Las alpargatas del médico

 

“No descansaré hasta conseguir que el médico lleve alpargatas”. Esta frase, pronunciada por Alfonso Guerra en un mitin de campaña en Jerez de la Frontera en 1982, es una realidad desde hace bastante tiempo. Los múltiples y variopintos gobiernos que se han sucedido en España desde entonces – todos, sin excepción – lo han logrado con su maltrato contumaz al médico. Y la consecuencia directa de ello ha sido igualar a todos los médicos. Por abajo, por las alpargatas…

Pero, sin duda alguna, las peores alpargatas de los médicos, las más dañinas, las que están destrozando la práctica de la Medicina en España, son las alpargatas mentales que muchos, incluso con indisimulado orgullo, portan. Y sin sombra alguna de autocrítica.  A día de hoy, la que otrora fuera una profesión liberal, sólo condicionada y sujeta por el buen hacer y conocimiento de su arte por parte de quién la practicaba y que era por ello reconocido se ha convertido en un empleo funcionarial, burocratizado, esclerotizado, triste, en dónde todo lo que se aparte de la corriente dominante es visto como una deslealtad insoportable. A criterio de muchos de sus integrantes, la única manera digna y respetable de ejercer la Medicina en nuestra país es dentro del llamado sistema público, y cualquiera que se salga de la norma es rápidamente acusado de buscar únicamente un lucro personal (económico) por encima de cualquier otra consideración y, por tanto, tachado de indigno y despreciable. La superioridad moral de sus alpargatas mentales no admite discusión…

Aunque para alpargatas mentales que atan e impiden cualquier atisbo de autocrítica, nada más representativo que la situación actual de la Atención Primaria en nuestro país. Resulta cuanto menos sorprendente la encendida y arrebatada defensa de la Medicina Familiar y Comunitaria (MFyC), a la que se intenta presentar como centro y epítome de la Medicina, por parte de muchos de los médicos que tradicionalmente la han despreciado. Médicos que, como reflejan año tras año las prioridades durante la elección de plaza para el M.I.R., han ninguneado la opción de MFyC reservándola mayoritariamente– siempre hay excepciones – para las últimas adjudicaciones, elección tras elección, año tras año. ¿Cuántos de esos no consideraron siquiera la opción de elegir esa MFyC que hoy defienden con abnegada unción?, ¿cuántos, antes bien, no tuvieron inconveniente en trasladarse lejos de su lugar de residencia para formarse en otra especialidad antes que en MFyC?, ¿cuántos decidieron repetir suerte en el examen de la siguiente convocatoria antes que escoger “una especialidad de 3 años”?, ¿cuántos realizaron una formación en MFyC para volver a presentarse al examen y elegir otra especialidad?, ¿y a la inversa?…Y, de nuevo, las alpargatas mentales nublan la autocrítica para reconocer el trato displicente que muchos médicos hospitalarios – incluso de los que ahora se sitúan en la vanguardia de la protesta –  han tenido con los médicos de la Atención Primaria, privándolos de recursos y capacidad de decisión, considerándolos en demasiadas ocasiones como meros emisores de “sus” recetas, ignorando que su amplio conocimiento del paciente y sus circunstancias puede ser de enorme ayuda…

Otrosí de la numantina resistencia a reconocer que los medios de los que disponemos son finitos, y la demanda de atención médica tiende cada vez más al infinito. Y que por muchos recursos que se movilicen, humanos y materiales, sin una adecuada educación sanitaria que incluso pase por la adopción de medidas impopulares aunque necesarias, no habrá nunca solución. Pero las alpargatas (mentales) que muchos calzan no parecen adecuadas para recorrer ese camino…

Finalmente, las alpargatas mentales que constriñen el pensamiento y raciocinio de las Sociedades científicas representantes de esos médicos de Atención Primaria, ahora tan en el centro del debate, que privan terca y porfiadamente a muchos otros compañeros de la opción de avanzar y mejorar negándose a aceptar la creación de una especialidad de Urgencias por mor de oscuros y bastardos intereses (aquí).

No ha hecho falta mucho esfuerzo para que los médicos nos hayamos calzado esas alpargatas que no hacen sino limitar y empobrecer la práctica de la Medicina. Algún día habrá que preguntarse quién, cómo, cuándo y por qué aceptamos éstas alpargatas. Pero ahora es tiempo de despojarse de ellas y asumir que el calzado de cada cual sólo debe estar condicionado por su valía, sus méritos y su capacidad, y no por imposiciones espurias de los que se consideran a sí mismos guardianes de las más exquisitas y puras esencias.

O lo hacemos ya, o acabaremos todos caminando descalzos…

«La prueba de una inteligencia de primera categoría es la capacidad de mantener dos ideas opuestas en la mente al mismo tiempo, y todavía conservar la capacidad de funcionar»

Francis Scott Fitzgerald, escritor y novelista estadounidense (1896-1940)

¿En qué momento se jodió el Perú?, o algunos porqués de la degradación de la Medicina en España…

La estatalización de los medios de producción característica del sistema soviético produjo una serie de acontecimientos, cuanto menos, llamativos por lo esperpéntico. La ausencia de propiedad privada motivó que los directores de las empresas se aplicaran a superar las metas establecidas por el plan estatal correspondiente, sin prestar atención a los costos, la demanda o la calidad del producto, obviando cualquier mínima aproximación a rentabilizar el esfuerzo productivo. Así, se daba la paradójica circunstancia de que, en una empresa dedicada a la fabricación de tornillos, si el plan fijaba la necesidad de producir una cantidad determinada de unidades, los esfuerzos se dedicaban a fabricar el mayor número posible de tornillos así fueran todos pequeños. Pero si el plan, o uno posterior, fijaba el objetivo en conseguir una cantidad de toneladas de producto determinada, la fabricación se orientaba entonces a los tornillos grandes, que permitían alcanzar antes el objetivo marcado, dejando de producir unidades pequeñas.  Este sistema, que despreciaba sistemáticamente la calidad del trabajo, originaba problemas crónicos, derivados de la falta de determinados productos o de repuestos o de fallos constantes por su baja calidad [Sweezy, P. M. y C. Bettelheim (1972): Lettres sur quelques problèmes actuels du socialisme, Paris, Maspero]

“¿En qué momento se jodió el Perú?”, la pregunta que Mario Vargas Llosa puso en boca de su alter ego ficticio en la célebre frase inicial de Conversación en la Catedral (1969) se aplica por igual a la situación de la Medicina en la España actual. Nada ha hecho más daño a los médicos y la Medicina en España y, por extensión, a toda la atención sanitaria que la perversa asunción de que la única manera digna de ser médico en nuestro país lo es en el (asfixiante) círculo de la llamada sanidad pública. Ser conscientes de la pertinaz estatalización de la atención sanitaria, de la (obsesiva) funcionarialización de la práctica médica, que llevan a identificar de manera aberrante Sanidad Pública con Medicina, del maniqueismo espurio que busca enfrentar la práctica pública y privada de la Medicina o de la interesada identificación de la formación M.I.R. como cantera para suplir exclusivamente las deficiencias del sistema nacional de salud, pueden ayudar a empezar a entender en qué momento se jodió la Medicina en nuestro país.

