y la responsabilidad se va transmitiendo hasta llegar al nebuloso ente de «la Administración» que, como un agujero negro, engulle cualquier posibilidad de exigir una asunción del fracaso. Y esto sucede, tristemente, a todos los niveles de la gestión pública donde, para desgracia de todos los españoles, parece cumplirse con contumaz y machacona insistencia el Principio de Peter según el cual “…todo empleado tiende a ascender hasta su alcanzar su máximo nivel de incompetencia: la nata sube hasta cortarse…”

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En una entrada anterior, se confrontaban los conceptos de “Gestión Pública” frente a “Gestión Profesional” a propósito de otro gran fiasco en la gestión pública española, como ha sido la destrucción inmisericorde de las otrora eficaces y eficientes Cajas de Ahorro. Una de las grandes diferencias entre ambos modelos está en la asunción de responsabilidades. Sin ser el remedio de todos los males, una gestión profesional que permite, bien por responsabilidad o bien por temor a verse alcanzado, eliminar a la jerarquía inepta y mediocre antes de que su gestión conduzca al fracaso de toda la estructura, parece lo más deseable. Y si, pese a todo, el fracaso se consuma, entonces llega el momento en que el máximo responsable de la gestión debe asumir su responsabilidad y abandonar la dirección del proyecto.  Algo que estos tres políticos, conviene no olvidar que nombrados a dedo y por el principal mérito de tener un carné del partido gobernante en este momento, si han tenido, sin embargo, la decencia de hacer. Y con independencia de lo que cada uno pueda pensar de sus motivaciones para hacerlo, no cabe duda de que son un ejemplo para el resto de sus conmilitones de cualquier color, y para el resto de personas con alguna responsabilidad de mando dentro de la llamada “gestión pública”. Desgraciadamente, la experiencia de muchos años demuestra que estas dimisiones no serán más que una mera anécdota, y que mientras no se cambie el sistema las siempre necesarias autocrítica y asunción de responsabilidades no dejarán de ser una mera utopía…

«El precio de la grandeza es la responsabilidad» 

Winston Leonard Spencer Churchill, político y escritor británico (1874-1965)

Sepulcros blanqueados en la Sanidad Pública…

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La expresión «sepulcros blanqueados» es una metáfora que emplea Jesús en el Evangelio de San Mateo para comparar a los fariseos con sepulcros blanqueados, relucientes por fuera, pero llenos de podredumbre repugnante y vomitiva en su interior. Esta metáfora se sigue empleando para tachar a alguien de hipócrita, farsante, fariseo, inconsecuente con sus ideas, alguien que predica una cosa y hace la contraria,…

Desgraciadamente, esta figura también existe en nuestra Sanidad Pública. En los últimos meses han quedado claras distintas posturas de enfrentarse a los cambios que la maltrecha Sanidad Pública reclama.

Por un lado, la postura del Gobierno de la CAM, con su presidente Ignacio González al frente con los distintos y peculiares Consejeros de Sanidad que ha tenido a bien obsequiarnos, es bien conocida en su ambición de privatizar, como sea, la gestión de los hospitales públicos. Tan convencido está de ello que la CAM cuenta, hoy en día, con 4 hospitales públicos gestionados por 2 empresas privadas. Y eso que su intención inicial de privatizar la gestión de otros 6 centros no se llegó a concretar. (Lo cual no quiere decir que no lo pueda conseguir más adelante, dada la judicialización del proceso, que deja a merced de un sutil cambio en cualquier equilibrio de poderes en el ámbito judicial la posibilidad de que, al igual que fue suspendida una vez, pueda ser reactivada otra).

En el otro extremo, la sin par Federación de Asociaciones en Defensa de la Sanidad Pública (FADSP). Más de 30 años defendiendo la Sanidad Pública. En concreto, su modelo de Sanidad Pública. Un modelo caduco que se ha mostrado ya agotado, pero que sus defensores están dispuestos a mantener con entrañable contumacia, impenetrables a cualquier posibilidad de cambio, ni siquiera en la mejor tradición gatopardiana de “cambiarlo todo para que nada cambie”. Antes bien, cayendo en absurdas teorías conspiranoicas que no hacen más que reafirmar la necesidad de superar este modelo y cambiar si queremos mantener nuestra Sanidad Pública.

