¿Existió la Radioterapia en la antigüedad? Las aguas mágicas del Nuevo Mundo…

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El conocimiento del poder sanador de ciertas aguas no es privativo del Viejo Mundo. En una anterior entrada, se hizo referencia a la historia de los balnearios europeos y asiáticos y como una posible explicación a su capacidad sanadora, que los ha llevado durante siglos a ser considerados fuente de salud y bienestar, podría relacionarse con la presencia de radiactividad natural en sus aguas. También en el Nuevo Mundo, con anterioridad al Descubrimiento y conquista a partir del siglo XV, eran renombrados sus manantiales. De acuerdo a la tradición azteca, el emperador Moctezuma fue llevado en una litera de Tenochtitlan (hoy Ciudad de México) a través de una montaña a un balneario llamado Agua Hedionda. Allí, se bañó en su manantial y bebió sus aguas para recuperarse de su intensa y extenuante actividad. En 1605, los conquistadores españoles establecieron allí un centro de reposo y curación que años más tarde se puso de moda entre los europeos y americanos.

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Del mismo modo, la leyenda afirma que conquistadores como Juan Ponce de León, que creyó encontrar la fuente de la eterna juventud en el manantial de Ozark en Missouri, o Hernando De Soto, quien alcanzó junto con sus hombres los manantiales termales de lo que hoy es el Parque Nacional de Hot Springs en Arkansas. Doscientos años después, y convencidos de las propiedades curativas de esta agua, las propias autoridades militares estadounidenses establecieron el Hospital del Ejército y la Marina General en Hot Springs, con tanta fama que a principios del siglo XX el General’s Surgeon, máximo responsable sanitario de los EE.UU., Dr. George H. Torney, escribió: «Se puede esperar un alivio razonable con la utilización de las aguas termales de estos manantiales para las diversas formas de gota y reumatismo, la neuralgia, la malaria, la enfermedad de Bright crónica [glomerulonefritis], la dispepsia gástrica, la diarrea crónica, las lesiones cutáneas crónicas, etc «

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Igualmente los nativos norteamericanos eran conocedores del poder de las aguas. Los indios Mohawks, de la Nación Iroquois, consideraban sagrados los manantiales de aguas minerales de lo que hoy es el condado de Saratoga (NY) y como un regalo de su gran deidad Manitu e intentaron, sin éxito, mantener la existencia de los mismos en secreto a los invasores blancos. Sin embargo, el propio George Washington que había conocido, y experimentado sus salutíferos efectos en 1783, se lo recomendó a uno de sus antiguos oficiales como un remedio para el reumatismo. A partir de ese momento, se multiplicaron los alojamientos para albergar la gran cantidad de huéspedes que buscaban las aguas curativas. A mediados del siglo XIX, Saratoga se convirtió en uno de los sitios preferidos para disfrutar de la recién estrenada moda de las vacaciones de verano.

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Pero, ¿por qué ha persistido a lo largo de los siglos y de las distintas civilizaciones esta creencia en los poderes sanadores de ríos y manantiales?, ¿qué relación tienen los mismos, si alguna, con lo que hoy conocemos como radioterapia? Lo cierto es que, aunque pueda resultar sorprendente, existe una relación entre el poder sanador de determinadas fuentes hídricas y una suerte de primitiva radioterapia.

A finales del siglo XIX, los trabajos de Henry Becquerel y del matrimonio Curie condujeron al descubrimiento de la radiactividad natural y al aislamiento e identificación de los primeros materiales radiactivos, el el polonio y posteriormente el radio, responsables últimos del nuevo descubrimiento. El radio, el elemento radiactivo más potente identificado por los Curie, se encuentra naturalmente en el mineral de pechblanda junto con el uranio, en proporción de una parte por aproximadamente 3 millones de partes de uranio. Su isótopo más estable, Ra-226, tiene un periodo de semidesintegración de 1602 años y decae en Radón (Rn-222). El radón es, por tanto, una emanación gaseosa producto de la desintegración radiactiva del radio (también del Torio (Rn-220) y del Actinio (Rn-219)), muy radiactiva y que se desintegra con la emisión de partículas energéticas alfa. Todos sus isótopos son radiactivos con vida media corta, de menos de 4 días, decayendo tras emitir radiación alfa en Polonio-218.

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En 1903, Nature publicó una carta de J. J. Thompson, descubridor del electrón, en la que afirmaba haber encontrado radiactividad en el agua de un manantial. A partir de este momento se sucedieron las demostraciones de que las aguas de muchos de los balnearios de salud más famosos del mundo eran también radiactivas. Esta radiactividad se atribuyó inicialmente a «las emanaciones de radio” (radón) producidas por el fluir del agua a través del mineral de radio presente en las rocas del suelo. En seguida, muchos investigadores se hicieron eco de esta propuesta y comenzaron a relacionar las propiedades beneficiosas que para la salud tenían estas aguas termales con la presencia de esta radiactividad natural. En el Nuevo Mundo el conocimiento del descubrimiento de la radiactividad, y las inmensas posibilidades que éste abría, desencadenaron un enorme interés que, rápidamente, se tradujo en la aplicabilidad práctica de la misma para el tratamiento de distintas dolencias. El Dr. C.G. Davis, publicó en American Journal of Clinical Medicine una carta en la que afirmaba que: «…la radiactividad evita la locura, despierta emociones nobles, retrasa la vejez, y ayuda a tener una espléndida vida alegre y joven…». El profesor Bertram Boltwood (1870-1927), uno de los padres del estudio de la radiactividad natural, describió una teórica base científica de los efectos beneficiosos de la radiactividad de la siguiente manera: “La radiactividad lleva la energía eléctrica en las profundidades del cuerpo,  que estimula la actividad celular, despertando todos los órganos excretores y secretores y haciendo que el sistema libere los desechos, además de ser un agente destructor de las bacterias.”

