Las alpargatas del médico

 

“No descansaré hasta conseguir que el médico lleve alpargatas”. Esta frase, pronunciada por Alfonso Guerra en un mitin de campaña en Jerez de la Frontera en 1982, es una realidad desde hace bastante tiempo. Los múltiples y variopintos gobiernos que se han sucedido en España desde entonces – todos, sin excepción – lo han logrado con su maltrato contumaz al médico. Y la consecuencia directa de ello ha sido igualar a todos los médicos. Por abajo, por las alpargatas…

Pero, sin duda alguna, las peores alpargatas de los médicos, las más dañinas, las que están destrozando la práctica de la Medicina en España, son las alpargatas mentales que muchos, incluso con indisimulado orgullo, portan. Y sin sombra alguna de autocrítica.  A día de hoy, la que otrora fuera una profesión liberal, sólo condicionada y sujeta por el buen hacer y conocimiento de su arte por parte de quién la practicaba y que era por ello reconocido se ha convertido en un empleo funcionarial, burocratizado, esclerotizado, triste, en dónde todo lo que se aparte de la corriente dominante es visto como una deslealtad insoportable. A criterio de muchos de sus integrantes, la única manera digna y respetable de ejercer la Medicina en nuestra país es dentro del llamado sistema público, y cualquiera que se salga de la norma es rápidamente acusado de buscar únicamente un lucro personal (económico) por encima de cualquier otra consideración y, por tanto, tachado de indigno y despreciable. La superioridad moral de sus alpargatas mentales no admite discusión…

Aunque para alpargatas mentales que atan e impiden cualquier atisbo de autocrítica, nada más representativo que la situación actual de la Atención Primaria en nuestro país. Resulta cuanto menos sorprendente la encendida y arrebatada defensa de la Medicina Familiar y Comunitaria (MFyC), a la que se intenta presentar como centro y epítome de la Medicina, por parte de muchos de los médicos que tradicionalmente la han despreciado. Médicos que, como reflejan año tras año las prioridades durante la elección de plaza para el M.I.R., han ninguneado la opción de MFyC reservándola mayoritariamente– siempre hay excepciones – para las últimas adjudicaciones, elección tras elección, año tras año. ¿Cuántos de esos no consideraron siquiera la opción de elegir esa MFyC que hoy defienden con abnegada unción?, ¿cuántos, antes bien, no tuvieron inconveniente en trasladarse lejos de su lugar de residencia para formarse en otra especialidad antes que en MFyC?, ¿cuántos decidieron repetir suerte en el examen de la siguiente convocatoria antes que escoger “una especialidad de 3 años”?, ¿cuántos realizaron una formación en MFyC para volver a presentarse al examen y elegir otra especialidad?, ¿y a la inversa?…Y, de nuevo, las alpargatas mentales nublan la autocrítica para reconocer el trato displicente que muchos médicos hospitalarios – incluso de los que ahora se sitúan en la vanguardia de la protesta –  han tenido con los médicos de la Atención Primaria, privándolos de recursos y capacidad de decisión, considerándolos en demasiadas ocasiones como meros emisores de “sus” recetas, ignorando que su amplio conocimiento del paciente y sus circunstancias puede ser de enorme ayuda…

Otrosí de la numantina resistencia a reconocer que los medios de los que disponemos son finitos, y la demanda de atención médica tiende cada vez más al infinito. Y que por muchos recursos que se movilicen, humanos y materiales, sin una adecuada educación sanitaria que incluso pase por la adopción de medidas impopulares aunque necesarias, no habrá nunca solución. Pero las alpargatas (mentales) que muchos calzan no parecen adecuadas para recorrer ese camino…

Finalmente, las alpargatas mentales que constriñen el pensamiento y raciocinio de las Sociedades científicas representantes de esos médicos de Atención Primaria, ahora tan en el centro del debate, que privan terca y porfiadamente a muchos otros compañeros de la opción de avanzar y mejorar negándose a aceptar la creación de una especialidad de Urgencias por mor de oscuros y bastardos intereses (aquí).

No ha hecho falta mucho esfuerzo para que los médicos nos hayamos calzado esas alpargatas que no hacen sino limitar y empobrecer la práctica de la Medicina. Algún día habrá que preguntarse quién, cómo, cuándo y por qué aceptamos éstas alpargatas. Pero ahora es tiempo de despojarse de ellas y asumir que el calzado de cada cual sólo debe estar condicionado por su valía, sus méritos y su capacidad, y no por imposiciones espurias de los que se consideran a sí mismos guardianes de las más exquisitas y puras esencias.

