XVIII Congreso de SEOR: hacia la Radioterapia que cura…

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En apenas 48 horas comienza en Valencia el XVIII Congreso Nacional de la Sociedad Española de Oncología Radioterápica (SEOR). Una nueva oportunidad de compartir experiencias y resultados para los que nos dedicamos al tratamiento del cáncer, pero también de acercarse a la realidad de la Radioterapia como pilar fundamental para el tratamiento, y la curación, de tantos y tantos pacientes.

Hace unos días la Dra. Virginia Ruiz (@roentgen66), oncóloga radioterápica en el Hospital Universitario de Burgos, publicaba en su blog “Un rayo de esperanza” (que, dicho sea de paso, recomiendo a todo aquel interesado en la radioterapia, la oncología o la medicina), una interesante reflexión acerca del desconocimiento, en general, de la radioterapia y su papel frente al cáncer (“¿Por qué la radioterapia es tan desconocida?”). En ella, Virginia analizaba algunas de las razones por las que la radioterapia no disfruta del mismo conocimiento, reconocimiento y predicamento que otras distintas alternativas terapéuticas en el tratamiento de los pacientes con cáncer. Más aún cuando la radioterapia es, después de la cirugía, el más eficaz tratamiento de que disponemos hoy en día en la mayoría de tumores, siendo partícipe destacada en más del 40% de las curaciones del cáncer y responsable directa, por si misma y como tratamiento único, de más del 15% de las curaciones que se consiguen en pacientes con cáncer, si atendemos a los resultados publicados en la literatura científica.

Pero además de las razones expuestas por Virginia, yo añadiría otra, si cabe, más importante. Aun hoy, y pese a toda la evidencia existente, el cáncer continúa viéndose como una ecuación según la cual la curación pasa, indefectiblemente, por el empleo de quimioterapia con o sin cirugía (muy ocasionalmente). Y esto, como demuestran los datos y la evidencia, no es más que otro mito. Y los responsables somos, en gran medida, los oncólogos radioterápicos. Por ello, se echa a faltar una mas que necesaria autocrítica por nuestra parte. Mientras sigamos «vendiendo» toxicidad, y seguimos haciéndolo, en lugar de resultados y curación, seguiremos quejándonos pero sin hacer nada. Mientras sigamos dedicando mas tiempo a hablar en sesiones y jornadas de efectos secundarios antes que de resultados clínicos, nada cambiara. Mientras sigamos organizando cursos y reuniones para hablar, exclusivamente, de efectos adversos de la radioterapia no tendremos ningún argumento a nuestro favor. Mientras cada adquisición de nueva y avanzada tecnología sea presentada como un medio para disminuir la toxicidad antes que como una herramienta para aumentar la curación y mejorar la calidad de vida, todo seguirá igual… Por eso es necesaria una autocrítica como base sobre la que revertir esta situación.

Y, sin embargo, en este Congreso se presentarán resultados que deberían posicionar a la radioterapia en la vanguardia contra el cáncer: resultados en el tratamiento de tumores localizados empleando nuevas técnicas y fraccionamientos, como la radioterapia esterotáxica en tumores de pulmón o próstata, que consigue excelentes resultados de curación en pocas sesiones; resultados del tratamiento de la enfermedad metastásica (pulmonar, hepática, ósea, cerebral,…) con radiocirugía, que permite altísimas tasas de control local sintomático e, incluso, prolongar la supervivencia en determinados casos, abordando la situación del paciente con metástasis con intención curativa; o como la tecnología más avanzada, unida al conocimiento fruto del estudio, permite tratar el cáncer de mama en menos de una semana, por poner tan solo un algunos ejemplos.