Convertir una profesión liberal por naturaleza en un acto burocrático y funcionarial está en la raíz de nuestros problemas. En nuestro actual sistema pareciera que lo más importante es el “qué” se haga, despreciando el “quién” y “cómo” se haga, lo que nos ha llevado, en gran medida, a la podredumbre en que nos movemos. Pretender que todos somos iguales, que todos realizamos nuestro trabajo igual, que todos, por tanto, merecemos el mismo trato, es despreciar el esfuerzo, el trabajo, el estudio y la calidad del servicio que se presta. Es, en definitiva, fabricar tornillos de acuerdo con las decisiones – en demasiadas ocasiones, caprichosas y difíciles de entender – de los dirigentes de turno (político). Prestarse a tal componenda, como se hace, y en muchas ocasiones entusiásticamente, por parte de colectivos, organizaciones y sindicatos médicos, y por bastantes compañeros a título individual, refleja la degradación que nos atenaza. ¿La consecuencia?, fácil de identificar: pérdida de la ilusión, huida masiva de médicos, abandono de la atención en España…, en definitiva, pérdida de calidad para todos. Pero, quizás, esto es lo que buscan los adalides de la perversa identificación de Medicina con este modelo de sanidad pública…

¿Soluciones?, las hay. Pero hace falta valentía y decisión, primero para asumir una autocrítica imprescindible y, a partir de ahí, para alzarse y comenzar a torcer el curso de la historia: laboralización, meritocracia, profesionalización, remuneración variable de acuerdo con la valía individua, liberalización de la demanda y la atención, libre elección…

¿Estamos dispuestos a hacerlo?, ¿ya?…

«Si no lo hacemos nosotros, ¿quién? Si no es ahora, ¿cuándo?»

John F. Kennedy, político y diplomático estadounidense (1917-1963)

Adiós MIR, adiós…

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La introducción de la formación médica postgraduada mediante el sistema MIR es uno de los hitos que han marcado el enorme desarrollo de la Medicina en España desde las últimas décadas del siglo XX y es responsable, en gran medida, de la acreditada calidad de la atención sanitaria en nuestro país. Una formación que, a día de hoy, goza de un excelente y bien ganado prestigio dentro y fuera de nuestras fronteras, como refleja tanto el creciente número de médicos extranjeros que optan por realizar su especialización en nuestro país como la creciente demanda de médicos especialistas formados en España para trabajar en otros países de Europa. Mucho ha llovido ya desde que a finales de 1964 los profesores Diego Figuera Aymerich y José María Segovia de Arana lo implantaran de forma voluntaria en la Clínica Puerta de Hierro de Madrid. Esta experiencia pionera se extendió pronto por toda España y en 1967 otros hospitales públicos crearon el “Seminario de Hospitales con Programas de Graduados”, germen que permitiría años después elaborar un primer “Manual de Acreditación de Hospitales” y favorecer que en 1971 el Ministerio de Trabajo sentara mediante Orden las bases y procedimientos de selección y formación de los médicos internos y residentes de la Seguridad Social. En 1978 se publicó el Real Decreto 2015/1978 por el que se reguló la obtención de títulos de especialidades médicas y, en 1984 el Real Decreto 127/1984 que estableció el sistema MIR como la única vía de especialización médica en España regulada y dirigida desde el Ministerio de Sanidad.

Desde entonces, el sistema MIR facilita, mediante convocatoria única nacional, un sistema de especialización médica equitativa y de acceso universal con garantía de calidad formativa regulada mediante auditorías periódicas de los centros y unidades docentes acreditadas para la misma y de acuerdo a programas formativos regulados por las Comisiones Nacionales de especialidades a las que corresponde establecer los contenidos de formación y tiempo de duración para adquirir la especialización.

Sin embargo, el reciente advenimiento del nuevo Gobierno en España amenaza con hacer tambalear los cimientos de un sistema MIR que creíamos sólido y al cual avalan sus resultados en sus casi 50 años de vida. El pacto de gobierno suscrito por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y Unidas Podemos (UP)esconde, entre sus múltiples puntos, la espoleta para hacer saltar por los aires los principios del sistema MIR de formación especializada.

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El punto 9.4 –  “Daremos cumplimiento a los dictámenes del Tribunal Constitucional y traspasaremos a la Generalitat aquellas competencias pendientes ya reconocidas en el Estatut de Cataluña en materias como la gestión de becas universitarias, la formación sanitaria especializada, el salvamento marítimo o la ejecución de la legislación laboral en el ámbito del trabajo, el empleo y la formación profesional” – recoge expresamente un cambio en la gestión de la formación sanitaria especializada, que pasará a depender del ámbito competencial de las CC.AA. Pese a toda la vaguedad implícita a cualquier acuerdo político, más aún con éstos dos actores – maestros en el arte de decir sin decir, de parecer sin aparecer -a cualquier lector despojado de prejuicios ideológicos no debiera costarle interpretar lo que subyace a esta propuesta. El intento de “trocear” el acceso a la formación médica especializada, a semejanza de lo que ya se hizo con las pruebas selectivas para el acceso a la Universidad, supone una amenaza de incalculables consecuencias. Claro que habrá quien piense que “gestión de la formación sanitaria especializada” se refiere, por ejemplo, a la gestión y organización de las rotaciones de los médicos residentes, de sus guardias, de sus vacaciones,…, pero, sinceramente, parece poco creíble. Con independencia de las inclinaciones políticas de cada cual, parece un error inmenso desmantelar el sistema MIR por espurios intereses partidistas. Convertir el MIR en un sistema particular, privado, conllevará no solo favorecer la desigualdad, inequidad y discriminación en el acceso a una formación médica reglada, sino también una dura merma en la calidad de la misma, eliminando competencia para algunos de los aspirantes y premiando otros activos más allá del estudio y conocimiento para otros, despreciando, una vez más en nuestra España, la meritocracia como vía de mejora y avance. Muy español todo ello, por otra parte.

