Esta pintura de 1533, “Retrato de Jean de Dinteville y Georges de Selve”, más conocida como “Los Embajadores Franceses”, es obra del pintor alemán Hans Holbein el Joven y representa a Jean de Dinteville, a la izquierda, embajador de Francia en Inglaterra, y a su amigo, Georges de Selve, a la derecha, obispo de Lavaur y que, ocasionalmente, fue embajador de Francia ante el Emperador Carlos V, la república de Venecia o la Santa Sede. Uno de los aspectos más llamativos del cuadro es la extraña figura en primer plano, a veces llamada hueso de sepia, y cuyo significado ha sido discutido durante siglos. Hoy conocemos que se trata de un cráneo muy deformado mediante una técnica denominada anamorfosis, forma extrema de la perspectiva descrita por vez primera en los cuadernos de Leonardo Da Vinci, y que estaba de moda en la Inglaterra de los Tudor. La forma carece de sentido vista de frente pero si uno se aproxima al cuadro por un lado y lo mira desde unos 2 metros, a la altura de los ojos de los embajadores aparece una calavera.
El contraste de este cráneo con el tema principal de esta pintura nos permite ver de manera visible la verdad invisible que se esconde detrás de la superficie de las apariencias y nos induce a mirar más allá de la superficie y desde una perspectiva diferente con el fin de encontrar la verdad. Cuando se mira el retrato desde el ángulo derecho, es posible ver hermosos detalles y se considera al cráneo como a una sombra. Pero cuando un observador ve el retrato desde el ángulo izquierdo, verá el cráneo oculto, o la verdad, pero los dos hombres y la habitación de lujo será distorsionada y carente de sentido. ¿Cuál es la verdad? ¿Cuál es la ilusión?
Algo similar ocurre, o debiera ocurrir, cuando nos alejamos, aunque sea momentáneamente, de la rutina diaria, como sucede especialmente durante el periodo de vacaciones. Es entonces cuando podemos alejarnos de las miserias de la mediocridad que muchas veces nos rodea y poner la perspectiva en lo auténticamente importante, en lo que conforma el núcleo de nuestra existencia. Después de un curso marcado por la perenne inestabilidad contractual, por el desgaste de una, en ocasiones estéril, pelea por lograr ese cambio real en el sistema que cada día parece más lejano o por la lucha y resistencia frente a los mediocres que pueblan nuestro diario devenir (¡con lo que incordian a veces!), cambiar el punto de visión no puede más que causar alivio y satisfacción. Cuando hemos conseguido alejarnos de todo esto, ya sea física o mentalmente, es cuando somos conscientes de lo que verdaderamente nos importa, y de a quién realmente le importamos. Y es gracias a esta nueva visión cuando descubrimos, o re-descubrimos, que nuestra vida es mucho más importante, para nosotros y para quien nos quiere que el decorado que nos rodea a diario. Y que nuestro particular núcleo, familia y amigos, es, a semejanza de la anamorfosis del cuadro de Holbein, nuestra verdad. Y quizás, pero sólo quizás, lleguemos a darnos cuenta algún día de que lo que realmente somos, o lo que queremos ser, lo es por y para ese núcleo. Y que somos auténticamente nosotros mismos cuando podemos compartir y disfrutar con ellos, cuando nos basta su compañía para cambiar por completo nuestra perspectiva, para pasar de lo ilusorio a lo verdadero. Desgraciadamente, muchos no siempre lo logramos tanto como nos gustaría y sólo nos damos cuenta de que lo necesitamos cuando hemos vuelto a contemplar la realidad desde la perspectiva equivocada, desde lo ilusorio, desde el frente del cuadro de Holbein, con sus miserias y mediocridades. Y es el ser consciente de esto lo que nos impulsa a seguir luchando, por volver a ver nuestro núcleo, por disfrutar de nuevo de nuestra verdad.
Lo verdadero es siempre sencillo, pero solemos llegar a ello por el camino más complicado.
George Sand, escritora francesa (1804-1876)