¿Pero, estaban en lo cierto estos investigadores pese a sus arriesgadas y voluntaristas explicaciones sobre el efecto beneficioso de la radiactividad y, por ende, de la radiactividad natural de algunas aguas o era, más bien, fruto de la moda de unos “años locos”? ¿Permite el conocimiento que hoy disponemos rebatir sus conclusiones o, antes al contrario, podemos definir alguna base científicamente probada en ellas?

La creación y mantenimiento de estos balnearios a lo largo de la Historia (¡en todo el mundo!), así como la leyenda de sus propiedades curativas transmitida a lo largo de los tiempos, apoya la hipótesis del conocimiento que muy distintas culturas con anterioridad a la nuestra tenían del efecto beneficioso de la irradiación a dosis bajas. Cada vez es mayor la evidencia acerca de la posibilidad de que la radiación a dosis bajas no sólo carezca de efectos perjudiciales en los seres vivos, incluidos los humanos, sino de que sea beneficiosa e, incluso, necesaria. Esta hipótesis ha generado la reactivación del viejo concepto de hormesis. La hormesis (del griego ὁρμάω «estimular”), fue definida como “la respuesta bifásica en que ciertos agentes químicos y físicos afectan a los seres vivos: dosis bajas provocan efectos «favorables», dosis altas provocan efectos «adversos»”. En el caso de la radiación ionizante, la hormesis comprende los efectos estimulantes celulares que se observan tras la exposición a dosis bajas, en el rango de 0,01 a 0,70 Gy, mientras que los efectos celulares nocivos o letales se observan con dosis altas. Este concepto, ahora conocido como “hormesis por radiación” ya ha sido comentado en anteriores entradas de este blog (ver “Hormesis y Radioterapia (I): ¿Una Hipótesis a Valorar?”“Hormesis y Radioterapia (II): Evidencias Clínicas y Epidemiológicas” y “Hormesis y Radioterapia (III): Mecanismos Radiobiológicos y Perspectivas Futuras”) y no sería más que una respuesta adaptativa de los organismos biológicos a niveles bajos de estrés o daño celular.

Con independencia del conocimiento que ahora tenemos, lo que parece cierto es que nuestros antepasados, confiaban en las propiedades sanatorías de las aguas, al igual que también confiaban en el poder curativo de ciertos minerales (ver ¿Existió la radioterapia en la antigüedad? Los monumentos megalíticos de la Edad de Bronce) y que practicaban, en base a ellos, una forma ciertamente eficaz de RADIOTERAPIA

«Todo es veneno, nada es sin veneno. Sólo la dosis hace el veneno»
Theophrastus Bombast von Hohenheim, llamado Paracelso; alquimista, médico y astrólogo suizo (1493-1541)

¿Existió la Radioterapia en la antigüedad? Los balnearios curativos del Viejo Mundo…

spa1El uso del agua para el tratamiento médico es probablemente tan antiguo como la humanidad. Hay evidencia arqueológica de la existencia de manantiales considerados curativos en Asia durante la Edad de Bronce (alrededor del año 3000 a.C.).Del mismo modo, numerosas referencias bíblicas aluden a esta práctica. Por ejemplo Josué (19:35) se refiere a la ciudad de Hamat (que significa en hebreo «aguas termales») sita en Tiberiades, Israel, como uno de los balnearios más antiguos del mundo conocidos. Y el Libro II  de los Reyes 5:10 relata como Elíseo intenta instruir a un sirio que se lavara siete veces en el río Jordán, para curar su «lepra”.

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También en Asia, era conocida desde antiguo la existencia de aguas y barros con propiedades curativas en la región de Licia, con anterioridad al siglo VI a.C. Actualmente se erige aquí la ciudad de Dalyan (Turquía), famosa por albergar numerosas tumbas licias excavadas directamente la roca que datan del año 400 antes de Cristo. Además, Dalyan sigue conservando la fama y tradición curativa de sus baños de barro, muy populares entre sus habitantes.

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En la antigua Grecia, el historiador Herodoto (484-410 a.C.) describió la existencia de ciertos manantiales con poderes curativos y, actuando como un médico, recomendaba la terapia de aguas a realizar en determinados períodos del año durante 21 días seguidos. También Hipócrates de Cos (460-375 a.C.), quien es considerado el fundador de la ciencia médica y el padre de la hidroterapia, prestó gran atención a las diferentes aguas naturales de ríos y lagos, en las que se forman por la lluvia y las que brotan así fuera de las rocas, es decir, las aguas minerales. Estas aguas, sostenía, eran ricas en hierro, cobre, plata, oro, azufre y otros elementos minerales con efectos beneficiosos sobre la salud de quien los tomaba. Los asentamientos de Therma en Ikaria o de Lekkada en Agios Kirikos, que continúan actualmente en funcionamiento, son buenos ejemplos de ello.