Pero si graves y preocupantes parecen las pretensiones del nuevo gobierno, enormemente desalentador ha resultado observar la reacción ante las mismas de parte del colectivo médico. Muchos de los que se alzaban ante cualquier situación que amenazase cualquier mínimo aspecto de la sacrosanta Sanidad Pública guardan ahora un estruendoso silencio ante este nuevo dislate. Los mismos que se erigían en faros y guías de variopintas mareas contra todo aquel que plantease modificar el statu quo imperante vuelven ahora la espalda a lo que puede suponer el fin del sistema MIR. Y algunos de los que públicamente se vanaglorian y hacen alarde de participar, incluso de influir directamente, en la “nueva política” no se dignan siquiera a considerar esta aberración. Y aunque es entendible el silencio en algunos de los que quizás albergan la esperanza de ser agraciados con algún carguito por los nuevos mandamases (y ya se sabe que quien se mueve no sale en la foto), llama mucho más la atención el silencio cómplice y borreguil de aquellos otros profesionales que anteponen su particular sesgo ideológico a la defensa de un sistema y un colectivo al que dicen pertenecer. ¿Dónde quedan ahora aquellos que, cuando los vientos políticos soplaban de otra dirección, se engallaban hinchando el garganchón frente a las aviesas intenciones de los gobernantes de turno? ¿Cuál es la diferencia, que ahora “aportan los míos” donde antes “agredían los otros”?…

Triste figura la del que calla en espera de una recompensa, pero más despreciable aún la de quienes sólo obedecen los dictados de sus conmilitones, aceptando cualquier tropelía sin asomo de crítica ni reacción por el mero hecho de venir “de los suyos, de los buenos”. Y triste también el silencio del Consejo Nacional de Especialidades en Ciencias de la Salud y de las Comisiones Nacionales  de cada especialidad Médica que, presumiblemente, debieran velar por mantener y fomentar la calidad en la formación médica especializada. Así, un sistema que ha servido para formar excelentes profesionales, con todos sus aciertos pero también con sus errores, que necesita sin duda actualizarse y modernizarse en muchos aspectos, corre el riesgo de perecer en la particular hoguera de las vanidades de unos políticos que tan solo buscan afianzar su posición sin importarles la tierra quemada que vayan dejando a sus espaldas.

Y los demás, ¿asistiremos mansos y obedientes al funeral del sistema MIR?…

“Siempre una obediencia ciega supone una ignorancia extrema”

Jean Paul Marat, científico, médico, periodista y político francés, (1743-1793)

Sexo, mentiras y aceleradores lineales…

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Esta entrada va sobre mentiras. Muchas mentiras. Y la primera está en su título. No, no hay sexo. Más allá del homenaje a la genial película de Soderbergh, el sexo es tan solo un reclamo para atraerte a ti, lector de esta entrada, a este blog. Pero sí, hay mentiras. Y aceleradores lineales. Y mentiras sobre aceleradores lineales y radioterapia.

En los últimos días, se ha vuelto a desatar una vieja polémica en relación con la donación de 320 millones de euros que la Fundación Amancio Ortega ha hecho para intentar renovar, al menos un poco, el obsoleto parque de aceleradores lineales, imprescindibles para la curación del cáncer, en España. Las razones de por qué se ha desempolvado, y por qué ahora son poco claras. Cui prodest?  

El pasado fin de semana, una la candidata de Unidas Podemos Isabel Serra abrió el fuego, cuestionando, una vez más, la pertinencia de la donación que generosamente la Fundación Amancio Ortega ha hecho a todos los españoles. E, inmediatamente, todos sus voceros se lanzaron a enaltecerla esgrimiendo, sin mínimo asomo de vergüenza, mentiras fabricadas al efecto. Y en vez de reconocer su patinazo e intentar disimularlo, técnica que nuestra escoria política domina a la perfección, otros conmilitones de su mismo grupo (y aledaños) se lanzaron a ver quién era capaz de publicar la mentira más grande.

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“Amancio Ortega es un defraudador que sólo quiere lavar su imagen”, sin pruebas, sin argumentos, solo repitiendo el mismo mantra hasta la náusea. Eso sí, ninguno de los que gratuitamente acusan al empresario se ha personado en un juzgado para denunciar tamaño delito. ¿Será que sólo existe en la imaginación de sus líderes?

“Amancio Ortega lo que tiene que hacer es pagar los impuestos que debe y dejarse de dar limosnas” Como si no hubiera quedado ya suficientemente acreditado la legalidad absoluta en todo el comportamiento fiscal del dueño de Zara. Quizás lo que moleste es que sea capaz de aprovechar la legislación española a su favor. Como hacen muchos españoles. Como ha hecho gran parte del último Consejo de Ministros español sin que estos modernos Savonarolas hayan abierto su bocaza. ¿Será que muchos de ellos hacen lo mismo?

“¡A ver si va a ser un millonario quien decida qué y cómo se compra el equipamiento!” La ignorancia de estos políticos, y de quienes aborregadamente transitan su senda, es inmensa. No sólo por que desconocen necesidades básicas de esa Sanidad Pública que tanto dicen defender, sino porque ni siquiera han prestado un mínimo de atención a informarse del procedimiento seguido para la asignación de número y especificaciones de equipos a los distintos hospitales públicos. Quizás la crítica tan solo esconda su frustración por ser ésta una donación finalista que les impide a ellos y sus paniaguados meter mano en el montante dinerario y utilizarlo, como es su práctica habitual, para sus manejos partidistas. Si tan solo hubieran preguntado, sabrían que la decisión acerca de las unidades adquiridas la han tomado los propios oncólogos, de acuerdo con las necesidades detectadas en sus áreas y a las perspectivas futuras. Y que luego ha salido a concurso público la solicitud de compra. Pero ¿para qué permitir que la realidad te estropee una buena demagogia?

«¡La sanidad pública no precisa de donaciones!» Lo triste, y preocupante, no es que unos políticos mediocres repitan consignas como meros altavoces, sino que también muchos profesionales lo hagan. ¿Qué les mueve a ello? Sorprende que profesionales de la Medicina, en un contexto tan globalizado como el actual, desconozcan, por ejemplo, como se ayuda la financiación de los grandes hospitales en el Reino Unido o en Canadá. Sin que nadie se rasgue las vestiduras, sin insultar a los donantes, sin despreciar la ayuda que contribuye a mejorar la atención a los enfermos. ¿Sera que prefieren su trasnochada ideología al bien común?

La necesidad de renovación del parque de aceleradores lineales para radioterapia en toda España era una necesidad desde hace años que ninguna Administración, de ningún colorín, había querido abordar. Tan solo se habían ido poniendo parches. Triste es comprobar que la segunda herramienta más eficaz contra el cáncer, tras la cirugía, languidecía lastrada por la ineptitud de nuestra escoria política. Ya en el año 2013, la Sociedad Española de Oncología Radioterápica (SEOR) avisaba de la necesidad inminente de renovar casi 100 unidades en España, con un coste que estimaban entonces de 150-200 millones de euros, así como de establecer un plan de futuro porque más de un tercio de los equipos sobrepasaba ya los 10 años. Y la Sociedad Europea de Oncología Radioterápica (ESTRO) constataba ya en 2014 que el nivel de equipamiento frente al cáncer en España estaba al nivel de países como Albania, Bielorusia, Montenegro, Lituania o Bulgaria, tanto en número como en avances tecnológicos disponibles, y que menos de la mitad de los aceleradores permitían, por ejemplo, realizar técnicas de IMRT e IGRT que han demostrado aumentar las posibilidades de curación del cáncer. Pero debe ser que los ignaros dirigentes de Unidas Podemos, y sus voceros, no han sido aún capaces de asimilar esta realidad.