A nadie se le oculta que en ninguno de estos dos extremos vamos a encontrar las bases para construir el cambio que se necesita. Aunque hay que agradecerles, al menos, que mantengan firmes y claras sus posturas, sin añagazas ni medias tintas. Sin embargo, entre ambas posturas antagónicas, que en su cerrazón son más parecidas de lo que inicialmente podría suponerse, existe una amplio campo donde poder desarrollar cambios y mejoras en la Sanidad Pública. Y es aquí donde cobra protagonismo la figura de los “sepulcros blanqueados”. Infinidad de documentos se han publicado planteando estrategias de cambio para nuestro sistema público de salud, pero como ejemplo basten 2 de ellos.

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Por un lado, el Informe Abril, que fue el primer gran intento de reforma para mejorar y garantizar la supervivencia de nuestro sistema público de salud. Así llamado por estar presidida la comisión encargada de su redacción por Fernando Abril Martorell, continúa siendo, a día de hoy, un documento fundamental para entender las complejidades de nuestro sistema y las posibilidades para reformarlo. Contrariamente a lo que ahora se estila, el Informe contó con la participación de numerosos profesionales, muchos de ellos de enorme prestigio, y con todo tipo de ideología, sin exclusión de ninguno por la misma (algo, desgraciadamente, impensable hoy). El Informe Abril, pese a estar redactado en 1991, conserva aún plena su vigencia e interés, y podría convertirse en un excelente punto de partida para abordar, de una vez por todas, una reforma seria y en profundidad de la Sanidad Pública.

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Por otra parte, hace apenas unos meses se publicó en la web de la Asociación de Economía de la Salud (AES, http://www.aes.es) en forma de capítulos, las conclusiones del documento “Sistema Nacional de Salud: diagnóstico y propuestas de avance” que plantea 166 reformas para la mejora del sistema público de salud. Este documento ha sido elaborado por un grupo de expertos en Salud Pública procedentes de distintos ámbitos y recoge las propuestas de actuación que, a su juicio, debieran llevarse para garantizar la sostenibilidad y el desarrollo futuro de nuestra Sanidad Pública.

Con sus diferencias, y aunque los separan más de 20 años, ambos documentos coinciden en una serie de aspectos críticos para afrontar con garantías un cambio que garantice la supervivencia de la Sanidad Pública. Ambos hacen hincapié en las ideas de autocrítica como punto de partida, en reconocer la existencia de “bolsas de ineficiencia”, en la necesidad de una profesionalización de la gestión y en la reivindicación de la meritocracia como patrón para la evaluación de la actividad y la gestión de los recursos humanos. Además, analizan sin sectarismos ni prejuicios aspectos tan relevantes como la retribución variable, las medidas de copago, la posibilidad de valorar la colaboración público-privada en la Sanidad Pública o la redefinición de la Cartera de Servicios y el concepto de “todo para todos y gratis”. Coincidiendo o discrepando, en mucho o en poco, no cabe duda de que pudieran ser un buen punto de partida para afrontar, de manera sensata, el problema de la supervivencia de la Sanidad Pública. Y alejados, aunque fuera por una vez, de los maniqueísmos que son norma en cuanto se sugiere cualquier alternativa original y valiente.

Por todo ello, resulta aún más llamativo que dos de los principales responsables de ambos documentos, Rafael Bengoa del Informe Abril y José Manuel Freire del informe de AES, mantengan ahora, tanto en las apariciones televisivas del uno (ungido, además, por su experiencia estadounidense, lo que no deja de ser llamativo en un país tan anti americano como el nuestro, al menos de boquilla…), como en la actividad parlamentaria del otro, discursos que parecen contradecir lo que, negro sobre blanco, habían plasmado anteriormente. Quien sabe si será que se arrepienten de ello, aunque no parece que nadie les haya preguntado sobre el particular, que lo hicieron forzados por oscuros intereses o que, simplemente, son firmes seguidores de Marshall McLuha y su conocido aforismo de “el medio es el mensaje” y consideren que es más relevante no lo que dicen sino el donde y como lo dicen, y sepan bien que la inmensa mayoría de los receptores se van a quedar con el titular sin profundizar en sus escritos. Se podría decir que ambos, aunque no son los únicos, se comportan de manera inconsecuente en función de donde y a quien se dirijan, que son, en definitiva, “sepulcros blanqueados”

Si despreciables en su cerrazón son las posturas extremas tanto del Gobierno de la CAM como de la FADSP, más decepcionantes son para todos los que creemos y tenemos ilusión en un cambio necesario para avanzar la indefinición tibia de quien no quiere (o no se atreve, o no le dejan…) defender públicamente lo que, en otros ámbitos han considerado adecuado y necesario. Con ejemplos como estos, el futuro de la Sanidad Pública es, cada día que pasa, más incierto y preocupante.