También se discutirá (¡por fin!) sobre uno de de los temas de más prometedor futuro, si no el que más, de la moderna radioterapia, desde ya y para los próximos años, como es el aprovechamiento de los efectos sobre la inmunidad de la radioterapia en combinación con los fármacos inmunomoduladores que han eclosionado en los últimos años. La radioinmunoterapia es, sin duda, una de las vías de las que más se hablará en los próximos años. Ha llegado el momento de superar los “tratamientos combinados”, que aportaron indudables beneficios y sentaron las bases para la moderna oncología que debe estar en la base de nuestros tratamientos, y empezar a explorar el futuro (¡presente ya!) de la combinación de radioterapia e inmunopotenciadores sin dejar pasar de largo esta oportunidad. Y sería bueno que desde SEOR no se abandone esta opción, como sucedió hace años con la radioterapia metabólica, dejada de lado por desconocidos motivos y que hoy, gracias a compuestos como Y-90 o Ra-223 es una de las terapéuticas emergentes.

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Así mismo, se evidenciará como, con escasos medios pero con enormes dosis de ingenio, conocimiento, trabajo e ilusión se puede dar luz trabajos de enorme repercusión mundial en investigación básica del cáncer y su tratamiento.

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Se hablará de los últimos avances en novedosas técnicas como la hipertermia, que ha suscitado un enorme interés. Y de los protones, sus indicaciones, sus ventajas y su carencia absoluta en España.

Además, se pondrá sobre la mesa el innegable papel que la radioterapia tiene en el tratamiento de enfermedades distintas del cáncer. De aquellas enfermedades llamadas benignas pero que condicionan un quebranto enorme en la salud y calidad de vida de quien las padece, como la artrosis y otras enfermedades similares, y donde la radioterapia es una herramienta tremendamente eficaz, a la par que coste-efectiva, y donde tan solo hace falta voluntad de estudio y conocimiento para ofrecérsela a los pacientes, como ya sucede en algunos centros españoles.

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Sin olvidar que, por primera vez, se va a hablar de la radioterapia 2.0, del impacto y utilidad de las nuevas TICs en la práctica diaria de la oncología y la radioterapia, de algo que hasta hace bien poco era visto, simplemente, como un “entretenimiento” de geeks que compartían su condición de oncólogos con la de fanáticos convencidos de su utilidad. En esta ocasión, se dedicará mucho tiempo a las nuevas tecnologías y al como y por qué debemos emplearlas.

Y, finalmente, en un tiempo marcado por una lacerante y prolongada crisis económica mundial, donde los tratamientos oncológicos son cada vez más caros (a cambio de qué, podría plantearse) y cuando desde el Congreso de la Sociedad Americana de Oncología (ASCO) que se está celebrando estos días en Chicago se alzan voces que denuncian estos costes, poder disponer de un tratamiento de tan elevada eficacia a tan bajo coste como la moderna radioterapia debiera ser considerado un lujo a ensalzar.

De nosotros depende…

«El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad»

Victor Hugo, novelista francés (1802-1885) .

Radioterapia y Cáncer: mucho más que complicaciones…

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AUTOCRÍTICA…

Desde El Lanzallamas se ha reclamado autocrítica en muchas ocasiones: autocrítica en la Sanidad Pública, autocrítica en los dirigentes, autocrítica en los gestores públicos y hasta autocrítica en los propios médicos. Autocrítica como un pilar indispensable sobre el que sostener cualquier avance que se pretenda firme y duradero. Y ahora ha llegado también el momento en que los oncólogos que nos dedicamos a la radioterapia hagamos autocrítica. Una autocrítica profunda pero serena, una autocrítica que nos ayude a ser mejores médicos y que nos permita, de una vez por todas, comenzar a sacudirnos complejos lastres que arrastramos, al menos en España, desde hace ya mucho tiempo.