O lo hacemos ya, o acabaremos todos caminando descalzos…

«La prueba de una inteligencia de primera categoría es la capacidad de mantener dos ideas opuestas en la mente al mismo tiempo, y todavía conservar la capacidad de funcionar»

Francis Scott Fitzgerald, escritor y novelista estadounidense (1896-1940)

¿En qué momento se jodió el Perú?, o algunos porqués de la degradación de la Medicina en España…

La estatalización de los medios de producción característica del sistema soviético produjo una serie de acontecimientos, cuanto menos, llamativos por lo esperpéntico. La ausencia de propiedad privada motivó que los directores de las empresas se aplicaran a superar las metas establecidas por el plan estatal correspondiente, sin prestar atención a los costos, la demanda o la calidad del producto, obviando cualquier mínima aproximación a rentabilizar el esfuerzo productivo. Así, se daba la paradójica circunstancia de que, en una empresa dedicada a la fabricación de tornillos, si el plan fijaba la necesidad de producir una cantidad determinada de unidades, los esfuerzos se dedicaban a fabricar el mayor número posible de tornillos así fueran todos pequeños. Pero si el plan, o uno posterior, fijaba el objetivo en conseguir una cantidad de toneladas de producto determinada, la fabricación se orientaba entonces a los tornillos grandes, que permitían alcanzar antes el objetivo marcado, dejando de producir unidades pequeñas.  Este sistema, que despreciaba sistemáticamente la calidad del trabajo, originaba problemas crónicos, derivados de la falta de determinados productos o de repuestos o de fallos constantes por su baja calidad [Sweezy, P. M. y C. Bettelheim (1972): Lettres sur quelques problèmes actuels du socialisme, Paris, Maspero]

“¿En qué momento se jodió el Perú?”, la pregunta que Mario Vargas Llosa puso en boca de su alter ego ficticio en la célebre frase inicial de Conversación en la Catedral (1969) se aplica por igual a la situación de la Medicina en la España actual. Nada ha hecho más daño a los médicos y la Medicina en España y, por extensión, a toda la atención sanitaria que la perversa asunción de que la única manera digna de ser médico en nuestro país lo es en el (asfixiante) círculo de la llamada sanidad pública. Ser conscientes de la pertinaz estatalización de la atención sanitaria, de la (obsesiva) funcionarialización de la práctica médica, que llevan a identificar de manera aberrante Sanidad Pública con Medicina, del maniqueismo espurio que busca enfrentar la práctica pública y privada de la Medicina o de la interesada identificación de la formación M.I.R. como cantera para suplir exclusivamente las deficiencias del sistema nacional de salud, pueden ayudar a empezar a entender en qué momento se jodió la Medicina en nuestro país.

Convertir una profesión liberal por naturaleza en un acto burocrático y funcionarial está en la raíz de nuestros problemas. En nuestro actual sistema pareciera que lo más importante es el “qué” se haga, despreciando el “quién” y “cómo” se haga, lo que nos ha llevado, en gran medida, a la podredumbre en que nos movemos. Pretender que todos somos iguales, que todos realizamos nuestro trabajo igual, que todos, por tanto, merecemos el mismo trato, es despreciar el esfuerzo, el trabajo, el estudio y la calidad del servicio que se presta. Es, en definitiva, fabricar tornillos de acuerdo con las decisiones – en demasiadas ocasiones, caprichosas y difíciles de entender – de los dirigentes de turno (político). Prestarse a tal componenda, como se hace, y en muchas ocasiones entusiásticamente, por parte de colectivos, organizaciones y sindicatos médicos, y por bastantes compañeros a título individual, refleja la degradación que nos atenaza. ¿La consecuencia?, fácil de identificar: pérdida de la ilusión, huida masiva de médicos, abandono de la atención en España…, en definitiva, pérdida de calidad para todos. Pero, quizás, esto es lo que buscan los adalides de la perversa identificación de Medicina con este modelo de sanidad pública…

¿Soluciones?, las hay. Pero hace falta valentía y decisión, primero para asumir una autocrítica imprescindible y, a partir de ahí, para alzarse y comenzar a torcer el curso de la historia: laboralización, meritocracia, profesionalización, remuneración variable de acuerdo con la valía individua, liberalización de la demanda y la atención, libre elección…

¿Estamos dispuestos a hacerlo?, ¿ya?…

«Si no lo hacemos nosotros, ¿quién? Si no es ahora, ¿cuándo?»

