Gestión Pública: ¿el comunismo del siglo XXI…?

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En los albores del siglo XX, el comunismo era la ideología nueva, fresca, rompedora, que prometía solucionar, de una vez y para siempre, todos los agravios pasados, presentes y futuros que se cometieran sobre el pueblo. Las ideas que Karl Marx y Friedrich Engels habían expresado a mediados del siglo XIX en su célebre Manifiesto del Partido Comunista atrajeron innumerables seguidores. Tantos que hasta alguien tan alejado de los postulados marxistas como Winston Churchill sostenía que “…quien no era comunista a los 20 años no tenía corazón…” (aunque después la continuaba con “…pero quien es comunista después de los 40 es que no tiene cerebro…”). En una época de gran inestabilidad geográfica y política, repleta de revueltas que permitían asistir al nacimiento de nuevos estados (y a la refundación de muchos de los viejos), estas ideas prendieron con exagerada virulencia. En numerosos países se implantaron, a lo largo de los dos primeros tercios del siglo XX, distintos regímenes que, al menos en origen, presumían de una base comunista. Ejemplos como los de la Unión Soviética y sus satélites o Albania en Europa; China, Vietnam, Camboya o Corea del Norte en Asia; Cuba, Nicaragua o, más recientemente, Venezuela en Hispanoamérica; Angola, Mozambique, Etiopía o Benín en África, representan la materialización en el poder de todas las variopintas ideologías que se cobijan bajo el paraguas del comunismo. No es necesario recordar como terminaron muchos de ellos después, eso sí, de dejar un reguero de muerte y devastación a su espalda.

Y aún así, el comunismo continúa siendo una bandera que muchos defienden y que, de tanto en tanto, se enarbola como modelo utópico de sociedad ideal a la que todos debemos aspirar. Y cuando sus enfebrecidos defensores son puestos ante la realidad de la historia, de las secuelas dejadas por aquellos a los que idolatran, de la pobreza y miseria que subyacen parapetadas tras la barrera defensora de la “lucha de clases”, la respuesta es, tozudamente, la misma: “…es una buena ideología pero que se ha aplicado mal…”. Se ha aplicado mal en todas partes donde lo ha hecho, en muy distintos países, de muy distintas culturas, con muy distintos líderes y en muy distintas condiciones sociales y políticas. Y, pese a ello, “se ha aplicado mal”… Ni autocrítica, ni reconocer los daños causados, ni renunciar a su imposición. Sólo, “se ha aplicado mal”, lo que implica una obstinada intención de seguir reclamándolo por todos los medios, en la obcecada esperanza de que alguna vez llegue alguien que «lo aplique bien»

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Pues algo similar a lo sufrido con el comunismo sucede, en los albores del siglo XXI, con la no menos sacrosanta Gestión Pública. Una gestión pública que, al menos en España, allá donde se ha aplicado se ha caracterizado por su devastadora ineficiencia, por su esclerosante burocratización, por su indomeñable corrupción. La gestión pública (política) de la banca, de los Medios de Comunicación, de la Universidad o de la Sanidad son buena muestra de la ineficacia de un sistema podrido y agotado, y de la necesidad imperiosa de cambiarlo. Pero, aún con todos estos ejemplos, y los que día si y día también conocemos, todavía hay muchos que siguen no sólo defendiendo sino también exigiendo su aplicación en todos los ámbitos. Continuamente asistimos a las autodenominadas “mareas”, de todos los colores, que claman por mantener a toda costa una estructura obsoleta y carcomida desde dentro. Y no son pocas las voces que, ante las evidencias de ineficiencia que justifican de sobra un cambio necesario, persisten en repetir la manida cantinela de que “es un sistema ideal de gestión pero es que se ha aplicado mal…”. La misma tozudez y cerrazón que caracterizaba a los nostálgicos del comunismo es ahora patrimonio de estos defensores de la Gestión Pública. Siguen reclamando la pervivencia de un sistema donde la autocrítica, la asunción de responsabilidades o la valoración de los méritos individuales brilla por su ausencia. Un sistema tremendamente politizado, donde priman intereses pseudoideologizados sobre el trabajo bien hecho, donde nadie es responsable de su deterioro, tan solo lo es un ente abstracto conocido como “Administración” pero del que ninguno de los reclamantes forma jamás parte, donde la mediocridad, el nepotismo y las corruptelas varias se enseñorean,en mayor o menor medida,en todos los ámbitos donde la Gestión Pública es ley. La respuesta es, siempre, la misma: “…el concepto es bueno, sólo se ha aplicado mal…”

Se ha aplicado mal en las Cajas de Ahorro, esquilmadas por las gestión pública de dirigentes colocados allí por su ideología como único mérito; se ha aplicado mal en la Universidad pública, mangoneada en lugar de dirigida por fanáticos ideologizados que ven en las aulas, antes que la cuna del saber y la evolución, un caldo de cultivo idóneo para alimentar sus propios delirios y ambiciones, y donde cualquiera que no comulgue con la ideología reinante tiene comprometido su desarrollo profesional, por brillante que sea su trabajo; se ha aplicado mal en las Televisiones y demás Medios de Comunicación públicos, donde la información está siempre tamizada por el sesgo ideológico del que manda; se ha aplicado mal en la Sanidad Pública, donde priman los “derechos adquiridos” de una casta privilegiada sobre el esfuerzo y méritos de los comunes, donde las “bolsas de ineficiencia” afloran a poco que uno rasque levemente la superficie, donde cualquier autocrítica de sus responsables es una mera entelequia… Se ha aplicado mal…

Y, por último, además de la repetida justificación sobre los errores en su aplicación y desarrollo, comunismo y gestión pública comparten más aspectos rechazables. Ambas, comunismo y la gestión pública (política) en España, tienen en común su gusto por anular el esfuerzo individual para anteponer los intereses de una casta, muchas veces mediocre, a los méritos de quienes no pertenecen a la misma y, sobre todo, su inmensa capacidad de conducir a la desmotivación y al abandono, antes o después, a cualquiera que no comulgue con la doctrina imperante.

En definitiva, y salvando todas las diferencias existentes entre comunismo y Gestión Pública en un país democrático, lo cierto es que ambas comparten la obstinación en su propia mediocridad, la autocomplacencia sin asomo de autocrítica ni asunción de responsabilidades y una preocupante cortedad de miras que le impulsa a seguir reclamando su imposición cueste lo que cueste y caiga quien caiga. ¿No sería más honrado reconocer que, al menos para España, no es el mejor sistema de gestión?

“Un burócrata es el más despreciable de los hombres, aunque es necesario tal como los buitres son necesarios, pero muy extrañamente alguien admira a los buitres, a los cuales los burócratas se parecen tanto. Todavía tengo que conocer a un burócrata que no sea reparón, lerdo, insensato, burlón o estúpido, un opresor o un ladrón, un portador de un poco de autoridad de la que se vanagloria como un niño se vanagloria de poseer un perro fiero. ¿Quién puede fiarse de criaturas así?”
Marco Tulio Cicerón, Senador y Cónsul romano (106-43 A.C.)