«No se puede ser y no ser algo al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto»

Aristóteles, filósofo griego (384 a.C.-322 a.C.) 

Elecciones Europeas y Sanidad Pública: ¿alguien ha ganado?

URNA ANTIGA  FRAUDE

Pasada ya la resaca de las recientes elecciones al Parlamento Europeo, es momento de plantear alguna reflexión al hilo de los resultados de las mismas. Más allá de las sempiternas manifestaciones de victoria que todos hacen en cuanto conocen los resultados del recuento vuelve a demostrarse, una vez más, la absoluta y total falta de autocrítica característica de cualquier dirigente español que se precie. Aunque es cierto que esta vez, y probablemente sin que sirva de precedente, al menos uno de los dirigentes políticos ha tenido la decencia de asumir sus errores y presentar su dimisión. Eso si, de forma diferida que es al parecer lo que se lleva entre nuestra escoria política… Pero salvo esa excepción, quien sabe los verdaderos motivos, el resto de la casta se niega a la más mínima autocrítica y, por añadido, a asumir cualquier minúscula responsabilidad que les pudiera competer, siquiera tangencialmente, con respecto a sus más que evidentes fracasos. Lo triste es que esta actitud no es sino un reflejo del sentir y actuar de la generalidad de dirigentes españoles, a todos los niveles y en todas las profesiones. También en la sanidad. También en la Sanidad Pública, donde la mera mención de las palabras autocrítica o asunción de responsabilidades provoca un tremendo rechazo.

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Hemos padecido una campaña propia de la categoría de la escoria política que nos ha tocado en desgracia padecer. Desde las llamadas a la superioridad intelectual fundamentadas en la testosterona de unos, hasta los agravios feminoides y las comparaciones bíblico-revolucionarias de otras, pasando por el burdo remedo de Rodolfo Chikilicuatre que hemos enviado a esta particular Eurovisión o por los renegados de otros partidos y demás “profesionales” del parlamentarismo patrio que parecían buscar mantener tan solo caliente su sillón, el nivel intelectual del debate ha sido, por decirlo de alguna manera, inexistente. Pero qué esperábamos, se limitan a repetir, quizás de manera algo histriónica, clichés y comportamientos habituales en la sociedad. No podemos quejarnos por ello…

madrid
Lo que si resulta más llamativo es la lectura e interpretación que de los resultados de estas elecciones pueden hacerse con respecto a diferentes ámbitos de la vida pública. Particularmente interesante es la lectura que desde el sector de la Sanidad puede, y debe, hacerse. Durante casi dos años hemos vivido un clima de constante confrontación, motivada principal aunque no exclusivamente por los planes de la Consejería de Sanidad de la CAM, entre los médicos y nuestros gobernantes. Durante meses se han sucedido las manifestaciones, tanto en la calle como en los Hospitales y Centros de Salud, frente a las intenciones privatizadoras de la Consejería de Sanidad. Y, aparentemente, el apoyo a las mismas era masivo por parte de la ciudadanía, o así se nos quería hacer creer. Cualquiera podría pensar que, en estas circunstancias el rechazo al partido gobernante responsable de iniciar esta lucha sería mayoritario, y este partido y sus dirigentes serían expulsados, democráticamente, de cualquier institución que pudieran mancillar con sus planteamientos tan alejados del inmenso sentir de la práctica totalidad de la población. Y, sin embargo, ese mismo partido político marcado con el estigma de la privatización y el rechazo frontal de la ciudadanía, ha vuelto a ser el más votado. Cierto es que con una notable merma de votos, pero continúa manteniéndose como la opción prioritaria de esa misma ciudadanía que, aparentemente, rechazaba tan masivamente sus propuestas. Y esto merece alguna reflexión. Dejando de lado que el ganador absoluto de las elecciones ha sido la abstención, y presumiendo que todos, o la inmensa mayoría, de los que han venido manifestando reiteradamente su desacuerdo con la actitud del gobierno de la CAM han votado en contra, resulta difícil comprender como sigue siendo la fuerza más votada. ¿Quizás hay muchos ciudadanos que apoyaban, tácitamente, los proyectos de la CAM?, ¿o quizás la oposición a este plan no era tan masivamente rechazada?, ¿o quizás, y haciendo una necesaria autocrítica, el rechazo que muchos sentíamos por la actitud de la Consejería de Sanidad de la CAM se ha visto intoxicada por otros intereses bastardos, alejados de las reivindicaciones de muchos médicos que esperábamos una apuesta más valiente por el cambio que la mera defensa a ultranza de un sistema caduco, gerontocrático y burocrático? Somos muchos los que venimos reclamando desde hace tiempo la necesidad de un cambio de modelo, de sacudirnos la mediocridad existente que nos permita recuperar todo lo bueno que tiene este modelo, de apostar por la meritocracia y la profesionalización en la Sanidad Pública, de recuperar la necesaria asunción de responsabilidades e, incluso, de plantear si es necesario la laboralización del personal como instrumento para conseguir estos objetivos. Sin embargo, no parece ser este el sentir de gran parte de la casta que habita en nuestro sistema. Y quizás la falta de valentía para afrontar este cambio, y el empecinamiento de los profesionales de la política en defender un modelo agotado, han motivado que muchos descontentos hayan engrosado el bloque abstencionista. Y, sin duda, aquí hemos fallado los que queremos un cambio, no hemos sabido transmitir suficientemente la necesidad de cambiar ni plantear alternativas creíbles y hemos sido ahogados por los defensores de la casta. Lo verdaderamente preocupante será cuando en otras elecciones ese bloque abstencionista decida, en mayor medida, ejercer el voto. Y si ahora no han encontrado motivo para oponerse frontalmente, quizás tampoco lo encuentren más adelante…