Pero si triste resulta comprobar el nivel formativo de gran parte de la fauna política española, por no pensar que lo conocen y prefieren que continúe así, más lo es asistir al bochornoso espectáculo de muchos compañeros médicos que sectariamente abducidos se está dedicando a repetir y amplificar las estupideces que sus líderes llevan regurgitando desde hace días. Algo que ya sucedió hace un tiempo con esa lacra social autodenominada Federación de Asociaciones en Defensa de la Sanidad Pública (FADSP), con defensores como esos, ¡quién necesita otros enemigos!, pero que ahora parece afectar, inexplicablemente, a otros médicos. Otros médicos de cualquier especialidad – incluso oncólogos – en los que su fanática y furibunda ideologización se antepone a la atención a los pacientesCompañeros médicos que, seguramente, desconocen cual es la situación de la Oncología Radioterápìca en sus propios hospitales y que, salvo cuando han necesitado la atención de algún conocido, muy pocas veces se han aventurado a descender a esos sótanos donde moramos aquellos que sabemos que la radiación ionizante es elemento clave, decisivo en muchas ocasiones, para curar cientos y cientos de pacientes cada año. Quizás un paseo por debajo de la planta 0 de muchos de sus hospitales les ayudaría a comprender por qué se ha recibido con tanta ilusión este maná en forma de altruista donación. Y por qué se considera a Amancio Ortega un verdadero patriota, a diferencia de todos esos dirigentes políticos que parecen haberles arrebatado el pensamiento crítico que se supone a todo médico.

Finalmente, resulta especialmente desalentadora la actitud de los actuales dirigentes de la SEOR, que han sido incapaces de liderar, de manera firme, clara, contundente y suficientemente alta la defensa de un bien necesario para todos los pacientes de cáncer, y de otras muchas enfermedades no neoplásicas, en España. Y es triste comprobar, aunque sea con envidia, como ha tenido que ser la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM) la que haya alzado la voz para poner en su sitio a toda la manada de políticos que han intentado desprestigiar a la persona por sus bastardos intereses electorales.

Como corolario, resulta llamativa la vocinglería actual y la llamada a despreciar, por dignidad, la donación de la Fundación Amancio Ortega amplificada por tantos médicos mientras se han aceptado, al menos calladamente, otras muchas donaciones en la Sanidad Pública, como las realizadas por la Fundación Aladina para reformar la UCI del H. del Niño Jesús, el Banco de Leche en el H. 12 de Octubre o la Sala de juegos en el H. Gregorio Marañón o la terraza y zona de juegos en el H. de Getafe… Será que sus líderes no les dieron las pertinentes indicaciones…

Será que la secta es poderosa en ellos…

“Hacer beneficios a un ingrato es lo mismo que perfumar a un muerto”

Plutarco, historiador, biógrafo y filósofo moralista griego (50-120)

Ideologización: la lacra de la Sanidad en las redes sociales…

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A todas las lacras que desgraciadamente asolan nuestra maltrecha Sanidad se une, cada vez con mayor fuerza, otra que, si no acabará con ella sí será uno de los arietes para su destrucción, como es la creciente, ¿e imparable?, ideologización de la misma. Ideologización entendida como el tamiz a través del cual ver, mirar y evaluar – y en su caso criticar despiadadamente e incluso intentar destruir – cualquier proyecto, obra o resultado, y considerarlo bueno o malo, aceptable o inaceptable, tan solo en función de si la ideología del responsable de la acción juzgada coincide con la del autoproclamado guardián de las esencias más puras de la Sanidad y, por tanto, oráculo definitivo para considerarla digna o rechazarla antes de que contamine al resto. 

Algo, la ideologización, que puede ser entendido como elemento estructural indisoluble a la escoria política que nos ha tocado soportar, tanto en los gobiernos como en las oposiciones, de todos los paisitos en que está fragmentada España, pero que resulta triste y deprimente en la clase médica, como cada vez acaece con mayor frecuencia. Si un político puede jugar con la demagogia sin avergonzarse siquiera de su ignorancia y estulticia, ¡más bien, haciendo gala!, en general y más llamativa en aspectos médicos y científicos, un médico jamás debería aceptarlo. Los médicos debemos, porque así lo aprendemos, practicamos y ejecutamos en todas nuestras acciones, guiarnos siempre por nuestro espíritu científico. Dudar siempre para comprender algo, fruto de horas de estudio e investigación; no dar nada por sentado y buscar la evidencia que apoye nuestros razonamientos; contrastar alternativas y opciones diferentes, siempre desde la óptica del razonamiento sin dejarnos llevar por creencias e ideologías particulares [«…Si ser médico es no cansarse nunca de estudiar y tener todos los días la humildad de aprender la lección de cada día…», Gregorio Marañón] . Esto, que está en la esencia de la Medicina, desgraciadamente se está perdiendo. Y las redes sociales, tan útiles en otras múltiples ocasiones, son buen ejemplo de ello.

Recientemente, y a raíz de un hecho tan puntual como es la próxima instalación en nuestro país de las 2 primeras unidades de protonterapia, se desató en Twitter una discusión, en la cual tuve la suerte de participar, acerca de la pertinencia o no de tal hecho. Lo triste, lo realmente triste, es que no se discutió acerca de la necesidad de disponer de esta nueva tecnología, ni de las indicaciones posibles y el beneficio que en determinadas circunstancias puede esperarse o, en su defecto, de la carencia de beneficio en determinados tumores frente a las técnicas ya disponibles,… No, la discusión se centró en considerar negativamente a las unidades de protonterapia por el mero hecho de ser instaladas por centros privados y no por la Sanidad Pública, único sistema válido para muchos de los discursores. El patético intento final de algunos políticos, jaleado por algunos participantes en la discusión, de posicionares en la vanguardia exigiendo, ahora, destinar fondos públicos s tal misión, no hace sino evidenciar su absoluta ignorancia del tema tratado, peros sirve como gasolina para alimentar a los desgraciadamente ideologizados en sus particular cosmovisión de la Sanidad. Este hecho, entendible dentro de la cortedad de miras de la casta política que nos hemos dado a bien elegir, auténticos analfabetos funcionales en todo lo que sobrepasa sus aspiraciones de mantenerse y medrar a costa del sistema, ha calado también fuera de ellos. Y lo preocupante es que ha calado en muchos médicos. Resulta desolador contemplar a médicos repitiendo argumentos trufados de demagogia e ideología, sin haber tenido el mínimo prurito profesional – o al menos sin demostrarlo –  de haber estudiado el tema, de haberse informado, de haber buscado la evidencia disponible, de haber razonado los argumentos, de…, en definitiva, de haberse comportado como médicos en toda la extensión del término. Duele comprobar cómo excelentes profesionales pierden la noción de la realidad cuando se empeñan en ponerse las anteojeras de la ideología para juzgar a cualquiera que, científicamente, discrepe de sus postulados partidistas. 

