Adiós MIR, adiós…

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La introducción de la formación médica postgraduada mediante el sistema MIR es uno de los hitos que han marcado el enorme desarrollo de la Medicina en España desde las últimas décadas del siglo XX y es responsable, en gran medida, de la acreditada calidad de la atención sanitaria en nuestro país. Una formación que, a día de hoy, goza de un excelente y bien ganado prestigio dentro y fuera de nuestras fronteras, como refleja tanto el creciente número de médicos extranjeros que optan por realizar su especialización en nuestro país como la creciente demanda de médicos especialistas formados en España para trabajar en otros países de Europa. Mucho ha llovido ya desde que a finales de 1964 los profesores Diego Figuera Aymerich y José María Segovia de Arana lo implantaran de forma voluntaria en la Clínica Puerta de Hierro de Madrid. Esta experiencia pionera se extendió pronto por toda España y en 1967 otros hospitales públicos crearon el “Seminario de Hospitales con Programas de Graduados”, germen que permitiría años después elaborar un primer “Manual de Acreditación de Hospitales” y favorecer que en 1971 el Ministerio de Trabajo sentara mediante Orden las bases y procedimientos de selección y formación de los médicos internos y residentes de la Seguridad Social. En 1978 se publicó el Real Decreto 2015/1978 por el que se reguló la obtención de títulos de especialidades médicas y, en 1984 el Real Decreto 127/1984 que estableció el sistema MIR como la única vía de especialización médica en España regulada y dirigida desde el Ministerio de Sanidad.

Desde entonces, el sistema MIR facilita, mediante convocatoria única nacional, un sistema de especialización médica equitativa y de acceso universal con garantía de calidad formativa regulada mediante auditorías periódicas de los centros y unidades docentes acreditadas para la misma y de acuerdo a programas formativos regulados por las Comisiones Nacionales de especialidades a las que corresponde establecer los contenidos de formación y tiempo de duración para adquirir la especialización.

Sin embargo, el reciente advenimiento del nuevo Gobierno en España amenaza con hacer tambalear los cimientos de un sistema MIR que creíamos sólido y al cual avalan sus resultados en sus casi 50 años de vida. El pacto de gobierno suscrito por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y Unidas Podemos (UP)esconde, entre sus múltiples puntos, la espoleta para hacer saltar por los aires los principios del sistema MIR de formación especializada.

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El punto 9.4 –  “Daremos cumplimiento a los dictámenes del Tribunal Constitucional y traspasaremos a la Generalitat aquellas competencias pendientes ya reconocidas en el Estatut de Cataluña en materias como la gestión de becas universitarias, la formación sanitaria especializada, el salvamento marítimo o la ejecución de la legislación laboral en el ámbito del trabajo, el empleo y la formación profesional” – recoge expresamente un cambio en la gestión de la formación sanitaria especializada, que pasará a depender del ámbito competencial de las CC.AA. Pese a toda la vaguedad implícita a cualquier acuerdo político, más aún con éstos dos actores – maestros en el arte de decir sin decir, de parecer sin aparecer -a cualquier lector despojado de prejuicios ideológicos no debiera costarle interpretar lo que subyace a esta propuesta. El intento de “trocear” el acceso a la formación médica especializada, a semejanza de lo que ya se hizo con las pruebas selectivas para el acceso a la Universidad, supone una amenaza de incalculables consecuencias. Claro que habrá quien piense que “gestión de la formación sanitaria especializada” se refiere, por ejemplo, a la gestión y organización de las rotaciones de los médicos residentes, de sus guardias, de sus vacaciones,…, pero, sinceramente, parece poco creíble. Con independencia de las inclinaciones políticas de cada cual, parece un error inmenso desmantelar el sistema MIR por espurios intereses partidistas. Convertir el MIR en un sistema particular, privado, conllevará no solo favorecer la desigualdad, inequidad y discriminación en el acceso a una formación médica reglada, sino también una dura merma en la calidad de la misma, eliminando competencia para algunos de los aspirantes y premiando otros activos más allá del estudio y conocimiento para otros, despreciando, una vez más en nuestra España, la meritocracia como vía de mejora y avance. Muy español todo ello, por otra parte.

Pero si graves y preocupantes parecen las pretensiones del nuevo gobierno, enormemente desalentador ha resultado observar la reacción ante las mismas de parte del colectivo médico. Muchos de los que se alzaban ante cualquier situación que amenazase cualquier mínimo aspecto de la sacrosanta Sanidad Pública guardan ahora un estruendoso silencio ante este nuevo dislate. Los mismos que se erigían en faros y guías de variopintas mareas contra todo aquel que plantease modificar el statu quo imperante vuelven ahora la espalda a lo que puede suponer el fin del sistema MIR. Y algunos de los que públicamente se vanaglorian y hacen alarde de participar, incluso de influir directamente, en la “nueva política” no se dignan siquiera a considerar esta aberración. Y aunque es entendible el silencio en algunos de los que quizás albergan la esperanza de ser agraciados con algún carguito por los nuevos mandamases (y ya se sabe que quien se mueve no sale en la foto), llama mucho más la atención el silencio cómplice y borreguil de aquellos otros profesionales que anteponen su particular sesgo ideológico a la defensa de un sistema y un colectivo al que dicen pertenecer. ¿Dónde quedan ahora aquellos que, cuando los vientos políticos soplaban de otra dirección, se engallaban hinchando el garganchón frente a las aviesas intenciones de los gobernantes de turno? ¿Cuál es la diferencia, que ahora “aportan los míos” donde antes “agredían los otros”?…

Triste figura la del que calla en espera de una recompensa, pero más despreciable aún la de quienes sólo obedecen los dictados de sus conmilitones, aceptando cualquier tropelía sin asomo de crítica ni reacción por el mero hecho de venir “de los suyos, de los buenos”. Y triste también el silencio del Consejo Nacional de Especialidades en Ciencias de la Salud y de las Comisiones Nacionales  de cada especialidad Médica que, presumiblemente, debieran velar por mantener y fomentar la calidad en la formación médica especializada. Así, un sistema que ha servido para formar excelentes profesionales, con todos sus aciertos pero también con sus errores, que necesita sin duda actualizarse y modernizarse en muchos aspectos, corre el riesgo de perecer en la particular hoguera de las vanidades de unos políticos que tan solo buscan afianzar su posición sin importarles la tierra quemada que vayan dejando a sus espaldas.