John F. Kennedy, político y diplomático estadounidense (1917-1963)

Adiós MIR, adiós…

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La introducción de la formación médica postgraduada mediante el sistema MIR es uno de los hitos que han marcado el enorme desarrollo de la Medicina en España desde las últimas décadas del siglo XX y es responsable, en gran medida, de la acreditada calidad de la atención sanitaria en nuestro país. Una formación que, a día de hoy, goza de un excelente y bien ganado prestigio dentro y fuera de nuestras fronteras, como refleja tanto el creciente número de médicos extranjeros que optan por realizar su especialización en nuestro país como la creciente demanda de médicos especialistas formados en España para trabajar en otros países de Europa. Mucho ha llovido ya desde que a finales de 1964 los profesores Diego Figuera Aymerich y José María Segovia de Arana lo implantaran de forma voluntaria en la Clínica Puerta de Hierro de Madrid. Esta experiencia pionera se extendió pronto por toda España y en 1967 otros hospitales públicos crearon el “Seminario de Hospitales con Programas de Graduados”, germen que permitiría años después elaborar un primer “Manual de Acreditación de Hospitales” y favorecer que en 1971 el Ministerio de Trabajo sentara mediante Orden las bases y procedimientos de selección y formación de los médicos internos y residentes de la Seguridad Social. En 1978 se publicó el Real Decreto 2015/1978 por el que se reguló la obtención de títulos de especialidades médicas y, en 1984 el Real Decreto 127/1984 que estableció el sistema MIR como la única vía de especialización médica en España regulada y dirigida desde el Ministerio de Sanidad.

Desde entonces, el sistema MIR facilita, mediante convocatoria única nacional, un sistema de especialización médica equitativa y de acceso universal con garantía de calidad formativa regulada mediante auditorías periódicas de los centros y unidades docentes acreditadas para la misma y de acuerdo a programas formativos regulados por las Comisiones Nacionales de especialidades a las que corresponde establecer los contenidos de formación y tiempo de duración para adquirir la especialización.

Sin embargo, el reciente advenimiento del nuevo Gobierno en España amenaza con hacer tambalear los cimientos de un sistema MIR que creíamos sólido y al cual avalan sus resultados en sus casi 50 años de vida. El pacto de gobierno suscrito por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y Unidas Podemos (UP)esconde, entre sus múltiples puntos, la espoleta para hacer saltar por los aires los principios del sistema MIR de formación especializada.

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El punto 9.4 –  “Daremos cumplimiento a los dictámenes del Tribunal Constitucional y traspasaremos a la Generalitat aquellas competencias pendientes ya reconocidas en el Estatut de Cataluña en materias como la gestión de becas universitarias, la formación sanitaria especializada, el salvamento marítimo o la ejecución de la legislación laboral en el ámbito del trabajo, el empleo y la formación profesional” – recoge expresamente un cambio en la gestión de la formación sanitaria especializada, que pasará a depender del ámbito competencial de las CC.AA. Pese a toda la vaguedad implícita a cualquier acuerdo político, más aún con éstos dos actores – maestros en el arte de decir sin decir, de parecer sin aparecer -a cualquier lector despojado de prejuicios ideológicos no debiera costarle interpretar lo que subyace a esta propuesta. El intento de “trocear” el acceso a la formación médica especializada, a semejanza de lo que ya se hizo con las pruebas selectivas para el acceso a la Universidad, supone una amenaza de incalculables consecuencias. Claro que habrá quien piense que “gestión de la formación sanitaria especializada” se refiere, por ejemplo, a la gestión y organización de las rotaciones de los médicos residentes, de sus guardias, de sus vacaciones,…, pero, sinceramente, parece poco creíble. Con independencia de las inclinaciones políticas de cada cual, parece un error inmenso desmantelar el sistema MIR por espurios intereses partidistas. Convertir el MIR en un sistema particular, privado, conllevará no solo favorecer la desigualdad, inequidad y discriminación en el acceso a una formación médica reglada, sino también una dura merma en la calidad de la misma, eliminando competencia para algunos de los aspirantes y premiando otros activos más allá del estudio y conocimiento para otros, despreciando, una vez más en nuestra España, la meritocracia como vía de mejora y avance. Muy español todo ello, por otra parte.

