A veces es mejor callar y parecer tonto,…

mas vale callar

…que abrir la boca y confirmarlo! Desgraciadamente la estulticia, diríase que congénita, de nuestros políticos les impide ser conscientes de ello. Cualquiera que haya leído la entrevista que este pasado fin de semana concedía el autoproclamado adalid de la regeneración y pureza democráticas Pablo Iglesias al diario El Mundo ha podido darse cuenta. Cuesta creer que alguien que se declara ferviente seguidor de Marx olvide tan fácilmente esta máxima. Claro que, a lo mejor, el Marx que él admira es el otro, más aburrido y de plúmbeo discurso y sin el ingenio y la rapidez mental del gran Groucho. Pero, para gustos, los colores…

La mayoría de respuestas del personaje a las preguntas del periodista, así como los mensajes que pretende incluir en ellas y que sin duda serán aceptadas como dogmas por parte de sus fieles seguidores, seguro que son fácilmente desmontables por cualquiera con un mínimo de conocimiento, criterio o, simplemente, de sentido común. Allá cada cual con lo que quiera creer. Pero lo que chirría escandalosamente en su impostado discurso, y a lo que soy especialmente sensible como ya he expresado en anteriores entradas en este blog (aquí y aquí), es la perpetua tergiversación que hace sobre el expolio sistemático e inmisericorde al que fueron sometidas las Cajas de Ahorro por parte de políticos y sindicalistas de la peor ralea. Su idílica aspiración de crear una “banca pública” sólo demuestra su ignorancia en este tema, y levanta sospechas acerca de su conocimiento real, más allá de lo escuchado en el bar de su facultad, de cualquier otro asunto. Lamentablemente, esto es un hecho bastante frecuente en toda la escoria política que se mueve en su mismo ámbito ideológico (también en el de los contrarios), pero lo mínimo que se debiera exigir a quien se presenta como el salvador de la patria, el San Jorge que ha de derrotar al malvado dragón de la casta, es un mínimo, si no de inteligencia, si de capacidad de estudio. Y más aún, a alguien que proviene de la Universidad, templo del saber, el estudio y la inteligencia. Por desgracia, Iglesias no hace sino reiterar los clichés de otros, de todo color, que vinieron antes que él: opinar sin conocer, sin saber, sin estudiar, repitiendo tan solo lo que han escuchado en cualquier foro o leído en cualquier panfleto acorde con su pensamiento único. Cuando el periodista lo enfrenta, ante su insistencia en defender una “banca pública”, ante la tesitura de reconocer que eso mismo es lo que se hizo, con el triste y desgraciado final que todos conocemos, con las Cajas de Ahorro, Iglesias demuestra, ¿una vez más?, su absoluto desconocimiento del tema y deja trascender lo que es aún más peligroso, su absoluta incapacidad para analizar sin sectarismos y desde la perspectiva de la razón desapasionada cualquier tema. En el caso concreto de las Cajas de Ahorro, Pablo Iglesias insiste en hacernos creer que la culpa de todos los males que han sufrido estas entidades es consecuencia  “de su bancarización» (sic). En Román paladino, que los males de las Cajas vienen de su intento de convertirse en bancos. Una vez más, tomando el rábano por las hojas, confundiendo fin con causa o, más sencillamente, el culo con las témporas. Lo que Pablo Iglesias desconoce, o no quiere conocer, es que el problema de las Cajas de Ahorro se inicia en 1985 con la nefasta LORCA promovida por el Gobierno de Felipe González y que abrió la puerta de par en par a permitir un absoluto control político de entidades hasta entonces magníficamente dirigidas por profesionales independientes sin atisbo alguno de “banca pública” que tanto gusta al líder morado. Pero además, y aunque pueda ser una tesis difundida por las variopintas televisiones que apoyan de manera más o menos explicita su devenir, para la cabeza pensante (¿?) de Podemos, el problema de las Cajas de Ahorro parece limitarse a Caja Madrid. Y, para ser más concretos, a la gestión de sus 2 últimos presidentes antes de su “bancarización”, Blesa y Rato. Una vez más, nuestros políticos dan sobrada muestra de su analfabetismo. Ni Caja Madrid fue la única entidad que sufrió el despiadado acoso de la jauría política y sindical, ni es el caso que mayor agujero, proporcionalmente, ha dejado. Pero claro, pretender que Pablo Iglesias conozca como quedó Caixa Catalunya tras la gestión del inefable Narcis Serra quizá sea demasiado pedir. Más aún cuando, probablemente, su única opción de “tocar poder”, que es lo que parece buscar y desear a toda costa, pase por eventuales alianzas con el partido que da sustento al señor Serra. Y, claro está, nadie muerde la mano que ha de darle de comer…

