Radioterapia antiinflamatoria: lo que va de Eben Byers a Usain Bolt…

Eben Byers (1880-1931) fue un rico y prestigioso industrial con fama de mujeriego y un reconocido deportista amateur, especialmente dotado para el tiro de pichón y el golf, disciplina ésta en la que logró alzarse con el Campeonato de Golf Amateur de los Estados Unidos en 1906.  Educado en la Universidad de Yale, Byers participaba activamente de su vida social y sus celebraciones. En 1927, y mientras regresaba en tren tras el tradicional encuentro de fútbol entre Harvard y Yale, que éstos últimos habían ganado por 14-0, Byers cayo de la la litera donde descansaba dañándose el brazo derecho. Byers inició entonces un peregrinaje de médico tras médico buscando un alivio para una lesión que amenazaba seriamente con interferir en su vida deportiva y, quizás más importante, en su vida amorosa. Sin embargo, nadie parecía poder darle una solución hasta que uno de los múltiples médicos a los que consultó le sugirió probar con un novedoso producto llamado Radithor que un falso médico llamado William J. A. Bailey había creado disolviendo altas concentraciones de Radium en agua, afirmando que podría curar múltiples dolencias.

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Eben Byers comenzó a tomar Radithor, y comenzó a notar mejoría y la desaparición de sus dolores. Tanta fue la mejoría que Byers atribuyó a esta poción, de la que consumía hasta 3 botellas al día, casi 1500 botellas en total. Por desgracia, y a diferencia de otros remedios de la época, Radithor no estaba elaborado con radón disuelto en agua, sino con radium, un elemento de vida media mucho más larga y que en el cuerpo humano actúa como un análogo del calcio intercambiándose con el mismo en los huesos. A los pocos meses, Byers comenzó a notar síntomas de lo que luego se sabría era la intoxicación por radium: pérdida de peso, cefaleas y dolor mandibular, seguido de fracturas óseas y pérdida de las piezas dentarias. En 1931 las radiografías de su mandíbula cayeron en manos de un radiólogo de Nueva York que había tenido contacto previo con las tristemente célebres Chicas del Radium, las jóvenes muertas después de sufrir intoxicación por radium tras trabajar en una fábrica de relojes que empleaba radium para pintar las marcas de la esfera y agujas. El diagnóstico de Byers no ofreció dudas: intoxicación letal por radium. Como afirmó posteriormente el Wall Street Journal en su obituario: “El agua con radium funcionó bien, hasta que la mandíbula se le cayó”. El 31 de marzo de 1932 Eben Byers murió y su cuerpo fue enterrado en el cementerio de Allegheny, en Pittsburgh, en un ataúd forrado de plomo para evitar los riesgos de la irradiación.

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Más allá de las lecciones acerca de los peligros que acarrea el empleo indiscriminado, sin control ni conocimiento de sus efectos, de una sustancia radiactiva, lo que el caso de Byers, junto con otras muchas evidencias, constata es el potente efecto antiinflamatorio que la radiación tiene, especialmente en la patología osteoarticular.

La patología osteoarticular es uno de los problemas de salud más prevalentes. La osteoartritis es una enfermedad dolorosa e incapacitante que afecta a millones de pacientes. De acuerdo a un informe de la OMS publicado en 2003, “se espera la osteoartritis sea la cuarta causa principal de discapacidad en el mundo para el año 2020”, lo que da una idea de su importancia y trascendencia. No existe una terapia definitiva para la osteoartritis y las opciones de tratamiento actuales para el dolor a veces son insuficientes y aunque están surgiendo nuevas opciones farmacoterapéuticas el tratamiento de estas enfermedades se centra, en muchas ocasiones, en lograr un alivio adecuado y mantenido de la sintomatología inflamatoria y dolorosa que presentan los pacientes.  De acuerdo al estudio ArtRoCad, en España las enfermedades reumáticas afectan al 25-30% de la población general española de 20 o más años de edad, y su tratmiento supone un gasto anual de cerca de 5000 millones de euros, equivalentes a un 0,5% del P.I.B. español.

