Sanidad Pública: cuando la solución no es sólo cambiar de entrenador…

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¿Qué tienen en común la Sanidad Pública y el fútbol? Más de lo que, en principio, podría parecer…

Hace apenas un mes que terminó una temporada y en menos de dos semanas comienza ya la próxima. O al menos, comienza el habitual baile veraniego de nombres y hombres que van o vienen. Y muchos equipos estrenan nuevo entrenador pensando que así enjugarán los mediocres resultados obtenidos en la última campaña. Porque cuando el equipo no funciona, y cuando el máximo responsable siente en su cogote el aliento sediento de cambios de la masa social, la primera medida es, casi siempre, fulminar al entrenador en curso y sustituirlo por otro, a poder ser con más renombre. Pero, desgraciadamente, esto no es en muchos casos la solución. Ni la garantía para que el equipo mejore su actitud, compromiso y resultados. Cualquier buen conocedor del fútbol sabe que, en demasiadas ocasiones, el problema del equipo no radica, al menos exclusivamente, en la figura del entrenador. Otros factores pueden, y suelen, ser tan culpables en la zozobra de un equipo como su más visible responsable. En ocasiones, existe una plantilla descompensada, agotada, hastiada y minada por diferencias internas que, a poco que se indague, están en la raíz del problema. Las luchas de egos, con los veteranos que ya están en la fase final de su carrera oponiéndose, con uñas y dientes, a esos jóvenes que con mayor ansia, ganas, empuje, ambición y, en muchas ocasiones, también talento, les disputan un trono que creían suyo por mandato cuasi-divino. Con frecuencia, es necesario forzar la salida de aquellos que un día fueron los estandartes del equipo pero que, por muchas y variadas circunstancias más allá del mero paso del tiempo, han dejado de ser un referente aunque no quieran ser conscientes de ello. Algo que se conoce como “hacer una buena limpia en el vestuario” en el ambiente futbolístico. Un buen entrenador sabe de tácticas, motivación, técnicas, entrenamientos,…, pero también debe saber cuando ha llegado el momento de relegar a los que un día lideraron el equipo pero hoy son ya una rémora y un obstáculo para la superación.

Todo aficionado conoce ejemplos donde entrenadores valientes que dieron paso a jóvenes promesas, procedentes muchas veces de la propia cantera del equipo, y que en muy poco tiempo consiguieron dar un vuelco espectacular a lo que era una peligrosa deriva mediocre y conformista. Nadie olvida casos como los de Alfredo Di Stéfano primero, y Leo Beenhakker posteriormente, que tuvieron el valor de apostar por unos talentosos jóvenes, que conformarían la archiconocida “Quinta del Buitre”, y que arrinconando a ilustres veteranos darían paso a una de las épocas más gloriosas del Club.

Y del mismo modo, nadie olvida como veteranos con mucho nombre, pero ya sin hambre ni ambición ni condiciones, lastraron grandes equipos por su tozudez en mantenerse a toda costa y por la falta de valor de sus responsables para tomar la necesaria medida de un cambio. Y como además, esta misma cerrazón ante el cambio natural y necesario provocó que jugadores de enormes posibilidades, talento y proyección tuvieran que emigrar a otros equipos, incluso a otras ligas, para poder labrarse un nombre, demostrar su categoría y que otros disfrutaran de su esfuerzo, su juego y sus triunfos. (Y con el consecuente, postrero e hipócrita lamento de aquellos que los dejaron marchar por no atreverse a afrontar una limpia en el vestuario). Por supuesto, contar con jugadores veteranos y con experiencia en un equipo puede ser bueno, incluso recomendable, siempre que sumen y no resten, que entiendan su papel dentro del grupo y que no se refugien en un nada deseable “síndrome del príncipe destronado”. El problema es que, en demasiadas ocasiones, los jugadores de los que hay que prescindir, si se quiere salvar al equipo, son los capitanes. Los capitanes, los que debieran ser ejemplo de sacrificio y compromiso, con su trabajo y presencia constante, suelen ser los más veteranos pero también los que mejores relaciones guardan con la presidencia, con la prensa, con el entorno en definitiva, que los mantiene al frente del equipo a pesar de su ineptitud. Pocos tienen, llegado el momento, la capacidad de hacer una serena autocrítica y reconocer cuando ha llegado el momento de echarse a un lado, de bajarse del carro, de dejar paso a otros que vienen empujando fuerte y que, si no lo son ya, muy pronto incluso los superarán. Sólo los más grandes, los auténticos líderes han sido capaces de ello: Di Stefano, Butragueño, Zidane, Puyol, Raúl,…, supieron irse con humildad y sin ruido cuando fueron conscientes de que había llegado su momento, y antes que correr el riesgo de lastrar al equipo decidieron apartarse acompañados por el reconocimiento y aplauso unánime, Pero, desgraciadamente, hay pocos líderes así…

El miedo a apostar por un cambio de modelo, al mismo tiempo que el reparo a destronar a las “vacas sagradas” de un vestuario, a esos capitanes que se creen imbuidos de un conocimiento que los debe hacer imprescindibles, conduce indefectiblemente al fracaso. En muchas ocasiones hay que tener la valentía de apostar, para la capitanía de un equipo, no por el más veterano o el que más cobre, sino por aquellos que, con independencia de su edad o experiencia, mejor sepan conjuntar al equipo, “hacer grupo”, de sumar y no dividir, de crecer con los compañeros y no a costa de los compañeros, en definitiva, más Auctorictas y menos Potestas. De lo contrario, por mucho entrenador que se cambie, por mucha figura que asuma el mando, por mucho cocimiento que atesore el encargado de dirigir al grupo, por muchos laureles que coronen sus éxitos, tan solo conseguirá, en el mejor de los casos y como decía el gran Marx, “ir de victoria en victoria hasta la derrota final”

Y hasta ahora, en la Sanidad Pública, los diferentes Presidentes se han limitado a cambiar una y otra vez de entrenadores. ¿Se atreverán a limpiar el vestuario…?