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Pero si hubo un pueblo que encumbró el empleo del agua, y de los manantiales, como fuente de salud y remedio para múltiples dolencias fueron, sin lugar a dudas, los romanos. El nombre y el concepto principal del spa, proviene  del antiguo imperio romano. Los legionarios, buscando descansar sus cuerpos y curar sus heridas, construían baños en aguas termales y manantiales. Los tratamientos que se ofrecían en estos baños se llamaban “Salus Per Aquam” (spa), lo cual quiere decir “salud a través del agua”. Algunos de estos baños se construyeron sobre los antiguos balneariso griegos, pero muchos otros se construyeron a lo largo del vasto Imperio Romano, en lo que hoy es Italia, Alemania, Francia, Gran bretaña e, incluso, España: Bath (Aquae Sulis), Vichy, Ischia, Montecatini, Abano, Caldas de Malavella, son algunas de las, desde hace cientos de años, localidades inseparablemente unidas a la bondad natural de sus aguas.

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El interés en los efectos beneficiosos de algunos manantiales se mantuvo durante la Edad Media en localidades como Pozzuoli (Italia), y es también frecuente la iconografía que refleja las propiedades terapéuticas de sus aguas.

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En 1326 un comerciante originario del sureste de Bélgica obtuvo tal alivio de sus propias dolencias en un manantial cercano a su localidad que decidió fundar allí un centro de salud al que llamó Spa, una antigua palabra valona que significa «fuente». La localidad de Spa se hizo famosa en el siglo XVI, tanto por su agua como  por su clima, convirtiéndose en el siglo XVIII en el centro turístico más de moda en Europa para el uso medicinal de las aguas. A partir de ese momento, y con el florecimiento de las artes y las ciencias que siguió al Renacimiento en Europa, un nuevo interés se despertó en el estudio de las propiedades beneficiosas de algunos manantiales. Los primeros documentos escritos sobre los efectos en la salud son por Gulio Iasolino en 1559 en su obra “Rimedi naturali che sono nell’ isola di Pithecusa, hoggi detta Ischia, libri due”, sobre las propiedaedes de las aguas de la isla italiana de Ischia. Posteriormente, en 1831, el médico suizo J.E. Chevalley de Rivaz publicó un modesto folleto informando sobre los beneficiosos efectos observados en Ischia gracias a sus aguas, folleto que pronto se convertiría en su reconocida «Descripción des eaux et des mineral-Thermales eluves de l’ile d’Ischia», objeto de innumerables ediciones. También Paracelso dedicó en 1525-1527 un capítulo de un libro sobre las fuentes de la salud a «bat Castein» (Bad Gastein / Austria). Más adelante, hasta la emperatriz Sissi experimentaría con asiduidad las propiedades curativas de las aguas del balneario austriaco de Bad Gastein, que estaba en su pleno apogeo a finales del XIX aunque continúa activo en la actualidad.

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Pero, ¿por qué ha persistido a lo largo de los siglos y de las distintas civilizaciones esta creencia en los poderes sanadores de ríos y manantiales?, ¿qué tienen en común la mayoría de estas fuentes y manantiales repartidas a todo lo ancho de la vieja Eurasia?¿qué relación tienen con la moderna radioterapia?

Aunque pueda resultar sorprendente, existe una relación entre el poder sanador de determinadas fuentes hídricas y una suerte de primitiva radioterapia.  Sin embargo, hubo que esperar hasta comienzos del siglo XX para conocer los motivos que hacían del viejo concepto romano de la salus per aquam algo tan atractivo y beneficioso para distintas dolencias, y que relación guardaba con la radioterapia como instrumento curativo. En 1896, el físico Henry Becquerel descubrió, al poner accidentalmente en contacto un compuesto de uranio con una placa fotográfica, que se producía el mismo efecto que si la placa estuviera en presencia de los rayos X recientemente descubiertos por Roentgen. A esta nueva propiedad de la materia se la denominó radiactividad. El matrimonio Curie, amigó de Becquerel, pronto se interesó en su descubrimiento y se propuso determinar cual era la sustancia origen de tal radiactividad. Poco a poco, fueron separando por procedimientos químicos los distintos componentes del mineral de pechblenda, hasta aislar e identificar primero el polonio y posteriormente el radio, cuyas radiaciones eran cientos de veces más intensas que las que emitía el uranio.

El radio se encuentra naturalmente en el mineral de pechblanda junto con el uranio, en proporción de una parte por aproximadamente 3 millones de partes de uranio. Su isótopo más estable, Ra-226, tiene un periodo de semidesintegración de 1602 años y decae en Radón (Rn-222). El radón es, por tanto, una emanación gaseosa producto de la desintegración radiactiva del radio (también del Torio (Rn-220) y del Actinio (Rn-219)), muy radiactiva y que se desintegra con la emisión de partículas energéticas alfa. Todos sus isótopos son radiactivos con vida media corta, de menos de 4 días, decayendo tras emitir radiación alfa en Polonio-218.

Ante el interés que suscitó el descubrimiento de la radiactividad del radio y de otros elementos radiactivos, no es de extrañar que muchos científicos buscaran demostrar la existencia de radiactividad natural en el ambiente. En 1903 Nature publicó una carta de J. J. Thompson, conocido por ser el descubridor del electrón. Thompson escribió que había encontró radiactividad en el agua de un manantial. A partir de este momento se sucedieron las demostraciones de que las aguas de muchos de los balnearios de salud más famosos del mundo eran también radiactivas. Esta radiactividad se atribuyó inicialmente a «las emanaciones de radio” (radón) producidas por el fluir del agua a través del mineral de radio presente en las rocas del suelo que conformaban el lecho geológico de muchos de los más afamados balnearios y manantiales del Viejo Mundo.