Y los demás, ¿asistiremos mansos y obedientes al funeral del sistema MIR?…

“Siempre una obediencia ciega supone una ignorancia extrema”

Jean Paul Marat, científico, médico, periodista y político francés, (1743-1793)

Sobre la jubilación de algo más que un compañero…

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La jubilación, ese hecho natural y que representa la culminación de toda una vida profesional, el momento de recoger los frutos del tiempo y esfuerzo invertidos y de poder mirar, con satisfacción, el camino que que los propios pies hicieron a lo largo de alegrías y sinsabores, es vista hoy por mor, una vez más, de nuestros políticos y demás manipuladores, como un acontecimiento denigrante, indigno y que poco menos que debiera ser proscrito. (Mi opinión personal sobre este tema ya quedó dicha en una anterior entrada de este blog)

Hoy, sin embargo, quiero retomar el tema de la jubilación si bien desde una óptica muy distinta. Cuando un colega se jubila caben diferentes actitudes ante este momento. Las más de las veces sólo despertará indiferencia entre el resto de colegas de profesión teñida, eso sí, de cierto educado interés. También habrá quien, en ocasiones, sienta alegría por librarse de una presencia que no aprecia. Pero cuando el jubilando es algo más que un compañero de profesión, cuando es alguien más que un mero colega de hospital, entonces es cuando lo que se instala es una sensación de vació y tristeza sinceras. Y de esto precisamente quiero escribir hoy al hilo de la reciente jubilación de Luis Cabañas, cirujano del hospital donde trabajo.

Quien me conoce sabe bien que no soy amigo de halagos, ni propios ni ajenos, y que, antes bien, hago mía la frase de Séneca: “Prefiero molestar con la verdad que complacer con adulaciones”, y que no suelo, salvo muy contadas excepciones que así lo merecían, personalizar las entradas de este blog. Pero esta es una de esas ocasiones que lo merecen. Muchos son, pacientes y profesionales, los que le deben gratitud al Dr. Cabañas, y sin duda se lo harán saber. Pero, personalmente, me gustaría darle las gracias a Luis por varios motivos:

Gracias por esta docena larga de años compartiendo sesiones, casos clínicos, quirófanos… Por el tiempo pasado en nuestra Unidad de Patología de la Mama; por los momentos empleados discutiendo y comentando esos sarcomas retroperitoneales que parecían fuera de toda expectativa de tratamiento y a los que lograbais resecar para permitirnos después una radioterapia intraoperatoria; por los favores personales atendidos cuando solicitábamos tu valoración de un paciente que nos interesara especialmente y a lo que siempre has estado dispuesto,…

Gracias por tu amplio conocimiento, ¡y tu vehemente forma de manifestarlo!, que me ha obligado siempre a estudiar más para poder darte réplica, por tu gusto por polemizar y no dar nada por sentado, por poner siempre un contrapunto cargado de sentido común en medio de las más enconadas discusiones…

Gracias por leer y opinar en este blog, por estar siempre dispuesto a decir tu opinión con independencia de coincidieras o no con los argumentos expresados…

Gracias, finalmente, por darnos ejemplo a todos sabiendo culminar tu trayectoria en el Hospital como lo has hecho, sabiendo dejar paso a los que aprietan por detrás, sin caer en la tentación de engrosar esa gerontocracia que se cree imprescindible, sin pretender perpetuarte hasta el límite…

Gracias, Luis.

«La recompensa del trabajo bien hecho es la oportunidad de hacer más trabajo bien hecho»

Jonas E. Salk, investigador y virólogo estadounidense (1914-1995)

 

Equidad y Sanidad Pública: ¿un matrimonio de conveniencia?

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Mucho se habla, y se escribe, acerca de las bondades de nuestra Sanidad Pública, aunque no siempre de manera acertada. En una pregunta del examen MIR de 1995 (repetida también en otras convocatorias) se planteaba la cuestión de cual era la diferencia que otorgaba siempre un rango de superioridad de la Sanidad Pública sobre la Sanidad Privada. La respuesta que los redactores de esta pregunta consideraban como el hecho diferencial que marca las diferencias entre ambos modelos de atención sanitaria era “equidad”. De acuerdo a su particular (¿y parcial?) visión, la Sanidad Pública es siempre superior en términos de equidad a la Sanidad Privada. (Nótese que los autores consideran implícitamente que la Sanidad Privada puede ser más eficaz, mejor dotada, con un uso más racional de los recursos y que satisfaga más a los pacientes que la Sanidad Pública…) Pero, ¿qué se entiende por equidad? De acuerdo a la propuesta de la Comisión para Reducir las Desigualdades Sociales en Salud en España dependiente del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad en 2010, “…alcanzar la EQUIDAD EN SALUD significa que las personas puedan desarrollar su máximo potencial de salud independientemente de su posición social u otras circunstancias determinadas por factores sociales […], buscando reducir las desigualdades sociales en salud, [que] son aquellas diferencias en salud injustas y evitables entre grupos poblacionales definidos social, económica, demográfica o geográficamente». Lo cierto es que esta definición de intenciones, más allá del buenismo que desprende, no refleja una realidad en la que el concepto de “equidad” como característica inherente e indisociable de nuestro sistema sanitario público es, cuanto menos, discutible.

Si por equidad entendemos que todos los asegurados por el sistema público, en este caso toda la población si asumimos también el precepto de “universalidad”, tienen derecho a recibir la misma calidad y excelencia en la atención con independencia de cualesquiera sean su situación y características, es rotundamente falso. No toda la población española tiene la misma oportunidad de acceder a todo tipo de procedimientos que se practiquen en la Sanidad Pública.