El Lanzallamas: fogonazos y desvaríos en 2014…

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Cuando termina un año, siempre surge la pulsión de hacer un resumen del mismo desde cualquier punto de vista. Y el mundo de las redes sociales no es ajeno a ello. En los últimos días, es constante el bombardeo al que somete Facebook con los variopintos resúmenes del año de sus usuarios, y siempre bajo el epígrafe de «Este año ha sido fabuloso. Gracias por haber formado parte de él». Pero no, no todo es tan almibarado como lo representa Facebook, también el año ha sido pródigo en fracasos y decepciones ganadas, otra vez, por las oscuras fuerzas de la mediocridad imperante. Aunque, en medio de todo ello hay, al menos, un resquicio para la denuncia, para levantar el velo, para gritar a quien quiera oírlo que el Emperador está desnudo…

Y de eso va el resumen de El Lanzallamas

Sanidad Pública: los horrores (y errores) de una demencial forma de gestión:

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Este 2014 ha sido un año perdido para la Sanidad Pública (¡y van ya…!). Las esperanzas de cambio, de regeneración, de encontrar una salida de sacudirnos, de una vez y para siempre, la mediocridad que atenaza al sistema han quedado, otra vez, insatisfechas. Y eso que el año comenzó con buenas perspectivas: por fin, un conjunto de aparentes expertos interesados en la Sanidad Pública y englobados en la llamada Asociación de Economía de la Salud (AES), propuso un extenso documento con 164 medidas que, aunque pudieran ser discutibles, suponían un intento sensato y desprovisto (aparentemente) de contaminación ideológica de aportar diagnóstico y soluciones para nuestra Sanidad Pública. En la misma línea surgieron también las Tertulias Sanitarias, gracias al empuje e ilusión de Asun (@asunrosado) y Mónica (@Monicamox1). Todo parecía encaminarse, por fin, a iniciar un nuevo tiempo, un periodo de cambio y renovación que permitiera sacudirnos la mediocridad que, en muchas ocasiones, lastra nuestra Sanidad Pública. Sin embargo, muy poco, o prácticamente nada, se movió. Los buenos presagios de cambios se tornaron, más pronto que tarde, en la misma manida reafirmación de los tópicos que nos condujeron a donde estamos. Se continuó defendiendo una equidad del sistema tan abstracta como inexistente, negando la necesidad de una verdadera profesionalización de la gestión que impida que los más capacitados sean pasto de un sistema esclerosado y caduco. Y, por supuesto, sin asomo de la más mínima autocrítica ni de asunción alguna de responsabilidades. Con gran decepción comprobamos que muchos alabados paladines de la Sanidad Pública defendían con su firma en un papel lo que luego no se atrevían a mantener en su discurso (¿verdad, Freire?, ¿verdad, Bengoa?), cual sepulcros blanqueados. Nuestros dirigentes, incluso los más próximos, han seguido en muchos casos inamovibles en la defensa de su autoridad (que no en el de su respeto), prestándose a participar, una vez más sin oposición alguna, de los arteros manejos del Gobierno de la CAM del sin par Ignacio González, demostrando tanto su sumisión, como que no habían aprendido nada de la experiencia pasada.  Mientras, la precariedad laboral en la Sanidad Pública no deja de crecer, con cada vez mayor número de médicos con contratos eventuales. Y como curiosidad, en una reciente encuesta realizada por la OMC,  la segunda preocupación de los médicos eventuales, a corta distancia del comprensible interés en alcanzar una estabilidad laboral, es la falta de motivación y reconocimiento de las diferencias profesionales. Significativo…

Un ejemplo del divorcio existente entre la gestión pública de la Sanidad y la práctica clínica diaria ha sido la actitud ante los casos de infección por virus Ébola atendidos en nuestro país. Frente a la posición de los profesionales, que afrontaron la situación con los lógicos temores ante algo hasta el momento desconocido, pero resueltos a solucionarlo y anteponiendo la salud de sus pacientes sobre todo lo demás, contrasta la actitud de diferentes estamentos que, más que pensar, embisten tal y como como decía Machado, desde el ex-consejero de Sanidad (Dr. Rodríguez), pasando por políticos y opinadores varios, que lo han utilizado (todos) de manera nauseabunda y con despreciables intenciones hasta, desgraciadamente, una de las afectadas que, tras lograr superar la infección, ha declarado sin pudor alguno que, de haberlo sabido, habría antepuesto la salud de su perro a la atención a los enfermos… Y eso que de ejemplos de tergiversación de la realidad y manipulación de la sociedad ya tuvimos en Gamonal nuestra ración…

Claro que, muchas veces, el enemigo habita dentro del propio sistema, con sus descabelladas teorías conspiranoicas… Y cuando alguien osa poner estas incoherencias sobre la mesa, en seguida surgen las voces que, más alto aún, sostienen que “los trapos sucios se deben lavar en casa, y no a la vista de cualquiera”, sin darse cuenta de que, por mucho que algunos se nieguen a verlo, el Rey de la Sanidad Pública sigue estando desnudo. Y en lugar de apostar por una renovación amplia, por la llegada de aire fresco, por dar a quien tiene que liderar la sanidad del mañana, y del hoy, las capacidades para ello y allanarle, en la medida de lo posible, su llegada, se ha optado por defender con uñas y dientes la posición alcanzada. De acuerdo que las formas han sido despreciables (reflejo tan solo de la escoria política que nos gobierna), pero denunciar la aplicación de la ley que es igual para todos los trabajadores que establece la edad de jubilación obligatoria a los 65 años como un ataque a las esencias más sagradas del establishment médico en la Sanidad Pública es, como poco, un tanto exagerado. En una sociedad en la que hasta el Jefe del Estado entiende que llega un momento en el que hay que dar un paso a un lado y dejar que otros más preparados y con nuevas ideas y bríos tomen el relevo, la casta gerontocrática sanitaria se revuelve como gato panza arriba. Y es que, muchas veces, no sólo hay que cambiar la macrogestión para que cualquier cambio sea eficaz, sino que también es preciso renovar la microgestión para que los cambios tengan eficacia.

Desgraciadamente, y como hemos podido comprobar con espanto, el fracaso de la gestión pública no es privativa de la Sanidad, y otras entidades también gestionadas por el dictado político de turno, como las Cajas de Ahorro, se han visto arrastradas en la mediocridad e ineficacia que acompaña habitualmente en España a cualquier asunto en que nuestros corruptos políticos ponen sus manos. Es desalentador observar como entidades centenarias, como los Montes de Piedad, que han resistido el paso de gobiernos y regímenes de todo tipo y hasta guerras son devastadas y aniquiladas por la manera  de entender y practicar la gestión pública imperante en nuestro país. Y más insensatos seremos los médicos si no aprendemos hacia donde nos encaminamos defendiendo la gestión pública española…

Oncología y Radioterapia: luces (y alguna sombra) de 2014…:

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A principios de cada año se celebra el Día Mundial contra el Cáncer, momento que suele aprovecharse para recordar la importancia de mantener unos hábitos saludables para la prevención pero también, de los avances experimentados en las diferentes terapéuticas involucradas en el tratamiento del cáncer y que, aunque a más de uno le sorprenda, van más allá del empleo de fármacos frente a los tumores. No está de más, aprovechando esta efemérides, acabar con falsos mitos y recordar el papel preponderante que en el tratamiento del cáncer – de todos los cánceres – tienen, por este orden, la cirugía y la radioterapia a la hora de aumentar las opciones de curación de los pacientes. Y como la investigación básica en radioterapia en nuestro país, sin necesidad de grandes infraestructuras ni apoyo de grandes grupos financiadores privados, ha sido capaz en este 2014 de lograr importantes avances en la mejora de le eficacia de los tratamientos contra el cáncer.  Además, en esta época de crisis que atravesamos, el debate acerca de la relación coste-beneficio de muchos tratamientos está en auge. Ahora que se discute acerca de la financiación a cargo de los sistemas de salud de medicaciones de enorme costo, pero de indudable eficacia, como son los nuevos antivirales frente al virus de la hepatitis C, no sería descabellado plantear un análisis serio, sensato y alejado de todo apasionamiento partidista acerca de la eficacia real de algunos tratamientos oncológicos y el coste que los mismos suponen, aunque haya quien siga pensando que tan solo es dinero público y, total, “el dinero público no es de nadie”. Y, en esta misma línea de análisis coste-beneficio, ASTRO volvió a publicar este año 5 nuevas recomendaciones para un empleo más racional de la radioterapia frente al cáncer.