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La fiebre por utilización de la radiactividad natural como elemento sanador prendió con fuerza en Europa central en plena “Belle Epoque”. Joachimstal (que actualmente se conoce como Jáchymov en la República Checa) era una pequeña localidad minera de Bohemia, conocida por sus minas de cobalto, que se empleaban en la fabricación de pinturas, y de plata pero también por la abundancia de mineral de pechblenda asociada a estas últimas. En 1864, durante las labores de extracción en la mina Svornost, los mineros habían sido sorprendidos  por una inundación que ocupó toda la mina. Entonces nadie sabía que sería precisamente esta fuente la que, tras el descubrimiento de radio por el matrimonio Curie, lanzaría la fama de Jáchymov como ciudad balnearia. El balneario fue fundado en 1906 llevando el agua desde la mina a través de una tubería de varios kilómetros. Los excelentes efectos curativos observados llevaron a construir allí, en 1912, el hotel Radium Kurthaus (el actual Radium Palace), uno de los mejores hoteles que  se podían encontrar por entonces en Europa. Aquí acudían para curarse los personajes más importantes de la vida política, industrial y cultural.

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Más cerca, la península ibérica tampoco fue ajena a la exaltación de las propiedades curativas del Radium y la radiactividad. Muchos balnearios, tanto en España como en Portugal, se caracterizan por la presencia de en radiactividad sus aguas. En la localidad de Sortelha (Portugal) existe desde principios del siglo XX el Hotel Balneario das Termas de Agua Radium. La leyenda dice que el balneario fue fundado por el noble Don Rodrigo, primer Conde de Castilla (¿?-873) quien, conociendo las propiedades de las aguas, llevó allí a sanar a su hija enferma de la piel. La hija se curó gracias a las propiedades «milagrosas» de estas aguas, y en agradecimiento mandó construir un balneario. Sin embargo, los primeros datos ciertos que se tienen de las termas son de 1910, cuando ya se comenzaba a extender el conocimiento e interés por la radiactividad. Además coincide con el inicio de  la explotación minera de radio y uranio por parte de la compañía francesa Société d’uranie et Radio en Portugal.

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Por otro lado, durante muchos años del siglo XX, varios de los más afamados balnearios de nuestro país hicieron gala en sus etiquetas de la radiactividad de sus aguas, presentándola como un aval de eficacia.

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Actualmente, siguen existiendo balnearios con aguas radiactivas en España, aunque sometidos a un mayor control.

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¿Pero, guarda alguna relación la presencia de radiactividad en los balnearios con sus propiedades curativas o es tan solo mera coincidencia?

Cada vez es mayor la evidencia acerca de la posibilidad de que la radiación a dosis bajas no sólo carezca de efectos perjudiciales en los seres vivos, incluidos los humanos, sino de que sea beneficiosa e, incluso, necesaria. Esta hipótesis ha generado la reactivación del viejo concepto de hormesis. La hormesis (del griego ὁρμάω «estimular”), fue definida como “la respuesta bifásica en que ciertos agentes químicos y físicos afectan a los seres vivos: dosis bajas provocan efectos «favorables», dosis altas provocan efectos «adversos»”. En el caso de la radiación ionizante, la hormesis comprende los efectos estimulantes celulares que se observan tras la exposición a dosis bajas, en el rango de 0,01 a 0,70 Gy, mientras que los efectos celulares nocivos o letales se observan con dosis altas. Este concepto, ahora conocido como “hormesis por radiación” ya ha sido comentado en anteriores entradas de este blog (ver “Hormesis y Radioterapia (I): ¿Una Hipótesis a Valorar?”, “Hormesis y Radioterapia (II): Evidencias Clínicas y Epidemiológicas” y “Hormesis y Radioterapia (III): Mecanismos Radiobiológicos y Perspectivas Futuras”) y no sería más que una respuesta adaptativa de los organismos biológicos a niveles bajos de estrés o daño celular.

La creación y mantenimiento de estos balnearios a lo largo de la Historia, así como la leyenda de sus propiedades curativas transmitida a lo largo de los tiempos, apoya la hipótesis del conocimiento que muy distintas culturas con anterioridad a la nuestra tenían del efecto beneficioso de la irradiación a dosis bajas y refuerzan la hipótesis de que nuestros antepasados, aun desconociendo las bases y fundamentos físicos, eran conscientes de los efectos de la radiación sobre el organismo enfermo. Y que, al igual que sucedía con la radiactividad natural emitida por diferentes tipos de rocas (ver ¿Existió la radioterapia en la antigüedad? Los monumentos megalíticos de la Edad de Bronce, eran capaces de utilizarla, de manera intencional, para el tratamiento de distintas enfermedades. Y, quizás, sí existió la radioterapia en la antigüedad…

«Todo es veneno, nada es sin veneno. Sólo la dosis hace el veneno»

 Theophrastus Bombast von Hohenheim, llamado Paracelso; alquimista, médico y astrólogo suizo (1493-1541)

Más de 100 años de Radioterapia contra el Cáncer de Mama…

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El descubrimiento de los rayos X por W. C. Röntgen en 1895 y del radium por el matrimonio Curie en 1898 abrió un nuevo camino a la humanidad. Uno de los aspectos que más se ha beneficiado de ambos descubrimientos ha sido la Medicina y, especialmente, el tratamiento del cáncer. Desde el mismo momento de su descubrimiento, radiación y cáncer han ido íntimamente unidas en estos más de 100 años transcurridos. Actualmente, más de dos tercios de todos los pacientes diagnosticados de cáncer precisarán de radioterapia en algún momento de la evolución de su enfermedad. En más de un 40% de los pacientes curados de un cáncer, la radioterapia ha tenido un papel destacado, y un 16% de las curaciones del cáncer es directamente atribuible a la radioterapia de manera exclusiva. Y el cáncer de mama, el más frecuente en mujeres, responsable de más de una cuarta parte de todos los cánceres, ha sido uno de los más beneficiados. La gran mayoría de mujeres diagnosticadas de cáncer de mama recibirán radioterapia como parte de su tratamiento curativo: todas aquellas en las que se realice una cirugía conservadora de la mama y una gran parte de las que sean sometidas a una mastectomía.