Las desigualdades en el acceso a los recursos sanitarios, principalmente en relación con la distribución geográfica de la población, son cada vez más evidentes. En el caso concreto del tratamiento del cáncer son especialmente llamativas. Esta misma semana, la Dra. Pilar Garrido, presidenta de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM), hacía referencia expresa a la constatación del hecho de que, hoy en día, no se garantiza la misma calidad asistencial ni se atiende a todos los pacientes oncológicos por igual en todo el territorio nacional. Y si preocupantes son las inequidades existentes a la hora de poder acceder a determinados fármacos, aún son mayores en lo que respecta a la radioterapia. Desgraciadamente hoy en día, un paciente con un cáncer que precise de radioterapia en España no tiene las mismas opciones en función de su localización geográfica. Y baste recordar que según los datos de la Sociedad Española de Oncología Radioterápica (SEOR), más de dos tercios de todos los pacientes con cáncer precisarán de radioterapia en algún momento de la evolución de su enfermedad. Las desigualdades en el acceso a la tecnología de última generación (IMRT, IGRT, SBRT, VMAT…) son notables y conocidas. Del mismo modo, la posibilidad de acceder a tratamientos complejos como la radioterapia intraoperatoria, la braquiterapia, la irradiación corporal total…, no es igual en todos los reinos de Taifas que conforman España. Algunas comunidades no tienen la posibilidad de ofertar determinados tratamientos por carecer de infraestructura, de inversión en tecnología o de posibilidad de optimizar la disponible, fiándolo todo a la posibilidad de derivar a los pacientes a otros centros. Así por ejemplo, un paciente joven, con buen estado general y diagnosticado de un adenocarcinoma de próstata de bajo riesgo podrá ser tratado, en función de donde viva, mediante cirugía, radioterapia externa o braquiterapia de alta o baja tasa de dosis, pero no igual en todas las Comunidades Autónomas. Con independencia de las ventajas e inconvenientes de cada alternativa, y aún asumiendo una igualdad de resultados clínicos, muchos pacientes serán privados de escoger la alternativa que mejor les parezca por no estar incluida en la cartera de servicios de su región de origen. Y si aún así solicitan ser valorados en otra Comunidad, tampoco habrá garantías de que lo consigan ya que la aceptación de la derivación dependerá, en última instancia, del centro de destino.

¿Y que decir también de los procedimientos quirúrgicos, tan dependientes de la habilidad y experiencia del cirujano? ¿Es equitativo que las posibilidades de curación de un paciente dependan de que su lugar de residencia coincida con al área de trabajo de un cirujano con experiencia en casos similares? Un paciente con un melanoma cutáneo puede ser intervenido mediante una extirpación exclusivamente de la lesión sin otras maniobras o completar la extirpación del tumor primario con un estudio selectivo del ganglio(s) centinela(s) si el cirujano y el médico nuclear de su hospital cuentan con la experiencia suficiente. ¿es equitativo que sea en función de su residencia geográfica?

Muchos oncólogos hacemos nuestras las palabras de la Dra. Garrido cuando afirmó ante Agustín Rivero, director de Farmacia del Ministerio de Sanidad, que “los profesionales creemos que no hay equidad en el acceso a los tratamientos oncológicos”

En definitiva, esta falta de equidad no es más que otra muestra de las debilidades de nuestra Sanidad Pública. Un sistema que, aunque cuenta con indudables ventajas y beneficios, necesita de una reforma total para poder seguir siendo útil más allá de vocingleras, e interesadas, defensas ultramontanas del statu quo actual. Y cuanto más tiempo tardemos los médicos en darnos cuenta de lo imprescindible de cambiar muchas de las decrépitas estructuras de nuestra Sanidad Pública, más se deteriorará la misma y más difícil será su arreglo. A nosotros nos toca: o mirar de frente a los problemas y plantear cuanto antes los cambios y medidas necesarias, por duras que sean contra el actual modelo tantos años establecido, u otros vendrán y nos impondrán sus cambios. Podemos quedarnos defendiendo conceptos tan falaces y vacíos de contenido como “la Equidad del Sistema Público” o podemos buscar la manera de recuperar esos valores aunque ello suponga remover toda la Sanidad Pública. De nosotros dependerá…

“Los grandes hombres comprenden la equidad. Los pequeños sólo se aprovechan de ella”
Confucio, pensador chino  (551 a.C.-479 a.C.)

La Campana de Huesca o el triunfo de la mediocridad…

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LA CAMPANA DE HUESCA

«Cuentan que hubo un rey en Aragón, a comienzos del siglo XII, que no estaba destinado a serlo. Tenía dos hermanos mayores, Pedro y Alfonso, ambos fuertes y guerreros, educados en la disciplina militar y en las tareas de gobierno, de modo que él, Ramiro, el hermano pequeño, fue destinado a ser hombre de iglesia llegando ser a obispo de Roda-Barbastro. Pero el destino le reservaba un afán diferente. Fue el caso que murió sin descendencia su hermano Alfonso I, el famoso Batallador, como también había acaecido con su hermano Pedro. Aquellas muertes crearon una profunda crisis en el reino aragonés. El Batallador, quien sabe por que, en el testamento que dejó a su muerte ordenaba que el reino se repartiera entre las Órdenes Militares del Temple, el Hospital y el Santo Sepulcro. Pero aquel testamento era inconcebible, y los desastres pronto se sucedieron. El reino de Pamplona se desgajó del de Aragón. El rey de Castilla adujo derechos sucesorios y tomó la recién conquistada Zaragoza. Los nobles, que tenían derechos sobre los amplios territorios ganados al Islam, no renunciaron a pelear por lo suyo… El inexperto y hasta cierto punto débil rey Ramiro II, llamado El Monje, pronto vio que los acontecimientos comenzaban a superar sus habilidades. Preocupado, el rey decidió entonces pedir consejo al que había sido su maestro en el monasterio francés de San Ponce de Torneras. El abad condujo al mensajero del rey al huerto del monasterio y por toda respuesta, cortó las coles que más sobresalían diciéndole que contara a su rey cuanto había visto. Ramiro, al conocer lo sucedido, comprendió que el huerto simbolizaba su reino y que las coles eran sus más sobresalientes nobles. Decidido a terminar con cualquier atisbo de oposición a su poder, el rey convocó Cortes en Huesca, pretextando para ello que quería hacer una campana tan grande, que se oyera en todo el reino. Pero cuando los principales nobles llegaban a palacio, eran detenidos y decapitados de inmediato. Una vez ejecutados, las cabezas de los nobles fueron colocadas en forma de círculo y la cabeza del obispo de Huesca, el más señalado de los inconformistas, fue colgada en el centro a modo de badajo de la campana. Posteriormente, el rey dejó entrar a los otros nobles en dicha sala para que contemplaran la campana y olvidaran cualquier pensamiento de discutir su autoridad»