Entre los múltiples tratamientos que han demostrado eficacia para el alivio sintomático de la enfermedad reumática osteoarticular, la eficacia de la  radioterapia a bajas dosis es conocida desde hace mucho, aunque su empleo no se ha generalizado en consonancia a su efectividad. Cada vez son más las evidencias publicadas que ponen de manifiesto la utilidad en la irradiación a dosis bajas para el alivio sintomático. Gonartrosis, trocanteritis, epicondilitis, rizartrosis, fascitis plantar y otras muchas entidades se benefician de la irradiación a dosis bajas con intención antiinflamatoria. Y estos tratamientos son ya estándar en países como Alemania, donde la Sociedad Alemana de Oncología Radioterápica (DEGRO) ha publicado guías clínicas para el tratamiento de estas enfermedades,  o el Reino Unido, donde la radioterapia para estas y otras enfermedades benignas es una modalidad avalada por el Royal College of Radiologists (RCR).

Los fundamentos radiobiológicos que sustentan la eficacia antiinflamatoria de las dosis bajas de radioterapia son bien conocidas y han sido demostradas tanto in vitro como in vivo. Por otro lado, los riesgos que pudieran estar asociados el empleo de la radioterapia, especialmente la inducción de tumores, son mínimos cuando se emplea la radiación con intención antiinflamatoria, “comparables al la utilización de la radiología diagnóstica”.

Usain Bolt (1986-) es el hombre que más rápido ha corrido los 100 m en la Tierra. El atleta jamaicano, recientemente retirado tras haber ganado 11 oros mundiales y 8 olímpicos, comenzó en 2008 su escalada mundial, batiendo vez tras vez el récord del mundo de los 100 m lisos. Desde los 9,72 s de 2008 en Nueva York, a los 9,68 s en los Juegos Olímpicos de Peking 2008 y hasta alcanzar los 9,58 s en los Campeonatos del Mundo de Berlín, dejando una marca que está muy lejos de las aspiraciones de cualquier atleta actual.

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Pero no todo el camino de Bolt durante estos años ha sido fácil. Las lesiones han truncado varias veces su progresión, obligándole a parar su preparación y reiniciarla una vez recuperado. Pero lo que pocos conocen es que Usain Bolt ha utilizado la radioterapia a dosis bajas para tratar sus lesiones inflamatorias en el pie derecho, como se demuestra en su película autobiográfica “I’m Bolt” recientemente presentada. En la cinta puede verse como Bolt recibe radioterapia sobre algún proceso inflamatorio, presumiblemente, a la altura del maleolo externo o región calcánea de su pie derecho. Y tras ello, volvió a correr. ¡Y volvió a ganar!

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El deporte, y los deportistas, ha cambiado mucho en 100 años. Y también lo ha hecho la radioterapia. Pero al igual que el espíritu de competición y mejora constante se mantiene en los atletas, la eficacia de la radioterapia como tratamiento antiinflamatorio continúa siendo una realidad. Pero acompañada de un mejor conocimiento, estudio de sus efectos y optimización de las dosis y volúmenes de irradiación, lo que permite obtener el máximo beneficio con el mínimo riesgo de complicaciones. Lejos de Byers, pero cerca de Bolt.

«Dosis sola facit venenum…»

(Sólo la dosis hace el veneno…)

Theophrastus Philippus Aureolus Bombastus von Hohenheim (Paracelso) (1493-1541), médico,  alquimista y astrólogo suizo

¿Existió la Radioterapia en la antigüedad? Las aguas mágicas del Nuevo Mundo…

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El conocimiento del poder sanador de ciertas aguas no es privativo del Viejo Mundo. En una anterior entrada, se hizo referencia a la historia de los balnearios europeos y asiáticos y como una posible explicación a su capacidad sanadora, que los ha llevado durante siglos a ser considerados fuente de salud y bienestar, podría relacionarse con la presencia de radiactividad natural en sus aguas. También en el Nuevo Mundo, con anterioridad al Descubrimiento y conquista a partir del siglo XV, eran renombrados sus manantiales. De acuerdo a la tradición azteca, el emperador Moctezuma fue llevado en una litera de Tenochtitlan (hoy Ciudad de México) a través de una montaña a un balneario llamado Agua Hedionda. Allí, se bañó en su manantial y bebió sus aguas para recuperarse de su intensa y extenuante actividad. En 1605, los conquistadores españoles establecieron allí un centro de reposo y curación que años más tarde se puso de moda entre los europeos y americanos.