La relación entre la radioterapia y el cáncer de mama es casi tan antigua como el descubrimiento de los efectos de la radiación ionizante. Estos más de 100 años de historia común están jalonados por los nombres de aquellos que crearon la radioterapia para el cáncer de mama, de médicos y cirujanos que dedicaron su esfuerzo y afán, incluso su vida, al tratamiento del cáncer de mama. A todos estos pioneros les debemos reconocimiento en este día dedicado al Cáncer de Mama.

Y aunque todos fueron importantes, Emil Hermann Grubbe (1875-1960) es, sin duda, el primus inter pares. Este estudiante de Medicina de Chicago, que pagaba sus estudios trabajando simultáneamente en una fábrica de lámparas de vacío para laboratorios, tuvo la capacidad de relacionar las quemaduras que observaba en sus propias manos tras la manipulación de las lámparas de rayos X con la posibilidad de emplearlos para eliminar, en la medida de lo posible, los tumores. En enero de 1896, R. Ludlam, médico del Hahnemann Medical School donde estudiaba Grubbe, a la vista de los efectos que la radiación había producido en las manos de Grubbe, redactó lo que hoy podemos considerar como “primera petición de interconsulta para radioterapia” para valorar el tratamiento con esta nueva energía de una paciente con un cáncer de mama avanzado. En la mañana del 29 de enero de 1896, Rose Lee se convertía en la primera mujer en recibir radioterapia por un cáncer de mama. En palabras del propio Emil Grubbe: «And so, without the blaring of trumpets or the beating of drums, x-ray therapy was born. […] Little did I realize that I was blazing a new trail . . . little did I realize that this was the beginning of a new epoch in the history of medicine.» Se desconoce el número exacto de sesiones y la dosis administrada, pero se sabe que la respuesta local fue excelente, desapareciendo en gran medida la masa tumoral, aunque la paciente falleció tiempo después por metástasis. La continua manipulación de los rayos X hizo que Emil Grubbe sufriera sus efectos en forma de anemia severa, dermatitis extensa en ambos brazos y el desarrollo ulterior de carcinomas cutáneos que le obligaron a la amputación de su brazo izquierdo en 1929 y que finalmente le condujeron a la muerte en 1960.

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Tan importante como la figura de Emil Grubbe es la Robert Abbe (1851-1928), un cirujano estadounidense especializado en el tratamiento de tumores de la mama y a quien le cabe el honor de haber sido el primero en emplear, en 1904, la otra fuente de radiactividad conocida, el Radium, en el tratamiento de un cáncer de mama. La posibilidad de utilizar el material descubierto por los Curie para el tratamiento del cáncer mediante su encapsulación e inserción dentro de los tumores ya había sido sugerido por Alexander Graham Bell en 1903. La amistad de Robert Abbe con Marie Curie, que le llevó a visitar su laboratorio de París en varias ocasiones, despertó en él el interés por el empleo del radium en el tratamiento tanto del cáncer de mama como de otros tumores, como así atestiguan sus numerosas publicaciones. Años después Abbe fue reconocido como uno de los padres de la radioterapia en los EE.UU.

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Al igual que Abbe en los EE.UU., el cirujano británico Geoffrey Keynes (1887-1982) fue el primero en Europa en reportar su experiencia empleando agujas de radium para el tratamiento del cáncer de mama, irradiando no sólo la totalidad de la mama tras una cirugía conservadora sino también las áreas ganglionares axilar, supraclavicular y de cadena mamaria interna, demostrando un excelente conocimiento de la biología y comportamiento del cáncer de mama.

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Desde estos primeros usos, la radioterapia en el cáncer de mama no ha dejado de evolucionar, perfeccionarse y ampliar su espectro de actuación hasta llegar a nuestros días. Otros muchos investigadores han hecho posible que la radioterapia sea un estándar para el tratamiento conservador del cáncer de mama. En la Europa de entreguerras, Hans Holfelder (1891-¿1944?) era uno de los médicos especializados en el empleo de los rayos X más reputado de Europa. Presidente de la Sociedad Alemana de Roentgenología y profesor y decano de la facultad de Medicina de la Universidad Frankfurt, recibió numerosas distinciones a lo largo de su carrera y merece ser recordado por haber diseñado los campos tangenciales para el tratamiento del cáncer de mama con radioterapia externa, algo que no sólo sigue vigente en la actualidad sino que supone la base de la radioterapia moderna del cáncer de mama.

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En la misma linea que Holfelder, los trabajos de el escoces Robert McWhirter (1904-1994) le llevaron a ser considerado uno de los padres de la moderna radioterapia en el Reino Unido. Colaborador durante años de Ralston Paterson en sentar las bases de la radioterapia como terapéutica del cáncer, McWhirter propuso en los años 40 del siglo XX la realización de mastectomía simple seguida de radioterapia sobre pared, axila, fosa supraclavicular y mamaria interna. La supervivencia a 5 años, un 62%, con esta técnica era comparable a la obtenida con mastectomía radical estándar, demostración indirecta de la eficacia de la radioterapia sobre la enfermedad ganglionar.