En una excelente entrada de su blog medicoacuadros (“Siete mil médicos menos”), Mónica Lalanda (@mlalanda) se hacía eco de la desalentadora realidad de la profesión médica en España. En los últimos tres años, más de 7000 médicos han solicitado el certificado de idoneidad a la Organización Médica Colegial (OMC) para ejercer fuera de nuestras fronteras. Una vez más, exportando talento pero ¿a cambio de qué? Muchas veces, de nada, ni siquiera el agradecimiento por el esfuerzo o la posibilidad de brindar una mínima oportunidad de demostrar su valía. Y ante esta devastadora realidad cabe preguntarse ¿cuántos de estos 7000 médicos han sido decapitados, metafóricamente, por su particular Ramiro II? La triste realidad es que vivimos dentro de un modelo que desprecia la meritocracia. Que valora, como mérito fundamental, la gerontocracia por encima de otras cualidades. Que está tan rígidamente jerarquizado que tan sólo el paso del tiempo confiere la pátina necesaria para progresar en la escala profesional. Que lucha encarnizadamente por evitar la jubilación (legal) de miembros de su grey mientras permite, e incluso alienta, la fuga de algunos de sus más prometedores jóvenes. Y que, en ocasiones, prefiere cercenar el desarrollo profesional de los más válidos antes de que se puedan convertir en una “amenaza” a poder establecido. Por supuesto, toda generalización es injusta de raíz, pero cualquiera que haya trabajado en este ámbito conocerá compañeros que han pasado por ello. Desgraciadamente, en muchas de estas ocasiones subyace el miedo a la brillantez, al ingenio, al trabajo esforzado que hace destacar a algunos por encima de la media… ¿Cuántos han visto truncadas sus expectativas por la mediocridad de un superior, que ha preferido eliminar la planta que más crecía antes de que le pudiera hacer sombra? Simplemente, y a modo de ejemplo, es llamativo comprobar como en muchos otros países los considerados “líderes de opinión” en diferentes campos de la medicina no son, necesariamente, los Jefes de Servicio o Departamento, mientras que en España, y basta con leer cualquier información sobre algún aspecto médico en la prensa generalista, es extraordinariamente infrecuente que el entrevistado u opinador no lo sea. Por supuesto, luego lamentaremos que en España no hayan podido establecerse y triunfar tantos renombrados médicos españoles que desarrollan sus muy exitosas carreras en Universidades y centros norteamericanos y europeos. Y nuestros dirigentes fingirán no entender como es posible que prefieran vivir y contribuir al crecimiento de la ciencia en países que no son el suyo. Y la conclusión fácil será, y de nuevo sin la más mínima autocrítica, que el responsable siempre es “el Sistema”, sin plantearse siquiera que la respuesta esté, quizás, en la existencia de demasiados Ramiros II…

«Los grandes espíritus siempre han encontrado una violenta oposición de parte de mentes mediocres»

Albert Einstein (1879-1955)

Retribución variable en la Sanidad Pública: ¿amenaza u oportunidad?

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El Grupo Parlamentario Popular y el de UPyD en el Congreso de los Diputados han propuesto, dentro de la Subcomisión para el análisis de los problemas estructurales del sistema sanitario, que los profesionales sanitarios tengan variables en su retribuciones «en función de lo que se es, se hace y los resultados que se obtienen», para lo que se debería medir su productividad, índices de satisfacción y calidad del servicio prestado. Esta Subcomisión fue creada en marzo de 2012 y durante un año y 8 meses ha analizado los problemas de la sanidad en España y las reformas que se deben acometer. Fruto de sus trabajos, se ha elaborado un documento sobre el futuro de la sanidad que incluye, además de lo citado, recomendaciones como “favorecer que el profesional gane protagonismo, reconocimiento y autonomía en la gestión clínica” o “desarrollar la colaboración con la iniciativa privada, procurando la optimización de los recursos del sistema público”.

De inicio, la propuesta de la Subcomisión de apostar por una retribución variable parece sensata e, incluso, deseable. ¿A quién no le apetece cobrar más si su trabajo es mejor? O, dicho de otra manera, ¿es lógico cobrar todos por igual con independencia de la calidad del trabajo realizado?, ¿es razonable que se valore igual a los que hacen mucho y mejor que a los que hacen poco y peor? Sin embargo, algo que pudiera parecer tan lógico ha generado una importante polémica entre los médicos y un animado debate en las redes sociales. Llama la atención que, aparentemente, son más los que se oponen de entrada a esta medida que los que la contemplan como algo que merece la pena considerar. Desgraciadamente, esto parece ser un nuevo reflejo de la concepción que de la Sanidad Pública tiene la casta gerontocrática y burocrática, que se resiste a cualquier mínima posibilidad de cambio en su statu quo con independencia de que pudiera o no resultar beneficioso. Un sistema que contemple una retribución variable es un avance para todos aquellos que demandamos cambios en la Sanidad Pública y que apostamos decididamente por un sistema público basado en profesionalización, meritocracia y laboralización. Da la impresión de que lo que subyace es el miedo a hacer públicos unos resultados que, por la propia concepción de la sanidad, debieran serlo desde el inicio. Parece increíble que en España no se puedan conocer y hacer públicos los resultados que los médicos obtenemos en nuestra actividad diaria. A nadie se le escapa que en otros ámbitos de la vida exigimos siempre un conocimiento de resultados, fiabilidad, pros- y contras de cualquier producto que pretendemos adquirir. Y con más razón debiéramos exigir su conocimiento en todo lo que atañe a la salud. Una medida tan simple como contemplar la retribución en función de lo que se hace y como se hace permitiría una autoevaluación continua, un conocimiento constante de las fortalezas y debilidades propias y tomar todo ello como punto de referencia para mejorar en la atención.