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En definitiva, podrán cambiar los nombres, podrán cambiar los decorados, podrán cambiar las actitudes y las poses, pero lo que nunca parece cambiar es el concepto que la escoria política que sufrimos en España tiene de todos nosotros, y el convencimiento de que somos borregos capaces de aceptar, balando, cualquier ocurrencia por absurda que sea, que cualquier argumento que se enuncie con voz aterciopelada y seductora, va a ser acatado, ¡e incluso, aclamado!, por la ciudadanía que paga sus desvaríos. Y así nos va…

«Nunca te expreses más claramente de lo que eres capaz de pensar»

Niels Henrik David Bohr, físico danés, Premio Nobel de Fisíca en 1922 (1885-1962)

Gestión Pública vs. Gestión Profesional: a propósito de un caso…

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La dicotomía público-privada deriva, cada vez más, en posturas irreconciliables cuando se aplica a la gestión de recursos o instituciones. El maniqueísmo inherente al pensamiento español, que tiende a identificar siempre una postura como buena frente a la antagónica como mala, presenta siempre en los últimos tiempos a la gestión pública como ejemplo del buen hacer y aspiración deseable para aplicar en todos los ámbitos frente a la gestión profesional que es denigrada y vituperada bajo epítetos como “explotación”, “ánimo desmedido de lucro”, “enriquecimiento”, etc. De acuerdo a los puristas de lo políticamente correcto que no cejan en su empeño de reclamar por todos medios servicios exclusivamente públicos –banca, vivienda, sanidad, educación,… –, sólo la gestión pública garantiza un modelo justo, equitativo, productivo, eficaz y eficiente. Y, probablemente, nada más lejos de la realidad.

Esta semana todos los españoles nos hemos gastado la friolera de 11.839 millones de euros (casi 2 billones de las antiguas pesetas), para arreglar los desaguisados que unas banda de sinvergüenzas formada por políticos de todo pelaje y sindicalistas de la peor calaña habían organizado en la que fue, en su día, la tercera Caja de Ahorros más importante de España. Actualmente agrupada en un maremágnum de entidades englobadas  bajo el nombre de CatalunyaBanc, Caixa Catalunya y el resto de Cajas que lo conforman tan solo tienen en común el tratarse de entidades crediticias otrora solventes y saneadas y que fueron tomadas al asalto, amparados en una ley tan perniciosa para el sistema financiero español como ha sido la LORCA de 1985, por un horda de políticos y sindicalistas sin escrúpulos que las han utilizado a su antojo y mangoneado sin piedad en favor siempre de sus propios intereses (y el de sus partidos y sindicatos, conviene no olvidarlo) hasta esquilmarlas por completo y dejarlas yermas y marchitas. Aunque pueda resultar reiterativo, no esta de más recordar para los ignorantes que las Cajas de Ahorro no eran instituciones públicas ni, por supuesto, ninguna suerte de ONGs. El modelo de negocio de las Cajas de Ahorro y de los Montes de Piedad había consistido siempre en atender la concesión de un préstamo, muchas veces de escasa cuantía y pignorado en función de la prenda que el solicitante dejaba como garantía -joyas u obras de arte-, recuperando posteriormente la cuantía del préstamo más un pequeño interés. Esta actividad no perseguía directamente el lucro de la entidad, sino que más bien preservaba el espíritu de lucha contra la exclusión social y financiera. No obstante, el lucro obtenido se dedicaba tanto al mantenimiento y crecimiento de la entidad como a la labor de la Obra Social. Y así fue mientras la gestión recayó en profesionales independientes y comprometidos con la entidad. Ahora, una vez destrozadas y perdido para siempre el espíritu con que fueron creadas, sólo queda recurrir, una vez más, a la generosidad de todos los españoles para intentar enmendar su despreciable comportamiento y diluir, en la masa informe del Estado, su responsabilidad. Esto es la gestión publica que muchos parecen añorar, y a esto es a lo que conduce: ineficiencia, corrupción, chapuzas,….

