¿Es la Oncología Radioterápica el elefante en la habitación del M.I.R.?

*[Elefante en la habitación: expresión metafórica que hace referencia a una verdad evidente que es ignorada o pasa inadvertida generando una situación tan obvia que se vuelve incómoda para todos los involucrados, quienes, a pesar de ello, continúan evitando atender o hablar del problema]

Y a la décima sesión, por fin, se estrenó la Oncología Radioterápica en la adjudicación de plazas tras el examen M.I.R. de 2022. Han elegido su plaza 3598 médicos antes de que uno de ellos optara por escoger formarse en Oncología Radioterápica. Desgraciadamente, esto ya no es llamativo. Tan sólo refleja una tendencia evidente en los últimos años que no ha hecho sino agudizarse. Cada vez se escoge más tarde, y cada vez con un número de orden mayor, una de las especialidades médicas que, tras la cirugía y por delante de la quimioterapia y otros tratamientos sistémicos, mayor importancia tiene en el manejo integral del cáncer y más valor aporta a su curación.

¿A qué puede ser debido esta, aparente, falta de interés por parte de los médicos que desean iniciar una formación especializada?, ¿por qué es la Oncología Radioterápica la especialidad clínica que más tarde, años tras año, comienza a ser elegida?, ¿qué razones llevan a los médicos que aspiran a una especialidad a ignorar, sistemáticamente, las posibilidades y desarrollos que está rama de la oncología ofrece?, ¿cómo es posible que, aún después de la ingente cantidad de información vertida en los últimos meses a raíz de las filantrópicas donaciones de Amancio Ortega que han permitido no solo renovar sino mejorar y colocar la Oncología Radioterápica española como puntera (en dotación tecnológica) en Europa, no suscite ésta más interés y continúe siendo relegada a los últimos lugares de la elección? Quizás, en la última cuestión esté la respuesta o, al menos, una parte de ella.

Las donaciones de la Fundación Amancio Ortega, tanto la primera que permitió actualizar y modernizar las unidades de tratamiento a lo largo de todo el país, como la más reciente para la adquisición de equipos de protonterapia, han acaparado gran número de titulares en los últimos meses. Y lo que, inicialmente, podría significar un impulso positivo para expandir el conocimiento e interés por nuestra especialidad parece reforzar una visión focalizada en lo meramente tecnológica. Da la sensación de que la Oncología Radioterápica es percibida (¿erróneamente?) como una especialidad centrada casi exclusivamente en la tecnología, enormemente avanzada, pero alejada de la práctica clínica, en la que lo trascendente son los refinamientos tecnológicos y la “potencia de fuego” que frente al cáncer proporcionan y no el enfoque holístico del paciente afecto por un cáncer. El empeño en resaltar lo moderna, avanzada, precisa y de ultimísima generación que es la dotación tecnológica disponible en cada centro, unido a la escasa importancia otorgada a la enseñanza de la oncología radioterápica en la educación pregrado de nuestros futuros médicos, son responsables en gran medida de esta situación, y cuanto más tardemos en asumirlo más lento será revertirla.

