Radioterapia antiinflamatoria: lo que va de Eben Byers a Usain Bolt…

Eben Byers (1880-1931) fue un rico y prestigioso industrial con fama de mujeriego y un reconocido deportista amateur, especialmente dotado para el tiro de pichón y el golf, disciplina ésta en la que logró alzarse con el Campeonato de Golf Amateur de los Estados Unidos en 1906.  Educado en la Universidad de Yale, Byers participaba activamente de su vida social y sus celebraciones. En 1927, y mientras regresaba en tren tras el tradicional encuentro de fútbol entre Harvard y Yale, que éstos últimos habían ganado por 14-0, Byers cayo de la la litera donde descansaba dañándose el brazo derecho. Byers inició entonces un peregrinaje de médico tras médico buscando un alivio para una lesión que amenazaba seriamente con interferir en su vida deportiva y, quizás más importante, en su vida amorosa. Sin embargo, nadie parecía poder darle una solución hasta que uno de los múltiples médicos a los que consultó le sugirió probar con un novedoso producto llamado Radithor que un falso médico llamado William J. A. Bailey había creado disolviendo altas concentraciones de Radium en agua, afirmando que podría curar múltiples dolencias.

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Eben Byers comenzó a tomar Radithor, y comenzó a notar mejoría y la desaparición de sus dolores. Tanta fue la mejoría que Byers atribuyó a esta poción, de la que consumía hasta 3 botellas al día, casi 1500 botellas en total. Por desgracia, y a diferencia de otros remedios de la época, Radithor no estaba elaborado con radón disuelto en agua, sino con radium, un elemento de vida media mucho más larga y que en el cuerpo humano actúa como un análogo del calcio intercambiándose con el mismo en los huesos. A los pocos meses, Byers comenzó a notar síntomas de lo que luego se sabría era la intoxicación por radium: pérdida de peso, cefaleas y dolor mandibular, seguido de fracturas óseas y pérdida de las piezas dentarias. En 1931 las radiografías de su mandíbula cayeron en manos de un radiólogo de Nueva York que había tenido contacto previo con las tristemente célebres Chicas del Radium, las jóvenes muertas después de sufrir intoxicación por radium tras trabajar en una fábrica de relojes que empleaba radium para pintar las marcas de la esfera y agujas. El diagnóstico de Byers no ofreció dudas: intoxicación letal por radium. Como afirmó posteriormente el Wall Street Journal en su obituario: “El agua con radium funcionó bien, hasta que la mandíbula se le cayó”. El 31 de marzo de 1932 Eben Byers murió y su cuerpo fue enterrado en el cementerio de Allegheny, en Pittsburgh, en un ataúd forrado de plomo para evitar los riesgos de la irradiación.

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Más allá de las lecciones acerca de los peligros que acarrea el empleo indiscriminado, sin control ni conocimiento de sus efectos, de una sustancia radiactiva, lo que el caso de Byers, junto con otras muchas evidencias, constata es el potente efecto antiinflamatorio que la radiación tiene, especialmente en la patología osteoarticular.

La patología osteoarticular es uno de los problemas de salud más prevalentes. La osteoartritis es una enfermedad dolorosa e incapacitante que afecta a millones de pacientes. De acuerdo a un informe de la OMS publicado en 2003, “se espera la osteoartritis sea la cuarta causa principal de discapacidad en el mundo para el año 2020”, lo que da una idea de su importancia y trascendencia. No existe una terapia definitiva para la osteoartritis y las opciones de tratamiento actuales para el dolor a veces son insuficientes y aunque están surgiendo nuevas opciones farmacoterapéuticas el tratamiento de estas enfermedades se centra, en muchas ocasiones, en lograr un alivio adecuado y mantenido de la sintomatología inflamatoria y dolorosa que presentan los pacientes.  De acuerdo al estudio ArtRoCad, en España las enfermedades reumáticas afectan al 25-30% de la población general española de 20 o más años de edad, y su tratmiento supone un gasto anual de cerca de 5000 millones de euros, equivalentes a un 0,5% del P.I.B. español.

Entre los múltiples tratamientos que han demostrado eficacia para el alivio sintomático de la enfermedad reumática osteoarticular, la eficacia de la  radioterapia a bajas dosis es conocida desde hace mucho, aunque su empleo no se ha generalizado en consonancia a su efectividad. Cada vez son más las evidencias publicadas que ponen de manifiesto la utilidad en la irradiación a dosis bajas para el alivio sintomático. Gonartrosis, trocanteritis, epicondilitis, rizartrosis, fascitis plantar y otras muchas entidades se benefician de la irradiación a dosis bajas con intención antiinflamatoria. Y estos tratamientos son ya estándar en países como Alemania, donde la Sociedad Alemana de Oncología Radioterápica (DEGRO) ha publicado guías clínicas para el tratamiento de estas enfermedades,  o el Reino Unido, donde la radioterapia para estas y otras enfermedades benignas es una modalidad avalada por el Royal College of Radiologists (RCR).