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Del mismo modo, la leyenda afirma que conquistadores como Juan Ponce de León, que creyó encontrar la fuente de la eterna juventud en el manantial de Ozark en Missouri, o Hernando De Soto, quien alcanzó junto con sus hombres los manantiales termales de lo que hoy es el Parque Nacional de Hot Springs en Arkansas. Doscientos años después, y convencidos de las propiedades curativas de esta agua, las propias autoridades militares estadounidenses establecieron el Hospital del Ejército y la Marina General en Hot Springs, con tanta fama que a principios del siglo XX el General’s Surgeon, máximo responsable sanitario de los EE.UU., Dr. George H. Torney, escribió: «Se puede esperar un alivio razonable con la utilización de las aguas termales de estos manantiales para las diversas formas de gota y reumatismo, la neuralgia, la malaria, la enfermedad de Bright crónica [glomerulonefritis], la dispepsia gástrica, la diarrea crónica, las lesiones cutáneas crónicas, etc «

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Igualmente los nativos norteamericanos eran conocedores del poder de las aguas. Los indios Mohawks, de la Nación Iroquois, consideraban sagrados los manantiales de aguas minerales de lo que hoy es el condado de Saratoga (NY) y como un regalo de su gran deidad Manitu e intentaron, sin éxito, mantener la existencia de los mismos en secreto a los invasores blancos. Sin embargo, el propio George Washington que había conocido, y experimentado sus salutíferos efectos en 1783, se lo recomendó a uno de sus antiguos oficiales como un remedio para el reumatismo. A partir de ese momento, se multiplicaron los alojamientos para albergar la gran cantidad de huéspedes que buscaban las aguas curativas. A mediados del siglo XIX, Saratoga se convirtió en uno de los sitios preferidos para disfrutar de la recién estrenada moda de las vacaciones de verano.

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Pero, ¿por qué ha persistido a lo largo de los siglos y de las distintas civilizaciones esta creencia en los poderes sanadores de ríos y manantiales?, ¿qué relación tienen los mismos, si alguna, con lo que hoy conocemos como radioterapia? Lo cierto es que, aunque pueda resultar sorprendente, existe una relación entre el poder sanador de determinadas fuentes hídricas y una suerte de primitiva radioterapia.

A finales del siglo XIX, los trabajos de Henry Becquerel y del matrimonio Curie condujeron al descubrimiento de la radiactividad natural y al aislamiento e identificación de los primeros materiales radiactivos, el el polonio y posteriormente el radio, responsables últimos del nuevo descubrimiento. El radio, el elemento radiactivo más potente identificado por los Curie, se encuentra naturalmente en el mineral de pechblanda junto con el uranio, en proporción de una parte por aproximadamente 3 millones de partes de uranio. Su isótopo más estable, Ra-226, tiene un periodo de semidesintegración de 1602 años y decae en Radón (Rn-222). El radón es, por tanto, una emanación gaseosa producto de la desintegración radiactiva del radio (también del Torio (Rn-220) y del Actinio (Rn-219)), muy radiactiva y que se desintegra con la emisión de partículas energéticas alfa. Todos sus isótopos son radiactivos con vida media corta, de menos de 4 días, decayendo tras emitir radiación alfa en Polonio-218.