Algo aún tan en pañales en España, es ya una realidad en otros países de nuestro entorno. En el Reino Unido se pueden consultar desde junio de 2013 las tasas de mortalidad y morbilidad en determinados procedimientos quirúrgicos. La medida, que generó muchas críticas, ha demostrado algo ya conocido: que los cirujanos que menos intervenciones realizan, son los que obtienen peores resultados. Y este hecho, y más en el contexto de un área sanitaria única como sucede en la Comunidad de Madrid, concede a los pacientes la opción de poder elegir que cirujano o equipo quirúrgico desean que les intervengan a tenor de los resultados publicados. Por otra parte, las propias Sociedades Científicas del Reino Unido han reconocido que estas auditorias contribuyen a disminuir la morbi-mortalidad de los procedimientos y a mejorar los estándares de calidad.

¿Y en España, qué? Retribuir en función del trabajo realizado y de los resultados obtenidos es la mejor manera de discriminar a los mediocres, siempre y cuando se contemple dentro del trabajo no sólo la labor meramente asistencial, sino también las labores docente e investigadora que conforman la actividad médica. Y aquí es, probablemente, donde esté el mayor escollo para desarrollar esta medida. ¿Quién y cómo se va a evaluar la actividad?, ¿qué parámetros se van a considerar?, ¿qué grado de participación vamos a tener los médicos en estas auditorias?, ¿cómo se van a publicitar los resultados?…

Pero quizás, con medidas de este tipo que busquen mejorar la calidad de la atención médica, consigamos que la Sanidad Pública mejore en las clasificaciones internacionales, como proporcionada por el Euro Health Consumer Index 2013. Este Índice se obtiene a partir de datos de estadísticas públicas, encuestas a pacientes e investigaciones independientes, y pretende establecerse como una herramienta para evaluar los sistemas sanitarios modernos. En su última edición recientemente publicada, España aparece en el puesto 19 de los 35 países analizados (a pesar de todos los que proclaman que es “la mejor Sanidad de Europa”), por detrás de los países más avanzados de Europa y por delante tan solo de países como Macedonia, Hungría, Albania, Bulgaria, Malta,…, e Italia. ¿Es para estar orgullosos y no querer cambiar nada?

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Bajarnos y tirar del carro…

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Tras un animado e interesante debate acerca de lo que los médicos debemos hacer para intentar el cambio y la reforma que nuestro sistema tanto necesita, la doctora Ana de Pablo, con quien reconozco me gusta debatir ya que es una de las cabezas mejor amuebladas que he encontrado en la red, apunta con este dibujo suyo la necesidad de que “toca bajarse del carro y tirar entre todos” para buscar una solución a la Sanidad Pública.

Y no puedo estar más de acuerdo. Sin embargo, esta saludable iniciativa plantea varios interrogantes. Lo primero, saber hacia donde queremos tirar. ¿Queremos ir por la senda, ya muy trillada, del modelo actual?, ¿tirar para mantener el actual statu quo, con sus virtudes, pero también con todos sus enquistados defectos?, ¿tirar para mantener y perpetuar situaciones de discriminación como las que hoy día son flagrantes en nuestra Sanidad? Si es para eso, probablemente muchos bajemos, pero desgraciadamente para abandonar el carro… Pero si por el contrario queremos cambiar lo que no funciona, eliminar la ineficiencia y la mediocridad existentes, apostar por el reconocimiento del esfuerzo y de los méritos y reformar todo lo necesario para conservar y mejorar nuestro sistema, entonces muchos nos unciremos en primera linea de tiro. Quizás si prescindimos de todo esto sobrante, si nos libramos de lo que nos lastra, el carro sería más fácil de arrastrar. La decisión es nuestra, pero conviene que lo vayamos decidiendo.

Pero no sólo es necesario bajarse y tirar. También necesitamos no olvidar nuestras deficiencias. Es preciso recordarlas siempre, aún en los momentos de regocijo tras las pequeñas o grandes victorias que se consigan. Siempre debe de haber alguien que, a semejanza de lo que tenía por costumbre hacer el rey persa Darío, mantenga e insista, aún a costa de ser repetitivo, en este recuerdo. Darío, que vivió entre los siglos V y V a. C., fue un extraordinario guerrero y gobernante. Sus poderosos ejércitos extendieron su imperio entre Europa y el este de Asia, y su olfato y pericia política le permitieron gobernar y engrandecer sus vastos territorios. Sin embargo, aún en medio de su grandeza, no podía olvidar la derrota que los atenienses le habían infligido en la batalla de Maratón. Para recordarlo siempre dispuso que uno de sus servidores tuviera como única misión seguirlo a todas partes, inclusive en los grandes festines de la corte, para decirle al oído, incluso cuando en los momentos más alegres: «acuérdate de los atenienses», evitando así que sus conquistas le hicieran olvidar sus fallos y defectos y la necesidad de porfiar para acabar con ellos.

Porque si olvidamos lo que necesitamos cambiar y mejorar, corremos el riesgo de ir, como dijo el mejor Marx (Groucho) “de victoria en victoria hasta la derrota final”

Manual del Perfecto Mediocre

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Cada vez con mayor fuerza somos conscientes de que España se está convirtiendo en un país de mediocres. Sea por la idiosincrasia propia del español o por la ineptitud de sus actuales gobernantes, grandes mediocres también, lo cierto es que, cada vez con mayor frecuencia, nos enfrentamos a esta particular casta y sus consecuencias. Desgraciadamente, la mediocridad no entiende de organizaciones ni de contratos. Pueden encontrarse mediocres en cualquier trabajo, tanto en la función pública como en la empresa privada, tanto con contrato o plaza en propiedad como con empleo eventual y transitorio. El mediocre no siempre nace, también se hace. Cualquiera, con el suficiente esfuerzo y dedicación puede llegar a ser un auténtico mediocre.