Pero, más allá de las miserias diarias que generan nuestros gestores y dirigentes,  El Lanzallamas se ha centrado este año en recordar, para algunos, o dar a conocer, para otros, que es la oncología radioterápica, de donde viene o a que y quienes debemos el conocimiento que hoy tenemos. Así, desde los primeros tiempos que sucedieron al descubrimiento de la radiactividad, y de todas las expectativas e ilusiones que se generaron y que convirtieron aquel periodo de entreguerras en una auténtica “Fiesta del Radium”, hasta los duros  momentos en los que, gracias al sacrificio de numerosas jóvenes, “Las Chicas del Radium”, conocimos los terribles efectos que el uso indiscriminado y sin control de la radiactividad podía desencadenar. Pero también, como la el espíritu innovador de muchos investigadores llevaron a convertir el descubrimiento del Radium, estableciendo la curieterapia (o braquiterapia, según gustos),  en una de las armas fundamentales en la lucha contra el cáncer, y de cómo la evolución en la curación de alguno de los tumores más frecuentes, como el cáncer de mama, va pareja e íntimamente unida a los avances de la radioterapia en los últimos 100 años, sin poder entenderse una sin la otra. Y del mismo modo en que se ha recordado el pasado, se ha apuntado el futuro de la radioterapia, y la esperanza que abre al tratamiento de enfermedades, actualmente incurables, como la temida Enfermedad de Alzheimer.  Además, y siguiendo con el intento de ahondar en la Historia de la radioterapia a la vez que en el papel de la radioterapia a lo largo de la Historia y en revelar algunos aspectos poco conocidos, se planteó la estrecha relación existente entre los efectos salutíferos de los balnearios y manantiales curativos, tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo, y una forma de primitiva radioterapia, que nos entronca directamente con el concepto de hormesis por radiación ya comentado en otras entradas de este blog.

Por otro lado, en el debe de la Oncología Radioterápica quedarán las dificultades, cada vez mayores, para intentar ofrecer una formación continuada de calidad. Pero ese es un pedrusco con demasiadas aristas…

Pero lo más importante del año viene a continuación…:

A pesar de todo, al final, lo único que realmente merece la pena recordar en un futuro de este año de El Lanzallamas serán tres hechos que han llenado, personal y profesionalmente, todos los aspectos. En primer lugar,  comprobar que, afortunadamente, siguen existiendo médicos que, tras una vida profesional plena dedicada a la Sanidad Pública en todos sus facetas (asistencial, docente e investigadora) saben darse cuenta de cuando llega el momento de dejar a los que vienen detrás asumir la responsabilidad que ya les toca, y tienen la enorme dignidad de, sin alharacas ni victimismos fingidos, dar un paso a un lado con la absoluta certeza de que han contribuido de manera decisiva a su formación y que su legado de sabiduría y profesionalidad continuará. Y yo he tenido la inmensa fortuna de conocer, al menos, a uno… Por otra parte, la enorme satisfacción que produce completar el desarrollo de una idea profesional de 3 oncólogos que, con más ilusión que medios, lograron ver realizado, desde su concepción inicial y pasando por todas las etapas de su avance y perfeccionamiento (y superando las dificultades e imprevistos que iban surgiendo), el fruto de todo el esfuerzo de tanta gente plasmado en nuestra aplicación iOncoR, la primera app móvil por y para oncólogos radioterápicos en español, y verla disponible para cualquiera tanto iTunes como en Google Play. ¡Ha merecido la pena! Y, por último, un año en el que afrontar un cambio de proyecto  con un objetivo claro: recuperar la ilusión y continuar avanzando y aprendiendo cada día. Probablemente, lo más sencillo de decir aunque lo más complicado de hacer. Pero también, lo más gratificante…

Gracias a todos los que movidos por la curiosidad, por el interés o por los avatares y circunstancias de la red, han visitado este 2014 El Lanzallamas. «Gracias» a los que con vuestro comportamiento dais pie a muchas de las entradas: vuestra mediocridad es nuestra inspiración… Pero sobre todo, gracias a todos los que haréis, con vuestro ejemplo y apoyo fiel, que El Lanzallamas siga ardiendo en 2015. ¡Vosotros sabéis quienes sois!

Macrogestión y Microgestión en la Sanidad Pública: ¿caminos divergentes?

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Suele dividirse el estudio y aplicación real de la ciencia de la Economía en dos grandes ramas: la macroeconomía y la microeconomía. Esta distinción, más allá de la semántica, refleja la existencia de dos grandes áreas que estudian los mismo aunque desde enfoques distintos. La macroeconomía es la parte de la economía que se encarga de estudiar el funcionamiento económico en general, así como las políticas económicas que se llevan a cabo en grandes escala, por ejemplo en un país. La microeconomía es la parte que se encarga del comportamiento de cada agente económico de forma individual, como pueden ser las familias, las empresas o los trabajadores. La relación entre ambas es estrecha y generalmente, cuando se habla de macroeconomía también se hace referencia a la microeconomía. Si hay una mejora en los indicadores macroeconómicos, esta es el resultado del comportamiento microeconómico. Sin embargo, en muchas ocasiones, sobre todo en circunstancias de crisis económica, existe un aparente divorcio entre ambos conceptos. No es raro escuchar que, pese a la mejora de los índices macroeconómicos, la sensación subjetiva sigue siendo de crisis debido a que estas mejoras no se han trasladado, al menos de manera palpable, al ámbito microeconómico y la percepción general es que la situación mejora cuando el avance de la macroeconomía se traduce en mejoras sustanciales y tangibles en la microeconomía.

Al igual que sucede con la Ciencia Económica, los recientes acontecimientos vividos por la Sanidad española a cuenta de la aparición de un caso de infección por virus de Ébola en España (aunque no exclusivamente…), han puesto de manifiesto una situación similar en lo que podría, por analogía, clasificarse como macrogestión frente a microgestión. Este concepto ya ha sido reflejado por distintos investigadores. La Sanidad, y más aún la Sanidad Pública, permite identificar perfectamente ambas ramas, tanto la macrogestión de los grandes asuntos sanitarios como la microgestión clínica del día a día en los distintos componentes de nuestra Sistema Público de Salud.