Pero si graves y preocupantes parecen las pretensiones del nuevo gobierno, enormemente desalentador ha resultado observar la reacción ante las mismas de parte del colectivo médico. Muchos de los que se alzaban ante cualquier situación que amenazase cualquier mínimo aspecto de la sacrosanta Sanidad Pública guardan ahora un estruendoso silencio ante este nuevo dislate. Los mismos que se erigían en faros y guías de variopintas mareas contra todo aquel que plantease modificar el statu quo imperante vuelven ahora la espalda a lo que puede suponer el fin del sistema MIR. Y algunos de los que públicamente se vanaglorian y hacen alarde de participar, incluso de influir directamente, en la “nueva política” no se dignan siquiera a considerar esta aberración. Y aunque es entendible el silencio en algunos de los que quizás albergan la esperanza de ser agraciados con algún carguito por los nuevos mandamases (y ya se sabe que quien se mueve no sale en la foto), llama mucho más la atención el silencio cómplice y borreguil de aquellos otros profesionales que anteponen su particular sesgo ideológico a la defensa de un sistema y un colectivo al que dicen pertenecer. ¿Dónde quedan ahora aquellos que, cuando los vientos políticos soplaban de otra dirección, se engallaban hinchando el garganchón frente a las aviesas intenciones de los gobernantes de turno? ¿Cuál es la diferencia, que ahora “aportan los míos” donde antes “agredían los otros”?…

Triste figura la del que calla en espera de una recompensa, pero más despreciable aún la de quienes sólo obedecen los dictados de sus conmilitones, aceptando cualquier tropelía sin asomo de crítica ni reacción por el mero hecho de venir “de los suyos, de los buenos”. Y triste también el silencio del Consejo Nacional de Especialidades en Ciencias de la Salud y de las Comisiones Nacionales  de cada especialidad Médica que, presumiblemente, debieran velar por mantener y fomentar la calidad en la formación médica especializada. Así, un sistema que ha servido para formar excelentes profesionales, con todos sus aciertos pero también con sus errores, que necesita sin duda actualizarse y modernizarse en muchos aspectos, corre el riesgo de perecer en la particular hoguera de las vanidades de unos políticos que tan solo buscan afianzar su posición sin importarles la tierra quemada que vayan dejando a sus espaldas.

Y los demás, ¿asistiremos mansos y obedientes al funeral del sistema MIR?…

“Siempre una obediencia ciega supone una ignorancia extrema”

Jean Paul Marat, científico, médico, periodista y político francés, (1743-1793)

INDEPENDENCIA: la revolución pendiente de la radioterapia en España…

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Que la radioterapia es una de las herramientas más eficaces frente al cáncer (la segunda en importancia tras la cirugía) es algo conocido desde hace más de 120 años. Que, además es, probablemente, la que mejor balance coste-beneficio presenta, también. Que, por si fuera poco, la radioterapia tiene cada vez un papel más importante en el tratamiento de numerosas enfermedades no tumorales (artrosis, arritmias cardiacas, patología funcional del sistema nervioso, etc.) es una realidad innegable.

Y aún así, la visibilidad de la Oncología Radioterápica es, con mucho, de las menores dentro de la amplia panoplia de especialidades médicas y quirúrgicas. Hace unos pocos días se desarrollo en Twitter, y a raíz de una interesante entrada de recomendable lectura de nuestra compañera la Dra. Virginia Ruíz (@roentgen66) en su blog (“Invisible”) una enriquecedora discusión acerca de los posibles motivos que justificarían tan escaso conocimiento del papel de la radioterapia no sólo en la población general sino también dentro del propio ámbito médico (hilo aquí).

Entre los argumentos discutidos –  especialidad “pequeña en número de especialistas” en comparación a otras, presencia en un número limitado de centros, ausencia (o muy escasa) representación en los cursos de pregrado de Medicina, complejos y prejuicios atávicos frente al empleo de radiación ionizante,… – destaca sobre todos ellos uno, la casi absoluta y total dependencia que los oncólogos radioterápicos tenemos de “las máquinas” de tratamiento. La reciente donación de la Fundación Amancio Ortega ha venido a paliar un gravísimo problema de disponibilidad de unidades de tratamiento modernas y avanzadas en nuestro país, cuestión que gobiernos centrales y regionales de todo colorín han venido evitando afrontar de manera sensata desde hace mucho tiempo. Y, colateralmente, ha servido para poner en el centro de la noticia la importancia de la  radioterapia como tratamiento frente al cáncer dándola a conocer a gran parte de la población que lo ignoraba. Sin embargo, al tiempo que contribuir al avance en la visibilización ante la sociedad de la radioterapia como uno de los tratamientos más eficaces frente al cáncer, ha contribuido a invisibilizar, aún más si cabe, el papel del oncólogo radioterápico. Pero antes de lamentarse por ello e intentar buscar responsables externos, quizás convendría hacer un poco de autocrítica.