¡Señores, la  ciencia y arte médico no se debe a ninguna posición partidista, a ninguna ideología! Muchos son los buenos médicos que intentan participar de la vida política, con toda su ilusión y esfuerzo, pero en cierta manera condenados a defender posturas que, a buen seguro y vistas desde fuera, les parecerían ridículas, y en situaciones como estas sólo cabe recordar las palabras del Cantar de Mio Cid: «Dios, que buen vassallo!, ¡si oviesse buen señor!» Aún así, no todo es negativo en una discusión, También hay médicos con los que se puede discrepar elegantemente (¡gracias @CotMedi!), y que hacen aportaciones tan finas y brillantes como hablar antes de ideas y no de ideologías que «van más allá de las propias ideas y conducen a no planteárselas, a no discutirlas, al fanatismo»

Bienvenido sea y que el próximo año 2019 esté lleno de discusiones sobre ideas, sin que lo ensombrezca ninguna ideología

«Las ideologías nos separan, los sueños y la angustia nos unen»

Eugène Ionesco, dramaturgo y escritor franco-rumano (1909-1994)

Defensores de la Sanidad Pública: 35 años contribuyendo a su destrucción…

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En estos últimos días asistimos, desgraciadamente sin demasiada sorpresa, a una nueva muestra de la mediocridad que rodea a nuestra Sanidad Pública. La denominada Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública (FADSP) lo ha vuelto a hacer. En este caso, y aprovechando la donación de 320 millones de euros que la Fundación Amancio Ortega ha hecho a la Sanidad Pública española para la compra y renovación de tecnología radiológica y radioterápica para diagnóstico y tratamiento del cáncer, la FADSP confirma su ánimo de destrucción de todo aquello que dicen defender. Nunca se ha caracterizado la FADSP por su inteligencia y perspicacia para detectar e intentar corregir los defectos y necesidades que aquejan al sistema sanitario público español. Antes bien, sus dirigentes se reconocen en distintas teorías conspiranóicas sin base ni razón pero en las que ellos actúan siempre como paladines de la Sanidad defendiendo su modelo, ante todo y frente a todos. En concreto, su modelo de Sanidad Pública. Un modelo caduco que se ha mostrado ya agotado, pero que sus defensores están dispuestos a mantener con entrañable contumacia, impenetrables a cualquier posibilidad de cambio, ni siquiera en la mejor tradición gatopardiana de “cambiarlo todo para que nada cambie”.

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En esta ocasión le ha correspondido a una de sus portavoces, la Dra. Luisa Lores, confirmar la estulticia de su organización. En una hilarante a la par que inexacta y malintencionada diatriba la representante de la FADSP ataca la donación para equipamiento efectuada argumentando, con absoluta impericia y haciendo gala de una aterradora demagogia, el oscuro trasfondo que, a su entender, oculta éste acto. Mezclando diferentes hipótesis descabelladas que incluyen la existencia de pérfidos oligopolios con aviesas intenciones privatizadoras (una de sus más recurrentes y manidas fantasías) o los datos generados a partir de la Historia Clínica Electrónica – otra obsesión clásica de la FADSP – la Dra. Lores construye una historia pavorosa que justificaría tal donación. Pero no contenta, añade unas gotas de “terror radiactivo” por el peligro que supone para la población la utilización de estos equipos, y la ocultación que nuestros gobernantes nos hacen de estos riesgos para dar satisfacción a multinacionales sin escrúpulos… Finalmente, la Dra. Lores concluye su relato afirmando, sin vergüenza aparente, «que no son necesarios tantos equipos de diagnóstico y tratamiento en la Sanidad Pública», que dichos equipos tan sólo van a servir para aumentar los diagnósticos de cáncer con el objetivo final de “incrementar sus beneficios”. Y todo ello sin olvidar la moralina propia del inepto envidioso que exige y reclama, cual moderno Savonarola, un pasado sin mácula a todo aquel que ose el atrevimiento de intentar mejorar algún aspecto en la vida de sus congéneres. Es de suponer que la FADSP también rechaza con igual contundencia cualquier otro donación en la que no se acredite la extrema pulcritud del donante, de cualquier donante. Por ejemplo, del de órganos…

En el año 2010, la Sociedad Española de Oncología Radioterápica (SEOR) presento el “Libro Blanco SEOR XXI”, documento básico para entender y conocer la situación y carencias de la Oncología Radioterápica en España en estos primeros años el siglo XXI. En él se refleja con exquisita precisión la carencia de equipos de tratamiento así como la obsolescencia de muchos de los disponibles, planteando la necesidad de una renovación en profundidad si se deseaban alcanzar y mantener los estándares de calidad en el tratamiento oncológico a los que un país como el nuestro debe aspirar. Y después de mucho porfíar parece que ese momento ha llegado para alegría de todos. ¿De todos? no, de los miembros de la FADSP parece que no, ya que lo consideran “impropio, innecesario y poco menos que una humillación”.

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Como Oncólogo, me gustaría invitar a la Dra. Lores a que conociera la realidad del tratamiento del cáncer en España. A que comprobara la sobresaturación de las unidades de tratamiento. A que conociera como algunos tratamientos punteros, y cada vez más necesarios para intentar avanzar en la curación del cáncer, no pueden realizarse en muchos lugares de nuestro país por carecer de los mínimos avances tecnológicos para ello. A que observara en directo el drama que suponen las averías, cada vez más frecuentes por el uso y antigüedad de los equipos, que se producen en las unidades de tratamiento, y como estas averías por corta duración que tengan suponen un quebranto – uno más – para nuestros pacientes. Por no hablar de los que significa en  términos oncológicos el retraso y demora en la administración de la radioterapia. A que fuera capaz de reconocer lo que para un paciente con cáncer significa la esperanza en una posibilidad más de tratamiento. A que fuera consciente, en definitiva, de la realidad de la Oncología Radioterápica en España. Quizás eso le ayudaría a sacudirse su mediocridad y esa mugre de complejos que en demasiadas ocasiones parece cubrir a los miembros de la FADSP.

Pero no lo hará. Remedando el viejo adagio periodístico, “nunca dejes que la realidad te estropee un buen titular”

 

P.D.: en el momento de publicar esta entrada, más de una semana después del insulto a la inteligencia y la patada a los enfermos de cáncer propinada por los autoproclamados defensores de la Sanidad Pública, la SEOR aún no ha publicado ninguna nota de reacción y rechazo expreso, claro y contundente frente la estulticia de la FADSP…

«El verdadero progreso es el que pone la tecnología al alcance de todos»

Henry Ford, ingeniero y empresario estadounidense (1863-1947)