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En este contexto, no deja de ser llamativo que se exija los responsables de la macrogestión, con toda la razón y derecho, una absoluta transparencia en sus actuaciones y una constante y exhaustiva explicación de sus decisiones y que, sin embargo, algunos de los mismos que lo exigen muestren una preocupante tendencia a la opacidad en cuanto a sus propias responsabilidades en la microgestión de sus propios recursos. Es, hasta cierto punto, frecuente (y preocupante) el hecho de reclamar no sólo el reconocimiento público de los errores cometidos, sino también exigir una petición expresa y pública de perdón por ellos acompañado de la inmediata asunción de responsabilidades por los altos cargos responsables de la macrogestión de la Sanidad, lease Ministros, Consejeros o Gerentes, en forma de cese o dimisión inmediata en su cargo, mientras que los problemas de la gestión diaria de la Sanidad, de la gestión de Servicios, de la microgestión son, si no ocultados si minimizados y, por supuesto, sin toda la parafernalia acompañante. Por supuesto que toda generalización es, por definición, incorrecta y probablemente injusta. Pero no es menos cierto que denunciar públicamente lo que no funciona o no se hace bien debiera de ser una obligación para todos. E igualmente, la misma exigencia que se tiene ante los responsables de la macrogestión en Sanidad se debe tener con aquellos que los son de la microgestión, con independencia de que la magnitud absoluta de su labor de gestión sea diferente. Existe en inmenso reparo a poner en práctica las mismas medidas de transparencia e información que se reclaman para la macrogestión en todo lo que atañe a la microgestión, incluyendo la autocrítica y la asunción de responsabilidades por los (micro)gestores. Muchas veces, demasiadas tal vez, da la impresión que macrogestión y microgestión, en la Sanidad Pública, discurren por caminos divergentes, sin apenas relación entre ambas. Se conocen y analizan hasta el más mínimo detalle todos los fallos y errores que han podido cometer los encargados de la macrogestión sanitaria pero, sin embargo, no parece existir el mismo interés en desvelar y analizar con la misma profundidad los vericuetos de la microgestión en Sanidad. Antes bien, persiste la hispana tradición de no hacer públicas las propias carencias y debilidades en la confianza de que si no se habla de ellas, éstas no existen. Craso error. Del mismo modo que se reclama que aflore toda la mediocridad de los encargados de la macrogestión sanitaria, y que paguen por la misma, se debe poner de relieve, cuando sea preciso, la mediocridad que también existe en áreas de microgestión.

Porque, al igual que sucede con la Economía, sólo cuando mejoren ambas, y no exclusivamente la macrogestión, mejorará nuestra maltrecha Sanidad Pública. Y es que, acallar el niño que lo denuncia a voces no hace que el Emperador deje de estar desnudo…

«Quien se enfada por las críticas, reconoce que las tenía merecidas»
Cayo Cornelio Tácito, historiador y orador romano (54-120)

La responsabilidad ante el fracaso en la Gestión Pública: una necesidad para todos…

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En esta semana se han producido dos hechos que, no por menos esperados y esperables, resultan sorprendentes en la realidad social española. El pasado martes día 23 de septiembre de 2014 se produjo la dimisión de Alberto Ruiz Gallardón, hasta ese momento Ministro de Justicia del Gobierno de España. Y en la mañana del día 25 de septiembre de 2014, la dimisión de Leopoldo González-Echenique, presidente de RTVE. A estas dos se puede sumar la dimisión acaecida hace ya algunos meses de Javier Fernández Lasquetty, Consejero de Sanidad del Gobierno de la CAM. Lo que tienen en común estas tres dimisiones es que son fruto del fracaso en la gestión encomendada a cada uno de ellos, tanto en la gestión de la Justicia, como de la Sanidad Pública madrileña o de la televisión de todos. Algo que, en principio, parecería lógico e incluso deseable, como es la asunción de responsabilidades derivadas del cargo desempeñado se convierte, por su rareza, en una situación insólita en la gestión pública en España.

Si hay algo que, desgraciadamente, caracteriza la gestión pública en España es su absoluta, o casi absoluta, falta de autocrítica. Nunca pudo imaginar Napoleón Bonaparte que su sentencia tras la Paz de Tilsit, “…la victoria tiene cien padres pero la derrota es huérfana…” se aplicaría de manera tan ajustada a la gestión pública española. Y la Sanidad Pública es, demasiadas veces, un excelente ejemplo de la mediocridad que rodea la gestión pública en España. Ante cualquier éxito, por mínimo que sea, son legión los que se apuntan al mismo. Pero cuando la realidad del fracaso aparece ante el gestor, pocos son los que tienen la valentía de reconocerlo, asumir la responsabilidad del mismo y presentar su renuncia al quedar demostrada su ineptitud para el cargo. Antes bien, si algo caracteriza la gestión pública es que siempre existe un estamento superior al que hacer responsable, y la responsabilidad se va transmitiendo hasta llegar al nebuloso ente de «la Administración» que, como un agujero negro, engulle cualquier posibilidad de exigir una asunción del fracaso. Y esto sucede, tristemente, a todos los niveles de la gestión pública donde, para desgracia de todos los españoles, parece cumplirse con contumaz y machacona insistencia el Principio de Peter según el cual “…todo empleado tiende a ascender hasta su alcanzar su máximo nivel de incompetencia: la nata sube hasta cortarse…”

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En una entrada anterior, se confrontaban los conceptos de “Gestión Pública” frente a “Gestión Profesional” a propósito de otro gran fiasco en la gestión pública española, como ha sido la destrucción inmisericorde de las otrora eficaces y eficientes Cajas de Ahorro. Una de las grandes diferencias entre ambos modelos está en la asunción de responsabilidades. Sin ser el remedio de todos los males, una gestión profesional que permite, bien por responsabilidad o bien por temor a verse alcanzado, eliminar a la jerarquía inepta y mediocre antes de que su gestión conduzca al fracaso de toda la estructura, parece lo más deseable. Y si, pese a todo, el fracaso se consuma, entonces llega el momento en que el máximo responsable de la gestión debe asumir su responsabilidad y abandonar la dirección del proyecto.  Algo que estos tres políticos, conviene no olvidar que nombrados a dedo y por el principal mérito de tener un carné del partido gobernante en este momento, si han tenido, sin embargo, la decencia de hacer. Y con independencia de lo que cada uno pueda pensar de sus motivaciones para hacerlo, no cabe duda de que son un ejemplo para el resto de sus conmilitones de cualquier color, y para el resto de personas con alguna responsabilidad de mando dentro de la llamada “gestión pública”. Desgraciadamente, la experiencia de muchos años demuestra que estas dimisiones no serán más que una mera anécdota, y que mientras no se cambie el sistema las siempre necesarias autocrítica y asunción de responsabilidades no dejarán de ser una mera utopía…

«El precio de la grandeza es la responsabilidad» 

Winston Leonard Spencer Churchill, político y escritor británico (1874-1965)

Sepulcros blanqueados en la Sanidad Pública…

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La expresión «sepulcros blanqueados» es una metáfora que emplea Jesús en el Evangelio de San Mateo para comparar a los fariseos con sepulcros blanqueados, relucientes por fuera, pero llenos de podredumbre repugnante y vomitiva en su interior. Esta metáfora se sigue empleando para tachar a alguien de hipócrita, farsante, fariseo, inconsecuente con sus ideas, alguien que predica una cosa y hace la contraria,…

Desgraciadamente, esta figura también existe en nuestra Sanidad Pública. En los últimos meses han quedado claras distintas posturas de enfrentarse a los cambios que la maltrecha Sanidad Pública reclama.

Por un lado, la postura del Gobierno de la CAM, con su presidente Ignacio González al frente con los distintos y peculiares Consejeros de Sanidad que ha tenido a bien obsequiarnos, es bien conocida en su ambición de privatizar, como sea, la gestión de los hospitales públicos. Tan convencido está de ello que la CAM cuenta, hoy en día, con 4 hospitales públicos gestionados por 2 empresas privadas. Y eso que su intención inicial de privatizar la gestión de otros 6 centros no se llegó a concretar. (Lo cual no quiere decir que no lo pueda conseguir más adelante, dada la judicialización del proceso, que deja a merced de un sutil cambio en cualquier equilibrio de poderes en el ámbito judicial la posibilidad de que, al igual que fue suspendida una vez, pueda ser reactivada otra).

