Másteres y CV: a propósito de un caso y revisión de la literatura…

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En las últimas semanas, y gracias a la vergonzosa y vergonzante actitud de la presidenta de la Comunidad de Madrid, se ha destapado la gran afición de nuestros políticos, ¿sólo de ellos?, por apropiarse de títulos que ni han conseguido ni, muy probablemente, merecen. Cristina Cifuentes ha decidido acabar con su actividad pública mediante una golfada, una más de los que se arrogan representarnos, que la obliga sin excusa alguna a marcharse a su casa. Por mentir, pero también por el desmedido afán de adornarse sin esfuerzo tan común en la clase política española. Y a raíz de eso, y mientras esperamos que la señora Cifuentes abandone de una vez su cargo, han comenzado a florecer, más bien a desaparecer y ser borrados, títulos varios en curricula de toda el amplio colorín de la estulticia política española. Licenciaturas, grados, posgrados, másteres y cursillos varios han ido desvaneciéndose, callada pero velozmente, de los falsos historiales de los que presumían esta recua de mediocres que nos ha tocado en desgracia mantener.

Si al menos el asunto de Cristina Cifuentes sirviera para limpiar la mugre que se enseñorea en la Universidad española, esa Universidad que concede títulos a asesinos convictos sin reparo alguno, esa Universidad que concede becas a amiguetes y conmilitones sin exigencia alguna y tan sólo a cambio de garantizarse un cargo futuro en cualquier institución del Estado (pagado, por supuesto, por todos los contribuyentes), esa Universidad donde afloran las taras más incapacitantes que la endogamia cuasi perpetua mantenida durante décadas hace florecer Pero, desgraciadamente, la golfada del máster presidencial ni siquiera servirá para acabar con éstos desmanes. Ya se encargarán todos los responsables, ya se están encargando, de proteger como sea sus privilegios y chanchullos, negando cualquier atisbo de reconocimiento de la corrupción que impera en muchos estratos de la Universidad española.

Pero, y dado que nuestra escoria política no es sino un reflejo de la sociedad actual, este tipo de despreciables maniobras no es potestad exclusiva de ella. En todos los ámbitos sucede y, también, en la profesión médica. Sin embargo, una vez más la ausencia total y absoluta del más mínimo atisbo de autocrítica caracteriza actuaciones casi tan despreciables como las protagonizadas en estas últimas semanas por políticos de todo color, con la presidenta de la Comunidad de Madrid a la cabeza de la infamia. Eso sí, los médicos, al igual que la inmensa mayoría de la población española se han permitido pontificar acerca de la pureza e indudable calidad de la educación y formación continuada que debe exigirse a cualquier individuo y más especialmente a todo trabajador de la Administración pública. Exigencia no exenta de una, en muchas ocasiones, vergonzosa hipocresía. ¿Cuántos cursos y másteres de diferentes universidades españolas no son sino una herramienta recaudatoria sin que exista una necesidad real que demande su existencia, y sin que aporten valor científico alguno? Pero raro es la Sociedad científica que, hoy día, no avala u organiza estos cursos y másteres. ¿Cuántos curricula se han “construido” gracias, por ejemplo, a la “asistencia” a cursos de formación de distinto pelaje, en los que la exigencia no ya de aprovechamiento sino, incluso, de asistencia era, por decirlos de manera suave, más que dudosa? Pero luego todos esos cursos puntúan en las distintas OPEs que se convocan… ¿Cuántos curricula se sostienen sobre publicaciones en las que el beneficiado no sólo no ha participado activamente, como debiera ser obligatorio, sino que en muchas ocasiones ni ha leído el manuscrito (ni antes ni después de su publicación)? Pero esas publicaciones “regaladas” por el verdadero autor, bien por interés propio u obligadas por el estricto respeto a una jerarquía basada en gerontocracia antes que, en verdadera meritocracia, cuentan y son la base, en demasiadas ocasiones, para alcanzar esa Jefatura de Sección o Servicio tan ansiada. Una práctica, las autorías regaladas, que cada vez es más despreciada y condenada por la comunidad científica. ¿Cuántos CV se adornan con la participación en ensayos clínicos, dirección de cursos o de másteres, ¡precisamente!, o con la dirección, en ocasiones impuesta, de tesis doctorales muchas de las cuales no llegan a ver la luz? Pero todo suma, y décima a décima, punto a punto, se labra el porvenir, junto con el inevitable hecho biológico de acumular meses en un sillón sin que exista manera de evaluar la calidad de éstos, valorándose exclusivamente la cantidad.

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Cristina Cifuentes tiene que irse. Sin duda. Por mentir. Por falsear su CV. Por apropiarse de méritos que no merece. Pero convendría también que muchos que ahora se ensañan por un máster que revisaran sus propios curricula. Por ver si alcanzan el nivel de pureza y exigencia que dicen defender….