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En 1903, Nature publicó una carta de J. J. Thompson, descubridor del electrón, en la que afirmaba haber encontrado radiactividad en el agua de un manantial. A partir de este momento se sucedieron las demostraciones de que las aguas de muchos de los balnearios de salud más famosos del mundo eran también radiactivas. Esta radiactividad se atribuyó inicialmente a «las emanaciones de radio” (radón) producidas por el fluir del agua a través del mineral de radio presente en las rocas del suelo. En seguida, muchos investigadores se hicieron eco de esta propuesta y comenzaron a relacionar las propiedades beneficiosas que para la salud tenían estas aguas termales con la presencia de esta radiactividad natural. En el Nuevo Mundo el conocimiento del descubrimiento de la radiactividad, y las inmensas posibilidades que éste abría, desencadenaron un enorme interés que, rápidamente, se tradujo en la aplicabilidad práctica de la misma para el tratamiento de distintas dolencias. El Dr. C.G. Davis, publicó en American Journal of Clinical Medicine una carta en la que afirmaba que: «…la radiactividad evita la locura, despierta emociones nobles, retrasa la vejez, y ayuda a tener una espléndida vida alegre y joven…». El profesor Bertram Boltwood (1870-1927), uno de los padres del estudio de la radiactividad natural, describió una teórica base científica de los efectos beneficiosos de la radiactividad de la siguiente manera: “La radiactividad lleva la energía eléctrica en las profundidades del cuerpo,  que estimula la actividad celular, despertando todos los órganos excretores y secretores y haciendo que el sistema libere los desechos, además de ser un agente destructor de las bacterias.”

¿Pero, estaban en lo cierto estos investigadores pese a sus arriesgadas y voluntaristas explicaciones sobre el efecto beneficioso de la radiactividad y, por ende, de la radiactividad natural de algunas aguas o era, más bien, fruto de la moda de unos “años locos”? ¿Permite el conocimiento que hoy disponemos rebatir sus conclusiones o, antes al contrario, podemos definir alguna base científicamente probada en ellas?

La creación y mantenimiento de estos balnearios a lo largo de la Historia (¡en todo el mundo!), así como la leyenda de sus propiedades curativas transmitida a lo largo de los tiempos, apoya la hipótesis del conocimiento que muy distintas culturas con anterioridad a la nuestra tenían del efecto beneficioso de la irradiación a dosis bajas. Cada vez es mayor la evidencia acerca de la posibilidad de que la radiación a dosis bajas no sólo carezca de efectos perjudiciales en los seres vivos, incluidos los humanos, sino de que sea beneficiosa e, incluso, necesaria. Esta hipótesis ha generado la reactivación del viejo concepto de hormesis. La hormesis (del griego ὁρμάω «estimular”), fue definida como “la respuesta bifásica en que ciertos agentes químicos y físicos afectan a los seres vivos: dosis bajas provocan efectos «favorables», dosis altas provocan efectos «adversos»”. En el caso de la radiación ionizante, la hormesis comprende los efectos estimulantes celulares que se observan tras la exposición a dosis bajas, en el rango de 0,01 a 0,70 Gy, mientras que los efectos celulares nocivos o letales se observan con dosis altas. Este concepto, ahora conocido como “hormesis por radiación” ya ha sido comentado en anteriores entradas de este blog (ver “Hormesis y Radioterapia (I): ¿Una Hipótesis a Valorar?”“Hormesis y Radioterapia (II): Evidencias Clínicas y Epidemiológicas” y “Hormesis y Radioterapia (III): Mecanismos Radiobiológicos y Perspectivas Futuras”) y no sería más que una respuesta adaptativa de los organismos biológicos a niveles bajos de estrés o daño celular.

Con independencia del conocimiento que ahora tenemos, lo que parece cierto es que nuestros antepasados, confiaban en las propiedades sanatorías de las aguas, al igual que también confiaban en el poder curativo de ciertos minerales (ver ¿Existió la radioterapia en la antigüedad? Los monumentos megalíticos de la Edad de Bronce) y que practicaban, en base a ellos, una forma ciertamente eficaz de RADIOTERAPIA

«Todo es veneno, nada es sin veneno. Sólo la dosis hace el veneno»
Theophrastus Bombast von Hohenheim, llamado Paracelso; alquimista, médico y astrólogo suizo (1493-1541)

¿Existió la Radioterapia en la antigüedad? Los balnearios curativos del Viejo Mundo…

spa1El uso del agua para el tratamiento médico es probablemente tan antiguo como la humanidad. Hay evidencia arqueológica de la existencia de manantiales considerados curativos en Asia durante la Edad de Bronce (alrededor del año 3000 a.C.).Del mismo modo, numerosas referencias bíblicas aluden a esta práctica. Por ejemplo Josué (19:35) se refiere a la ciudad de Hamat (que significa en hebreo «aguas termales») sita en Tiberiades, Israel, como uno de los balnearios más antiguos del mundo conocidos. Y el Libro II  de los Reyes 5:10 relata como Elíseo intenta instruir a un sirio que se lavara siete veces en el río Jordán, para curar su «lepra”.