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Por supuesto, sin duda se aducirá por parte de todos aquellos convencidos de las bondades de la gestión pública que se confunde ésta con gestión política. ¡Pero es que es lo mismo! No es posible concebir, al menos en España, una gestión pública que no sea una gestión política. Y la razón es muy clara: los máximos responsables de cualquier sistema de gestión pública han sido nombrados, con independencia de los méritos que algunos de ellos puedan acreditar, directamente por políticos, con un notable peso del argumento de su fidelidad al partido gobernante (en ocasiones, el único argumento). Desgraciadamente, esta ha venido siendo la norma en España, con contadas excepciones, desde tiempos inmemoriales. Y una de las características inherentes a nuestro modeló de gestión pública (política) es la nula capacidad para asumir las responsabilidades de la gestión, de manera que por muy mal que se haga, el gestor nunca reconoce sus errores porque siempre hay alguna instancia superior a quien culpar. Y en última instancia, siempre estará el sufrido contribuyente para hacerse cargo de los desmanes cometidos. Al fin y al cabo, la gestión pública, como el dinero público “no es de nadie…”. Esto es gestión pública y por esto tenemos ahora que afrontar, todos, el pago de casi 12.000 millones de euros a costa de los desvaríos de Narcis Serra al frente de CatalunyaBanc.

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Finalmente, uno de los aspectos más llamativos que rodean el esperpento de CatalunyaBanc es la repercusión que ha tenido en la, por otro lado, adormecida y fácilmente manipulable sociedad española. Mientras que en el caso de Bankia las opiniones de sesudos analistas y tertulianos en medios de comunicación de toda índole, la cobertura mediática -especialmente, televisiva- y el acoso y persecución al que ha sido, y sigue siendo, sometido su principal responsable Miguel Blesa, con manifestaciones «espontáneas» plagadas de insultos y reproches cada vez que pisa la calle, el trato dispensado hacia Narcis Serra, presidente de Caixa Catalunya y CatalunyaBanc ha sido radicalmente diferente. ¿Por qué?, ¿por ser catalán?, ¿por ser socialista?, ¿por otras razones?, ¿por ninguna razón? No deja de ser curioso que el responsable de una de las gestiones públicas más desastrosas que se recuerdan, peor incluso que la de Miguel Blesa en Bankia, no reciba ni una mínima parte de la reprobación pública que su compadrón. ¿Tan fácilmente manipulable es la voluntad del pueblo español?

Esto es, y a esto nos conduce, la gestión pública. Aún así, habrá todavía quienes cegados por prejuicios pseuodoideológicos seguirán defendiendo, sin argumentos sólidos ni veraces, su absoluta idoneidad sobre cualquier otro modelo de gestión para cualquier ámbito. Y así nos va…

«Una buena gestión es el arte de hacer los problemas tan interesantes, y sus soluciones tan constructivas, que todo el mundo quiera ir a trabajar con ellos»

Paul Hawken, empresario y escritor estadounidense (1946)

Montes de Piedad: las últimas víctimas de la infamia política…

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Esta semana se ha conocido que el Banco de Santander pasa a hacerse cargo de la gestión de la cuenta de más de 12,5 millones de euros que tiene el Monte de Piedad de Madrid. El motivo no es otro que el abandono»voluntario» de Bankia del tricentenario Monte de Piedad de Madrid, lo que ha obligado a buscar otra entidad que se encargase de su gestión financiera.

Para todos los que han conocido mejores tiempos en la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid, no puede ser más triste esta noticia. Pero para comprender un poco mejor la magnitud de la misma, quizás convenga recordar la historia de los Montes de Piedad.