En casi 125 años de historia, la Oncología Radioterápica española ha sido incapaz de hacerse visible en gran medida porque ha sido incapaz de independizarse de “sus máquinas”. Incapaz de trascender la importancia que la tecnología pudiera tener, que sin duda tiene, y hacerse valer por lo que realmente somos, oncólogos, médicos especialistas en el diagnóstico, tratamiento y cuidado de los pacientes con cáncer (sin merma de las otras posibles utilidades de la radioterapia). Dependencia que nos ha condenado a ser el médico de la máquina, a que importe más “lo grande y potente” que sea la máquina en sí antes que la habilidad y pericia del profesional en su empleo. Tan sencillo de entender, como de resumir, en lo que va de “me ha operado el Dr. Xxxx…” a “me he tratado con el CyberKnife/Tomoterapia/Protones…”

Y si nosotros mismos no somos capaces de lograr la independencia de esa “tiranía tecnológica” no esperemos que sea la sociedad quien nos la otorgue ni, por supuesto, los responsables sanitarios quienes nos la reconozcan. Resulta desalentador comprobar cómo desde las gerencias, pero también desde jefaturas de Servicios, se da la mayor importancia a la máquina recién adquirida, vanagloriándose ambos de las particularidades técnicas de la misma, de su energía, de su precisión, de sus distintos complementos…, antes que preocuparse por la habilidad, pericia y conocimiento de los profesionales que la deben utilizar a diario. La tecnología sin conocimiento no sirve absolutamente de nada. Antes bien, será probablemente más dañina que beneficiosa. Pero ninguno de estos henchidos y fatuos ¿responsables? se preocupa de invertir en mejores profesionales, de anteponer el fichaje de oncólogos con conocimiento y habilidad al del último avance tecnológico. Pareciera que, en su deformada opinión, cualquiera es capaz de utilizar los modernos aceleradores, que éstos, por sí mismos, son capaces de conseguir los más óptimos resultados (siempre que el médico no incordie demasiado, deben pensar), que las horas dedicadas al estudio e investigación, el esfuerzo y la dedicación de los profesionales es una minucia – irrelevante e incluso prescindible en muchos casos – frente a la potente tecnología que tan subyugados los tiene. O, quizás, simplemente temen más al intelecto humano que a cualquier inteligencia artificial. ¡Cuánto debemos aprender los oncólogos radioterápicos de otros profesionales, como por ejemplo los radiólogos, que han sido capaces de independizarse de la tecnología y hacerse valer por sí mismos y por el conocimiento que aportan! Como dejó dicho Christian Lange, “la tecnología es un siervo útil, pero un amo peligroso”, y algunos de nuestros responsables (siempre demasiados) han claudicado ante ella.

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Ha llegado ya el momento, al menos así los pensamos muchos oncólogos radioterápicos, de poner pie en pared y decir ¡basta!, de sacudirnos la dependencia (tiránica en ocasiones) de unas máquinas concebidas como herramienta pero que nunca deben ser núcleo del sistema, de considerar el estudio y conocimiento siempre por encima del refinamiento tecnológico. Al igual que no cura el bisturí – ya sea manual, eléctrico o el más moderno y robótico Da Vinci –  sino quién lo empuña (con todo el estudio, conocimiento, experiencia y habilidad que acarrea), tampoco curan los fotones, protones, electrones o neutrones, sino quiénes los saben emplear maximizando su eficacia gracias a su estudio, esfuerzo y dedicación.

Pero también tenemos que lograr una INDEPENDENCIA que nos conduzca a abandonar, de una vez y para siempre, prejuicios y complejos tóxicos. Superar clichés e ideas preconcebidas sobre “sopletes” y demás estultas ocurrencias o, en palabras de  la también oncóloga @raquel_ciervide en el mismo hilo «dejar de hacer monográficos de toxicidad y comenzar a defender lo que hacemos, curar, conservar, aliviar, no mutilar,…. y ser docentes, desde la consulta hasta todos los foros posibles». En definitiva, sacudirnos toda esa gruesa capa que tradicionalmente nos acompaña e iniciar una revolución que trascienda lo tecnológico. De nada sirve disponer de la radioterapia del siglo XXI para continuar haciendo tratamientos del siglo XX. Y eso está en nuestro debe. Nada podremos reclamar si no somos capaces de avanzar y seguimos considerando que “lo he hecho siempre así y me va bien” es un concepto aceptable. Y, de nuevo, estudio, esfuerzo e investigación deben de ser los pilares sobre los que sustentar la independencia.