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También en Asia, era conocida desde antiguo la existencia de aguas y barros con propiedades curativas en la región de Licia, con anterioridad al siglo VI a.C. Actualmente se erige aquí la ciudad de Dalyan (Turquía), famosa por albergar numerosas tumbas licias excavadas directamente la roca que datan del año 400 antes de Cristo. Además, Dalyan sigue conservando la fama y tradición curativa de sus baños de barro, muy populares entre sus habitantes.

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En la antigua Grecia, el historiador Herodoto (484-410 a.C.) describió la existencia de ciertos manantiales con poderes curativos y, actuando como un médico, recomendaba la terapia de aguas a realizar en determinados períodos del año durante 21 días seguidos. También Hipócrates de Cos (460-375 a.C.), quien es considerado el fundador de la ciencia médica y el padre de la hidroterapia, prestó gran atención a las diferentes aguas naturales de ríos y lagos, en las que se forman por la lluvia y las que brotan así fuera de las rocas, es decir, las aguas minerales. Estas aguas, sostenía, eran ricas en hierro, cobre, plata, oro, azufre y otros elementos minerales con efectos beneficiosos sobre la salud de quien los tomaba. Los asentamientos de Therma en Ikaria o de Lekkada en Agios Kirikos, que continúan actualmente en funcionamiento, son buenos ejemplos de ello.

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Pero si hubo un pueblo que encumbró el empleo del agua, y de los manantiales, como fuente de salud y remedio para múltiples dolencias fueron, sin lugar a dudas, los romanos. El nombre y el concepto principal del spa, proviene  del antiguo imperio romano. Los legionarios, buscando descansar sus cuerpos y curar sus heridas, construían baños en aguas termales y manantiales. Los tratamientos que se ofrecían en estos baños se llamaban “Salus Per Aquam” (spa), lo cual quiere decir “salud a través del agua”. Algunos de estos baños se construyeron sobre los antiguos balneariso griegos, pero muchos otros se construyeron a lo largo del vasto Imperio Romano, en lo que hoy es Italia, Alemania, Francia, Gran bretaña e, incluso, España: Bath (Aquae Sulis), Vichy, Ischia, Montecatini, Abano, Caldas de Malavella, son algunas de las, desde hace cientos de años, localidades inseparablemente unidas a la bondad natural de sus aguas.

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El interés en los efectos beneficiosos de algunos manantiales se mantuvo durante la Edad Media en localidades como Pozzuoli (Italia), y es también frecuente la iconografía que refleja las propiedades terapéuticas de sus aguas.

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En 1326 un comerciante originario del sureste de Bélgica obtuvo tal alivio de sus propias dolencias en un manantial cercano a su localidad que decidió fundar allí un centro de salud al que llamó Spa, una antigua palabra valona que significa «fuente». La localidad de Spa se hizo famosa en el siglo XVI, tanto por su agua como  por su clima, convirtiéndose en el siglo XVIII en el centro turístico más de moda en Europa para el uso medicinal de las aguas. A partir de ese momento, y con el florecimiento de las artes y las ciencias que siguió al Renacimiento en Europa, un nuevo interés se despertó en el estudio de las propiedades beneficiosas de algunos manantiales. Los primeros documentos escritos sobre los efectos en la salud son por Gulio Iasolino en 1559 en su obra “Rimedi naturali che sono nell’ isola di Pithecusa, hoggi detta Ischia, libri due”, sobre las propiedaedes de las aguas de la isla italiana de Ischia. Posteriormente, en 1831, el médico suizo J.E. Chevalley de Rivaz publicó un modesto folleto informando sobre los beneficiosos efectos observados en Ischia gracias a sus aguas, folleto que pronto se convertiría en su reconocida «Descripción des eaux et des mineral-Thermales eluves de l’ile d’Ischia», objeto de innumerables ediciones. También Paracelso dedicó en 1525-1527 un capítulo de un libro sobre las fuentes de la salud a «bat Castein» (Bad Gastein / Austria). Más adelante, hasta la emperatriz Sissi experimentaría con asiduidad las propiedades curativas de las aguas del balneario austriaco de Bad Gastein, que estaba en su pleno apogeo a finales del XIX aunque continúa activo en la actualidad.