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Francois Baclesse (1896-1967), radioterapéuta francés del Instituto Curie, comenzó a mediados de la década de 1930 a tratar pacientes mediante extirpación limitada del tumor y radioterapia de la mama restante, lo que supuso el inicio del tratamiento conservador. A mediados de los 60, Baclese publico sus resultados que animaron a otros investigadores a seguir el camino abierto por el francés.

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A principios de los 80, los grupos liderados por Umberto Veronesi, en Italia, y Bernard Fisher, en EE.UU., publicaron en la misma revista los resultados de dos ensayos aleatorios de fase III comparando el tratamiento de cánceres de mama estadios I-II con mastectomía sola frente a un procedimiento quirúrgico conservador seguido de radioterapia postoperatoria. El tratamiento conservador había llegado para quedarse. Veinticinco años más tarde, los mismos autores publicaron en la misma revista los resultados de los mismos ensayos con 20 años de seguimiento.

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En el último cuarto del siglo XX, la radioterapia ya estaba consolidada como una modalidad estándar en el tratamiento del cáncer de mama, permitiendo que en muchas mujeres se realizará tan solo una extirpación parcial limitada al tumor conservando así la totalidad de la mama. Pero la investigación clínica en el campo de la oncología radioterápica no se ha detenido ahí. Muchos grupos comenzaron en la década de los 90 a plantear la posibilidad de limitar la radioterapia no ya a toda la mama sino tan sólo al lecho tumoral con un pequeño margen, habida cuenta de que la mayoría de recidivas locales parecen en la localización primitiva del tumor o en su inmediata vecindad. Fentiman, Kuske o Polgar son algunos de los oncólogos radioterápicos que pusieron las bases a la irradiación parcial de la mama: ¿evolución o revolución?

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Pero si hay algún avance trascendental en lo que respecta a la radioterapia del cáncer de mama en los últimos años, este ha sido, sin duda alguna, la generalización de esquemas de tratamiento hipofraccionados y acelerados. Con el objetivo de mejorar aún más el tratamiento, acortándolo y haciéndolo más llevadero para las pacientes, muchos investigadores han profundizado en los esquemas de radioterapia hipofraccionada, que reduce la duración total del tratamiento a la mitad, ahorrando tiempo y permitiendo optimizar los recursos existentes. El canadiense Timothy Whelan y el británico John Yarnold representan los mayores abanderados de este avance en radioterapia.

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Gracias a todos ellos, y a la inmensa cantidad de anónimos médicos e investigadores de la radioterapia, que nos han enseñado el camino a los que venimos detrás. Pero la evolución de la radioterapia en el cáncer de mama no termina aquí. Esto es sólo el punto de partida para los nuevos avances y desarrollos que se están ensayando en este momento. El objetivo es claro: conseguir que el cáncer de mama, que afectará a 1 de cada 8 mujeres, no suponga más que una interrupción momentánea en la vida de las mujeres afectadas, sin que tenga que condicionar el resto de su existencia.

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¿Existió la radioterapia en la antigüedad? Los monumentos megalíticos de la Edad de Bronce

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Las edificaciones megalíticas celtas, como Stonehenge, continúan siendo uno de los grandes misterios de la arquitectura humana. El por qué de su construcción, su utilidad real o su significado religioso constituyen un reto permanente para arqueólogos de todas las épocas. Este gran monumento de finales del neolítico (~3100-2500 a. C) esta construido con grandes bloques de arenisca y arenisca azul (bluestone), ricas en cuarzo y feldespato, arenisca micácea y pequeños bloques de granito que se disponen en forma de círculos concéntricos con un altar central de significado y utilidad inciertas. Se ha especulado con que podría estar en relación con prácticas religiosas, con enterramientos rituales o, incluso, tratarse de un observatorio astronómico. Pero en 2008 los arqueólogos británicos Tim Darvill y Geoffrey Wainwright sugirieron la hipótesis de que Stonehenge fuese, en realidad, un antiguo lugar de peregrinaje y sanación, una suerte de “Lourdes” del Neolítico y que hasta allí se desplazaban los enfermos para curarse. Esta idea se sustenta en parte por los hallazgos en los enterramientos allí realizados de huesos con traumatismos y deformidades o de cráneos con indicios de haber sido trepanados. Además, el análisis de estos restos ha revelado que el origen de muchos de estos cuerpos allí enterrados no pertenecía al área geográfica de Stonehenge. Las propiedades curativas atribuidas a Stonehenge se transmitieron a lo largo de los siglos en la cultura popular. Así, el reconocido poeta británico del s. XIII Layamon (o Laghamon) escribió acerca de Stonehenge:

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De acuerdo al trabajo de los dos investigadores citados, la clave en las propiedades sanatorias de Stonehenge estaría en su círculo más interno, el formado por las “piedras azules” (bluestones), que serían utilizadas bien como amuletos que se portaban en contacto con la piel o bien tras ponerlas en contacto con el agua y usando esta misma que adquiría sus propiedades curativas. Lo que llama la atención de estas piedras azules, que pesan entre 3 y 6 toneladas cada una, es que son rocas ígneas (principalmente doleritas y riolitas volcánicas) que solamente se encuentran en cantidad suficiente en Preseli Hills, en Gales, a más de 250 Km. de su emplazamiento final en Wiltishire, en el sur de Inglaterra, y que debieron ser trasladadas con enorme esfuerzo hasta su emplazamiento definitivo teniendo en cuenta los medios de la época.