Brexit, gerontocracia y Sanidad Pública…

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Se han cumplido ya más de 100 días desde que el Reino Unido decidió, por voluntad de sus votantes (que no habitantes), abandonar la Unión Europea. Un mala noticia para Europa solo comparable, por su impacto en el presente y sus repercusiones futuras, al inicio de la II Guerra Mundial. Desde aquel desgraciado 1 de septiembre de 1939 ninguna otro hecho acaecido en nuestra vieja Europa ha tenido tanto poder destructivo como el Brexit. Y no solo por lo que supone que una de las naciones más antiguas de Europa, y que más ha contribuido a construir la misma, decida unilateralmente desligarse del resto, sino por el riesgo de autodestrucción de su país que esta decisión entraña para los británicos. Si la decisión fue acertada o no, si se tomó con conocimiento o fundamentada en falaces e interesados argumentos o si el resultado final dará la razón a los vencedores o demostrará su estulticia son cuestiones, por ahora, menores. El hecho en sí es que una mayoría de británicos ha decidido que es mejor abandonar el compromiso y trabajo conjunto con el resto de países que conforman la Unión Europea. Lo realmente triste es comprobar ahora, apenas 3 meses después, que cada vez son mayores los lamentos y desesesperacion de una gran parte de la población de las islas que comienza a arrepentirse, y lo manifiesta claramente, de la decisión tomada. Una decisión que, de hacer caso a las encuestas, ha estado apoyada principalmente por la población de mayor edad, segmento en el cual el deseo de ruptura ha sido muy mayoritario. Y esto ha hecho que sean los más jóvenes los que con mayor fuerza repudian la decisión tomada por sus mayores. Y no les falta razón: el egoísmo de una población envejecida, que se enseñorea en antiguos días de imperio y esplendor, que piensa que el colonialismo no ha muerto y que justifica una superioridad sobre el resto de pueblos y naciones ha condenado, de manera inmisericorde, a generaciones y generaciones venideras de súbditos de Su Graciosa Majestad. Les ha condenado a vivir fuera de un mundo cada vez más globalizado, a perder las ventajas y oportunidades que les ofrecía la Unión, a frenar su desarrollo como individuos y como país… En pocas ocasiones la ceguera de una masa gerontocrática hizo tanto daño a los que vienen por detrás.

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Y algo similar a esto ocurre en nuestra Sanidad Pública. Vaya por delante que toda generalización es, en sí mismo, injusta pero se aproxima bastante a nuestra más cercana realidad. Un sistema dominado por la gerontocracia. Donde la antigüedad en el puesto continúa siendo el patrón oro sobre el que se construye cualquier desarrollo profesional. Donde la meritocracia es tradicionalmente despreciada. Donde lo que más importa es cuantos años se acumulan antes que cuantos méritos se han acreditado y que condena a los jóvenes a una precariedad laboral casi perpetua por miedo a cambiar «lo que siempre se ha hecho». Un sistema donde se asciende en el escalafón por senescencia del precedente. Un sistema que rechaza que los más jóvenes puedan alcanzar las más altas responsabilidades tan solo por el hecho biológico sin pararse a considerar, en demasiadas ocasiones, quien lo merece por sus méritos. Donde el talento, la iniciativa, la ilusión y la voluntad son a menudo cercenadas por el mero acumuló de meses, algo que cualquier mediocre puede hacer dejando pasar el tiempo. Donde un puñado de meses calentando una silla valen tanto (o más) que las publicaciones de los trabajos realizados. ¿Y aún nos extrañamos de que los más jóvenes profesionales, excelentemente formados y con ambición y ganas de trabajar para hacer avanzar nuestra Sanidad opten por marcharse al extranjero? ¿Y aún sorprende que decidan poner su esfuerzo y capacidad de trabajo al servicio de quienes si ven en ellos su potencial y no sólo su edad biológica? Así se empobrece un sistema, cuando en lugar de apostar por la meritocracia para cargos de responsabilidad, para que dirijan los Servicios, para que renueven y hagan avanzar y crecer nuestra Sanidad Pública, se decide considerar como principal patrón de medida el factor tiempo. Resulta desalentador comprobar como Servicios y Departamentos, con excelentes profesionales, languidecen lastrados por la falta de ilusión, iniciativa y ambición generados por una gerontocracia que se resiste al cambio generacional.

Por supuesto que no es siempre así, pero al igual que no todos los votantes de edad más avanzada en el Reino Unido apostaron por el Brexit, también es muy cierto que no siempre van separados méritos y tiempo acumulado, y que son muchos los ejemplos que así lo atestiguan (cada cual será consciente de su realidad) pero desgraciadamente sucede en más ocasiones de las deseables. Y esta es, posiblemente, una de las causas más significativas del empobrecimiento de nuestra Sanidad Pública.

Probablemente, ha llegado el tiempo de comenzar a desplazar gerontocracia por meritocracia…

«Los años no hacen sabios; no hacen otra cosa que viejos»

Sophie Swetchine, escritora francesa (1782-1857)

Radioterapia y Listas de Espera… Quid est solutio?

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La realidad de la radioterapia en España dista, con excepciones, de ser tan bonancible como muchos de sus responsables políticos quieren hacer ver. La existencia de listas de espera para la radioterapia es un problema desgraciadamente real. Muchas veces latentes, enmascaradas en la maraña de acontecimientos que rodean al paciente con cáncer, disimuladas tras el resto de pruebas y tratamientos, su existencia en muchas zonas de España es tristemente real. Y pese a no ser un asunto que cope habitualmente las primeras líneas en lo referente al cáncer y su manejo, en ocasiones, como este pasado verano, irrumpe con fuerza sorprendiendo, aparentemente, a muchos de sus verdaderos responsables. La denuncia efectuada por Virginia Ruíz en su blog  un rayo de esperanza acerca de la situación casi desesperada del Servicio de Oncología Radioterápica del Hospital Universitario de Burgos provocó una catarata de reacciones, a favor y en contra, destacando la airada respuesta de la gerencia del HUBU, con amenazas más o menos encubiertas de expediente que, afortunadamente, no se concretaron. Sin embargo, no lograron ocultar la realidad de un problema que amenaza a, conviene tenerlo presente, una de las principales y más efectivas (la segunda, tras la cirugía) armas contra el cáncer. Por otro lado, las constantes averías en los aceleradores lineales que han sufrido este verano los pacientes con cáncer de Aragón no han hecho sino trabar y enlentecer los tratamientos con la consiguiente deterioro en la calidad de vida de los pacientes

¿Quién o quiénes son los responsables de haber llegado a esta situación?, ¿existe un único responsable o es, más bien, consecuencia de la acumulación (¡tan hispana!) de improvisaciones mantenidas en el tiempo? Más probablemente, esto último… 

A nadie se le escapa la enorme responsabilidad de la Administración en este problema, ni nadie duda de que es la principal causante del deterioro que sufrimos. Esta Administración que padecemos y, lo que es peor, llevamos décadas padeciendo, es la primera encargada de la Sanidad Pública pero da la impresión de estar atenazada por lacras que no parecen tener arreglo: la atomización y dispersión de recursos en un sistema de 17 paisitos, con 17 Consejerías y sus laberínticas y fosilizadas organizaciones, que dificultan enormemente la resolución de cualquier problema; la abundancia de servicios y unidades infradotadas, tanto de equipamiento tecnológico como, más importante, de personal; la obsolescencia de los equipos y su falta de renovación, lo que merma su capacidad repercutiendo directamente en la atención de los pacientes; el  desconocimiento de las necesidades reales de recursos y dotación para dar resolución a la demanda presente y, por ende, mucho menos a la futura a corto plazo; la desesperante lentitud de respuesta de los gestores públicos, envueltos por la monstruosidad burocrática característica de nuestro país, que impide una y otra vez actuar de manera racional y sensata ante las necesidades… Y la solución no puede pasar exclusivamente por altruistas donaciones para paliar nuestras carencias.