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Pero, ¿por qué ha persistido a lo largo de los siglos y de las distintas civilizaciones esta creencia en los poderes sanadores de ríos y manantiales?, ¿qué tienen en común la mayoría de estas fuentes y manantiales repartidas a todo lo ancho de la vieja Eurasia?¿qué relación tienen con la moderna radioterapia?

Aunque pueda resultar sorprendente, existe una relación entre el poder sanador de determinadas fuentes hídricas y una suerte de primitiva radioterapia.  Sin embargo, hubo que esperar hasta comienzos del siglo XX para conocer los motivos que hacían del viejo concepto romano de la salus per aquam algo tan atractivo y beneficioso para distintas dolencias, y que relación guardaba con la radioterapia como instrumento curativo. En 1896, el físico Henry Becquerel descubrió, al poner accidentalmente en contacto un compuesto de uranio con una placa fotográfica, que se producía el mismo efecto que si la placa estuviera en presencia de los rayos X recientemente descubiertos por Roentgen. A esta nueva propiedad de la materia se la denominó radiactividad. El matrimonio Curie, amigó de Becquerel, pronto se interesó en su descubrimiento y se propuso determinar cual era la sustancia origen de tal radiactividad. Poco a poco, fueron separando por procedimientos químicos los distintos componentes del mineral de pechblenda, hasta aislar e identificar primero el polonio y posteriormente el radio, cuyas radiaciones eran cientos de veces más intensas que las que emitía el uranio.

El radio se encuentra naturalmente en el mineral de pechblanda junto con el uranio, en proporción de una parte por aproximadamente 3 millones de partes de uranio. Su isótopo más estable, Ra-226, tiene un periodo de semidesintegración de 1602 años y decae en Radón (Rn-222). El radón es, por tanto, una emanación gaseosa producto de la desintegración radiactiva del radio (también del Torio (Rn-220) y del Actinio (Rn-219)), muy radiactiva y que se desintegra con la emisión de partículas energéticas alfa. Todos sus isótopos son radiactivos con vida media corta, de menos de 4 días, decayendo tras emitir radiación alfa en Polonio-218.

Ante el interés que suscitó el descubrimiento de la radiactividad del radio y de otros elementos radiactivos, no es de extrañar que muchos científicos buscaran demostrar la existencia de radiactividad natural en el ambiente. En 1903 Nature publicó una carta de J. J. Thompson, conocido por ser el descubridor del electrón. Thompson escribió que había encontró radiactividad en el agua de un manantial. A partir de este momento se sucedieron las demostraciones de que las aguas de muchos de los balnearios de salud más famosos del mundo eran también radiactivas. Esta radiactividad se atribuyó inicialmente a «las emanaciones de radio” (radón) producidas por el fluir del agua a través del mineral de radio presente en las rocas del suelo que conformaban el lecho geológico de muchos de los más afamados balnearios y manantiales del Viejo Mundo.

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La fiebre por utilización de la radiactividad natural como elemento sanador prendió con fuerza en Europa central en plena “Belle Epoque”. Joachimstal (que actualmente se conoce como Jáchymov en la República Checa) era una pequeña localidad minera de Bohemia, conocida por sus minas de cobalto, que se empleaban en la fabricación de pinturas, y de plata pero también por la abundancia de mineral de pechblenda asociada a estas últimas. En 1864, durante las labores de extracción en la mina Svornost, los mineros habían sido sorprendidos  por una inundación que ocupó toda la mina. Entonces nadie sabía que sería precisamente esta fuente la que, tras el descubrimiento de radio por el matrimonio Curie, lanzaría la fama de Jáchymov como ciudad balnearia. El balneario fue fundado en 1906 llevando el agua desde la mina a través de una tubería de varios kilómetros. Los excelentes efectos curativos observados llevaron a construir allí, en 1912, el hotel Radium Kurthaus (el actual Radium Palace), uno de los mejores hoteles que  se podían encontrar por entonces en Europa. Aquí acudían para curarse los personajes más importantes de la vida política, industrial y cultural.