En una anterior entrada en El Lanzallamas, “Mitos y Realidades en el Tratamiento del Cáncer”, se intentó desmontar, a la luz de la evidencia científica, conceptos y creencias erróneas acerca del tratamiento del cáncer, así como desvelar los fundamentos que hacen a la radioterapia, desde sus inicios a finales del siglo XIX, uno de los más eficaces, junto con la cirugía, tratamientos del cáncer. Pese al tiempo pasado desde sus primeras utilizaciones, y pese al tiempo, dinero y esfuerzo invertidos en el desarrollo de nuevas terapéuticas, la radioterapia continúa siendo, a día de hoy, un tratamiento que precisarán cerca del 70 % de los pacientes diagnosticados de cáncer y responsable, por si misma, de la curación del 16 % de ellos. Cifra que aumenta hasta cerca del 85-90% cuando se suma a la obtenida por la cirugía o por la combinación de ambas. (Para simple comparación, la quimioterapia convencional sería responsable por si misma de la curación del 2% de pacientes…) Y todo ello, ademas, con una enorme ventaja en términos de coste-beneficio, ya que supone apenas el 5 % del gasto total anual para el tratamiento del cáncer. Pese a esta aplastante evidencia, la radioterapia continua siendo percibida más como una amenaza para los pacientes que como una esperanza de curación. ¿Y por qué esta creencia? Una vez más, la respuesta debemos buscarla fuera. La sociedad británica, siempre muchos años por delante nuestro, ya fue consciente de la importancia de la radioterapia. En una encuesta realizada a más de 2.000 personas observaron hasta qué punto el público desconocía los beneficios que la radioterapia pueden ofrecer a los pacientes con cáncer. Mientras que el 47 % de los encuestados consideraba que fármacos como Herceptin eran modernos, sólo el 9 % apreciaba que la radioterapia es también un tratamiento moderno y de vanguardia. Del mismo modo, el 40% se imaginaba la radioterapia como aterradora en comparación con sólo el 16 % que dijo lo mismo para los medicamentos dirigido contra el cáncer. La conclusión de los oncólogos clínicos británicos fue clara y contundente. Existía la necesidad de revertir esa imagen mediante información veraz y probada acerca de los beneficios indudables de la radioterapia para la curación del cáncer, declarando el 2011 como el “Año de la Radioterapia” y emprendiendo una activa campaña de difusión e información dirigida a desmontar todos los mitos y falsos temores que rodean la utilización de la radiación ionizante para el tratamiento del cáncer. Autocrítica como punto de partida.

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Sin embargo, en España seguimos aún anclados en una “era de tinieblas” en todo lo que respecta a la radioterapia. De repetirse en nuestro país una encuesta similar hay pocas dudas de que el resultados sería aún más desolador y, lo que es peor, incluso entre los propios médicos que tratan el cáncer. Y los principales responsables somos nosotros mismos, los oncólogos radioterápicos, pero a diferencia de nuestros homólogos británicos no hemos sido, aún, capaces de ese necesario ejercicio de autocrítica sobre el que empezar a desmontar las falsas creencias sobre la radioterapia. Desgraciadamente, aún hoy se continúa haciendo más hincapié en unos posibles efectos secundarios, que pueden o no aparecer, antes que en unos más que demostrados beneficios. Y para muestra: este pasado fin de semana se han celebrado en Santa Cruz de Tenerife unas Jornadas sobre Cáncer de Mama organizadas por la Unidad de Ginecología Oncológica y Patología Mamaria del Grupo Hospiten. Personalmente, no dudo del éxito que habrán tenido estas Jornadas, principalmente porque conozco a muchos de los ponentes y con alguno de ellos he compartido muy estrechamente muchas horas de discusión, debate y quirófano sobre pacientes con cáncer y es mucho lo que he podido aprender de ellos. Pero no deja de ser llamativo que en unas Jornadas multidisciplinares, con participación de especialistas diferentes implicados en el diagnóstico y tratamiento del cáncer de mama, un tercio de las ponencias sobre radioterapia estuviera dedicado a “Complicaciones de la Radioterapia” (¿?). Sorprendentemente, no se hacía referencia en todas las Jornadas a “complicaciones” de ninguna otra de las terapéuticas implicadas en el tratamiento del cáncer de mama.