«Solo hay una forma de saber si un hombre es honesto: preguntárselo. Si responde que sí, ya sabemos que es un corrupto»

Groucho Marx, actor, humorista y escritor estadounidense (1895-1977)

Autocrítica: necesaria para todos…

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Autocrítica: juicio crítico sobre obras o comportamientos propios (Diccionario de la Lengua Española de la R.A.E. 23ª edición)

La autocrítica consiste no sólo en ser conscientes de los propios errores o fallos cometidos, sino que implica asumirlos como tal e intentar enmendarlos. La autocrítica lleva implícita un conocimiento de las fortalezas y debilidades propias con el objetivo final de mejorar para avanzar, sin caer en el recurso fácil de achacar todos los males a lo que nos rodea. No pasa nada por reconocer un error, no es necesario buscar continuamente enemigos donde no los hay. La autocrítica es la virtud de los fuertes, de aquellos que no tienen miedo a reconocer un error porque saben que son capaces de superarlo y mejorar. De aquellos que quieren crecer y no estancarse. De aquellos que no se regodean en halagos vanos por lo ya conseguido y que siempre miran más allá. De los que están convencidos de que siempre se puede hacer mejor. Pero no deja de ser sorprendente que tantos como exigen autocrítica son incapaces de aplicarla a sus propias actuaciones.

Recientemente, tres hechos nos hacen ver el valor de la autocrítica o, más bien, de la ausencia de ella:

  • Ayer, las aspiraciones de la ciudad de Madrid de organizar los Juegos Olímpicos de 2020 se vieron truncadas tras la votación de los miembros del COI que otorgó los mismos a la ciudad de Tokyo. Con independencia de las innegables bondades que el proyecto de Madrid tenía, así como de la extraordinaria presentación que se hizo de la misma, el resultado final no fue el deseado. ¿Por qué? Inicialmente, como siempre suele suceder, surgieron las voces que acusaban la decisión tomada por los miembros del COI de “injusta”, y a los propios miembros poco menos que de “caraduras”, “sinvergüenzas”, “corruptos” o “estómagos agradecidos”… Han pasado ya casi 24 horas desde la decisión y aún no hay un mínimo atisbo de autocrítica, de pensar que se hizo mal, donde se falló y por qué no convenció nuestra candidatura. Parece imprescindible, y es una exigencia de gran parte de la población española, un análisis profundo y desapasionado de los motivos que nos han conducido a un nuevo fracaso. Quizás es aún demasiado pronto pero, ¿habrá alguna autocrítica?
  • El diario El País publica hoy los resultados de una encuesta sobre intención de voto. Con independencia de los mismos, lo que más llama la atención es que, pese al deterioro creciente de nuestra clase política, al continuo rosario de casos de trinque y corrupción que los rodea, los dos partidos mayoritarios continúan acaparando más del 60% de la intención de voto. Y aquellos partidos que se presentan públicamente como alternativas a los dos tradicionales apenas alcanzan a convencer, de manera conjunta, a un 20% de los potenciales votantes. Han pasado más de 12 horas desde la publicación de esta encuesta y los responsables de estos dos partidos, que aspiran a convertirse en alternativas y recoger el voto desencantado de los dos grandes corruptos de nuestra democracia, aún no se han dignado a realizar un sano ejercicio de autocrítica y analizar por qué no son capaces de ilusionar a un mayor porcentaje de votantes o que cambios necesitan hacer para lograrlos. Parece necesario que ambos reflexionen sensatamente acerca de los errores y debilidades de sus alternativas. Quizás es aún demasiado pronto pero, ¿habrá alguna autocrítica?
  • Hace casi un año que los médicos mantenemos un enfrentamiento franco con la Consejería de Sanidad de la CAM por sus planes privatizadores. En todo este tiempo, se han sucedido manifestaciones, huelgas, protestas y recursos judiciales frente a los planes de la Consejería. Pero, una vez más, la autocrítica no ha existido. Y cada vez resulta más difícil esconder su ausencia. Muchos médicos, que nos unimos inicialmente a las manifestaciones y protestas, estamos decepcionados con esta ausencia total de autocrítica por parte de quienes dicen representarnos. Y más, conociendo un poco como funciona nuestra Sanidad Pública. Cualquier cosa propuesta que hagamos pierde parte de su fuerza y legitimidad cuando se compara frente a la nula capacidad de reconocer los errores cometidos a lo largo de muchos años. Parece que existe un miedo insuperable a afrontar la realidad y reconocer que a la actual situación se ha llegado, al menos en parte, gracias a la pésima gestión y los errores que los médicos hemos cometido en muchos aspectos del sistema. Parece que ocultarlos hace que no existan. Que no se hayan cometido abusos, discriminaciones, corruptelas o malversaciones. Que sólo es responsable “el otro”… Cada día es más necesaria esta reflexión. Quizás no es aún demasiado tarde pero, ¿veremos alguna autocrítica?

“Reprender a los demás es muy fácil, pero es muy difícil mirarse bien a sí mismo»

San Francisco de Sales (1567-1622)