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Más cerca, la península ibérica tampoco fue ajena a la exaltación de las propiedades curativas del Radium y la radiactividad. Muchos balnearios, tanto en España como en Portugal, se caracterizan por la presencia de en radiactividad sus aguas. En la localidad de Sortelha (Portugal) existe desde principios del siglo XX el Hotel Balneario das Termas de Agua Radium. La leyenda dice que el balneario fue fundado por el noble Don Rodrigo, primer Conde de Castilla (¿?-873) quien, conociendo las propiedades de las aguas, llevó allí a sanar a su hija enferma de la piel. La hija se curó gracias a las propiedades «milagrosas» de estas aguas, y en agradecimiento mandó construir un balneario. Sin embargo, los primeros datos ciertos que se tienen de las termas son de 1910, cuando ya se comenzaba a extender el conocimiento e interés por la radiactividad. Además coincide con el inicio de  la explotación minera de radio y uranio por parte de la compañía francesa Société d’uranie et Radio en Portugal.

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Por otro lado, durante muchos años del siglo XX, varios de los más afamados balnearios de nuestro país hicieron gala en sus etiquetas de la radiactividad de sus aguas, presentándola como un aval de eficacia.

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Actualmente, siguen existiendo balnearios con aguas radiactivas en España, aunque sometidos a un mayor control.

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¿Pero, guarda alguna relación la presencia de radiactividad en los balnearios con sus propiedades curativas o es tan solo mera coincidencia?

Cada vez es mayor la evidencia acerca de la posibilidad de que la radiación a dosis bajas no sólo carezca de efectos perjudiciales en los seres vivos, incluidos los humanos, sino de que sea beneficiosa e, incluso, necesaria. Esta hipótesis ha generado la reactivación del viejo concepto de hormesis. La hormesis (del griego ὁρμάω «estimular”), fue definida como “la respuesta bifásica en que ciertos agentes químicos y físicos afectan a los seres vivos: dosis bajas provocan efectos «favorables», dosis altas provocan efectos «adversos»”. En el caso de la radiación ionizante, la hormesis comprende los efectos estimulantes celulares que se observan tras la exposición a dosis bajas, en el rango de 0,01 a 0,70 Gy, mientras que los efectos celulares nocivos o letales se observan con dosis altas. Este concepto, ahora conocido como “hormesis por radiación” ya ha sido comentado en anteriores entradas de este blog (ver “Hormesis y Radioterapia (I): ¿Una Hipótesis a Valorar?”, “Hormesis y Radioterapia (II): Evidencias Clínicas y Epidemiológicas” y “Hormesis y Radioterapia (III): Mecanismos Radiobiológicos y Perspectivas Futuras”) y no sería más que una respuesta adaptativa de los organismos biológicos a niveles bajos de estrés o daño celular.

La creación y mantenimiento de estos balnearios a lo largo de la Historia, así como la leyenda de sus propiedades curativas transmitida a lo largo de los tiempos, apoya la hipótesis del conocimiento que muy distintas culturas con anterioridad a la nuestra tenían del efecto beneficioso de la irradiación a dosis bajas y refuerzan la hipótesis de que nuestros antepasados, aun desconociendo las bases y fundamentos físicos, eran conscientes de los efectos de la radiación sobre el organismo enfermo. Y que, al igual que sucedía con la radiactividad natural emitida por diferentes tipos de rocas (ver ¿Existió la radioterapia en la antigüedad? Los monumentos megalíticos de la Edad de Bronce, eran capaces de utilizarla, de manera intencional, para el tratamiento de distintas enfermedades. Y, quizás, sí existió la radioterapia en la antigüedad…

«Todo es veneno, nada es sin veneno. Sólo la dosis hace el veneno»

 Theophrastus Bombast von Hohenheim, llamado Paracelso; alquimista, médico y astrólogo suizo (1493-1541)

¡Aquellos tiempos del Radium…!