Por supuesto que toda generalización es falaz por definición, pero sin duda que un verdadero mediocre debe reunir varias de estas características:

  • Aunque en cualquier organización existen mediocres en la sombra, que tan solo tienen interés en sobrevivir y muestran un perfil bajo que no los comprometa demasiado, el objetivo del perfecto mediocre es siempre medrar, sin miedo y sin límite… y para ello hará todo lo que sea necesario.
  • El verdadero mediocre siempre se postra ante sus superiores con independencia de lo arbitrarias o no de sus actuaciones. El superior, cuanto mas inmediato sea, más en posesión de la verdad está. Y cuanto mayor sea el grado de mediocridad del superior, mas devoción le tendrá el aspirante. Al fin y a la postre, tiene tanto aprender…
  • El buen mediocre mantiene su base de conocimientos estancada. Si no se le paga por ser más inteligente y mejor formado de lo que estaba el año pasado, ¿por qué molestarse en aprender? Si nadie les da ningún crédito adicional por trabajar por encima del mínimo, ¿por qué preocuparse?
  • El mediocre compensa su estancamiento profesional con una extraordinaria habilidad para apropiarse del trabajo ajeno en su propio beneficio y, por supuesto, sin el menor remordimiento. Más aún, el mediocre estará siempre convencido de que todo el mérito es suyo y no reconocerá jamás haberse aprovechado del esfuerzo de otros. Al fin y al cabo, ¿quiénes son los demás para cuestionarle?
  • Un mediocre no conoce amigos, sólo intereses particulares en cada momento, y le sorprende que alguien se rija por otro código diferente. Para el mediocre, las actuaciones y comportamientos de los demás son acertadas o erróneas en función de su propio interés. El mediocre casi nunca agradece. No ve motivo real para ello.
  • El mediocre carece por completo de capacidad autocrítica. Si algo sale mal, el responsable siempre será el estamento superior. Y si es dentro de la función pública, ¡siempre la Administración! Por supuesto, un mediocre jamás reconocerá hacer algo mal pero, lo que es peor, muchas veces ni siquiera será consciente de ello.

Pero donde el verdadero mediocre se muestra en su máximo esplendor dentro de su organización es cuando alcanza un status superior, cuando es, por fin, Jefe. Es aquí y ahora cuando las características del mediocre más resaltan, materializándose el Principio de Peter según el cual “en una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su máximo nivel de incompetencia: la nata sube hasta cortarse”. Y que además de este axioma, establece otros dos: “con el tiempo, todo puesto tiende a ser ocupado por un empleado que es incompetente para desempeñar sus funciones” y “el trabajo es realizado por aquellos empleados que no han alcanzado todavía su nivel de incompetencia”.

  • El perfecto Jefe mediocre se caracteriza por estar absoluta e íntimamente convencido de su enorme valía. Si es Jefe es porque lo vale, porque está a una distancia sideral de los demás, porque sus incontables méritos le avalan. Es Jefe por designio cuasi-divino, y todos sus subordinados deben, no sólo asumirlo, sino también reconocer este hecho y mostrarse alborozados por ello. El mediocre es el perfecto émulo del Rey Sol: su organización es él. ¡Vamos, que solo le faltaría acuñar su propia moneda!
  • El Jefe mediocre es especialmente hábil en detectar las potencialidades de sus subordinados. Y tan marcada es esta capacidad que reconoce de inmediato cuál de ellos puede, en un momento dado, hacerle sombra e impedir su desarrollo. El Jefe mediocre está por ello siempre dispuesto a bloquear cualquier iniciativa que, aunque pudiera ser también beneficiosa para él mismo o su organización, pueda suponer un reconocimiento para cualquiera de sus subordinados. No lo verá jamás como una perdida, sino más bien como una inversión destinada a garantizar su propia supervivencia futura. Por este motivo, el Jefe mediocre procura rodearse de subordinados dóciles y manejables, y descarta, en cuanto puede, a todos aquellos que, aún pudiendo representar un activo que prestigie su organización, no reconozcan su superioridad y puedan incluso, ¡tremenda osadía!, cuestionarle en su mediocridad.
  • El auténtico Jefe mediocre intentará siempre mantener un sistema de castas y privilegios dentro de su organización. Total, para que haya superiores deben existir los inferiores. Esto ha sido así siempre, y así debe seguir siendo. Es el sistema rígido de castas de donde emana su poder, ¡y abolirlas supondría la horrísona posibilidad de que pudiera ser desplazado por un no-mediocre!
  • Si el mediocre se caracteriza por su aprovechamiento en beneficio propio del esfuerzo de los demás compañeros, en el Jefe mediocre esto se convierte en leit-motiv de su existencia. Atribuirse sin rubor méritos ajenos no es un problema para estos jefes. Ellos siempre estarán convencidos de que estos méritos se han obtenido gracias a su benéfico influjo y guía, y que, por lo tanto, le pertenecen.

Corolario: “A un hombrecillo, dale un carguillo”

“Seuls les médiocres sont toujours à leur meilleur”
Jean Giraudoux
Novelista, dramaturgo y diplomático francés (1882 – 1944)

Más sobre el ánimo de lucro en la Sanidad Pública: Interpretaciones varias de un concepto abstracto

Minientrada

Más sobre el ánimo de lucro en la Sanidad Pública: Interpretaciones varias de un concepto abstracto.

¡Sí Se Puede! pero, ¿queremos?

¡SI SE PUEDE, PERO NO QUIEREN!