¿Es, realmente, la “potencia de fuego” lo que define la especialidad de Oncología Radioterápica y condiciona las diferencias que puedan existir entre centros? Rememorando una famosa campaña de publicidad del fabricante italiano de neumáticos Pirelli, “la potencia sin control no sirve de nada”. No es la máquina lo que marca la diferencia, son quiénes la manejan (médicos, físicos, técnicos) los que definen a la oncología radioterápica como una especialidad médica plena. Es la formación constante, el estudio continuado, el avance en conocimiento, la investigación permanente y las ganas de mejorar la historia natural del cáncer en nuestros pacientes lo que hace importante a la especialidad de Oncología Radioterápica. Y en demasiadas ocasiones nos perdemos en estériles discusiones – ¿son galgos o podencos? – sobre fotones o protones, un acelerador lineal u otro…, sin pararnos a pensar que lo que hacemos es ennegrecer el futuro que, de no actuar con premura, espera a nuestra especialidad. Debemos romper las ligaduras que parecen atarnos a las máquinas sin otra posibilidad, aprender de compañeros médicos como los especialistas en Radiología y Radiodiagnóstico, que han logrado independizarse de sus aparatos y ser reconocidos por su valía a la hora de utilizarlos, no por los Teslas que ofrezca la unidad de Resonancia Magnética, la profundidad del ecógrafo o la avanzado del software de reconstrucción que emplean a diario. Lo más triste es que esta actitud, de la que somos en gran parte responsables los oncólogos radioterápicos, se ha transmitido a las gerencias y responsables de los centros quienes, convencidos de que lo que cura es la tecnología, consideran que toda su labor consiste en proporcionar la máquina más moderna, más avanzada, más potente sin preocuparse por los que deben utilizarla. Diríase que están seguros de que tan sólo consiste en “darle a un botón” y que cualquiera puede hacerlo. Y lo que es más descorazonador si cabe, la creencia en que la efectividad de las unidades de tratamiento no depende del conocimiento y habilidad de los profesionales que trabajan con ellas, sino de lo modernas y de última generación que sean. Como si el éxito de cualquier cirugía dependiera, exclusivamente, del bisturí empleado y no de las manos que lo manejan. Y mientras aceptemos estas premisas y no reivindiquemos que lo importante no es la potencia, sino quién tiene el control de esta, no lograremos transmitir lo que esta especialidad tiene de bueno y apasionante. Mientras demos más importancia a los avances tecnológicos que a la excelencia en la formación, el estudio y desarrollo de los profesionales, mientras se dé más importancia a la flecha que al indio que la dispara, mientras nos empeñemos en no reconocer que la especialidad la hacen los profesionales y no las máquinas, nuestra especialidad seguirá siendo invisible para muchos, también para los médicos recién graduados que, en momentos como ahora, deben decidir hacia donde encaminar su futuro. Y, quizás, sea por ahí por donde debamos empezar a buscar las razones de 3598…

¿Hasta cuándo seguirá siendo, para muchos, invisible el elefante en la habitación?

Formación Continuada, ¿a quién le interesa?

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Mucho se habla y escribe sobre Formación Continuada. Parece uno de esos temas sagrados, que todo el mundo ensalza, valora y se vanagloria de contribuir. Pero quizás, sólo quizás, la realidad no es tan halagüeña como nos quieren hacer creer. De acuerdo a la definición que el propio Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad hace, la Formación Continuada “es un proceso de enseñanza-aprendizaje activo y permanente al que tienen derecho y obligación los profesionales sanitarios, que se inicia al finalizar los estudios de pregrado o de especialización y que está destinado a actualizar y mejorar los conocimientos, habilidades y actitudes de los profesionales sanitarios ante la evolución científica y tecnológica y las demandas y necesidades, tanto sociales como del propio sistema sanitario (Art. 33. Ley 44/2003, de 21 de noviembre, de ordenación de las profesiones sanitarias)” Bonitas palabras, sin duda. Lástima que en ocasiones no se ajusten al devenir diario. Y hoy es una de esas ocasiones. Esta semana estaba previsto celebrar una Jornada organizada por el Grupo Español de Oncólogos Radioterápicos Jóvenes (SYROG) con el atractivo título de “Fin de residencia. ¿Y ahora, qué?” destinado principalmente a todos aquellos residentes de esta especialidad, o de cualquier otra, que finalizan en fechas próximas su periodo de residencia y que, con el título de especialista ya en la mano, deben enfrentarse a un panorama laboral que no atraviesa por sus mejores momentos. Los organizadores, y en especial el coordinador de SYROG el Dr. Raúl Hernanz, han hecho un enorme esfuerzo para dotar de contenidos que puedan ser a la vez atractivos pero también tremendamente útiles para que todos los nuevos especialistas puedan vislumbrar con mayor optimismo su futuro. La Jornada aunaba, en un único, día las alternativas más atractivas una vez acaba la especialidad y pretendía ofrecer una orientación específica para cada una de ellas contando con profesionales experimentados en cada área para ofrecer su ayuda. El programa de la Jornada incluía desde consejos y recomendaciones de como elaborar un curriculum vitae, de como afrontar una entrevista laboral así como de alternativas laborales considerando las posibilidades de trabajo en otros países, tanto de la Unión Europea como fuera de ella, la dedicación a la investigación básica, al campo de los Cuidados Paliativos o el trabajo en la industria farmacéutica. Un programa sin duda sumamente atractivo, original y que pretendía aportar soluciones prácticas para unos momentos de incertidumbres para muchos médicos como son el final de su periodo de residencia y el inicio de su vida laboral como médicos especialistas.