Pero si interesante parece la historia de Stonehenge, sin duda lo es más la de otro monumento megalítico de la Edad de Bronce, Mên-an-Tol («piedra agujereada» en la lengua de Cornualles) localizado en los páramos del norte de Madron, en Cornwall, Reino Unido. Mên-an-Tol consta de tres piedras de granito verticales: una piedra redonda con su centro agujereado junto con dos piedras verticales pequeñas a cada lado, por delante y por detrás del agujero. Su antigüedad es incierta, pero por lo general se le asigna a la Edad de Bronce. De acuerdo a la tradición, esta piedra tiene la reputación de curar y vigorizar a las personas que pasan a través de ella. Se conoce de la realización de rituales tradicionales en que participaban niños desnudos que pasaban tres veces a través de la piedra agujereada arrastrándose posteriormente a lo largo de la hierba tres veces en dirección este. Este ritual se creía que podía curar la escrófula (una forma de tuberculosis) y el raquitismo. Igualmente, los adultos que buscaban alivio del reumatismo, de problemas de la columna vertebral o incluso de la malaria, debían arrastrarse a través del agujero nueve veces contra el sol. [Francis Jones, The Holy Wells of Wales, Univ of Wales Press, Cardiff, 1954] Durante siglos, estas tradiciones se han mantenido y han sido innumerables los enfermos que han buscado su cura en Mên-an-Tol. [Evans-Wentz, W. Y. (1911), The Fairy-Faith in Celtic Countries, London: H. Frowde (Reprinted 1981 by Colin Smythe)] El arqueólogo Paul Devereux demostró que los niveles de radiación alrededor de los bordes interiores del agujero son aproximadamente el doble de los niveles de la radiación de fondo del entorno. [The Sacred Place: The Ancient Origin of Holy and Mystical Sites. Paul Deveraux, Cassell Illustrated 2000]

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Monumentos similares, consistentes en grandes rocas agujereadas, se han localizado en otros muchos puntos del planeta. En Michinhampton, en el condado de Gloucestershire (Reino Unido), se encuentra la conocida como Long Stone. Esta losa de piedra caliza tiene dos agujeros y, de acuerdo al folclore popular, las madres pasaban a sus hijos a través del mayor de los mismos para curarlos de la tos ferina, la viruela, el raquitismo y “otras enfermedades infantiles”. Una práctica similar se realizaba en Tolvan Stone, también en Cornwall. Aquí la ceremonia involucraba el paso del niño nueve veces a través del agujero, alternativamente de un lado a otro. En Irlanda se encuentra Tobernaveen Holed Stone, una losa de granito que se eleva 2 m por encima del suelo, y probablemente se extiende bastante más debajo de la tierra y que se han mantenido en posición vertical durante siglos Presenta una abertura de aproximadamente 1 m por 75 cm. Se cree que en tiempos se utilizaba para la realización de ritos paganos. Según la tradición popular, los niños que sufrían de sarampión u otras enfermedades infantiles buscaban su curación pasando través del orificio de la losa. [W.G. Wood-Martin, Traces of the Elder Faiths of Ireland, 1902]

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Construcciones similares se han encontrado en los Países Bajos (Hunebedden), Rusia, Estados Unidos (Burnt Hill Site-Western Massachusetts; Mystery Hill, North Salem, New Hampshire), India (Chokahatu) o en el norte de Ghana (Tonna’ab)

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La existencia de estos monumentos, así como la leyenda de sus propiedades curativas transmitida a lo largo de los tiempos, apoya la hipótesis del conocimiento que nuestros antepasados tenían del efecto beneficioso de la irradiación a dosis bajas. Este concepto, ahora conocido como “hormesis por radiación” ya ha sido comentado en anteriores entradas de este blog (ver “Hormesis y Radioterapia (I): ¿Una Hipótesis a Valorar?”, “Hormesis y Radioterapia (II): Evidencias Clínicas y Epidemiológicas” y “Hormesis y Radioterapia (III): Mecanismos Radiobiológicos y Perspectivas Futuras”). En los últimos años, la hormesis por radiación ha generado un renovado interés, y el Modelo Hermético se contrapone actualmente al tradicional Modelo Lineal sin Umbral (LNT, Linear No-Threshold), vigente desde los años 50.

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La hormesis hace referencia a los efectos beneficiosos para la salud que se asocian con la irradiación a dosis bajas, y suponen una suerte de radioterapia primitiva. La relación con los monumentos megalíticos de la Edad de Bronce vendría determinada por la radiactividad asociada a los minerales con los que están edificados. La tabla recoge las emisiones de Uranio-238 y Torio-232 que emiten distintas rocas y minerales y que constituirían la base física que explica los fenómenos de hormesis.

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Estos hechos refuerzan la idea de que nuestros antepasados conocían, ya en la Edad de Bronce, los efectos de la radiación sobre el organismo, aunque no pudieran explicarla. Y de la posibilidad de su empleo para el tratamiento de distintas enfermedades. Y, quizás, sí existió la radioterapia en la antigüedad…