En un ya lejano 3 de diciembre de 1702 un cura turolense, D. Francisco Piquer Rodilla a la sazón capellán de las Descalzas Reales y que pasaría a la historia como el padre Piquer, fundó el Monte de Piedad de Madrid con la finalidad de atender a los más desfavorecidos y luchar contra la práctica de la usura. Con su fórmula, al parecer importada de Italia, a cambio de la entrega en depósito como pequeñas joyas, medallas y otros objetos de valor, las clases populares obtenían dinero, inicialmente sin interés y que, al ser reintegrado, procuraba la devolución del bien empeñado. Una parte del capital para atender las necesidades lo concedía el Rey, mediante una cantidad fija de la renta de Indias, y otra cuota procedía de donaciones y celebraciones religiosas. Este modelo de entidad se extendió rápidamente por toda la metrópoli y las colonias de ultramar. En 1836 los Montes de Piedad comenzaron a cobrar un pequeño interés por los préstamos concedidos para garantizar la viabilidad económica de los mismos, pero es pocos años después cuando se produce el cambio que habría de ser trascendental para las entidades de crédito en España. En 1839, alentada por Ramón de Mesonero Romanos, la Matritense de Amigos del País y el marqués de Pontejos, nació la Caja de Ahorros de Madrid, que treinta años después confluyó con el Monte para crear la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid, primera caja de ahorros española por fecha de nacimiento y emblema de una parte fundamental de la arquitectura financiera española durante casi 150 años, hasta que la avaricia y ambición desmedida de la escoria política que sufre nuestro país desde hace años acabaran con ellas.

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Durante gran parte de su historia, las Cajas de Ahorro se dedicaron únicamente al fomento del ahorro mediante la captación de depósitos, por los que pagaban unos intereses, y a efectuar préstamos sobre el monto del depósito, pero no financieros. A mediados del siglo XX, La Ley de Bases de Ordenación del Crédito y de la Banca de 14 de abril de 1962 obligaba a las Cajas a destinar parte de sus inversiones a préstamos de carácter social dirigidos a los sectores más necesitados, como agricultores, modestos ahorradores, autónomos y pequeñas y medianas empresas así como a dotar de fondos suficientes que para su mantenimiento requerían los Montes de Piedad, rasgo distintivo de estas entidades de ahorro. La actividad de los Montes de Piedad ha consistido siempre en atender la concesión de un préstamo en función de la prenda que el solicitante deja como garantía, joyas u obras de arte normalmente. Esta actividad no perseguía el lucro de la entidad, sino que más bien preservaba el espíritu de lucha contra la exclusión social y financiera con que nacieron las cajas de ahorros, siendo incluso una actividad más gravosa que beneficiosa, pues resulta cara y el interés que se aplica (con el que se cubren los gastos del servicio) es bastante bajo. El principal beneficio para las cajas sería la fidelización del cliente. Según algunos responsables del negocio un 80% de los usuarios de los Montes son clientes habituales de la entidad.