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Desgraciadamente, esta Jornada ya no se va a celebrar. Apenas unos días antes, ha tenido que ser cancelada por la casi nula inscripción de médicos residentes interesados en acudir. Y este hecho, lamentable en si mismo, requiere alguna reflexión. ¿Por qué no hay apenas inscripciones? ¿Por qué no suscita esta iniciativa, a priori tan útil, el interés que debería? Varias son las posibles explicaciones para que esta singular propuesta no haya llegado a materializarse y, probablemente, la razón final será una mezcla de todas ellas:

  • La industria farmacéutica, tradicional baluarte pagador de la gran mayoría de actos de formación continuada en España, cada día tiene más dificultades (¿y menos interés?) en mantenerla. El por qué no es difícil de entender. Por un lado, las presiones de los organismos oficiales sobre la misma son crecientes en cuanto a la cuantía de las ayudas que pueden ofertarse a los médicos, y por otro lado, los ajustes económicos motivados por la actual coyuntura hacen que las empresas restrinjan su marketing a aquellos actos que realmente le aporten una publicidad efectiva de sus productos. Y probablemente, así debe de ser. El problema es que muchos profesionales se habían acostumbrado a que cualquier acto de formación continuada debía de estar patrocinado y sostenido por la industria farmacéutica y que era ésta la que debía de correr con todos los gastos. Y cuando se pierde este sostén, parece que no existen alternativas…
  • Por otro lado, la proliferación de variopintos cursos y jornadas, algunos muy recomendables pero otros con un más que dudoso interés científico, atomiza los recursos, pocos o muchos, disponibles. En época de bonanza, esto quizás tenía un menor impacto pero actualmente sería aconsejable que los médicos hiciéramos autocrítica y fuéramos conscientes del interés real que tienen muchos de estos cursos y jornadas a fin de separar el grano de la paja y poder centralizar nuestros esfuerzos en aquellos eventos que realmente aporten valor, interés y calidad científica.
  • No hay que olvidar tampoco el papel jugado por las Sociedades Científicas. Existen ocasiones, y esta era muy probablemente una de ellas, en que la Sociedad Científica debe enarbolar la bandera del liderazgo y, si es necesario, financiar ella misma la inscripción de aquellos socios que tuvieran interés en acudir. En el caso concreto de esta Jornada, no dejaba de ser una inversión de futuro, ya que se estaría apoyando a los futuros especialistas, a aquellos que en un plazo de tiempo no muy largo van a ser los encargados de liderar la Sociedad y de contribuir al crecimiento y prestigio de la especialidad.
  • Finalmente, hay que reconocer también la propia responsabilidad de los médicos a los que iba dirigida la Jornada. Si bien es cierto que atravesamos momentos de estrecheces económicas, también lo es que el coste de la inscripción, 100 €, es perfectamente asumible por la inmensa mayoría de ellos, y que al celebrarse en un sólo día tan sólo requería el gasto de un desplazamiento, que si puede ser compartido se abarata enormemente. Es triste comprobar que se achaque la ausencia de inscripciones a su coste cuando, en muchas ocasiones, una cantidad semejante se emplea en compras diversas, en viajes de placer o en otras actividades lúdicas, sin pararse a pensar que en esta ocasión se trataba de una inversión para el futuro, y de una cuantía perfectamente soportable. Una vez más, los médicos debemos hacer autocrítica sincera y reflexionar acerca de cuales son nuestros intereses en formación y qué estamos dispuestos a hacer por ella.

En definitiva, es enormemente descorazonador que iniciativas de formación continuada, nacidas de la ilusión de personas comprometidas con la especialidad y con el claro objetivo de ayudar a los especialistas recién titulados, queden en un esfuerzo baldío. Aún así, quiero aprovechar para agradecer públicamente a los organizadores su idea, su ilusión en llevarla adelante y el esfuerzo realizado, que aunque no haya dado sus frutos ahora, sin duda habrá merecido la pena.

«No hay cosas sin interés. Tan solo personas incapaces de interesarse»

 Gilbert Keith Chesterton, escritor y periodista británico (1874-1936)