Ahora es el momento de reclamar INDEPENDENCIA. Una independencia que se sustente en conocimiento y habilidad, en estudio y formación, en investigación y avance constante. Porque la Oncología Radioterápica es mucho más que mera tecnología. Porque antes que minusvalorarlo, el capital humano es el activo más importante de los Servicios, siempre por encima de cualquier máquina. Porque tal como estamos acostumbrados a vencer obstáculos externos seguro que también podremos derrotar las trabas internas que aquellos que permanecen anclados en su pasado interpondrán. Pero esta INDEPENDENCIA no se regala, éste exigir la prevalencia del conocimiento sobre la tecnología no será gratuito, habrá que conquistarla.

Y en nuestras manos está lograrlo…

«La tecnología no es nada. Lo importante es que tengas fe en la gente, que sean básicamente buenas e inteligentes, y si les das herramientas, harán cosas maravillosas con ellas»

Steven Paul Jobs (1955- 2011) inventor y empresario estadounidense

¿Por qué es invisible la Oncología Radioterápica en #MIR2019?

 

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La elección, o mejor dicho la no elección aún, de plazas de Oncología Radioterápica en la convocatoria MIR de 2019 cuando ya han ejercido este derecho más de 3000 médicos aspirantes ha vuelto a destapar (si es que alguna vez estuvieron tapadas) las vergüenzas de nuestra especialidad. Y con ello han aflorado, otra vez, todas las variopintas excusas para justificarlo. Pero lo cierto es que con 3000 plazas ya asignadas tan sólo 7 especialidades médicas¿las 7 de la ignominia? – permanecían con todas las plazas ofertadas disponibles. Y una de ellas, Oncología Radioterápica.  Triste, pero real. 

Numerosos oncólogos radioterápicos han intentado explicar en las últimas horas y a través de las redes sociales esta realidad aunque desgraciadamente, y como sucede en muchas ocasiones, cada cual ha intentado arrimar el ascua a su sardina. Por un lado, están quienes justifican la ausencia de interés en la falta de presencia de la especialidad en los cursos de pregrado olvidando que, en los últimos años, es cada vez mayor la presencia de la Oncología Radioterápica  en la docencia universitaria de Medicina y que, pese a ello, sigue sin despertar el tan deseado interés. Y tampoco debieran olvidar que especialidades más solicitadas como Cirugía Plástica, Anestesiología o Medicina Intensiva no tienen una presencia superior a la de Oncología Radioterápica en las aulas de pregrado. En otro lado se sitúan quienes se escudan en las malas perspectivas de trabajo a la finalización del periodo de formación y en las miserables condiciones de los contratos – habitualmente eventuales – ofertados, obviando que la indigencia contractual no es patrimonio exclusivo de la Oncología Radioterápica sino que es bastante habitual en otras muchas especialidades. Aún más, la reciente inyección monetaria generosamente donada por Amancio Ortega, y que va a suponer una profunda renovación de equipos en toda España, con la adquisición de la más moderna y avanzada tecnología, debiera ser acicate para despertar interés entre los médicos aspirantes a especialistas. Y, de momento, tampoco es así. Excusas y más excusas, cuando lo que realmente se echa a faltar es una profunda y serena autocrítica.

¿Por qué Oncología Radioterápica no resulta atractiva a los recién egresados de las Facultades de Medicina de toda España?  Parece imprescindible buscar dentro de nosotros las razones de esta displicencia y desapego para con nuestra especialidad. Una especialidad que, no se olvide, será necesaria en más del 70% de los pacientes con cáncer en algún momento durante el devenir de su enfermedad y que es, tras la cirugía, la segunda estrategia terapéutica más eficaz frente el cáncer, además de ser la menos gravosa para el erario público.