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Y este hecho no es una excepción. Antes bien, es la norma habitual en cualquier reunión científica donde se hable de radioterapia. Pero aún más preocupante es que también es habitual, cuando no el centro del debate, en muchas de las reuniones y jornadas organizadas por los propios oncológos radioterápicos. Cuesta imaginar, por improbable, que cualquier reunión centrada en la cirugía o en la quimioterapia de cualquier tumor dedique una parte sustancial, o la práctica totalidad de la misma, a debatir acerca de las posibles complicaciones de estos tratamientos antes que a presentar resultados sobre eficacia y debatir como mejorar las tasas de curación. Y cualquiera que se dedique al tratamiento del cáncer, y más concretamente del cáncer de mama, conoce las secuelas (neurológicas, cardíacas, osteoarticulares…) que acarrean los tratamientos sistémicos aplicados, y como condicionan la calidad de vida futura de las pacientes.

Pero la obsesión en resaltar la toxicidad no sólo aparece en Cursos, Reuniones o Jornadas de diversa índole en las que haya participación de la Oncología Radioterápica, sino también ante la adquisición de nuevos y más modernas unidades de tratamiento. En lugar de resaltar que gracias a los avances tecnológicos se puede delimitar con mucha más precisión el tumor así como las áreas sospechosas de albergar células tumorales, y que gracias a la extraordinaria precisión alcanzada es posible administrar una dosis de radioterapia muy superior a la que se administraba en el pasado, aumentando así las posibilidades de controlar localmente el tumor y, por ende, de aumentar la supervivencia prolongada de los pacientes, se prefiere por parte de los responsables poner el foco en la teórica “disminución de la toxicidad” que garantizaría este nueva tecnología. Dos maneras distintas de ver la radioterapia…

Los oncólogos radioterápicos debemos ser conscientes de estos hechos, y darnos cuenta de que la imagen que nosotros mismos ofrecemos a la sociedad, por acción u omisión, en cierta forma, desalentadora: si, creemos que la radioterapia puede ser útil en muchos casos, pero que seguro es un tratamiento agresivo y asociado a una toxicidad importante y prácticamente inevitable. Y esta es, demasiadas veces, la percepción que nuestros pacientes tienen del tratamiento. Aquí debe de comenzar la autocrítica, en reconocer que no hemos sabido explicar los beneficios de la radioterapia, no porque no existan, sino porque en muchas ocasiones a cualquier beneficio se lo confrontaba (¡por nuestra propia parte!) la aparición de posibles complicaciones. Y aunque es cierto que ningún tratamiento, absolutamente ninguno, es totalmente inocuo (ni siquiera una “simple” aspirina lo es…), la visión que se ha ofrecido de la radioterapia ha sido muchas veces exagerada y alejada por completo de la realidad. Y conviene no olvidar que el peor efecto secundario de un tratamiento es, muchas veces, no curar al paciente.

Autocrítica, ¡por supuesto!, pero para avanzar. Disponemos de una de las terapias más formidables contra el cáncer, sólo tenemos que aprovecharla para beneficio de nuestros pacientes y hacerla brillar como debe, sacudiéndonos todos los complejos que nos/la rodean. Somos muchos los oncólogos radioterápicos que creemos en la necesidad de transmitir una información, ante todo y sobre todo y utilizando todos los canales posibles, veraz y clara sobre la radioterapia, poniendo la luz donde debe estar, en la curación de nuestros pacientes y en la mejora que observamos en ellos de manera constante con la radioterapia.

Ha llegado el momento de pasar de las palabras a los hechos…

«La gota horada la piedra, no por su fuerza sino por su constancia»
Publio Ovidio Nason, poeta romano (43 a.C. – 17 d.C.)

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Grecia, el cáncer y los vendedores de humo…