Pero también es necesario, una vez más, ejercer la autocrítica. Reconocer en qué estamos fallando, qué podríamos estar haciendo – además de exigirle a las administraciones que cumplan con su cometido – para, si no arreglar, si contribuir a la solución. Porque hay cosas que los Oncólogos podemos hacer…

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Apostar decididamente por la recentralización de servicios y recursos humanos y tecnológicos es una de ellas. Así, por ejemplo, España es de los pocos países occidentales que carece de un solo CENTRO ONCOLÓGICO MONOGRÁFICO dedicado a la atención, investigación y avance frente al cáncer. Hospitales oncológicos del prestigio del IPO portugués, del Royal Marsden o el Christie Hospital británicos, del Gustave Roussy francés o del NKI holandés, por citar sólo unos pocos, son objeto de envidia y deseo por muchos oncólogos españoles. Centros donde no sólo se concentran el saber y la pericia de muchos profesionales de distintas ramas dirigidos a una lucha común contra el cáncer, sino que también permiten reunir y optimizar los recursos tecnológicos, aumentar la disponibilidad de unidades de tratamiento y minimizar problemas como averías o revisiones en radioterapia. Y, como la evidencia se encarga de recordar, los resultados oncológicos están en directa relación con la experiencia acumulada en el tratamiento. Y sin embargo, en España se prefiere la atomización de los recursos, los centros con una o dos unidades, habitualmente sobreexplotados y expuestos permanentemente a que cualquier acontecimiento puntual de al traste con la planificación y genere problemas como los acontecidos este verano. Y no contentos con ello, seguimos apostando por la dispersión, reclamando sin cesar el establecimiento de unidades de radioterapia en cualquier isla o capital de provincia antes que pensar en como centralizar atención y tratamientos y racionalizar gastos y recursos. Y es que la solución no puede pasar nunca por dividir sino, más bien, por unir. Algo que quizá sea una utopía en un país donde muchos dirigentes prefieren ser antes cabeza de ratón que cola de león. Y quizás ahí radique uno de los problemas… Es cierto que la centralización de la atención oncológica plantearía otros problemas, logísticos y de desplazamiento, pero sin duda más sencillos de solucionar (y, probablemente, más baratos) que la proliferación de listas de espera y de interrupciones no programadas de tratamiento por averías y revisiones que alargan innecesariamente la duración de los tratamientos, con el consiguiente impacto en pacientes y profesionales.

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Aún más, los avances en el conocimiento de la radiobiologia y de la respuesta de los tumores a la irradiación, junto con el enorme desarrollado tecnológico que facilita una extraordinaria precisión y fiabilidad en la administración de los tratamientos, permiten optimizar la Radioterapia hasta extremos impensables hace años. Una apuesta decidida por el HIPOFRACCIONAMIENTO como estándar de tratamiento es imprescindible. A día de hoy la evidencia ya existente, y la que continuamente vamos conociendo, permite que la duración total de los tratamientos se pueda reducir de manera segura a la mitad manteniendo, cuando no mejorando, su eficacia. Algo tan sencillo como apostar por esquemas de tratamiento acelerados para la radioterapia del cáncer de mama (pasando de 6 a 3 semanas), de próstata (pasando de 8-9 a 4-5 semanas) y en los tratamientos paliativos (pasando de 2 semanas a 1-3 sesiones), permite reducir la duración del tratamiento a la mitad en un conjunto de enfermedades que representan cerca del 50% de la carga asistencial diaria de cualquier Servicio de Oncología Radioterápica. Una reducción a la mitad de la duración de los tratamientos más frecuentes facilitaría tanto aumentar el número de pacientes que pueden ser tratados en el mismo espacio de tiempo, como una disminución de la sobrecarga en las unidades de tratamiento que contribuya a agilizar su respuesta ante imprevistos y, posiblemente, prolongar su vida útil. Aún más, una reducción significativa en la duración de los tratamientos supondrá también una disminución notable en los gastos derivados del traslado de pacientes y familiares durante los mismos. Quizás debiéramos aprender lo que es ya una realidad en otros países de nuestro entorno, que hubieron de enfrentarse hace décadas a problemas como los que ahora nos atenazan, y que nos permitirían aliviar la situación actual. Quizás ya es hora de renunciar al «siempre se ha hecho así…»

Medidas como éstas no serán la solución única y definitiva, pero sin duda ayudarían a corregir la situación actual y sólo hay que tener la voluntad de llevarlas adelante. Mientras no seamos capaces de afrontar (estos y otros) cambios necesarios continuaremos reclamando tan solo a la Administración  y fiando la solución exclusivamente a donaciones altruistas…

«Es preciso saber lo que se quiere. Hay que tener el valor de decirlo y, cuando se dice, es menester tener el coraje de hacerlo»

Georges Clemenceau, médico y estadista francés (1841-1929)

Porque no podrán callar al rayo de esperanza…

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Una vez más la prepotencia de nuestra escoria política demuestra su talante atacando a todo aquel que osa enfrentar la realidad a su rampante mediocridad. Pero esta vez lo hace, además, embistiendo contra una amiga y compañera que ha cometido, ¡qué tremenda afrenta!, el atrevimiento de denunciar una situación injusta. Virginia Ruíz (@roentgen66), oncóloga radioterápica en el Hospital Universitario de Burgos, osó denunciar en su blog Un Rayo De Esperanza (muy recomendable) la lamentable situación de la radioterapia en la provincia de Burgos, sus desmesuradas, y en continuo crecimiento, listas de espera, la escasez de sus recursos, tanto humanos como materiales, y todos los problemas a los que se enfrenta cada día. Y como está situación repercute en los propios pacientes, condenados por mor de la incapacidad e ignorancia de sus dirigentes a sufrir las consecuencias de tan nefasta planificación. Y la respuesta de los responsables no ha sido pedir perdón, reconocer sus errores y manifestar su propósito de enmienda y su voluntad de arreglar lo antes posible este desaguisado. No, antes bien, han optado por la vía fácil, la vía amedrantadora, la vía de silenciar al denunciante, la vía del expediente del miedo

Y por ahí si que no, por ahí no paso. No es momento de discutir acerca de modos de hacer en oncología, de esquemas para la optimización o de organización de los recursos. No cuando algo mucho más sencillo, a la vez que mucho más determinante, está en juego. No cuando una amiga y compañera es inmisericordemente atacada por decir la verdad. He discutido y debatido, y quiero y espero seguir haciéndolo, con Virginia sobre infinidad de aspectos de nuestra radioterapia. En algunos nos pondremos de acuerdo y en otros discreparemos, pero lo que personalmente no pienso tolerar es este ataque gratuito, este intento de acallar la verdad, esta intención de la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Castilla y León, encarnada en la dirección y gerencia del Hospital, de silenciar a quien les incomoda, a quien les enfrenta a su incompetencia durante años para reconocer una realidad y adoptar las medidas para encauzarla.