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Y si llamativo es el caso de la Comunidad de Madrid, otro tanto puede decirse de la comunidad que peor trata a sus médicos, como es Andalucía. Una región donde no sólo abundan los contratos eventuales, sino que estos se repiten con insultante constancia en periodos muchas veces de apenas un mes de duración y con dedicación (y retribución) al 50-75%. Y así se mantiene desde hace años, pese a huelgas y manifestaciones de los médicos. Y aún así, el partido del gobierno vuelve a ser, una vez más, el preferido por sus conciudadanos. ¿Será que a los andaluces, a semejanza de los madrileños, tampoco les interesa el estado de su Sanidad Pública? ¿Será que algo tan español como el pesebrismo retrae a los votantes de manifestarse en contra de quienes detentan el poder por si les privan de las migajas que éste les arroja periódicamente? ¿O qué de nuevo se mezclan intereses que enfangan las legítimas reclamaciones de los profesionales?

Lo que si parece claro tras el resultado de estas elecciones es que existe una evidente división entre las reclamaciones y protestas ciudadanas y la plasmación que estas tienen cuando existe la oportunidad de un cambio de gestión. ¿Será qué las elecciones son, como decía Lloyd George, “la venganza del ciudadano y la papeleta es un puñal de papel”? ¿Y contra quiénes se ha dirigido entonces ese puñal? ¿Será qué las alternativas tampoco ofrecen confianza?

“Tras un recuento electoral, sólo importa quién es el ganador. Todos los demás son perdedores”
Winston Churchill, político y escritor británico (1874-1965)

Ignacio González y la reunión con «los 400»: ¿más de lo mismo?…

ignacio-gonzalez_01_ampliada_06El tiempo pasa, las caras cambian pero la tragicomedia de la Sanidad Pública madrileña permanece. En un ejercicio de gatopardismo que hubiera merecido los más enfervorizados aplausos del propio Lampedusa, la Consejería de Sanidad de la CAM decidió hace unos meses “cambiar algo para que nada cambie”. Nuevos rostros aparecieron en primera línea: se retiró a Javier Fernández Lasquetty y se aupó al puesto de Consejero a Javier Rodríguez, que aportaba frente a su predecesor el (dudoso) “beneficio” de ser Doctor en Medicina y Cirugía. Dudosa ventaja ya que es alguien involucrado directamente en la actividad política desde 1983 y que ha pasado por cargos de responsabilidad tan alejados de la práctica clínica diaria de la medicina como ser consejero de Telemadrid (1995-2001) o portavoz de Sanidad del Grupo Popular en la Asamblea de Madrid desde 1987. Y al igual que se cambió al Consejero, se sustituyeron otros cargos de responsabilidad: viceconsejero, directores generales,…