En el otro extremo, la sin par Federación de Asociaciones en Defensa de la Sanidad Pública (FADSP). Más de 30 años defendiendo la Sanidad Pública. En concreto, su modelo de Sanidad Pública. Un modelo caduco que se ha mostrado ya agotado, pero que sus defensores están dispuestos a mantener con entrañable contumacia, impenetrables a cualquier posibilidad de cambio, ni siquiera en la mejor tradición gatopardiana de “cambiarlo todo para que nada cambie”. Antes bien, cayendo en absurdas teorías conspiranoicas que no hacen más que reafirmar la necesidad de superar este modelo y cambiar si queremos mantener nuestra Sanidad Pública.

A nadie se le oculta que en ninguno de estos dos extremos vamos a encontrar las bases para construir el cambio que se necesita. Aunque hay que agradecerles, al menos, que mantengan firmes y claras sus posturas, sin añagazas ni medias tintas. Sin embargo, entre ambas posturas antagónicas, que en su cerrazón son más parecidas de lo que inicialmente podría suponerse, existe una amplio campo donde poder desarrollar cambios y mejoras en la Sanidad Pública. Y es aquí donde cobra protagonismo la figura de los “sepulcros blanqueados”. Infinidad de documentos se han publicado planteando estrategias de cambio para nuestro sistema público de salud, pero como ejemplo basten 2 de ellos.

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Por un lado, el Informe Abril, que fue el primer gran intento de reforma para mejorar y garantizar la supervivencia de nuestro sistema público de salud. Así llamado por estar presidida la comisión encargada de su redacción por Fernando Abril Martorell, continúa siendo, a día de hoy, un documento fundamental para entender las complejidades de nuestro sistema y las posibilidades para reformarlo. Contrariamente a lo que ahora se estila, el Informe contó con la participación de numerosos profesionales, muchos de ellos de enorme prestigio, y con todo tipo de ideología, sin exclusión de ninguno por la misma (algo, desgraciadamente, impensable hoy). El Informe Abril, pese a estar redactado en 1991, conserva aún plena su vigencia e interés, y podría convertirse en un excelente punto de partida para abordar, de una vez por todas, una reforma seria y en profundidad de la Sanidad Pública.

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Por otra parte, hace apenas unos meses se publicó en la web de la Asociación de Economía de la Salud (AES, http://www.aes.es) en forma de capítulos, las conclusiones del documento “Sistema Nacional de Salud: diagnóstico y propuestas de avance” que plantea 166 reformas para la mejora del sistema público de salud. Este documento ha sido elaborado por un grupo de expertos en Salud Pública procedentes de distintos ámbitos y recoge las propuestas de actuación que, a su juicio, debieran llevarse para garantizar la sostenibilidad y el desarrollo futuro de nuestra Sanidad Pública.

Con sus diferencias, y aunque los separan más de 20 años, ambos documentos coinciden en una serie de aspectos críticos para afrontar con garantías un cambio que garantice la supervivencia de la Sanidad Pública. Ambos hacen hincapié en las ideas de autocrítica como punto de partida, en reconocer la existencia de “bolsas de ineficiencia”, en la necesidad de una profesionalización de la gestión y en la reivindicación de la meritocracia como patrón para la evaluación de la actividad y la gestión de los recursos humanos. Además, analizan sin sectarismos ni prejuicios aspectos tan relevantes como la retribución variable, las medidas de copago, la posibilidad de valorar la colaboración público-privada en la Sanidad Pública o la redefinición de la Cartera de Servicios y el concepto de “todo para todos y gratis”. Coincidiendo o discrepando, en mucho o en poco, no cabe duda de que pudieran ser un buen punto de partida para afrontar, de manera sensata, el problema de la supervivencia de la Sanidad Pública. Y alejados, aunque fuera por una vez, de los maniqueísmos que son norma en cuanto se sugiere cualquier alternativa original y valiente.

Por todo ello, resulta aún más llamativo que dos de los principales responsables de ambos documentos, Rafael Bengoa del Informe Abril y José Manuel Freire del informe de AES, mantengan ahora, tanto en las apariciones televisivas del uno (ungido, además, por su experiencia estadounidense, lo que no deja de ser llamativo en un país tan anti americano como el nuestro, al menos de boquilla…), como en la actividad parlamentaria del otro, discursos que parecen contradecir lo que, negro sobre blanco, habían plasmado anteriormente. Quien sabe si será que se arrepienten de ello, aunque no parece que nadie les haya preguntado sobre el particular, que lo hicieron forzados por oscuros intereses o que, simplemente, son firmes seguidores de Marshall McLuha y su conocido aforismo de “el medio es el mensaje” y consideren que es más relevante no lo que dicen sino el donde y como lo dicen, y sepan bien que la inmensa mayoría de los receptores se van a quedar con el titular sin profundizar en sus escritos. Se podría decir que ambos, aunque no son los únicos, se comportan de manera inconsecuente en función de donde y a quien se dirijan, que son, en definitiva, “sepulcros blanqueados”

Si despreciables en su cerrazón son las posturas extremas tanto del Gobierno de la CAM como de la FADSP, más decepcionantes son para todos los que creemos y tenemos ilusión en un cambio necesario para avanzar la indefinición tibia de quien no quiere (o no se atreve, o no le dejan…) defender públicamente lo que, en otros ámbitos han considerado adecuado y necesario. Con ejemplos como estos, el futuro de la Sanidad Pública es, cada día que pasa, más incierto y preocupante.

«No se puede ser y no ser algo al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto»

Aristóteles, filósofo griego (384 a.C.-322 a.C.) 

Gestión Pública vs. Gestión Profesional: a propósito de un caso…

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La dicotomía público-privada deriva, cada vez más, en posturas irreconciliables cuando se aplica a la gestión de recursos o instituciones. El maniqueísmo inherente al pensamiento español, que tiende a identificar siempre una postura como buena frente a la antagónica como mala, presenta siempre en los últimos tiempos a la gestión pública como ejemplo del buen hacer y aspiración deseable para aplicar en todos los ámbitos frente a la gestión profesional que es denigrada y vituperada bajo epítetos como “explotación”, “ánimo desmedido de lucro”, “enriquecimiento”, etc. De acuerdo a los puristas de lo políticamente correcto que no cejan en su empeño de reclamar por todos medios servicios exclusivamente públicos –banca, vivienda, sanidad, educación,… –, sólo la gestión pública garantiza un modelo justo, equitativo, productivo, eficaz y eficiente. Y, probablemente, nada más lejos de la realidad.