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Mientras permanecía sentado en esa, a estas horas ya, abarrotada sala de espera en el sótano mal iluminado de ese hospital revivió, una vez más, que le había llevado hasta allí. Nada hacía presagiar que aquel día de otoño en que se noto ese bultito en el cuello mientras cumplía el matutino ritual del afeitado iba a poner su vida patas arriba. Fue su colega del bar en el que desayunaba cada mañana, su carajillo con porras y mucho azúcar, el que le sugirió ir al médico. En realidad, ni se le había pasado por la cabeza. Al fin y al cabo, ni le dolía ni parecía preocupante. Su compañero sugirió, mientras fumaban uno de los primeros cigarrillos de tantos otros que se fumarían ese día, que sería “un pelo enquistado” y que lo mejor sería “que se lo abrieran para limpiarlo”. Tampoco le pareció importante cuando el médico insistió, una y otra vez, en esa tosecilla que arrastraba desde hacía 3 meses y en la ronquera que parecía haberse instalado en su voz en los últimos días del verano. Sólo cuando su médico le dio el resultado de la pequeña punción que le hicieron en su bultito comenzó a preocuparse. El diagnóstico era tan claro como terrible:CÁNCER. Y, encima, en una parte de su cuerpo que ni sabía existía: la hipofaringe. ¿Y ahora, qué?, le preguntó a su médico. Y allí estaba ahora, en esa mañana a caballo entre el otoño y el invierno, esperando ante la consulta del oncólogo. Y, mientras esperaba, y el miedo se agarraba a su garganta tanto como esa maldita ronquera, le dio por contemplar a la gente que le rodeaba. Y no pudo evitar fijarse en ese chaval del fondo, que aparentaba ser apenas un  par de años más joven que el, y en el curioso tubo de goma que entraba por uno de los orificios de su nariz y cuyo extremo recogía detrás de su oreja. Pero no solo el tubo llamó su atención, también el aspecto de ese joven, la delgadez de su rostro y lo cetrino de su piel, y la expresión de dolor y sufrimiento que acompañaba cada uno de sus gestos. Y, por encima de todo, la piel de su cuello, enrojecida, en algún punto sangrante y en otros perdida, con heridas que tenían que doler. Y en como se esforzaba en comunicarse, como si el simple hecho de intentar hablar le ocasionara el mayor de los sufrimientos… Mientras contemplaba con aprensión al joven le llegó el turno de pasar a la consulta. Allí, el oncólogo que lo recibió, tras presentarse y preguntarle como se sentía, comenzó a explicarle su situación. Ante sus preguntas, el oncólogo le explico que estos cánceres estaban muy relacionados con los hábitos de vida, con el constante consumo de tabaco y de alcohol que había mantenido durante tantos años. Tras una reunión en el Comité de Tumores, formado por distintos especialistas dedicados al tratamiento y cuidado de los pacientes con cánceres como el suyo, se había considerado que la mejor alternativa terapéutica en su caso era un tratamiento con radioterapia añadiendo, todas las semanas, una dosis de quimioterapia para potenciar el efecto curativo de la radiación. Con este tratamiento, el Comité consideraba que la cirugía no sería necesaria en su caso y que las opciones de curación, aunque se trataba de una enfermedad localmente avanzada, eran buenas, superando el 70-75% de probabilidades de estar libre de enfermedad a los 5 años. Por supuesto, le explico el oncólogo, se trataba de un tratamiento agresivo, con intención de curarle, y que no estaba exento de efectos secundarios. Entre ellos, el oncólogo enumeró la dificultad para tragar, que haría recomendable colocar desde el inicio una sonda nasogástrica para la alimentación (el tubo que había visto en aquel joven), la pérdida de peso secundaria o la irritación de la piel del cuello que, aunque transitoria, podría ser muy molesta hasta que curara. Que, además, el tratamiento sería largo, que duraría 6 ó 7 semanas, todos los días, que era probable que hubiera que interrumpirlo en algún momento e incluso ingresarlo unos días si tenía complicaciones y que, una vez resueltas, se reanudaría el tratamiento. Aunuqe, insistió el oncólogo, los efectos secundarios podían aparecer (o no) en mayor o menor medida, era una posibilidad, frente a la certeza de que el cáncer crecería, y rápido, si no se hacía el tratamiento. Pero si se trataba tenía muchas posibilidades de curarse y de llevar posteriormente una vida normal y plena, aunque debería despedirse de los carajillos, los ”sol-y-sombra”, las cañas y vinos y las copas de licor por las tardes y noches. Y, por supuesto, abandonar el tabaco para siempre, tanto los cigarrillos del trabajo como los puros en las reuniones con los colegas. Pero que el esfuerzo merecía la pena, y con creces. Cuando salió de la consulta no recordaba nada de lo que el oncólogo le había dicho, y repetido, sobre las opciones de curación En su cabeza tan solo daban vueltas las imágenes de ese otro paciente, de su sonda hasta el estómago, de su piel irritada e inflamada hasta dejarla “como un bebedero de patos”. Y más tarde, mientras apuraba su tercer gin-tonic, se preguntó por qué iba a tener que renunciar a su vida, a sus juergas con sus colegas, a tomarse sus copitas después de un día de duro trabajo. Y como iban a ser estas pequeñas costumbres las responsables si de toda su cuadrilla, y que bebía y fumaba tanto o más, sólo a él le había tocado la enfermedad… Y fue en ese momento de las confidencias, facilitado por los tragos ya consumidos, cuando uno de sus colegas de farra le habló de buscar otras posibilidades, de rebelarse frente al tratamiento que “esos médicos del hospital» querían empezar cuanto antes, y de que conocía, aunque sólo de oídas, a un especialista en casos como el suyo que ofrecía tratamientos nuevos y distintos que casi garantizaban su total curación sin secuelas ni renuncias.