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Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que la radiactividad no era vista como algo dañino a lo que hubiera que temer. Quizás por desconocimiento, quizás por el afán y la falta de prejuicios a la hora de probar cualquier novedad, quizás por todo eso y mucho más, hubo un tiempo en el que el empleo de productos radiactivos era tan moderno, tan “cool”, como hoy puede serlo la etiqueta “2.0”. Ese tiempo pasó, pero nos dejó huella…

El empleo de la radiactividad, tal y como hoy la conocemos, arranca a finales del siglo XIX con dos descubrimientos claves: el de la generación de rayos X por Wilhelm Roentgen el 8-11-1895 y el de la radiactividad natural y el Radium por parte del matrimonio Curie el 21-12-1898. A partir de esos momentos, y apoyado por las condiciones sociales y demográficas que condujeron a la llamada “Belle Epoque”, el radio, y por extensión todo aquello que fuera radiactivo, pasó a ser un integrante de la mayor sofisticación a la que se podía acceder.

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Tal fue su éxito, y su demanda, que rápidamente se generalizó su empleo en casi cualquier ámbito de la vida. Pude afirmarse que aquella época asistió, encantada complacida, a una auténtica “fiesta del Radium”

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Así, su uso se extendió inicialmente a los afeites y cosméticos que empleaban las damas de la más alta sociedad de la época y que, de acuerdo a la publicidad de entonces, les garantizaba un cutis terso, brillante y limpio de imperfecciones, además de otorgarles un atractivo bronceado:

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Pero no sólo eso, también los productos empleados en la higiene personal se potenciaban con elementos radiactivos: jabones, dentífricos,… Además, y esto sin duda alguna que lo conseguía, el radium era la oportunidad de conseguir una depilación permanente que acentuara su belleza…:

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Y, lógicamente, todos esos beneficios atribuidos al Radium no podían permanecer tan sólo reservados a las féminas, sino que también los hombres podían, y debían, beneficiarse de ellos. Sin demora surgieron entonces tónicos y revitalizantes que prometían devolver el vigor perdido, ¡e incluso aumentarlo!:

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Los indudables beneficios del Radium no se limitaban a mejorar la apariencia física sino que iban más allá. También los objetos de uso cotidiano o el mobiliario del hogar podían mejorar su apariencia empleando la radiactividad natural:

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¡Y que decir de la ropa, que se anticipó en décadas a los modernos tejidos termoactivos!:

radium7Por otra parte, parecía lógico pensar que si la radiactividad mejoraba tanto a cualquier producto que la incorporara, y que aportaba tantos beneficios a sus usuarios, como no extender sus ventajas incorporándola a la alimentación, y potenciar así su valor y calidad nutritiva:

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¿Qué padre dejaría hoy en día jugar a sus hijos con estos “juguetes”? Sin embargo, en un momento dado fueron lo más moderno y atractivo que se podía disfrutar…:

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Y no sólo los juguetes infantiles, sino también otros elementos del ocio más adulto se potenciaron con Radium…:

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Pero si hubo un campo donde el Radium, y cualquier otra forma de radiactividad, fueron considerados como la panacea, como el remedio natural a todos los males que afligían al hombre moderno de la época, fue en el ámbito de la salud. “Aquí está la Salud” como rezaba la publicidad de entonces:

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Reumatismo, dolores articulares, neuritis, hiperuricemia, resfriados, neumonías, incluso miopía,…, todo podía curarse o al menos aliviarse, con Radium. Y tan seguros estaban que incluso se ofrecían recompensas en el caso de no ser útiles:

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Y así fue durante años, y aunque no carecía de cierta base científica que hemos conocido después (la Hormesis por radiación), hechos desgraciados como el episodio de Las Chicas del Radium, o la muerte del ídolo del golf Eben M. Byers, truncaron los sueños de los que veían en el radium el remedio universal a todos los males. Como y por qué la radiactividad ha ido recuperando, lenta pero constantemente, un papel en muchos aspectos de la salud distintos del tratamiento del cáncer es otra historia, y será contada en otra ocasión…

«Nada en la vida debe ser temido, solamente comprendido. Ahora es el momento de comprender más, para temer menos.»

Marie Curie (1867-1934)