Los fundamentos radiobiológicos que sustentan la eficacia antiinflamatoria de las dosis bajas de radioterapia son bien conocidas y han sido demostradas tanto in vitro como in vivo. Por otro lado, los riesgos que pudieran estar asociados el empleo de la radioterapia, especialmente la inducción de tumores, son mínimos cuando se emplea la radiación con intención antiinflamatoria, “comparables al la utilización de la radiología diagnóstica”.

Usain Bolt (1986-) es el hombre que más rápido ha corrido los 100 m en la Tierra. El atleta jamaicano, recientemente retirado tras haber ganado 11 oros mundiales y 8 olímpicos, comenzó en 2008 su escalada mundial, batiendo vez tras vez el récord del mundo de los 100 m lisos. Desde los 9,72 s de 2008 en Nueva York, a los 9,68 s en los Juegos Olímpicos de Peking 2008 y hasta alcanzar los 9,58 s en los Campeonatos del Mundo de Berlín, dejando una marca que está muy lejos de las aspiraciones de cualquier atleta actual.

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Pero no todo el camino de Bolt durante estos años ha sido fácil. Las lesiones han truncado varias veces su progresión, obligándole a parar su preparación y reiniciarla una vez recuperado. Pero lo que pocos conocen es que Usain Bolt ha utilizado la radioterapia a dosis bajas para tratar sus lesiones inflamatorias en el pie derecho, como se demuestra en su película autobiográfica “I’m Bolt” recientemente presentada. En la cinta puede verse como Bolt recibe radioterapia sobre algún proceso inflamatorio, presumiblemente, a la altura del maleolo externo o región calcánea de su pie derecho. Y tras ello, volvió a correr. ¡Y volvió a ganar!

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El deporte, y los deportistas, ha cambiado mucho en 100 años. Y también lo ha hecho la radioterapia. Pero al igual que el espíritu de competición y mejora constante se mantiene en los atletas, la eficacia de la radioterapia como tratamiento antiinflamatorio continúa siendo una realidad. Pero acompañada de un mejor conocimiento, estudio de sus efectos y optimización de las dosis y volúmenes de irradiación, lo que permite obtener el máximo beneficio con el mínimo riesgo de complicaciones. Lejos de Byers, pero cerca de Bolt.

«Dosis sola facit venenum…»

(Sólo la dosis hace el veneno…)

Theophrastus Philippus Aureolus Bombastus von Hohenheim (Paracelso) (1493-1541), médico,  alquimista y astrólogo suizo

Las Chicas del Radium

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La historia de la radioterapia está plagada de heroínas, de mujeres como Marie Curie, Margaret Cleaves, Edith Quimby, Andrée Dutreix, Julie Denekamp…, y tantas otras extraordinarias médicos, científicas e investigadoras. (También hay mediocres y aprovechadas, pero esa será otra historia…) Sin ellas no cabe duda de que la historia de la radioterapia hubiera sido muy diferente. O simplemente, no hubiera sido…

Sin embargo, otras muchas mujeres anónimas contribuyeron, bien es cierto que a su pesar, al conocimiento que hoy tenemos de los efectos de las radiaciones ionizantes, tanto para bien como para mal. Y es por ello que quiero dedicar hoy esta entrada a un grupo de mujeres que marcaron un antes y un después en nuestro conocimiento de la radiación ionizante: «las Chicas del Radium”

A principios del siglo XX, el reciente descubrimiento del radio por el matrimonio Curie en 1898 había generado un inusitado interés en este nuevo material al que muchos veían como la panacea para todo tipo de situaciones. Durante la Primera Guerra Mundial, los soldados estadounidenses desplazados a Francia portaban relojes con manecillas fosforescentes, lo que les permitía establecer la hora con total exactitud en medio de la impuesta oscuridad de las trincheras, otorgándoles la ventaja de poder sincronizar sus ataques sin evidenciar su posición al enemigo. Esta ventaja había venido dada por la fosforescencia del radium, elemento con el que estaban pintadas las manecillas y marcas horarias de sus relojes.