Y todo, ¿para qué? A la vista de los últimos acontecimientos, para nada. Para que todo siga igual. Para que la Consejería continúe manejándonos a los médicos a su antojo, despreciando nuestra labor e insultándonos con sus “propuestas”. El último capítulo en esta cada vez más larga lista de desprecios tuvo lugar ayer. El Presidente de la CAM, Ignacio González, reunió a 400 profesionales (¿reminiscencias del «club de los 600»?) para venderles la última ocurrencia de su gobierno. Que estemos a menos de un año de agotar la presente legislatura, y por tanto, de tener que convocar nuevas elecciones, no parece que tenga relación. De todas maneras, lo dicho ayer por Ignacio González permite varias e interesantes reflexiones:

  • Como casi siempre en los últimos 2 años, hubo una total falta de autocrítica. Ni en las circunstancias más adversas son capaces de reconocer nuestros dirigentes que se han equivocado. Todo lo más, que los médicos no hemos sido capaces de entender sus desvelos y buenas intenciones…
  • El gobierno de la CAM descubre que hay más de 5000 profesionales en situación de eventualidad mantenida, ¡algunos desde hace más de 10 años! Pero en lugar de plantear un abordaje sensato y desprovisto de todo partidismo de un problema como este, en lugar de poner sobre la mesa soluciones que supongan un cambio real y drástico, como ha sido recomendado por grupos de estudio sin aparentes intereses de partido como el Informe Abril, el de SEDISA o, más recientemente, el de AES (desfuncionarizar, laboralizar,…), opta por la solución más sencilla. Y la que más daño nos puede hacer. En vez de apostar decididamente por eliminar la mediocridad imperante en el sistema público, el Gobierno de la CAM anuncia la conversión de 5000 eventuales en interinos. Y se queda tan contento. Y los 400 allí reunidos, también. Y los que sufrimos sus decisiones seguiremos viendo que medidas de este tipo lo único que consiguen es perpetuar las discriminaciones existentes. Los interinos continuarán discriminados, tanto laboralmente porque no tendrán los mismos derechos que sus compañeros con plaza en propiedad en cuanto al acceso a plazas de promoción, jefaturas, etc…, como discriminados económicamente al continuar sin derecho a percibir retribución alguna, salvo que la gane en los tribunales, ni por concepto de antigüedad ni por concepto de carrera profesional. ¿Cuál es la ventaja entonces?
  • Pero no contentos con esto, el Gobierno de la CAM da un paso más y recupera, como gran incentivo, ¡las peonadas! Hace casi 2 años fueron eliminadas por mor del necesario ahorro. Ahora, ¿en relación quizás con el calendario electoral?, son recuperadas como la mejor manera de motivar y premiar a los médicos por su esfuerzo, convenciéndolos de la necesidad de trabajar tardes y fines de semana. Eso sí, a cambio de una remuneración. ¡Cuanta generosidad! Una vez más, nuestro políticos dan muestra de su estulticia y creen que el dinero (público, que ya se sabe que “no es de nadie”) puede arreglarlo todo. En lugar de acabar con las bolsas de ineficiencia (que las hay, y todos sabemos donde…), en lugar de optimizar los recursos técnicos y humanos, prefiere cerrar los ojos y prometer cualquier cosa. ¿A cambio de qué?, ¿de los votos necesarios para mantenerse…?
  • Cuatrocientos profesionales, exclusivamente jefes de servicio, supervisoras de enfermería, responsables de centros de salud y directivos de la organización sanitaria madrileña, considerados como representativos de la sanidad madrileña, al menos a juicio de la Consejería de Sanidad se juntaron ayer en el Aula Magna del Pabellón Docente del Hospital General Universitario Gregorio Marañón a escuchar las nuevas promesas del Presidente González. Y, o bien no las escucharon o bien están de acuerdo con ellas ya que, en general, aguantaron todo el acto sin, aparentemente, inmutarse ante los insultos y desprecios vertidos hacia los médicos. Insultos y desprecios que cualquiera que viva la Sanidad Pública madrileña día a día sufre y padece (quizá sea ese el problema…). Cuatrocientos profesionales que acudieron voluntariamente, y sabiendo a lo que iban, a la conferencia de autocomplacencia de Ignacio González y su Consejero de Sanidad. ¿Donde ha quedado la dignidad de nuestros superiores? ¿Por qué aguantaron la mayoría de ellos los desprecios que en forma de promesas y mejoras iba vertiendo el Presidente sobre todos los médicos del SERMAS que, por supuesto, no estábamos allí? ¿Quizás la amenaza, más o menos velada, de aplicar de nuevo la ley en forma de jubilación, legal y legítima, a los 65 años los retrajo de manifestar su desaprobación?…
  • Por último, resulta hasta cierto punto decepcionante, que organizaciones que han demostrado su oposición a los planes de la Consejería, que han liderado, en buena parte, la unión de los médicos frente a los planes de la CAM, vean en reuniones como la de ayer alguna “buena noticia”. Al menos, esas fue la opinión inicial de AFEM plasmada en las redes (¿quizás el resbalón esté en relación con el cambio en la responsabilidad de la comunicación en redes sociales de AFEM?). ¿Y qué tiene que ganar AFEM haciendo ahora seguidismo de las envenenadas ofertas de la Consejería de Sanidad?