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La Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid ha sido, en sus más de 300 años de historia, el mejor ejemplo del éxito de este modelo, hasta que políticos y sindicalistas de todo pelaje decidieron acabar con él en su propio beneficio. Hasta finales del siglo XX, la Caja se caracterizó por atender esencialmente las demandas financieras de sus pequeños ahorradores particulares. El modelo de gestión de las Cajas se caracterizaba entonces por la coexistencia de un presidente poco ejecutivo, con funciones más representativas y de protocolo, y un director general fuerte, generalmente un profesional de gran valía, sin ataduras políticas y con amplios conocimientos de la entidad y de lo que las Cajas de Ahorro representaban en el sistema financiero español. En la década de los setenta la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid inició la modernización de la entidad de la mano de su Director General, D. Mateo Ruíz de Oriol, quien impulsó el desarrollo de nuevos productos y la informatización de su funcionamiento. En al década de los 80, CajaMadrid era ya, en materia , la segunda Caja de España tras La Caixa, con 437 sucursales y 4.900 empleados, y la novena en la lista de entidades financieras, entre el Banco Popular y el Exterior de España, habiéndose convertido en una entidad rentable, discreta, eficaz y dominante. En la década de los 90, y tras la jubilación de D. Mateo Ruiz de Oriol, asumió la dirección general de CajaMadrid su segundo y Director General Adjunto, D. Ángel Montero Pérez, profesional a quien avalaban más de 35 años de experiencia en la Caja, y que acometió de manera exitosa la expansión territorial de la entidad. Sin embargo, en esta época la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid ya estaba herida de muerte. La aprobación de la Ley 31/1985, de 2 de agosto, de Regulación de las Normas Básicas sobre Órganos Rectores de las Cajas de Ahorros (LORCA) abrió las puertas de las Cajas a la invasión inicial y posterior manipulación llevada a cabo por sindicalistas y políticos sin escrúpulos que vieron en las mismas la panacea para financiar cualquiera de sus peregrinas y electoralistas propuestas, sin tener que dar ningún tipo de explicación (¡quien no recuerda tristes ejemplos como Canal 10, Canal +, minería leonesa,…!). El primer presidente nombrado tras la publicación de la LORCA en CajaMadrid, a propuesta del PSOE, fue Jaime Terceiro, quien si bien inicialmente aparentó respetar los criterios de profesionalidad con los que había sido dirigida la Caja durante años, enseguida demostró su gusto por un excesivo presidencialismo que le llevó a adquirir, en contra de la tradición en las Cajas de Ahorro, cada vez mayores funciones ejecutivas, ejemplo este que fue imitado en la casi totalidad de Cajas de Ahorro del país. Tras Terceiro, y como consecuencia de los vaivenes políticos, llegaron a la presidencia Miguel Blesa en 1996 y Rodrigo Rato en 2010. Pero para entonces los políticos y sindicalistas ya habían descubierto el filón que significaba manejar las Cajas de Ahorro y sus recursos, y se habían encargado de apartar, de mala manera y para siempre, a los verdaderos profesionales de las Cajas. Su rectitud y saber hacer y el valor que le daban a cada peseta depositada en una cartilla, por modesta que fuera, chocaba con las pretensiones de sus nuevos dueños, tan aficionados éstos a la nueva ingeniería financiera y la asunción de riesgos desmedidos. No hubo ningún reparo en eliminarlos, aún a costa de importantes pensiones, pero ya se sabe que “el dinero público no es de nadie” (Carmen Calvo dixit). Y de aquellos polvos…

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Y pese a tanta mediocridad dirigente, los Montes de Piedad han seguido siendo un puntal clave en la actividad de las Cajas de Ahorro. La disminución del flujo del crédito bancario, desde el estallido de la crisis, ha llevado a cada vez más gente a buscar alternativas. La actividad de los Montes de Piedad de las cajas de ahorros españolas ha experimentado un notable repunte ante las apremiantes necesidades de financiación de las familias. En palabras de Ángel Montero Pérez, Director General de CajaMadrid hasta 1996, “los Montes de Piedad constituyen uno de los ejes fundacionales y evolutivos de las Cajas de Ahorro y tratar de desprenderse de los mismos porque no resulten actualmente rentables es renunciar a una de las más importantes señas de identidad históricas de estas instituciones. Antes bien, hay que ampliar esa potencial cuota de mercado y capitalizar la imagen que todo préstamo social representa” (Montero Pérez, Ángel (1987), “Evolución de los Montes de Piedad en España”, I Congreso Americano de Entidades Pignoraticias, Buenos Aires, pp21-33)

Por todo esto, resulta lamentable el desprecio con el que los actuales gestores, lastrados por la demencial gestión (subiudice en este momento) de sus predecesores, continúan tratando los Montes de Piedad. Desgraciadamente, su comportamiento es tan solo un reflejo de donde nos han conducido los manejos de la escoria política y sindical que se enseñorea en nuestra maltrecha España.

«Sean ustedes testigos de que este real de plata que tengo en la mano y voy a depositar en la cajita ha de ser el principio y fundamento de un Monte de Piedad, que ha de servir para sufragio de las ánimas y socorro de los vivos»
Padre Francisco Piquer, fundador del Monte de Piedad de Madrid (1666-1739)

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