Desde el inicio del conflicto en la Sanidad madrileña entre la Consejería y los profesionales, esta frase se repite sin cesar como un mantra salvífico. Parece reflejar que los médicos estamos dispuestos a cualquier cosa con tal de salvar la Sanidad Pública madrileña, pero que es la montaña de escoria política que nos gobierna la que continuamente hace oídos sordos y no quiere solucionarlo. De acuerdo en parte pero, ¿qué estaríamos, realmente, dispuestos a hacer por defender este sistema en el que muchos decimos, convencidos, que creemos?:

  • ¿Estaríamos los médicos dispuestos a realizar una autocrítica sincera y reconocer que somos también grandes responsables del deterioro de nuestro sistema? Probablemente, no…
  • ¿Estaríamos dispuestos a aceptar la profesionalización de la gestión a todos los niveles?, ¿incluyendo la dirección de los servicios médicos? Probablemente, no…
  • ¿Estaríamos dispuestos los médicos a aceptar la meritocracia como “patrón oro” en nuestras relaciones con el empleador? En otras palabras, ¿aceptaríamos que el que más trabaje y mejor lo haga, más se esfuerce y mejores resultados obtenga, más aporte a la atención sanitaria, docencia e investigación tuviera una mayor remuneración que el que no lo haga, con independencia de su edad o años trabajados? Probablemente, no…
  • ¿Estarían los Jefes de Servicio del SERMAS dispuestos a renunciar a su cargo si existiera otro médico mejor preparado que ellos en su propio Servicio para desempeñar la labor de gestión y dirección del mismo, con independencia de su edad y años trabajados? Probablemente, no…
  • ¿Estaríamos los médicos dispuestos a renunciar a la burocracia y gerontocracia en la contratación de personal y apostar por la laboralización como medio de fomentar el esfuerzo, la competitividad y poder aumentar la calidad de la atención? Probablemente, no…
  • ¿Estaríamos los médicos dispuestos a renunciar, de una vez por todas, al sistema de castas imperante en el SERMAS que permite la discriminación laboral, profesional y económica de parte de las plantillas? Probablemente no…
  • ¿Estaríamos dispuestos los médicos a acabar con la situación de eventualidad cuasi-perpetua de muchos compañeros, continuamente engañados con la promesa de una OPE cual palo y zanahoria? ¿OPEs que, por otro lado, nunca terminan de forma definitiva con el problema y que muchas veces sólo sirven para redistribuir las castas? Probablemente, no…
  • ¿Estaríamos dispuestos los médicos a reformar todo el sistema desde dentro, denunciando y eliminado bolsas de ineficiencia (que todos conocemos) y la mediocridad y podredumbre existente en áreas del mismo? ¿Aunque ello supusiera enfrentarnos con las castas y jerarquías existentes? Probablemente…
  • ¿Estaríamos los médicos dispuestos a incorporar las TICs como un elemento imprescindible hoy en día para desempeñar nuestro trabajo? Probablemente,…¡muchos preguntarían que son las TICs!

Lamentablemente, existen aún demasiados “probablemente, no”. Cuando se analiza fríamente y con cierta perspectiva la actuación de aquellas asociaciones, sindicatos y colectivos que dicen defendernos, brillan por su ausencia las propuestas concretas para buscar soluciones sensatas que vayan más allá de “la retirada inmediata del Plan de la Consejería”. ¿Por qué? Parece que lo único importante es defender el statu quo actual, con todas sus lacras, mediocridades y corruptelas, sin interés muchas veces en ofrecer la posibilidad de un desarrollo sostenible del sistema a largo plazo.

Afortunadamente, cada vez somos más médicos los que estamos convencidos de que Si Se Puede reformar todo el sistema desde dentro, cambiándolo radicalmente para que siga siendo lo que siempre ha sido, un referente en la Sanidad Pública, sin necesidad de que empresas ajenas se hagan cargo de la misma. Y que Queremos Hacerlo. Pero es cierto que aún no somos bastantes, y que nos enfrentamos no sólo a unos políticos ignorantes e inútiles, con un desconocimiento tremendo de la realidad, sino también a un sistema gerontocrático y burocrático, rígido y que se resiste a renunciar a sus privilegios y a modificar en manera sustancial su statu quo adquirido.

SI PODEMOS, PERO…¿QUEREMOS?

Y al 7º mes de #mareablanca…¿qué?

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Han pasado ya 7 meses desde que la Consejería de Sanidad de la CAM anunciara su intención de privatizar la gestión de 6 Hospitales públicos y varios Centros de Salud. Desde entonces, se han sucedido las protestas y manifestaciones en contra de tal medida desde diferentes colectivos incluyendo a los médicos que trabajamos en la Sanidad Pública. En una anterior entrada en este blog expresé mi decepción con varios aspectos del planteamiento que los médicos estábamos haciendo de esta situación. Y varios meses después, esta sensación particular no ha remitido. Creo que ahora es un buen momento de hacer una reflexión serena acerca de cómo hemos planteado estas reivindicaciones y con que objetivos, porque son aún bastantes los aspectos que están poco claros:

  • El comportamiento de la Consejería, del Consejero y de sus Directores y Subdirectores ha sido y es (y continuará siendo) deleznable. Pero nada que no esperáramos de individuos cuyo único aval para desempeñar su cargo es ser serviles y tener un carnet de un partido, valga la redundancia. Por si mismos, ya justificarían totalmente un cambio de criterio hacia la profesionalización, meritocracia y laboralización del funcionariado.
  • Hemos criticado extensamente la intención de la Consejería de Sanidad, pero la autocrítica ha brillado por su ausencia. Se ha fomentado una postura maniquea de la situación, según la cual todo lo que venga de la Consejería es malo y, por lógica contraprestación, todo lo que sale del colectivo médico es bueno, cuando no inmejorable. Y eso no es cierto. Todos conocemos donde está la mediocridad del sistema, que se hace mal, quien lo hace y como lo hace, en ocasiones desde hace mucho tiempo. Y hemos sido incapaces de poner el dedo en la llaga y empezar la limpieza del sistema desde dentro, denunciando y tratando de eliminar esas bolsas de ineficiencia que todos conocemos.
  • Según avanza el tiempo, crece la creencia en muchos de nosotros en que lo que se pretende es, fundamentalmente, mantener el statu quo tradicional en la Sanidad Pública. Parece que es importante mantener modelos de gestión arcaicos que consagran vicios ancestrales en nuestra profesión: burocracia, gerontocracia, discriminación, nepotismo… Pocas son las voces que se han alzado realmente contra ellos, y que hayan reclamado devolver a los médicos, a todos los médicos, la dignidad en la profesión que hemos ido perdiendo en todos estos años, con la creación de un sistema de castas prácticamente impermeables, que dividen a los médicos en función de su contrato, entre los poseedores de una plaza por un lado y los interinos y eventuales por otro, consintiendo y aceptando situaciones lamentables de discriminación laboral y económica.
  • Cuando se hacen públicos los pliegos de condiciones para la privatización elaborados por la Consejería de Sanidad, lo primero que llama poderosamente la atención es la diferencia de trato que se establece para el personal con plaza fija, al que se le garantizan todo tipo de alternativas a elegir, a cual más favorable a sus intereses, y el trato reservado para el personal eventual, que queda a merced de la voluntad particular de las empresas concesionarias. Cuando se haga efectivo el plan de la Consejería, cientos de médicos, excelentes profesionales muchos, se verán abocados a contratos aún más miserables que los actuales, cuando directamente a la cola del INEM, y habrá que ver entonces si nuestros compañeros con plaza fija se movilizan con igual intensidad o, como viene siendo norma habitual en el SERMAS, achacarán la responsabilidad a la administración escudándose en ella. ¿Exagerado?, tan solo basta comprobar el comportamiento de muchos estos últimos años ante la proliferación de eventuales perpetuos y de la situación de discriminación a la que están sometidos.
  • Los médicos hemos sido incapaces de plantear alternativas creíbles y realizables al plan de la Consejería. Alternativas que supongan una reforma total del sistema y que beneficien a todos, médicos y pacientes. Alternativas que apuesten sinceramente por la profesionalización y la meritocracia en la gestión y el desempeño diario de nuestra labor. Al inicio de la movilización surgió el colectivo de “los 600 Jefes de Servicio” que parecían tener la fórmula para la solución de todos los problemas. Huelga decir lo peregrino de muchas de sus propuestas, en qué quedaron y cual ha sido su comportamiento posterior. Simplemente, desaparecieron. Los motivos, más adelante…
  • Nos hemos permitido la osadía de aventar la idea de que la “calidad de la atención” es significativamente peor en los hospitales con gestión privada. Y de poner en tela de juicio la valía de muchos de nuestros compañeros que en ellos trabajan, y que en no pocas ocasiones superan la que ofrecemos en la llamada Sanidad Pública. Y todo ello sin querer ser conscientes de que muchos somos en buena medida responsables de la formación de los médicos que en esos otros hospitales trabajan, que les hemos enseñado lo bueno y lo malo, y que transmiten nuestra capacidad para la docencia allá donde van.
  • No hemos sido capaces de plantear alternativas razonables, pero hemos encumbrado a personajes como Rafael Bengoa, antiguo Consejero de Sanidad del País Vasco y que recientemente ha sido comisionado por el Gobierno de EE.UU. como asesor para su propia reforma sanitaria. Sus apariciones continuadas en televisión y sus opiniones contrarias a los planes de la CAM lo han convertido en referente para muchos de los que se oponen al plan privatizado, olvidando quizás su papel relevante en la elaboración del llamado Informe Abril en 1991. Es interesante recordar que dicho plan contemplaba medidas como la profesionalización de la gestión clínica, separándola de la actividad médica profesional, la consideración de la meritocracia como argumento prioritario para evaluar la actividad médica, que planteaba el cambio de régimen laboral de los trabajadores apostando por un modelo de laboralización, que introducía la posibilidad del copago por parte de los pacientes y sugería la colaboración público-privada para fomentar la competitividad y aumentar la calidad de la atención. Es sorprendente que medidas que se consideraban necesarias hace más de 20 años para garantizar la continuidad del sistema de Sanidad Pública no se consideren necesarias hoy. ¿Por qué?
  • Y para contribuir aún más a esta ceremonia de la confusión, en el último mes toda la discusión ha estado centrada en reclamar contra la aplicación de la ley. De una ley que contempla la jubilación obligatoria de los trabajadores del sistema público al cumplir los 65 años y que si bien es cierto que contempla la posibilidad de prolongar la actividad profesional hasta los 70 años, esto no deja de ser una opción y nunca una obligación. Infinidad de voces se han alzado contra esta medida olvidando que mientras los médicos jubilados ya han cumplido su carrera y pueden disfrutar de su retiro con su merecida pensión, cientos de médicos residentes recién terminados o de adjuntos jóvenes son contratados de manera vergonzosa, con contratos eventuales perennes o al 50 ó 75% de actividad, o directamente pasan a engrosar las listas del paro. Sin ninguna pensión. Cuando escuchamos clamar a todos los que se oponen a las jubilaciones, da la impresión de estar ante cientos de médicos que superan con creces en saber y capacidades a Marañón, Trueta o Jiménez-Díaz. Y ésta no es, desgraciadamente, la realidad. Cuando se alude a la capacidad de docencia y de formar a otros médicos, se olvida que esta labor ya la hacemos a lo largo de toda nuestra carrera, y que nuestros discípulos aprenden de nuestros aciertos, y también de nuestros errores, a diario. Y que no hay que esperar a los 65 años para poder enseñar el arte de la Medicina a otros.

Pero pese a todo, hemos seguido trabajando y dando lo mejor que tenemos por nuestros pacientes y nuestra profesión. Y cada vez somos más los que estamos convencidos que la única manera de salir de este pozo es apostar por nosotros mismos, por la profesionalización, la meritocracia y muy posiblemente una necesaria laboralización del personal. Y esta es, posiblemente, la única esperanza que nos queda.

 «Well, let’s not start sucking each other’s dicks quite yet.»

Winston Wolfe “Mr. Wolf”

Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994)