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En definitiva, ayer asistimos a un nuevo capítulo en la ya demasiado larga lista de desprecios con los que la Consejería de Sanidad, y por extensión el Gobierno de la CAM, nos agradece a los médicos el esfuerzo para mantener mínimamente funcionante un sistema caduco como el actual, donde prima la mediocridad, la gerontocracia y la burocracia, donde se desprecia la profesionalización y la meritocracia y al que parece que nadie quiere, de verdad, arreglar. Y lo peor de todo es que muchos, aún, siguen comprando esa mercancía…

«Quienes ganan las batallas son los borregos, pero quienes ganan las guerras son los hombres libres»

John Steinbeck, escritor estadounidense y Premio Nobel de Literatura (1902-1968)

Profesionalización, que bonito nombre tu tienes…

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“Profesionalización”

Hoy en día se ha convertido en una exigencia para el desempeño de casi cualquier labor. Y no sólo una exigencia, sino más bien un requisito imprescindible para poder acceder a determinados puestos. Esta exigencia se vuelve aún más imperiosa cuando se refiere a los empleados públicos. Y quizás no este exenta de razón, y surja coma contraposición a la más que habitual práctica de otorgar cargos de responsabilidad en función, muchas veces, de filias y fobias ideológicas antes que en los méritos profesionales acumulados.

Probablemente, es la Sanidad Pública donde con mayor fuerza se alzan las voces que claman por una vuelta a la profesionalización de los gestores encargados de dirigirla. Cada vez con mayor frecuencia, somos conscientes del abuso ideológico que se ha producido entre los gestores de nuestra Sanidad Pública, donde los altos cargos se han repartido antes por criterios ideológicos que por conocimiento, experiencia y habilidades para el desempeño de la función encomendada. Se han dado situaciones que rozan el esperpento, como el caso de un gran hospital público donde fue “colocado” como Director Gerente un subsecretario de Estado que se quedó sin escaño al perder su partido las elecciones. Poco duró, apenas unos meses, saliendo hacia una empresa totalmente alejada del ámbito médico en cuanto tuvo ocasión. Y como este, muchos más ejemplos…Y esto es una realidad que pasa, desgraciadamente, en todos lados, con independencia del color del gobernante.

La profesionalización, junto con la recuperación de la meritocracia y la laboralización del personal como medio de despolitizar y desfuncionarizar la Sanidad Pública, deben de ser los pilares sobre los que se apoye el cambio que tanto necesita nuestro sistema. Esto no es, aunque pudiera parecerlo, algo novedoso, y ya se planteaba en documentos tan lejanos como el Informe Abril o, más recientemente, en los hechos públicos por asociaciones como SEDISA o AES

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¿Pero, a qué nos referimos cuando exigimos profesionalización? Un buen profesional es aquel que posee la formación, experiencia, capacidad y aptitudes necesarias y que conforman, todas ellas, su habilidad profesional, y que a través de ellas es capaz de lograr resultados de sus colaboradores y personal bajo su cargo, en condiciones de eficiencia y generando satisfacción y reconocimiento por ello. Un buen profesional debe saber gestionar no sólo los aspectos económicos y estructurales de su negociado, sino también el capital humano a su cargo. Debe saber apreciar los méritos y defectos del mismo, sabiendo reconocer el trabajo bien hecho pero también detectando y solucionando bolsas de ineficiencia, y debe también apostar por la creatividad e innovación, por la adaptacióń al cambio con visióń de futuro que le permita ejercer el liderazgo de equipos humanos.