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Y acudió. ¡Y menuda diferencia! Una sala de espera amplia, luminosa, de paredes en tono pastel, suaves, agradables. Y sin llantos ni quejidos en las personas qué, como él, aguardaban a ser recibidos por el Profesor, como gustaba hacerse llamar. Nada allí reflejaba sufrimiento ni dolor y todo transmitía paz, armonía, tranquilidad, ilusión… Y, por supuesto, nada de personas con esos horribles tubos entrando a través de su nariz. El Profesor lo recibió con una amplia sonrisa y, a diferencia del médico del hospital, había renunciado al rígido formalismo de la bata de cargados bolsillos. En su lugar, vestía una camisa blanca, informal, tan pura y limpia como la sala de espera que antecedía su consulta. Se sentó junto a el y le explicó, con tono suave y excelentes palabras, que no tenía que sentirse responsable por nada de lo que le pasaba, que todo era culpa de la mala calidad de vida que llevaba. Que todo era culpa de quienes le obligaban a vivir como vivía; de la sociedad que le forzaba a competir día a día por mantener su puesto de trabajo, minando sus defensas y favoreciendo las enfermedades; de los explotadores que sólo veían en el un instrumento de producción y no una persona libre; de los aprovechados que se enriquecían vilmente al manipular los alimentos sin importarles el daño que causaban en el pueblo; de los oligarcas que se llenaban los bolsillos a costa de contaminar cada día más un planeta que sólo podía pertenecer al pueblo; de muchos otros, pero no de él. Y que alejara de su mente esa idea de que el cáncer «le había salido por fumar y beber con exceso»,que eso era lo que la «Medicina oficialista» – así la llamó, oficialista- quería que creyeran todos para que los verdaderos responsables no tuvieran que pagar por ello. Pero que él estaba allí para curarse, y que sí seguía sus indicaciones, y creía firmemente en el tratamiento, sin duda lo lograría. Por supuesto, no debería renunciar a ninguna de sus actividades pasadas, y menos aún a aquellas que le proporcionaban placer y ayudaban a equilibrar sus corrientes de fuerza interiores. Podría seguir quedando con sus amigos y relajándose como acostumbraba. Y lo creyó. Porque quería creerlo, porque necesitaba creerlo. Y comenzó la terapia: flores, saunas desintoxicantes,  magnetismos, reequilibrios interiores, el poder de la meditación,…, todo sin dolor, sin sufrimiento, sin renunciar a sus placeres (y vicios) diarios, sin tubos por la nariz… Y pasaron las semanas. Y ese dolor que había comenzado a sentir en la espalda se empezó a acompañar de un curioso hormigueo en las piernas. Eran como cosquillas, pero el Profesor le dijo que todo era normal, que sus canales de fuerza se estaban reafirmando y purgando las células anómalas de su organismo. Pero iba cada día a más, aunque el Profesor insistía en que era signo claro de recuperación. Hasta qué un día no pudo levantarse de la cama. Sus piernas no le obedecían, no las sentía y era incapaz de moverlas. Y, asustado, llamó pidiendo ayuda. El Profesor le dijo que pidiera una ambulancia y acudiera a su consulta, que allí podrían solucionarlo. Y aunque insistió, la médico que acudió a su domicilio se negó a trasladarlo y lo llevó directamente al hospital, a la misma sala de espera triste y mal iluminada donde se sentó, por sus propios medios, hacía ya muchos meses. El mismo oncólogo que lo atendió aquel día lo recibió de nuevo, y antes de que le dijera nada supo, por su expresión, que las noticias no eran buenas. El oncólogo le informo de que el cáncer había avanzado irremisiblemente, que habían aparecido metástasis en los pulmones y el hígado pero que también, y esto era lo más urgente, en las vértebras y que estaban presionando la médula espinal provocando la parálisis de las piernas. Además, le informo de que necesitaba un tratamiento urgente con radioterapia para intentar detener esa compresión de la médula espinal y, quizás, recuperar algo de fuerza y movilidad en las mismas, pero que con el resto de la enfermedad había muy pocas opciones reales de curación. Cuando salió de la consulta, devastado y aún preguntándose como había podido fallar el tratamiento de reeducación vital que le prescribió el Profesor, se cruzó con un rostro que le resultó vagamente familiar. Sólo que esta vez estaba más relleno, lucía una amplia sonrisa en su cara, parecía  sano y no llevaba ya ese horrible tubo por su nariz…   