¿Existió la radioterapia en la antigüedad? El mito de Inanna

La radioterapia es, tras la cirugía, el arma más eficaz en la lucha contra el cáncer. La radioterapia se basa en el empleo controlado de la radiación ionizante con el objetivo final de eliminar las células neoplásicas del organismo preservando la integridad general del mismo. La moderna radioterapia, y en un sentido más amplio, la Oncología Radioterápica, tienen su punto de origen en los descubrimientos de Henri Becquerel, Pierre y Marie Curie por un lado, quienes describieron la radiactividad natural e identificaron el Radio y el Polonio dando nombre a los rayos Gamma y, por otra parte, en las investigaciones de Wilhelm Röntgen que lo condujeron finalmente al descubrimiento de los rayos X. Sin embargo, y como bien había comprobado el matrimonio Curie, la radiactividad no fue un fenómeno inventado, sino existe en la naturaleza desde los orígenes del mundo. Elementos radiactivos como el Uranio, Radium, Torio, Radón, Polonio,…, se encuentran en la presentes, en mayor o menor cantidad, en rocas como el granito, la pechblenda, la biotita, el circón o en algunas rocas volcánicas o procedentes de la caída de meteoritos. La comprobación de lo efectos de la radiactividad natural procedente de estas rocas sobre el ser humano, fue hecha de manera casual por el propio Pierre Curie al observar las quemaduras que se producían en su propia piel tras manipular el mineral de pechblenda y las sales de radium aisladas a partir del mismo. Del mismo modo, los efectos observados en sus propias manos por Emil Grubbe al manipular lámparas de vacío para generar rayos X fueron los que despertaron su interés conduciéndolo a realizar las primeras aplicaciones terapéuticas de esta nueva tecnología. Estos dos acontecimientos, cercanos en el tiempo, constituyeron un punto de inflexión en la utilización de la radiactividad con intenciones terapéuticas, y más concretamente, en el tratamiento del cáncer.

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 El cáncer es una enfermedad conocida desde hace milenios y así lo corrobora la abundante evidencia existente. Textos como el Papiro de Edwin Smith (3000-2500 a.C.) describen con detalle el cáncer de mama y su posible tratamiento. Ahora bien, al igual que existe abundante evidencia acerca del empleo de la cirugía para el tratamiento de los tumores en la antigüedad, es bastante más complicado encontrar referencias acerca del posible empleo de una fuente radiactiva con fines terapéuticos. A diferencia de lo que sucede con la cirugía, existe muy poca evidencia acerca del posible empleo de la radiactividad en la antigüedad con intención terapéutica. Sin embargo, algunos escritos de la época sumeria apuntarían en esta dirección.

Los sumerios fueron una de las civilizaciones que se asentó en Mesopotamia entre la confluencia de los dos grandes ríos Tigris y Eúfrates entre los años 3000 a 2000 a.C., antes de ser reemplazado por los babilonios. Los sumerios inventaron los jeroglíficos pictóricos que más tarde se convirtieron en escritura cuneiforme y su lengua, junto con el del Antiguo Egipto, compiten por el crédito de ser lenguaje humano escrito más antiguo que se conoce y, entre los grandes avances que los sumerios nos legaron, está ¡el invento de la cerveza!

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Un gran cuerpo de cientos de miles de textos en el idioma sumerio ha sobrevivido, la gran mayoría de estos en tablillas de arcilla, comprendiendo textos personales, cartas de negocios y transacciones, recibos, listas de léxico, leyes, himnos y plegarias, encantamientos mágicos e incluidos textos científicos de matemáticas, astronomía y medicina. Una tablilla encontrada en Nippur puede ser considerada el primer manual de medicina del mundo.

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Y es en una de estas tablillas donde encontramos lo que podría ser la utilización de la radiactividad para el tratamiento de enfermedades. El poema épico conocido como «El descenso de Inanna al Inframundo», recogido y traducido por el arqueólogo especializado en la historia sumeria Samuel N. Kramer, así lo sugiere. El relato se conserva en textos escritos primeramente en el original Sumerio, con versiones posteriores en acadio, y cuenta la historia de la diosa Inanna y su descenso al reino de las tinieblas. Inanna, (equivalente a la diosa Ishtar de los acadios) era la diosa del amor, de la guerra y protectora de la ciudad de Uruk. En la mitología sumeria, Inanna decidió bajar al inframundo para enfrentarse a su hermana y deidad opuesta, Ereshkigal. En la lucha Inanna muere, tras lo cual ningún ser en la Tierra tenía deseo de aparearse: ni hombres ni animales. Ante esto Enki, el Señor de la Tierra, crea a unas criaturas sin género que engañan a Ereshkigal consiguiendo que les entregue el cadáver de la diosa. Éstos, de acuerdo al relato sumerio:

“Tomaron el cuerpo sin vida de Inanna que estaba colgando de una estaca. Los emisarios de arcilla dirigieron sobre el cadáver un Pulsador y un Emisor, después rociaron sobre ella el Agua de Vida y pusieron en su boca la Planta de la Vida. Después, Inanna se movió, abrió los ojos; Inanna se levantó de entre los muertos”

Esta parte del relato está representada en un sello cilíndrico en el cual se observa a un paciente, cuyo rostro está cubierto con lo que parece una máscara, que está siendo tratado con radiaciones. El paciente que estaba siendo revivido (no está claro si era hombre o Dios), y que yacía sobre una losa, estaba rodeado por Hombres Pez, representantes de Enki.

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Es llamativa la similitud entre esta imagen y la moderna administración de radioterapia en el tratamiento de tumores.

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¿Es posible pensar que los sumerios conocieran la existencia de minerales con radiactividad natural y los efectos que su manipulación ocasionaban? ¿Y sería descabellado pensar que hubiesen intentado eliminar los crecimientos anormales en el cuerpo, los tumores visibles, mediante la aproximación o aposición de estos minerales sobre las lesiones tumorales? Son tan solo especulaciones de historia-ficción, que, como sucede muchas veces, tienen mucho de ficción pero, quizás, también algo de historia…