Y, sin embargo, cuando se exige profesionalización en los gestores de la Sanidad Pública, parece haber un cierto interés en limitarla tan sólo a las gerencias y direcciones médicas olvidando, quizás interesadamente, la exigencia de profesionalización de otros cargos intermedios. A nadie se le oculta que las mismas razones que hay para reclamar la profesionalización de gerencias y direcciones médicas las hay para exigírsela a los cargos intermedios, tanto Jefes de Departamento/Servicio/Unidad como Jefes Clínicos y de Sección. Todos los que llevamos un tiempo trabajando en la Sanidad Pública conocemos bien casos de excelentes Jefes que han conseguido que sus Servicios tengan un envidiable desarrollo científico, asistencial, docente y humano, y en los que es más un premio formar parte del mismo. Pero, desgraciadamente, también casos de nefastos Jefes de Servicio que, bien por dejación y ausencia física o intelectual, bien por desidia o incapacidad manifiesta, han convertido sus Servicios en un erial del cual se intenta huir a la mínima oportunidad. Muchas veces, la razón última de estos errores radica en nombrar Jefes a extraordinarios médicos clínicos, pero sin interés ni capacidad alguna para la gestión, por el mero hecho de ser esta la única manera de reconocer sus méritos, constituyendo el mejor ejemplo del Principio de Peter: “En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia: la nata sube hasta cortarse”. En el modelo actual es extraordinariamente raro que un Jefe, por muy mal que gestione su Servicio, sea sustituido antes de alcanzar la edad legal de jubilación (y en algunos casos, incluso más tarde…). ¿Estamos contentos con esta manera de trabajar?

Y es que la profesionalización, exigible y deseable también para Jefes de Servicio/Sección, debe de ir siempre pareja a un concepto, del cual algunos intentan huir como de la peste, como es la Responsabilidad Profesional, entendida como una condición fundamental para el ejercicio de cualquier actividad para la que se ha sido capacitado. El concepto de responsabilidad profesional entraña la obligación de reparar y satisfacer las consecuencias de los actos, omisiones y errores voluntarios e involuntarios incluso, dentro de ciertos límites, cometidos y/o permitidos en el ejercicio de la profesión. La deseable profesionalización que muchos médicos demandamos debe conllevar indefectiblemente esta asunción de responsabilidades. A los gestores, responsables o Jefes, se les debe escuchar en sus demandas e intentar atender sus necesidades y las de sus Servicios, pero también se les deben exigir que rindan cuentas del trabajo realizado y que asuman su responsabilidad en la marcha de su Servicio. Y si fracasan en cualquiera de los aspectos a su cargo, por dejación o incapacidad, deben poder ser relevados de sus funciones y sustituidos por otro. ¿Estamos preparados para hacerlo?

La profesionalización, necesaria en las Jefaturas Clínicas, implicaría cambiar por completo un sistema tan caduco y rígido como el actual, basado principalmente en un modelo gerontocrático y burocrático, por otro más flexible y real, cimentado en la meritocracia como uno de sus pilares fundamentales. Cambiar esas Jefaturas, perpetuas como condenas con independencia de la habilidad con que se ejerzan, por un modelo basado en la dirección por proyectos, con una duración limitada, y a la que cualquiera con ganas, ilusión y capacidad pudiera acceder, y sin que la cantidad de años empleado en el sistema sea el patrón-oro, parece una alternativa mucho más atractiva que la actual. Que lideren los Servicios los que mejor sepan hacerlo, con independencia de su edad o experiencias previas, es algo que debiéramos exigir cuando reclamamos “profesionalización” en la Sanidad Pública. ¿Estamos dispuestos al cambio?

«El éxito no se logra sólo con cualidades especiales. Es sobre todo un trabajo de constancia, de método y de organización»
Victor Hugo, poeta, dramaturgo y escritor francés (1802-1885)

Propuestas para la reforma de la Sanidad Pública: algo se mueve…

AES1Después de más de un año de conflicto, por fin parece que empiezan a plantearse alternativas reales para la reforma de nuestra maltrecha Sanidad Pública. Lo que era una exigencia, casi una súplica, se empieza a materializar. Es cierto que quizá no es aún la propuesta definitiva que permita el sustancial cambio que muchos venimos demandando desde hace tiempo, pero es, al menos, un primer punto de partida sobre el que desarrollar estrategias de reforma. En estos días se  empezado a publicar en la web de la Asociación de Economía de la Salud (AES, www.aes.es)  en forma de capítulos, las conclusiones del documento “Sistema Nacional de Salud: diagnóstico y propuestas de avance” que plantea 166 reformas para la mejora del sistema público de salud.