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Tras la Gran Guerra, estos relojes se hicieron enormemente populares en los Estados Unidos. Una de las fábricas que en 1917 empleaban el radium de manera rutinaria para pintar esferas de relojes fue la United States Radium Corporation, localizada en Orange, New Jersey. Los empleados de la fábrica, mayoritariamente mujeres, pasaban largas jornadas dedicadas en exclusiva a pintar relojes para satisfacer la gran demanda existente. Debido a lo delicado del trabajo y la precisión que exigía, las esferas y manecillas de los relojes se pintaban a mano una a una, empleando para ello un finísimo pincel con una mezcla de sales de radium, sulfuro de zinc y goma arábiga para darle consistencia. Se estimaba que cada trabajadora pintara 250 relojes al día, cinco días y medio a la semana, ganando alrededor de 20 $ a la semana, a razón de centavo y medio por línea pintada. Las trabajadoras, la mayoría muy jóvenes, tenían como costumbre chupar las cerdas de los pinceles que usaban para afinarlos y así pintar con mayor precisión. Además, también jugaban a pintarse las uñas o los dientes y luego apagar la luz y dejar sorprendida a la gente con la fosforescencia que emanaba de sus manos y bocas. En aquellos momentos, ninguna era consciente de los riesgos que estaban corriendo ni del terrible drama que se avecinaba. ¿Por qué habrían de serlo cuando los médicos estaban usando el mismo material para curar a la gente, cuando las clases adineradas pagaban buenas sumas por sumergirse en balnearios con aguas ricas en productos radiactivos, cuando tónicos revitalizantes como Radithor eran la última moda?

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Pero más tarde empezaron a llegar los problemas. Una de las primeras en advertirlo fue Grace Fryer que, años después de haber abandonado su trabajo como pintora de diales en la United States Radium Corporation, notó como se le empezaron a caer los dientes sin motivo aparente aquejándose de terribles dolores también en su mandíbula. Como la propia Grace afirmaría más tarde, era un poco extraño que cuando ella se sonaba la nariz su pañuelo brillaba en la oscuridad. Varios médicos tras analizarla establecieron una clara relación entre sus síntomas y su anterior empleo. Grace intentó localizar a sus ex-compañeras para informarlas, pero no pudo encontrar más que a cuatro ya que la mayoría se encontraban en la última fase de la enfermedad o ya fallecidas.

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Grace Fryer probablemente habría sido una víctima más de una desconocida de una nueva enfermedad profesional, si no hubiera sido por una organización llamada la Liga de Consumidores y por el periodista Walter Lippmann, editor del New York World, que se interesaron directamente en su caso. Gracias a su intermediación, se pudo presentar una querella contra la compañía. Un joven abogado de Newark, Raymond Berry, presentó la demanda en un tribunal de Nueva Jersey en su nombre el 18 de mayo de 1927. Otras cuatro mujeres, compañeras de Grace y con problemas médicos graves, se unieron rápidamente a la demanda. Eran Edna Hussman, Katherine Schaub y las hermanas Quinta McDonald y Albina Larice. Cada una exigía 250.000 $ en compensación por los daños causados y los gastos médicos derivados.

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A partir de este momento, la compañía United States Radium Corporation comenzó toda una estratagema legal para demorar el juicio y el pago de indemnizaciones. Mientras tanto, el estado de las 5 jóvenes continuaba deteriorándose. El encamamiento era cada vez más prolongado y muchas de ellas habían perdido ya todos los dientes y no podían permanecer sentadas sin sufrir intensos dolores, ni mucho menos caminar. En la primera audiencia en la corte el 11 de enero de 1928, las mujeres no podían levantar los brazos para tomar el juramento. Días antes de que el caso fuera a juicio, Berry y sus 5 representadas alcanzaron un acuerdo en que cada una recibiría 10.000 $ y una aportación de 600 $ anuales cada año que vivieran, así como que todos los gastos médicos y legales incurridos también serían pagados por la empresa. Poco pudieron disfrutar del mismo ya que las 5 jóvenes pintoras de relojes fallecieron en muy corto plazo de tiempo. Su odisea, su lucha y coraje frente a la adversidad les valió el reconocimiento general y el ser conocidas en la historia como “las Chicas del Radium”

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Sirva esta historia como un homenaje, hoy 8 de marzo, a todas aquellas mujeres que han pavimentado, algunas con su propia vida, el camino de la radioterapia y la utilización de las radiaciones ionizantes desde sus orígenes a¡hasta el momento actual. Y como particular reconocimiento a todas mis compañeras, amigas y maestras (¡vosotras sabéis quienes sois…!) que tanto me han enseñado y de las que continúo aprendiendo cada día.