Esta semana todos los españoles nos hemos gastado la friolera de 11.839 millones de euros (casi 2 billones de las antiguas pesetas), para arreglar los desaguisados que unas banda de sinvergüenzas formada por políticos de todo pelaje y sindicalistas de la peor calaña habían organizado en la que fue, en su día, la tercera Caja de Ahorros más importante de España. Actualmente agrupada en un maremágnum de entidades englobadas  bajo el nombre de CatalunyaBanc, Caixa Catalunya y el resto de Cajas que lo conforman tan solo tienen en común el tratarse de entidades crediticias otrora solventes y saneadas y que fueron tomadas al asalto, amparados en una ley tan perniciosa para el sistema financiero español como ha sido la LORCA de 1985, por un horda de políticos y sindicalistas sin escrúpulos que las han utilizado a su antojo y mangoneado sin piedad en favor siempre de sus propios intereses (y el de sus partidos y sindicatos, conviene no olvidarlo) hasta esquilmarlas por completo y dejarlas yermas y marchitas. Aunque pueda resultar reiterativo, no esta de más recordar para los ignorantes que las Cajas de Ahorro no eran instituciones públicas ni, por supuesto, ninguna suerte de ONGs. El modelo de negocio de las Cajas de Ahorro y de los Montes de Piedad había consistido siempre en atender la concesión de un préstamo, muchas veces de escasa cuantía y pignorado en función de la prenda que el solicitante dejaba como garantía -joyas u obras de arte-, recuperando posteriormente la cuantía del préstamo más un pequeño interés. Esta actividad no perseguía directamente el lucro de la entidad, sino que más bien preservaba el espíritu de lucha contra la exclusión social y financiera. No obstante, el lucro obtenido se dedicaba tanto al mantenimiento y crecimiento de la entidad como a la labor de la Obra Social. Y así fue mientras la gestión recayó en profesionales independientes y comprometidos con la entidad. Ahora, una vez destrozadas y perdido para siempre el espíritu con que fueron creadas, sólo queda recurrir, una vez más, a la generosidad de todos los españoles para intentar enmendar su despreciable comportamiento y diluir, en la masa informe del Estado, su responsabilidad. Esto es la gestión publica que muchos parecen añorar, y a esto es a lo que conduce: ineficiencia, corrupción, chapuzas,….

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Por supuesto, sin duda se aducirá por parte de todos aquellos convencidos de las bondades de la gestión pública que se confunde ésta con gestión política. ¡Pero es que es lo mismo! No es posible concebir, al menos en España, una gestión pública que no sea una gestión política. Y la razón es muy clara: los máximos responsables de cualquier sistema de gestión pública han sido nombrados, con independencia de los méritos que algunos de ellos puedan acreditar, directamente por políticos, con un notable peso del argumento de su fidelidad al partido gobernante (en ocasiones, el único argumento). Desgraciadamente, esta ha venido siendo la norma en España, con contadas excepciones, desde tiempos inmemoriales. Y una de las características inherentes a nuestro modeló de gestión pública (política) es la nula capacidad para asumir las responsabilidades de la gestión, de manera que por muy mal que se haga, el gestor nunca reconoce sus errores porque siempre hay alguna instancia superior a quien culpar. Y en última instancia, siempre estará el sufrido contribuyente para hacerse cargo de los desmanes cometidos. Al fin y al cabo, la gestión pública, como el dinero público “no es de nadie…”. Esto es gestión pública y por esto tenemos ahora que afrontar, todos, el pago de casi 12.000 millones de euros a costa de los desvaríos de Narcis Serra al frente de CatalunyaBanc.

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Finalmente, uno de los aspectos más llamativos que rodean el esperpento de CatalunyaBanc es la repercusión que ha tenido en la, por otro lado, adormecida y fácilmente manipulable sociedad española. Mientras que en el caso de Bankia las opiniones de sesudos analistas y tertulianos en medios de comunicación de toda índole, la cobertura mediática -especialmente, televisiva- y el acoso y persecución al que ha sido, y sigue siendo, sometido su principal responsable Miguel Blesa, con manifestaciones «espontáneas» plagadas de insultos y reproches cada vez que pisa la calle, el trato dispensado hacia Narcis Serra, presidente de Caixa Catalunya y CatalunyaBanc ha sido radicalmente diferente. ¿Por qué?, ¿por ser catalán?, ¿por ser socialista?, ¿por otras razones?, ¿por ninguna razón? No deja de ser curioso que el responsable de una de las gestiones públicas más desastrosas que se recuerdan, peor incluso que la de Miguel Blesa en Bankia, no reciba ni una mínima parte de la reprobación pública que su compadrón. ¿Tan fácilmente manipulable es la voluntad del pueblo español?

Esto es, y a esto nos conduce, la gestión pública. Aún así, habrá todavía quienes cegados por prejuicios pseuodoideológicos seguirán defendiendo, sin argumentos sólidos ni veraces, su absoluta idoneidad sobre cualquier otro modelo de gestión para cualquier ámbito. Y así nos va…

«Una buena gestión es el arte de hacer los problemas tan interesantes, y sus soluciones tan constructivas, que todo el mundo quiera ir a trabajar con ellos»

Paul Hawken, empresario y escritor estadounidense (1946)

Montes de Piedad: las últimas víctimas de la infamia política…

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Esta semana se ha conocido que el Banco de Santander pasa a hacerse cargo de la gestión de la cuenta de más de 12,5 millones de euros que tiene el Monte de Piedad de Madrid. El motivo no es otro que el abandono»voluntario» de Bankia del tricentenario Monte de Piedad de Madrid, lo que ha obligado a buscar otra entidad que se encargase de su gestión financiera.

Para todos los que han conocido mejores tiempos en la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid, no puede ser más triste esta noticia. Pero para comprender un poco mejor la magnitud de la misma, quizás convenga recordar la historia de los Montes de Piedad.

En un ya lejano 3 de diciembre de 1702 un cura turolense, D. Francisco Piquer Rodilla a la sazón capellán de las Descalzas Reales y que pasaría a la historia como el padre Piquer, fundó el Monte de Piedad de Madrid con la finalidad de atender a los más desfavorecidos y luchar contra la práctica de la usura. Con su fórmula, al parecer importada de Italia, a cambio de la entrega en depósito como pequeñas joyas, medallas y otros objetos de valor, las clases populares obtenían dinero, inicialmente sin interés y que, al ser reintegrado, procuraba la devolución del bien empeñado. Una parte del capital para atender las necesidades lo concedía el Rey, mediante una cantidad fija de la renta de Indias, y otra cuota procedía de donaciones y celebraciones religiosas. Este modelo de entidad se extendió rápidamente por toda la metrópoli y las colonias de ultramar. En 1836 los Montes de Piedad comenzaron a cobrar un pequeño interés por los préstamos concedidos para garantizar la viabilidad económica de los mismos, pero es pocos años después cuando se produce el cambio que habría de ser trascendental para las entidades de crédito en España. En 1839, alentada por Ramón de Mesonero Romanos, la Matritense de Amigos del País y el marqués de Pontejos, nació la Caja de Ahorros de Madrid, que treinta años después confluyó con el Monte para crear la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid, primera caja de ahorros española por fecha de nacimiento y emblema de una parte fundamental de la arquitectura financiera española durante casi 150 años, hasta que la avaricia y ambición desmedida de la escoria política que sufre nuestro país desde hace años acabaran con ellas.

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Durante gran parte de su historia, las Cajas de Ahorro se dedicaron únicamente al fomento del ahorro mediante la captación de depósitos, por los que pagaban unos intereses, y a efectuar préstamos sobre el monto del depósito, pero no financieros. A mediados del siglo XX, La Ley de Bases de Ordenación del Crédito y de la Banca de 14 de abril de 1962 obligaba a las Cajas a destinar parte de sus inversiones a préstamos de carácter social dirigidos a los sectores más necesitados, como agricultores, modestos ahorradores, autónomos y pequeñas y medianas empresas así como a dotar de fondos suficientes que para su mantenimiento requerían los Montes de Piedad, rasgo distintivo de estas entidades de ahorro. La actividad de los Montes de Piedad ha consistido siempre en atender la concesión de un préstamo en función de la prenda que el solicitante deja como garantía, joyas u obras de arte normalmente. Esta actividad no perseguía el lucro de la entidad, sino que más bien preservaba el espíritu de lucha contra la exclusión social y financiera con que nacieron las cajas de ahorros, siendo incluso una actividad más gravosa que beneficiosa, pues resulta cara y el interés que se aplica (con el que se cubren los gastos del servicio) es bastante bajo. El principal beneficio para las cajas sería la fidelización del cliente. Según algunos responsables del negocio un 80% de los usuarios de los Montes son clientes habituales de la entidad.