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No obstante, debiéramos reconocer que la mala prensa asociada en (demasiadas) ocasiones con la radioterapia procede de nuestras propias sentinas:

  • En primer lugar, el empeño en “maquinizar” la especialidad, en primar la calidad y cantidad de aceleradores sobre la habilidad y conocimiento de quienes indican su empleo es un factor determinante. Lo que va de “me operó el Dr. X” a “me traté con protones”, por poner un ejemplo. No parece que seamos capaces, salvo excepciones,  de desligarnos de la máquina, de presentarnos como especialistas en oncología que emplean tanto medios físicos como químicos para el tratamiento del cáncer, con independencia de la marca o modelo del acelerador. Y así nos va.
  • En segundo lugar, el continuo e inexplicable empeño de muchos en “vender” toxicidad, en poner el foco sobre aspectos negativos del tratamiento, en mostrarnos timoratos por posibles efectos secundarios antes que aparecer orgullosos de los enormes logros obtenidos, contribuye a ofrecer una imagen tremendamente distorsionada de lo qué es y para qué debe emplearse la radioterapia. Nos han convertido en una especialidad acomplejada, en una especialidad en la que cualquier avance médico o tecnológico es presentado en demasiadas ocasiones por responsables de los Servicios como “una manera de disminuir la toxicidad en los tejidos sanos” antes que en un aumento de la curación. Y, sin embargo, la percepción casi generalizada en la población general, y de otros muchos médicos y pacientes en particular, de que la radioterapia pese a su utilidad estará casi inevitablemente asociada con un elevado riesgo de toxicidad secundaria contrasta con la casi absoluta ignorancia acerca de, éstos sí  realmente preocupantes, los inocultables efectos indeseables de la inmunoterapia, última estrella (¿o burbuja?) que surca el rutilante firmamento oncológico. Seguramente pocos conocen, porque poca publicidad se le ha dado, que el empleo de inmunoterapia acelera el crecimiento del cáncer (hiperprogresión) en un 9%-29% de los pacientes, llevando a una rápida, y en ocasiones fatal, evolución y desenlace. 
  • Finalmente, aunque la existencia de prejuicios y falsas concepciones con respecto a la Oncología Radioterápica no es exclusivo de nuestro país puesto que también sucede en otros lugares, nuestra responsabilidad como oncólogos no debe esconderse tras esta supuesta globalización. Si la Oncología Radioterápica es poco visible aún, gran parte de la responsabilidad es nuestra y de quienes dirigen nuestra Sociedad científica (SEOR) y su política de comunicación, desgraciadamente muy mejorable. Baste como ejemplo conocer que el reciente congreso de la European Society for Radiotherapy (ESTRO) ha contado con una nutrida participación española, tanto en el apartado de ponencias como en comunicaciones de resultados, sin que haya merecido una sola mención por parte de SEOR a través de sus canales y redes de comunicación. Si ni siquiera somos capaces de explicar lo que hacemos y difundir nuestros resultados, ¿cómo pretendemos que se conozca de nuestro trabajo?    

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En definitiva, la Oncología Radioterápica es una especialidad médico-quirúrgica que aprovecha las ventajas en eficacia, eficiencia y efectividad de una herramienta como la radioterapia que es fundamental e imprescindible para el tratamiento moderno del cáncer, y de otras enfermedades no tumorales, y cuyas perspectivas futuras no dejan de crecer, lo que la hace enormemente atractiva para cualquier médico que desee especializarse frente al cáncer. Pero esto sólo será posible si reconocemos y abandonamos actitudes y posturas derrotistas, de secular tradición entre nuestras huestes, y apostamos sin complejos por demostrar y visibilizar sus resultados y beneficios.

En nuestras manos está

«Lo peor no es cometer un error, sino tratar de justificarlo, en vez de aprovecharlo como aviso providencial de nuestra ligereza o ignorancia»

Santiago Ramón y Cajal, médico español (1852-1934).

Ideologización: la lacra de la Sanidad en las redes sociales…

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A todas las lacras que desgraciadamente asolan nuestra maltrecha Sanidad se une, cada vez con mayor fuerza, otra que, si no acabará con ella sí será uno de los arietes para su destrucción, como es la creciente, ¿e imparable?, ideologización de la misma. Ideologización entendida como el tamiz a través del cual ver, mirar y evaluar – y en su caso criticar despiadadamente e incluso intentar destruir – cualquier proyecto, obra o resultado, y considerarlo bueno o malo, aceptable o inaceptable, tan solo en función de si la ideología del responsable de la acción juzgada coincide con la del autoproclamado guardián de las esencias más puras de la Sanidad y, por tanto, oráculo definitivo para considerarla digna o rechazarla antes de que contamine al resto. 