Este documento ha sido elaborado por un grupo de expertos en Salud Pública procedentes de distintos ámbitos y recoge las propuestas de actuación que, a su juicio, debieran llevarse para garantizar la sostenibilidad y el desarrollo futuro de nuestra Sanidad Pública. Aún con los reparos que quieran ponerse a dicha asociación, y a varios de los autores que desprenden un desagradable olor político, el hecho en sí es que constituye la primera propuesta mínimamente sería que se hace de manera profesional para buscar un cambio sustancial en la Sanidad Pública desde el Informe Abril de 1991. Se podrá coincidir o discrepar con algunas o muchas de las ideas propuestas, pero que lejos quedan de las, por decirlo de manera elegante, peculiares medidas propuestas por el autodenominado «colectivo de los 600 Jefes de Servicio» y que afortunadamente para todos perdió cualquier visibilidad.

Las medidas propuestas en este documento, y aún sin conocer en profundidad la totalidad del mismo dado que sólo ha sido publicado el resumen general y el primer capítulo, abundan en las ideas de autocrítica como punto de partida, necesidad de una profesionalización de la gestión y reivindicación de la meritocracia como patrón para la evaluación de la actividad y la gestión de los recursos humanos.

El documento de propuestas comienza reconociendo la existencia de “bolsas de ineficiencia” dentro de la Sanidad Pública. Aún sin definir en profundidad, es una de las primeras muestras públicas de autocrítica, algo que se llevaba mucho tiempo echando en falta…

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Y continúa insistiendo en la necesidad de un cambio, de una reforma del sistema si queremos que realmente mantenga unos elevados niveles de calidad en la atención. Es necesario cambiar, pero manteniendo lo bueno y apoyándose en las fortalezas del sistema, que existen, pero sin que ello ciegue la necesidad de avanzar en las reformas:

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Claramente, el documento presentado por AES hace una decidida apuesta por dos conceptos que muchos venimos demandando desde hace tiempo y que son prácticamente inexistentes en la actualidad: meritocracia y profesionalización. No podría entenderse ninguna reforma de la Sanidad Pública que no se apoyara en un desempeño profesional de la gestión a todos los niveles, no sólo en lo que respecta a las gerencias y direcciones médicas, sino también a la gestión de los servicios clínicos. Además, la meritocracia debe de ser el “patrón oro” sobre el que fundamentar en gran medida las relaciones de los profesionales con el sistema:

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Entre las propuestas concretas apuntadas en el resumen del documento, y que serán desarrolladas en profundidad en los distintos capítulos de los que consta, se vuelve a insistir de manera explícita en las ideas de meritocracia y profesionalización y se plantea algo que, aunque obvio y evidente, no deja de ser revolucionario en el actual statu quo burocrático y gerontocrático como es que la antigüedad en el puesto de trabajo no sea el patrón de referencia al ahora de configurar y reestructurar las plantillas. Del mismo modo, se plantea, ahora sí, la posibilidad de una retribución variable en función del rendimiento:

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Por otro lado, los autores no muestran prejuicios al hablar de aspectos que levantan ampollas cuando se mencionan, como son las medidas de copago, la posibilidad de valorar la colaboración público-privada en la Sanidad Pública o la redefinición de la Cartera de Servicios y el concepto de “todo para todos y gratis”:

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En definitiva, y aunque de manera muy incipiente, somos muchos los que vemos en estas propuestas el inicio de una esperanza de cambio. Y aunque hace falta conocer en profundidad el documento y todas las soluciones que plantea, y aunque se podrá coincidir con unas o discrepar de otras, esta apuesta supone un soplo de aire fresco para afrontar, de manera sensata, el problema de la supervivencia de la Sanidad Pública. Y por primera vez, alejado de los maniqueísmos que son norma en cuanto se sugiere cualquier alternativa original y valiente. Las propuestas hechas por AES, al igual que las planteadas anteriormente desde SEDISA, pueden ser acertadas o erradas, apropiadas o no, pero al fin y a la postre son propuestas de reforma que deberíamos, al menos, tomarnos la molestia de analizar en profundidad. Porque son este tipo de alternativas las que necesitamos para reformar la Sanidad Pública si no queremos que otros nos hagan la reforma…

«No podemos resolver problemas usando el mismo tipo de pensamiento que usamos cuando los creamos»

Albert Einstein, físico (1879-1955)