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La Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid ha sido, en sus más de 300 años de historia, el mejor ejemplo del éxito de este modelo, hasta que políticos y sindicalistas de todo pelaje decidieron acabar con él en su propio beneficio. Hasta finales del siglo XX, la Caja se caracterizó por atender esencialmente las demandas financieras de sus pequeños ahorradores particulares. El modelo de gestión de las Cajas se caracterizaba entonces por la coexistencia de un presidente poco ejecutivo, con funciones más representativas y de protocolo, y un director general fuerte, generalmente un profesional de gran valía, sin ataduras políticas y con amplios conocimientos de la entidad y de lo que las Cajas de Ahorro representaban en el sistema financiero español. En la década de los setenta la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid inició la modernización de la entidad de la mano de su Director General, D. Mateo Ruíz de Oriol, quien impulsó el desarrollo de nuevos productos y la informatización de su funcionamiento. En al década de los 80, CajaMadrid era ya, en materia , la segunda Caja de España tras La Caixa, con 437 sucursales y 4.900 empleados, y la novena en la lista de entidades financieras, entre el Banco Popular y el Exterior de España, habiéndose convertido en una entidad rentable, discreta, eficaz y dominante. En la década de los 90, y tras la jubilación de D. Mateo Ruiz de Oriol, asumió la dirección general de CajaMadrid su segundo y Director General Adjunto, D. Ángel Montero Pérez, profesional a quien avalaban más de 35 años de experiencia en la Caja, y que acometió de manera exitosa la expansión territorial de la entidad. Sin embargo, en esta época la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid ya estaba herida de muerte. La aprobación de la Ley 31/1985, de 2 de agosto, de Regulación de las Normas Básicas sobre Órganos Rectores de las Cajas de Ahorros (LORCA) abrió las puertas de las Cajas a la invasión inicial y posterior manipulación llevada a cabo por sindicalistas y políticos sin escrúpulos que vieron en las mismas la panacea para financiar cualquiera de sus peregrinas y electoralistas propuestas, sin tener que dar ningún tipo de explicación (¡quien no recuerda tristes ejemplos como Canal 10, Canal +, minería leonesa,…!). El primer presidente nombrado tras la publicación de la LORCA en CajaMadrid, a propuesta del PSOE, fue Jaime Terceiro, quien si bien inicialmente aparentó respetar los criterios de profesionalidad con los que había sido dirigida la Caja durante años, enseguida demostró su gusto por un excesivo presidencialismo que le llevó a adquirir, en contra de la tradición en las Cajas de Ahorro, cada vez mayores funciones ejecutivas, ejemplo este que fue imitado en la casi totalidad de Cajas de Ahorro del país. Tras Terceiro, y como consecuencia de los vaivenes políticos, llegaron a la presidencia Miguel Blesa en 1996 y Rodrigo Rato en 2010. Pero para entonces los políticos y sindicalistas ya habían descubierto el filón que significaba manejar las Cajas de Ahorro y sus recursos, y se habían encargado de apartar, de mala manera y para siempre, a los verdaderos profesionales de las Cajas. Su rectitud y saber hacer y el valor que le daban a cada peseta depositada en una cartilla, por modesta que fuera, chocaba con las pretensiones de sus nuevos dueños, tan aficionados éstos a la nueva ingeniería financiera y la asunción de riesgos desmedidos. No hubo ningún reparo en eliminarlos, aún a costa de importantes pensiones, pero ya se sabe que “el dinero público no es de nadie” (Carmen Calvo dixit). Y de aquellos polvos…

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Y pese a tanta mediocridad dirigente, los Montes de Piedad han seguido siendo un puntal clave en la actividad de las Cajas de Ahorro. La disminución del flujo del crédito bancario, desde el estallido de la crisis, ha llevado a cada vez más gente a buscar alternativas. La actividad de los Montes de Piedad de las cajas de ahorros españolas ha experimentado un notable repunte ante las apremiantes necesidades de financiación de las familias. En palabras de Ángel Montero Pérez, Director General de CajaMadrid hasta 1996, “los Montes de Piedad constituyen uno de los ejes fundacionales y evolutivos de las Cajas de Ahorro y tratar de desprenderse de los mismos porque no resulten actualmente rentables es renunciar a una de las más importantes señas de identidad históricas de estas instituciones. Antes bien, hay que ampliar esa potencial cuota de mercado y capitalizar la imagen que todo préstamo social representa” (Montero Pérez, Ángel (1987), “Evolución de los Montes de Piedad en España”, I Congreso Americano de Entidades Pignoraticias, Buenos Aires, pp21-33)

Por todo esto, resulta lamentable el desprecio con el que los actuales gestores, lastrados por la demencial gestión (subiudice en este momento) de sus predecesores, continúan tratando los Montes de Piedad. Desgraciadamente, su comportamiento es tan solo un reflejo de donde nos han conducido los manejos de la escoria política y sindical que se enseñorea en nuestra maltrecha España.

«Sean ustedes testigos de que este real de plata que tengo en la mano y voy a depositar en la cajita ha de ser el principio y fundamento de un Monte de Piedad, que ha de servir para sufragio de las ánimas y socorro de los vivos»
Padre Francisco Piquer, fundador del Monte de Piedad de Madrid (1666-1739)

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Tertulias Sanitarias: una oportunidad para el cambio…

¿Y ahora, qué? Ya se ha retirado el plan privatizador de la Consejería de Sanidad de la CAM después de más de un año de conflicto, y las cosas vuelven al mismo punto de partida. ¿Al mismo?, rotundamente no. Los médicos hemos empleado más de un año en oponernos a cualquier iniciativa que haya podio partir de la Consejería. Y la oposición ha consistido, casi exclusivamente, en fiarlo todo a la ruleta rusa de la judicialización. Desde un principio, he mantenido que esperar que sean los jueces los que legislen a favor o en contra es un inmenso error. Esta vez, al menos, ha salido a favor, pero no deja de ser un peligroso, muy peligroso, precedente. Judicializar cualquier decisión legislativa tiene el inmenso riesgo de que la aplicación de las iniciativas de gobierno va a recaer en el criterio, muchas veces ideológico, de los jueces. Y así, puede suceder que lo que hoy es un dictamen favorable a una parte se torne en desfavorable en otra ocasión de acuerdo a la particular ideología de cada juez. ¿Qué sucedería si, dentro de unos años y con otro gobierno de otro color en la CAM, una iniciativa dirigida a cualquier aspecto de la Sanidad Pública es recurrida ante los tribunales, y es aceptada por cualquier juez cuya ideología no coincida con la del partido gobernante?, ¿y si esa iniciativa, buena o mala, es “suspendida cautelarmente” por tiempo indefinido? ¿Estaremos dispuestos a aceptar esas nuevas reglas de juego?