Algo, la ideologización, que puede ser entendido como elemento estructural indisoluble a la escoria política que nos ha tocado soportar, tanto en los gobiernos como en las oposiciones, de todos los paisitos en que está fragmentada España, pero que resulta triste y deprimente en la clase médica, como cada vez acaece con mayor frecuencia. Si un político puede jugar con la demagogia sin avergonzarse siquiera de su ignorancia y estulticia, ¡más bien, haciendo gala!, en general y más llamativa en aspectos médicos y científicos, un médico jamás debería aceptarlo. Los médicos debemos, porque así lo aprendemos, practicamos y ejecutamos en todas nuestras acciones, guiarnos siempre por nuestro espíritu científico. Dudar siempre para comprender algo, fruto de horas de estudio e investigación; no dar nada por sentado y buscar la evidencia que apoye nuestros razonamientos; contrastar alternativas y opciones diferentes, siempre desde la óptica del razonamiento sin dejarnos llevar por creencias e ideologías particulares [«…Si ser médico es no cansarse nunca de estudiar y tener todos los días la humildad de aprender la lección de cada día…», Gregorio Marañón] . Esto, que está en la esencia de la Medicina, desgraciadamente se está perdiendo. Y las redes sociales, tan útiles en otras múltiples ocasiones, son buen ejemplo de ello.

Recientemente, y a raíz de un hecho tan puntual como es la próxima instalación en nuestro país de las 2 primeras unidades de protonterapia, se desató en Twitter una discusión, en la cual tuve la suerte de participar, acerca de la pertinencia o no de tal hecho. Lo triste, lo realmente triste, es que no se discutió acerca de la necesidad de disponer de esta nueva tecnología, ni de las indicaciones posibles y el beneficio que en determinadas circunstancias puede esperarse o, en su defecto, de la carencia de beneficio en determinados tumores frente a las técnicas ya disponibles,… No, la discusión se centró en considerar negativamente a las unidades de protonterapia por el mero hecho de ser instaladas por centros privados y no por la Sanidad Pública, único sistema válido para muchos de los discursores. El patético intento final de algunos políticos, jaleado por algunos participantes en la discusión, de posicionares en la vanguardia exigiendo, ahora, destinar fondos públicos s tal misión, no hace sino evidenciar su absoluta ignorancia del tema tratado, peros sirve como gasolina para alimentar a los desgraciadamente ideologizados en sus particular cosmovisión de la Sanidad. Este hecho, entendible dentro de la cortedad de miras de la casta política que nos hemos dado a bien elegir, auténticos analfabetos funcionales en todo lo que sobrepasa sus aspiraciones de mantenerse y medrar a costa del sistema, ha calado también fuera de ellos. Y lo preocupante es que ha calado en muchos médicos. Resulta desolador contemplar a médicos repitiendo argumentos trufados de demagogia e ideología, sin haber tenido el mínimo prurito profesional – o al menos sin demostrarlo –  de haber estudiado el tema, de haberse informado, de haber buscado la evidencia disponible, de haber razonado los argumentos, de…, en definitiva, de haberse comportado como médicos en toda la extensión del término. Duele comprobar cómo excelentes profesionales pierden la noción de la realidad cuando se empeñan en ponerse las anteojeras de la ideología para juzgar a cualquiera que, científicamente, discrepe de sus postulados partidistas. 

¡Señores, la  ciencia y arte médico no se debe a ninguna posición partidista, a ninguna ideología! Muchos son los buenos médicos que intentan participar de la vida política, con toda su ilusión y esfuerzo, pero en cierta manera condenados a defender posturas que, a buen seguro y vistas desde fuera, les parecerían ridículas, y en situaciones como estas sólo cabe recordar las palabras del Cantar de Mio Cid: «Dios, que buen vassallo!, ¡si oviesse buen señor!» Aún así, no todo es negativo en una discusión, También hay médicos con los que se puede discrepar elegantemente (¡gracias @CotMedi!), y que hacen aportaciones tan finas y brillantes como hablar antes de ideas y no de ideologías que «van más allá de las propias ideas y conducen a no planteárselas, a no discutirlas, al fanatismo»

Bienvenido sea y que el próximo año 2019 esté lleno de discusiones sobre ideas, sin que lo ensombrezca ninguna ideología

«Las ideologías nos separan, los sueños y la angustia nos unen»

Eugène Ionesco, dramaturgo y escritor franco-rumano (1909-1994)