Vaya desde ésta mi particular realidad, desde El Lanzallamas, todo mi apoyo a Virginia, y por extensión a todos los compañeros y amigos del Servicio de Oncología Radioterápica del Hospital Universitario de Burgos, en su pelea por defender lo que consideran justo. Y desde aquí hago también mía su denuncia y exigencia de soluciones. No para nosotros, sino para todos esos pacientes los que intentamos ayudar y que no se merecen el trato que reciben de quienes se supone son sus públicos servidores. Y que mejor noche que esta, la Noche de San Juan, para empezar a quemar tanta mediocridad…

«La verdad adelgaza y no quiebra, y siempre anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua»

Miguel de Cervantes, escritor español (1547-1616)

Sanidad Pública: cuando la solución no es sólo cambiar de entrenador…

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¿Qué tienen en común la Sanidad Pública y el fútbol? Más de lo que, en principio, podría parecer…

Hace apenas un mes que terminó una temporada y en menos de dos semanas comienza ya la próxima. O al menos, comienza el habitual baile veraniego de nombres y hombres que van o vienen. Y muchos equipos estrenan nuevo entrenador pensando que así enjugarán los mediocres resultados obtenidos en la última campaña. Porque cuando el equipo no funciona, y cuando el máximo responsable siente en su cogote el aliento sediento de cambios de la masa social, la primera medida es, casi siempre, fulminar al entrenador en curso y sustituirlo por otro, a poder ser con más renombre. Pero, desgraciadamente, esto no es en muchos casos la solución. Ni la garantía para que el equipo mejore su actitud, compromiso y resultados. Cualquier buen conocedor del fútbol sabe que, en demasiadas ocasiones, el problema del equipo no radica, al menos exclusivamente, en la figura del entrenador. Otros factores pueden, y suelen, ser tan culpables en la zozobra de un equipo como su más visible responsable. En ocasiones, existe una plantilla descompensada, agotada, hastiada y minada por diferencias internas que, a poco que se indague, están en la raíz del problema. Las luchas de egos, con los veteranos que ya están en la fase final de su carrera oponiéndose, con uñas y dientes, a esos jóvenes que con mayor ansia, ganas, empuje, ambición y, en muchas ocasiones, también talento, les disputan un trono que creían suyo por mandato cuasi-divino. Con frecuencia, es necesario forzar la salida de aquellos que un día fueron los estandartes del equipo pero que, por muchas y variadas circunstancias más allá del mero paso del tiempo, han dejado de ser un referente aunque no quieran ser conscientes de ello. Algo que se conoce como “hacer una buena limpia en el vestuario” en el ambiente futbolístico. Un buen entrenador sabe de tácticas, motivación, técnicas, entrenamientos,…, pero también debe saber cuando ha llegado el momento de relegar a los que un día lideraron el equipo pero hoy son ya una rémora y un obstáculo para la superación.

Todo aficionado conoce ejemplos donde entrenadores valientes que dieron paso a jóvenes promesas, procedentes muchas veces de la propia cantera del equipo, y que en muy poco tiempo consiguieron dar un vuelco espectacular a lo que era una peligrosa deriva mediocre y conformista. Nadie olvida casos como los de Alfredo Di Stéfano primero, y Leo Beenhakker posteriormente, que tuvieron el valor de apostar por unos talentosos jóvenes, que conformarían la archiconocida “Quinta del Buitre”, y que arrinconando a ilustres veteranos darían paso a una de las épocas más gloriosas del Club.

Y del mismo modo, nadie olvida como veteranos con mucho nombre, pero ya sin hambre ni ambición ni condiciones, lastraron grandes equipos por su tozudez en mantenerse a toda costa y por la falta de valor de sus responsables para tomar la necesaria medida de un cambio. Y como además, esta misma cerrazón ante el cambio natural y necesario provocó que jugadores de enormes posibilidades, talento y proyección tuvieran que emigrar a otros equipos, incluso a otras ligas, para poder labrarse un nombre, demostrar su categoría y que otros disfrutaran de su esfuerzo, su juego y sus triunfos. (Y con el consecuente, postrero e hipócrita lamento de aquellos que los dejaron marchar por no atreverse a afrontar una limpia en el vestuario). Por supuesto, contar con jugadores veteranos y con experiencia en un equipo puede ser bueno, incluso recomendable, siempre que sumen y no resten, que entiendan su papel dentro del grupo y que no se refugien en un nada deseable “síndrome del príncipe destronado”. El problema es que, en demasiadas ocasiones, los jugadores de los que hay que prescindir, si se quiere salvar al equipo, son los capitanes. Los capitanes, los que debieran ser ejemplo de sacrificio y compromiso, con su trabajo y presencia constante, suelen ser los más veteranos pero también los que mejores relaciones guardan con la presidencia, con la prensa, con el entorno en definitiva, que los mantiene al frente del equipo a pesar de su ineptitud. Pocos tienen, llegado el momento, la capacidad de hacer una serena autocrítica y reconocer cuando ha llegado el momento de echarse a un lado, de bajarse del carro, de dejar paso a otros que vienen empujando fuerte y que, si no lo son ya, muy pronto incluso los superarán. Sólo los más grandes, los auténticos líderes han sido capaces de ello: Di Stefano, Butragueño, Zidane, Puyol, Raúl,…, supieron irse con humildad y sin ruido cuando fueron conscientes de que había llegado su momento, y antes que correr el riesgo de lastrar al equipo decidieron apartarse acompañados por el reconocimiento y aplauso unánime, Pero, desgraciadamente, hay pocos líderes así…

El miedo a apostar por un cambio de modelo, al mismo tiempo que el reparo a destronar a las “vacas sagradas” de un vestuario, a esos capitanes que se creen imbuidos de un conocimiento que los debe hacer imprescindibles, conduce indefectiblemente al fracaso. En muchas ocasiones hay que tener la valentía de apostar, para la capitanía de un equipo, no por el más veterano o el que más cobre, sino por aquellos que, con independencia de su edad o experiencia, mejor sepan conjuntar al equipo, “hacer grupo”, de sumar y no dividir, de crecer con los compañeros y no a costa de los compañeros, en definitiva, más Auctorictas y menos Potestas. De lo contrario, por mucho entrenador que se cambie, por mucha figura que asuma el mando, por mucho cocimiento que atesore el encargado de dirigir al grupo, por muchos laureles que coronen sus éxitos, tan solo conseguirá, en el mejor de los casos y como decía el gran Marx, “ir de victoria en victoria hasta la derrota final”

Y hasta ahora, en la Sanidad Pública, los diferentes Presidentes se han limitado a cambiar una y otra vez de entrenadores. ¿Se atreverán a limpiar el vestuario…?

“Mejorar es cambiar; así que para ser perfecto hay que haber cambiado a menudo“
Winston Churchill, político, estadista y Premio Nobel de Literatura británico (1874-1965)