Pero, con independencia del incierto nuevo horizonte que se abre tras esta decisión, lo que no debe olvidarse es que, quitando la batalla judicial, poco más se ha hecho por arreglar los tremendos problemas que asolan nuestra Sanidad Pública. Ni autocrítica, ni análisis de las fortalezas, pero también de las debilidades, ni ideas ni proyectos para un cambio que los médicos (y todo el sistema) necesitamos. Desgraciadamente, ha sido un año perdido en este aspecto. Y las pocas iniciativas sensatas que se han propuesto, y no precisamente las del afortunadamente olvidado “Colectivo de los 600 Jefes”, han sido muchas veces despectivamente tachadas de “colaboracionistas” con el gobierno de la CAM sin siquiera haber tenido una mínima consideración o debate.

Por todo ello, hay que felicitar encarecidamente la iniciativa de las Tertulias Sanitarias que hoy comienza. Esta iniciativa representa un soplo de aire fresco, un foro donde poder discutir e intercambiar opiniones y proyectos para el cambio, y donde lo que prime sea la opinión de los más interesados en que el sistema continúe siendo eficaz. Personalmente, he discutido muchas veces con compañeros de AFEM, y hemos divergido en otras tantas ocasiones, aunque también hemos tenido puntos de encuentro. Pese a ello, o gracias a ello, considero que AFEM está mucho más legitimada para plantear cambios en el modelo de Sanidad Pública que lo que puedan estar cualquiera de los sindicatos, aunque lleven en su nombre la palabra “médico”, o de los partidos políticos, cuyas actuaciones han estado, generalmente, más próximas a la defensa de sus propios y particulares intereses que a la mejora de la Sanidad Pública. Y por todo ello, me siento enormemente honrado de la invitación que la Dra. Mónica García (@Monicamox1) me hizo hace unos días para participar en estas Tertulias. Lo considero realmente un honor y un claro ejemplo de la amplitud de miras y búsqueda de la diversidad de ideas y planteamientos que los organizadores desean para las Tertulias Sanitarias. Estoy convencido de que es éste un camino que tenemos la obligación de explorar y que los médicos debemos apoyar este tipo de iniciativas y procurar que este “brote verde” se consolide y nos permita, de verdad, empezar a hacer el cambio en la Sanidad Pública que tanto necesitamos.

«El futuro pertenece a quienes creen en la belleza de sus sueños»

Eleanor Roosevelt (1884-1962), defensora de los derechos sociales, diplomática y escritora estadounidense

Propuestas para la reforma de la Sanidad Pública: algo se mueve…

AES1Después de más de un año de conflicto, por fin parece que empiezan a plantearse alternativas reales para la reforma de nuestra maltrecha Sanidad Pública. Lo que era una exigencia, casi una súplica, se empieza a materializar. Es cierto que quizá no es aún la propuesta definitiva que permita el sustancial cambio que muchos venimos demandando desde hace tiempo, pero es, al menos, un primer punto de partida sobre el que desarrollar estrategias de reforma. En estos días se  empezado a publicar en la web de la Asociación de Economía de la Salud (AES, www.aes.es)  en forma de capítulos, las conclusiones del documento “Sistema Nacional de Salud: diagnóstico y propuestas de avance” que plantea 166 reformas para la mejora del sistema público de salud.

Este documento ha sido elaborado por un grupo de expertos en Salud Pública procedentes de distintos ámbitos y recoge las propuestas de actuación que, a su juicio, debieran llevarse para garantizar la sostenibilidad y el desarrollo futuro de nuestra Sanidad Pública. Aún con los reparos que quieran ponerse a dicha asociación, y a varios de los autores que desprenden un desagradable olor político, el hecho en sí es que constituye la primera propuesta mínimamente sería que se hace de manera profesional para buscar un cambio sustancial en la Sanidad Pública desde el Informe Abril de 1991. Se podrá coincidir o discrepar con algunas o muchas de las ideas propuestas, pero que lejos quedan de las, por decirlo de manera elegante, peculiares medidas propuestas por el autodenominado «colectivo de los 600 Jefes de Servicio» y que afortunadamente para todos perdió cualquier visibilidad.

Las medidas propuestas en este documento, y aún sin conocer en profundidad la totalidad del mismo dado que sólo ha sido publicado el resumen general y el primer capítulo, abundan en las ideas de autocrítica como punto de partida, necesidad de una profesionalización de la gestión y reivindicación de la meritocracia como patrón para la evaluación de la actividad y la gestión de los recursos humanos.

El documento de propuestas comienza reconociendo la existencia de “bolsas de ineficiencia” dentro de la Sanidad Pública. Aún sin definir en profundidad, es una de las primeras muestras públicas de autocrítica, algo que se llevaba mucho tiempo echando en falta…

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Y continúa insistiendo en la necesidad de un cambio, de una reforma del sistema si queremos que realmente mantenga unos elevados niveles de calidad en la atención. Es necesario cambiar, pero manteniendo lo bueno y apoyándose en las fortalezas del sistema, que existen, pero sin que ello ciegue la necesidad de avanzar en las reformas:

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Claramente, el documento presentado por AES hace una decidida apuesta por dos conceptos que muchos venimos demandando desde hace tiempo y que son prácticamente inexistentes en la actualidad: meritocracia y profesionalización. No podría entenderse ninguna reforma de la Sanidad Pública que no se apoyara en un desempeño profesional de la gestión a todos los niveles, no sólo en lo que respecta a las gerencias y direcciones médicas, sino también a la gestión de los servicios clínicos. Además, la meritocracia debe de ser el “patrón oro” sobre el que fundamentar en gran medida las relaciones de los profesionales con el sistema:

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Entre las propuestas concretas apuntadas en el resumen del documento, y que serán desarrolladas en profundidad en los distintos capítulos de los que consta, se vuelve a insistir de manera explícita en las ideas de meritocracia y profesionalización y se plantea algo que, aunque obvio y evidente, no deja de ser revolucionario en el actual statu quo burocrático y gerontocrático como es que la antigüedad en el puesto de trabajo no sea el patrón de referencia al ahora de configurar y reestructurar las plantillas. Del mismo modo, se plantea, ahora sí, la posibilidad de una retribución variable en función del rendimiento:

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Por otro lado, los autores no muestran prejuicios al hablar de aspectos que levantan ampollas cuando se mencionan, como son las medidas de copago, la posibilidad de valorar la colaboración público-privada en la Sanidad Pública o la redefinición de la Cartera de Servicios y el concepto de “todo para todos y gratis”:

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En definitiva, y aunque de manera muy incipiente, somos muchos los que vemos en estas propuestas el inicio de una esperanza de cambio. Y aunque hace falta conocer en profundidad el documento y todas las soluciones que plantea, y aunque se podrá coincidir con unas o discrepar de otras, esta apuesta supone un soplo de aire fresco para afrontar, de manera sensata, el problema de la supervivencia de la Sanidad Pública. Y por primera vez, alejado de los maniqueísmos que son norma en cuanto se sugiere cualquier alternativa original y valiente. Las propuestas hechas por AES, al igual que las planteadas anteriormente desde SEDISA, pueden ser acertadas o erradas, apropiadas o no, pero al fin y a la postre son propuestas de reforma que deberíamos, al menos, tomarnos la molestia de analizar en profundidad. Porque son este tipo de alternativas las que necesitamos para reformar la Sanidad Pública si no queremos que otros nos hagan la reforma…

«No podemos resolver problemas usando el mismo tipo de pensamiento que usamos cuando los creamos»

Albert Einstein, físico (1879-1955)

 

El Informe Abril Revisitado: Profesionalización, Meritocracia y Laboralización

El Informe Abril Revisitado: Profesionalización, Meritocracia y Laboralización.