“Mejorar es cambiar; así que para ser perfecto hay que haber cambiado a menudo“
Winston Churchill, político, estadista y Premio Nobel de Literatura británico (1874-1965)

La Autoridad se impone, el Respeto hay que ganárselo…

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Somos una sociedad de hondas raíces romanas y eso es algo que nos marca con huella indeleble. Las enseñanzas de la antigua Roma no sólo constituyen la base sobre la que nos desarrollamos, sino que continúan siendo de plena vigencia. El Derecho romano, con una inteligencia que supera en muchas ocasiones al actual, reconocía entre dos principios como son Auctorictas y Potestas. Auctorictas era, y sigue siendo, una legitimación socialmente aceptada que viene dada por un saber y que es confiada por un colectivo. Esta Auctoritas la posee aquella persona que tiene conocimientos para emitir una idea fundamentada sobre una materia. Ese juicio tiene un gran valor, ha sido obtenido mediante la convicción, la razón, la conformidad de otros. No es pues una imposición ni es vinculante legalmente, pero tiene un valor de índole moral muy fuerte. Poseer Auctorictas no es fácil. Es consecuencia directa del trabajo, el esfuerzo y la reflexión. No se obtiene con ningún cargo, no se insufla cuando se produce un nombramiento ya sea de Presidente, Director, o Jefe. Por contra, el Derecho romano también reconoce el principio de Potestas, referido al poder socialmente reconocido y que se adjudica por el simple hecho de detentar un cargo determinado. Era el poder institucionalizado, con capacidad legal para hacer normas y hacerlas cumplir. Potestas significaba la obediencia de los mandados, únicamente por el poder que confería el cargo. Un poder relacionado con la fuerza y la imposición y que si no se acompaña de la Auctorictas carece de la autoridad moral que esta le confiere, aunque sea obedecida por los súbditos.

Auctorictas1Cada vez con mayor frecuencia se diferencia, en todos los ámbitos, entre líderes y jefes. Mucho se escribe acerca de las características que debe tener el Jefe para ser en verdadero líder y no un mero jefe Incluso en este mismo blog se dedicó una entrada a las diferencias entre Jefes y Líderes. Un reciente artículo de la revista digital equiposytalento.com de muy recomendable lectura, “Siete cosas que hacen los grandes líderes y temen los meros jefes”, se plantean las principales diferencias de comportamiento y acción entre un verdadero líder, que no se limita tan solo a ascender en la escala jerárquica sino que llena por completo el peldaño conquistado y encabeza y motiva a su equipo en pos de un objetivo común, y el mero jefe que simplemente gestiona el equipo que por el puesto alcanzado le ha sido encomendado sin ejercer liderazgo alguno.

Estas distinciones, sutiles en algunas profesiones, también se manifiestan, a veces de manera muy evidente, en el ámbito de la Sanidad Pública. Que el ascenso en la escalera jerárquica este fundamentado, en gran parte, en un hecho meramente biológico, no contribuye precisamente a generar grandes líderes. Y es precisamente esta ausencia de líderes uno de los males que lastran nuestra Sanidad Pública,y que muchos que luchamos por un cambio en este sistema echamos de menos en el momento actual. Pero más allá de que la antigüedad suponga uno de los pilares, en ocasiones el principal, para la promoción de los médicos hasta alcanzar la categoría de jefes, otros hechos también contribuyen, y no precisamente de manera positiva en muchas ocasiones, al mantenimiento del actual statu quo. Un reconocido médico, internista y catedrático ya fallecido, mantenía ante todo aquel que quisiera escucharle que en España, “para ser Jefe o Catedrático sólo hacen falta tres condiciones: sostenerse sobre dos piernas, ser capaz de articular un idioma y tres votos”. Aunque no deja de estar teñido de un cierto cinismo, hay que reconocerle al viejo catedrático la agudeza en sus juicios, algo que nunca le faltó.

Todos los que llevamos ya un tiempo trabajando hemos conocido a lo largo de nuestra carrera tanto grandes líderes como meros jefes. Líderes a los que hemos respetado y admirado, pese a ser en ocasiones enormemente rígidos y formales en el trato, y de los que hemos aprendido cada día que pasamos con ellos. Y seguimos conociendo y respetando líderes que, con independencia de su edad, e incluso cargo, nos siguen enseñando y mostrando el camino por donde debe avanzar la Medicina. Pero también hemos conocido meros jefes que no soportan el peso de la mínima comparación. La autoridad se impone pero el respeto hay que ganárselo. Este viejo aforismo resume a la perfección el núcleo de estas diferencias. Al final, lo que subyace es simplemente la diferencia entre el Auctorictas y Potestas romanos.

«De los buenos líderes, la gente no nota su existencia. A los no tan buenos, la gente les honrará y alabará. A los mediocres, les temerán y a los peores les odiarán. Cuando el trabajo de un gran líder concluye, la gente dice: «lo hemos hecho nosotros»»

Lao Tse, filósofo chino fundador del taoísmo (s. VI-V a. C.)