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La medicina y la política, en tanto que disciplinas humanísticas, se parecen enormemente. Ambas son tan sólo reflejos del microcosmos social en que se desarrollan, recogiendo actitudes y maneras de enfrentar la vida, de abordar sus avatares y circunstancias. Esto, que es casi una constante que acompaña a la humanidad desde sus principios, últimamente es cada vez más evidente. La medicina y la política comparten también su especial atracción para charlatanes, curanderos y estafadores de todo pelaje, para aquellos que prometen la sanación sin esfuerzo, para aquellos que venden humo aprovechándose, en demasiadas ocasiones, de la buena voluntad e ignorancia de las personas.

En las últimas semanas, dos hechos están revolucionando la vida política española. Primero, la victoria en Grecia de un partido político populista, con planteamientos cercanos a los de pasados regímenes comunistas, que ha vencido pregonando, y regalando a todo aquel que se acercara a escucharlos, ilusión. Ilusión en una nueva forma de hacer las cosas, ilusión en buscar un culpable de sus males que no sea el propio pueblo griego y sus dirigentes, que tenga nombre extranjero y faz de hierro, que justifique toda ceguera en ver la realidad. Ilusión en que cualquier situación puede arreglársela, por mal que este, sin necesidad de ningún sacrificio ni esfuerzo personal, tan sólo con exigir que se arregle. Ilusión en que hay maneras «no oficialistas» de afrontar los problemas pero que son rechazadas por la minoría explotadora que se cree en posición de la única verdad para hacer las cosas, que no quiere que «el Pueblo» levanté la cabeza, y que busca tenerlo siempre sojuzgado. Ilusión, tan sólo. Y eso han comprado los griegos. Y, desgraciadamente, lo mismo esta sucediendo en España, donde un partido político que comparte ideología, principios y populismo con sus homólogos griegos pretende, y lo esta logrando, convertirse en la opción preferente de los españoles para las próximas elecciones. Y lo esta haciendo vendiendo tan sólo una ilusión sin propuestas reales pero asegurando que no son necesarios sacrificios para curarse, que la culpa es sólo de «la casta»,… Vendiendo una ilusión, vendiendo humo… ¿Comprarán también los pacientes españoles este nuevo bálsamo de Fierabrás?

«Nada hay más terrible que una ignorancia activa»

Johann Wolfgang von Goethe, poeta, novelista, dramaturgo y científico alemán, (1749-1832)